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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Cien años después... o de cómo hacemos la cama

Cien años después, la primera línea del batallón, la avant-garde que declaró la guerra a los cánones académicos del arte y rompió filas para explorar tierras ignotas, descansa en paz en los museos-cementerios, como muchos gustaban de llamarlos. O más bien se revuelve en su tumba cada vez que sus nombres encabezan retrospectivas blockbuster de repercusión mundial que desglosan en catálogos las premisas de su academicismo particular. Hoy honramos a nuestros difuntos.

Las Vanguardias fueron una sucesión de -ismos que subvirtieron todas las -turas -mención especial a la música y la danza, retoños de una cultura que no quiso donarles su sufijo-. Adoptaron desde casi sus comienzos la costumbre de confeccionar manifiestos que, publicados en los incipientes medios de masas, certificasen notarialmente el nacimiento de un grupo cohesionado. Esta "conciencia de grupo", esta sensación de pertenencia que los aglutinaba ideológica y programáticamente seguía las estrategias marcadas por la conciencia de clase obrera, primera inspiradora de los manifiestos como "profesiones de fe". Desde que en 1909 el movimiento futurista se colara en Le Figaro y se presentase como uno de los primeros -ismos de las -turas, son incontables los edictos que aspiraron a avalar las producciones posteriores de los artistas bajo unas directrices teóricas y una declaración de principios que los situasen en la brecha de la modernidad frente a los grilletes de la tradición.

El culto por la originalidad de las Vanguardias desató una carrera armamentística deseosa de abastecerse con innovaciones estéticas y recursos inéditos, una carrera que en la práctica y en la actualidad ha desembocado en un fetichismo de la novedad de filiación cuestionable con el arte. Sin embargo, el anhelo por lo nuevo atendía inicialmente a unas motivaciones incardinadas en su realidad social, económica y cultural; al ideal de transformar la vida al completo, un ideal que desde el presente se contempla con ternura como si fuera un hijo rebelde pero inofensivo. La novedad, abstraída hoy de esa tentativa de revolución que se nos hace creer que siempre está condenada al fracaso, se ha convertido en una maniobra onanista y autocomplaciente, una estrategia de mercadotecnia para jóvenes emprendedores que ha quedado institucionalizada como la tradición de lo nuevo.

Pero las Vanguardias nos enseñaron a ver lo que no se puede ver, disolvieron el ojo único en una mirada caleidoscópica y múltiple. Los futuristas pintaron, esculpieron y escribieron el movimiento, desafiando al estatismo del lienzo, el bronce y el papel con la velocidad de las formas; exploraron las posibilidades de una sinestesia imposible redactando textos para ser vistos o ritmos musicales para ser contemplados; desgajaron al objeto del espacio haciéndolos transitar dinámicamente en direcciones opuestas. Marinetti y sus seguidores aplaudieron la expansión de la técnica propiciada por la segunda revolución industrial como el advenimiento de un nuevo mesías, clamaron la metalización del cuerpo humano, bombeado por un "corazón eléctrico". La juventud de hoy tiene un motor en el estómago y un aeroplano en el corazón, registraba Le Corbusier. La desaparición del objeto estético en los vórtices de la velocidad auguraba la desmaterialización del arte que acabaría por prescindir también del propio lienzo, y las figuras maquínicas sembraban el terreno para la germinación de los ciborgs contemporáneos.

Hoy pocos creen en la revolución; a menudo se esgrime la afiliación de los futuristas italianos al fascismo como prueba de la consanguinidad de lo revolucionario con lo delirante. Sin embargo, y aunque ya no es tiempo de Vanguardias, el reformismo que se presenta como panacea no es más que un entretenimiento inocuo. Aún tenemos mucho que aprender de nuestros muertos y de sus errores. Como decía Chesterton respondiendo al proverbio «según hayas hecho tu cama, así tendrás que acostarte en ella», si he hecho mal mi cama, puedo volver a hacerla.

 

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