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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Editorial: Dos caras de una misma moneda

Hemos querido enmarcar este cuarto número de nuestra gaceta dentro de un tema tan cotidiano como imperecedero. La lucha entre el bien y el mal -lo bonito y lo feo, lo útil y lo dulce, lo entretenido y lo eficaz- ha sido un elemento constante a lo largo de la dilatada historia de occidente. Y no sólo en el ámbito de lo artístico, donde quizá tengamos los ejemplos más claros (el cine y la literatura, fundamentalmente por su carácter narrativo, han sido los principales escenarios donde se ha disputado esta lucha) sino más allá de él: en nuestro quehacer cotidiano.

Basta con leer o escuchar las noticias para comprobar esta afirmación: asesinatos pasionales, terrorismo, narcotráfico, prostitución, pederastia... La violencia es un elemento constante en el devenir de la humanidad y sin ella sería imposible entender la compleja condición del individuo contemporáneo. Tengamos en cuenta que el siglo XX, desde su albor hasta su ocaso, ha estado repleto de guerras, contando con escasos años de paz absoluta. No podemos entender al hombre moderno sin referirnos a la violencia.

Sin embargo, junto a este panorama desolador descubrimos que existe gente preparada para dar soluciones eficaces a los problemas que nos atañen y perjudican con tanta frecuencia. Son personas que trabajan sin descanso por que tengamos un mundo más justo y habitable.

Pero lo paradójico de todo es que esta gente tan benefactora no existiría si no hubiera malhechores, del mismo modo que sin heridas no habría medicina, sin miseria no habría dinero y sin infierno no habría cielo. Ambos se necesitan, al igual que lo hacen la tierra y la luna.

Y en todo esto, ¿cuál es el papel de la ciencia? Los hallazgos científicos siempre han oscilado entre ambos frentes. A lo largo de los 50 siglos de historia que llevamos recorridos, la ciencia se ha utilizado tanto en beneficio como en perjuicio de la humanidad. Los científicos han sido capaces de fisionar los núcleos de los átomos y por ello podemos mandar cohetes al espacio, pero también detonar bombas atómicas. La ciencia está constantemente condenada a habitar en esta dualidad, sin posibilidad alguna de escape.

Y nosotros, como universitarios y defensores del conocimiento científico, tenemos que asumir esta realidad sin miramientos. Por ello, hemos de tratar por todos los medios que las posibles aplicaciones de nuestros hallazgos estén más cerca de la luz que de la oscuridad. Porque, tengámoslo claro, no podemos olvidar que el bien y el mal son dos caras de la misma moneda, dos siameses inseparables, dos íntimos enemigos condenados a entenderse.

 

TEMPUS FUGIENS OMNIA DELET

 

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