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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Jueves, 9 de mayo de 2024

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Our daily dread

 Nada persigue tanto como lo que se lleva dentro. No hay cambio de escenario, no hay viaje posible que nos aleje de ello. No hay escapatoria - más acá de la muerte - . La huída, incluso, puede llevarnos más directamente hacia aquello de lo que queremos escapar, trágica paradoja de la que Edipo Rey es espejo en que mirarnos. De creer completamente las palabras anteriores, seríamos habitantes del infierno y no tendríamos más compañía que la de la desesperación y la tiniebla. Sería eso, pues, no el infierno que aguarda a los malvados no arrepentidos tras la muerte, sino el que aguarda al recién nacido, la vida misma como escenario del horror. Nacer como condena. Cioran, entre otros, revisitado: "La única, la verdadera mala suerte: nacer" (De l'inconvénient d'être né - Del inconveniente de haber nacido-). La vida misma sería el mal. Identificación de continente y contenido. Puede creerse o no. Pero el mal, que está dentro de la vida, ha de luchar cada día por conquistar territorio. Cierto es que lo hace incansablemente, pero eso prueba que tiene un contrincante poderoso: el bien que perseguimos, que deseamos, que describimos, que imaginamos, también el que gozamos, y el que alguna vez, incluso, hacemos. Tampoco podemos obviar algo de fundamental importancia, que es la ironía del mal convirtiéndose en bien, sirviendo al bien, como en el caso de la tragedia vista aristotélicamente como catarsis: el dolor, resultado del mal (efecto a su vez de la fragilidad del ser humano frente al destino, los dioses o sus propias pasiones, o del pecado original desde la perspectiva bíblica), purificando nuestras emociones. Mas ¿qué emoción queda purificada, o quizás sería mejor preguntar, qué paz emocional puede alcanzarse ante la víctima? La vida arroja víctimas a nuestra puerta cada día y ellas nos hacen conjugar la compasión con el miedo a convertirnos en una de ellas. Y en la literatura, ¿cómo reaccionar ante la muerte de Ophelia o ante las muertes de los seres queridos de Victor Frankenstein con las que la criatura se venga de su creador? La víctima nos pone cara a cara con el misterio del mal y, lejos de resolverlo, lo acentúa. Sin embargo, qué tranquilidad podemos llegar a sentir (de nuevo la paradoja) cuando en las violentas ficciones góticas del s. XVIII el villano es castigado, o eliminado, y los buenos, héroes y heroínas, tras muchas tribulaciones, son recompensados. El orden restablecido. ¡Ah, si fuera así la vida! dirá más de uno. Pero la vida no es así, e incluso parece tener una ¿malvada? tendencia a complicar las cosas. Y la literatura, a pesar del anterior ejemplo, también. En las aguas abisales de ambas buceó Dostoiveski y sacó a Raskólnikov. En  la vida, como en la literatura, no sólo hay víctimas y verdugos,  además hay víctimas que son, a la vez, verdugos ¿verdad, Hamlet? (ineludible Shakespeare). La lista de nombres es larga, e incluso quien no tuvo nombre, como la criatura del doctor ginebrino, también es víctima y verdugo, como lo es su irresponsable padre, fracasado creador Víctor, víctima de su, en principio, noble ambición científica. Y nosotros mismos, qué mostramos y qué escondemos ante el espejo y ante el misterio de la identidad. El dolor y el miedo, inevitables. Y la visión del abismo. Todo ello en los libros y en lo cotidiano. Sin embargo, o precísamente por eso, de manera más o menos visible el bien no deja de hacer su trabajo. Desde luego, no podemos negar sus efectos en la buena literatura, para la que, volviendo a la paradoja, el mal siempre ha sido un bien necesario.

 

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