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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 17 de mayo de 2024

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Utopía destruida

 

 

 

Lentamente caminaba entre las dunas. Era de noche pero la claridad, próximo el amanecer, no tardaría en aparecer. Hacía mucho que había esperado ese momento. Era un niño cuando aquello ocurrió y ahora, entrado en años, vería la oportunidad de llevar a cabo su venganza.

Mucho tiempo atrás tuvo suerte de sobrevivir, aunque el dolor le otorgó eterno tormento. Todo el poder iba a ser suyo, no hubiera tenido que alabar a un dios visible ya que él iba a ser uno de ellos, pero, en vez de eso, había tenido que ocultarse entre los mercaderes que recorrían el Nilo.

Tras una vida que no tenía que vivir, sin poder llevar a cabo su venganza, las riquezas y su lugar en la historia le habían sido arrebatadas y el sepulcro de su difunto padre profanado, impidiendo su viaje afortunado a la otra vida. Sólo le quedaba de él una daga con una empuñadura de oro, sus recuerdos y la lealtad de un sirviente ya anciano que le había salvado la vida durante el suceso.

Ahora ya no le importaba desatar la ira de los dioses ni que le esperara ser comido por el cocodrilo sagrado cuando, tras su muerte, fuera conducido por Anubis a los infiernos, donde recibiría un juicio en que su corazón pesaría más que la pluma. Como no podía acabar con su vida física, arrebatada en una refriega con los nubios, aprovecharía esta nueva oportunidad, aunque probablemente no seguiría con vida mucho tiempo después de lograr su objetivo.

Aún recordaba lo que pensaba hacer cuando llegara al poder. Ya no tenía esa opción sin medios para derrocar al hijo de este pero de niño, con esa posibilidad en potencia, soñaba con ser tan buen gobernante como su padre y hacer lo que él no había hecho. Con el tiempo había descubierto que su padre gobernó con mano de hierro pero tardó aun algún tiempo en dejar de lado en su cabeza esa sociedad ideal que imaginaba:

En ella, el gobernante repartiría la mitad de sus riquezas con el pueblo. La escritura jeroglífica sería impartida a todos los que quisieran aprenderla independientemente de su oficio o rango social. La labor del campesino sería tan importante y digna como la del Emir y las de los oficios entre ambos. El sistema de justicia sería digno del mismo Mut. Los enemigos serían pacificados por medio del dialogo en una serie de tratados. Todos los ciudadanos podrían acceder incluso a los rincones más ocultos del templo. El gobernante, como dios, tendría el poder supremo así como el deber de honrar a los otros dioses y escuchar a un consejo cuyos miembros serían de todas las clases sociales que expresarían las necesidades del pueblo. La jerarquía sería por necesidad y no por superioridad o inferioridad de unos sobre otros salvo la divinización del gobernante. Y sería una sociedad próspera y libre según unas leyes escritas que respetasen las eternas leyes de justicia de Mut; establecidas por el gobernante.

Pensando en esto, se aproximó hacía el peristilo del templo y allí se encontró con su amigo Himhotep; quien era escriba. Le contó a éste lo que acabo de contar para que lo guardara para la posteridad. Himhotep se marchó mientras iba amaneciendo.

Dejando atrás los obeliscos y avenidas de esfinges, en un viaje al desierto, Himhotep recordó la fascinante Utopía de su amigo, siendo comparable actualmente al sueño de Alejandro Magno o la sociedad Utópica de Platón, pero aun más interesante. Himhotep no volvió a saber de su amigo o por lo menos no dejó constancia de ello en sus escritos, que acabaron en la biblioteca de Alejandría.

Historia prehelenística. Temistokes, aprendiz de historiador.

 

 

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