UNO
Enfrente,
al otro lado,
un hombre de piel pergamino. Un hombre
abanicando un diario de piedra
en el tren vertido de tiempo.
Hay una palabra en la esquina.
Las letras bailan;
erráticas permutan,
se conjugan
como si cada una de ellas fuera un verbo.
Enfrente, un hombre
cuyos ojos son planetas muertos
transita ese periódico-su piel
en el tren bajo los pasos
que también fueron muertes.
Hay una palabra
que vislumbro desde mi cadáver.
Y un sentimiento
-o quizás ojos previos a mí
reconocen
un asombro que urde nacerme.
No sé cuál es el número exacto,
pero no es el uno entre binario y binario.
Quizás sea cuatro,
o puede que sea fuego, mar o viento...
La santa cruz
gira gamándose en torno a su muerte
volviendo a dar mil razones
al mar, al viento, al fuego
o al corazón de las cabezas.
Me instalo en una suerte de matriz cálida,
oscura como el universo
de una gigántica letra que palpita,
una letra que tiembla y se esconde
en la raíz más honda del miedo,
que gravita el centro sólo en torno a su centro y que crece
latido a latido sin tiempo crece y se esconde
en la guarida silencio de pronto.
Y grita.
En toda la dimensión de la luz que se abre
grita
que he nacido de nuevo.
Mis pulmones se hinchan de aire
y siento el pulso del corazón y de los pasos.
En seguida, reanudo de nuevo la pira
que arde a merced del mar y del viento.
DOS
Recuerdo
que me acuerdo
imaginando
el imperio de tu boca
Amor gerundio
Ya
Aquí
Momento
Deseo amor y puente todo en uno en labio-espiga que demuestra
que no existe la muerte que no existe
la muerte
que no
existe
la muerte
(y no te abalances más sobre los coches)
TRES
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