Pliegues del día
Ocurre cada día tras la primera luz,
nada más ver los pájaros caer,
nada más oír el impacto de la tormenta en la piel fría
tratando de escapar como una catarata entre dos manos.
Ocurre que el sonido se vuelve entero silencio
tras un suave repliegue mientras el cielo cesa,
y a un mismo tiempo, esclavos de algo sin palabra
- el frio del flotar tibio en la marea,
la tristeza de haberse hecho al invierno-,
cada reloj, cada opción, cada nuevo intento
de añadirse por fin a la gran grieta
se cristaliza,
y es como una misma puerta cerrándose
o una piedra hallando reposo en la arena
tras haberse deslizado verticalmente por el agua.
Ocurre entonces la guerra, sola,
y únicamente tú contra tus ojos pobres,
y únicamente tu deseo de acallar las voces
una vez cae el cristal que muestra siempre más,
que nunca esconde el ardor o el barro húmedo
como edificios del instante,
como razones de que los que viven vivan
y los que tan solo observan
sean acariciados por una brisa fúnebre.
Pregunta
Estallará la isla del recuerdo
A.P.
Debía ser de día y no haber luz adentro.
Debía, del mismo modo, haber cuerpos tendidos frente al muro familiar, y una famélica insistencia sangrando abierta como un haz.
Sólo los animales guardan el sabor de la noche. Nosotros, los nacidos, debemos hermanarnos con el ruido, aprender de su hilo y así siempre darnos sin redondo silencio, sin vuelo perfecto como traza la muerte. Somos agua tibia hasta ese pronto, débil tormenta arrojada a un puerto quieto. Pero no es ésa la vida: pez que nada en tierra arida, pez que fabula el agua y así nada, fantasiosa maquinaria, pólvora y cañón.
Lo que digo es que tan lejos.
Lo que pregunto es cómo nunca.
Lo que temo es si hasta siempre.