A veces silencioso, en ruido a veces,
aromatizas con tu risa el mundo.
Heraldo fiel de un placer infacundo
que en el trono de mármol enardeces.
En momentos dispares apareces,
soberano del antro más profundo.
Sí, yo te alabo, pedo inverecundo,
perpetuo emperador de orines y heces.
Conquistas sin piedad fosas nasales
y entonas de marfil bellas tonadas
en tiempo y tesitura desiguales.
¡Eterno dios! Visitas mis moradas,
las revistes de aromas celestiales
y me haces compañía en las cagadas.