Nunca seremos esos metales
que idearon.
Un no tener cicatrices.
Un levantar nuestros brazos,
como sables,
sabiendo que no habrá daño
ni en los abrazos.
Tan sólo el choque de las chapas.
Seguiremos superando la temperatura del acero
cuando se rocen nuestras almas de carne
por no haber sabido usurpar
la diálisis a la tecnología.
Nos desprogramaremos
al intento de programarnos.
Conjugar la mortalidad
con lo imperecedero de las piedras adyacentes.
Hacernos guardianes
de las autopistas sin hueco para respirar
del plomo de las balas en las declaraciones de la ONU
de las máquinas autodirigidas que nos aplastan
del futuro que deja
bajo la sombra de los árboles.