Ir al contenido

Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

Inicio | Revistas culturales

Encaminamiento hacia un análisis del fenómeno friqui

 

Lejos de estar de más en el mundo, los accidentes son imprescindibles para la constitución de la realidad: si no sucede necesariamente todo lo que sucede -explica Aristóteles-, sino que la mayoría de las veces sólo es normal que pase lo que pasa, entonces, aunque sea excepcionalmente, también lo accidental tendrá por fuerza que poder darse. Mientras que las cosas que no pueden ser sino como son y son por eso siempre del mismo modo están blindadas contra lo accidental, aquellas otras que sólo pueden llegar a ser lo que por naturaleza son están por ello mismo (indirectamente) determinadas como cosas que pueden no llegar a serlo: si el cuerpo de un ser vivo no tiene por qué estar necesariamente sano, sino que la de la salud es sólo una posibilidad connatural a él, entonces ha de ser igualmente posible que éste enferme, sólo que tal posibilidad se cumplirá, en su caso, no por naturaleza, sino al margen de la naturaleza.

Ahora bien, el criterio que diferencia y da así consistencia a lo corriente frente a lo accidental no es el cumplimiento efectivo del desarrollo en que consiste la generación de un ser natural, sino el principio rector del desarrollo mismo, es decir, eso a lo que hemos llamado la naturaleza: si los botones del rosal que, no habiendo aún despuntado, la primavera calurosa y seca quemó fueron presa de las contingencias, no menos lo ha sido la flor adventicia que asoma vigorosa por la grieta abierta en el muro de cemento, pues no es natural la flor que llega sin más a ser lo que la naturaleza había dispuesto que fuera, sino sólo la que llega a serlo efectivamente por naturaleza, y no por casualidad.

Así, pues, lo que en principio efectúa la naturaleza es la determinación de los pasos y operaciones que median el proceso en virtud del cual surge lo que la naturaleza misma había previsto; y en este sentido se dice que la naturaleza es sabia y que no hace nada en vano. Lo que sin embargo se quiere hacer aquí notar es que no es ésta omnisciente, ni puede en consecuencia conocer por anticipado las circunstancias externas bajo cuya condición se concretará su actividad, las cuales, según lo antedicho, cabe por tanto que interfieran eventualmente, impidiendo total o parcialmente la resolución de los medios de la generación, en "el camino de la naturaleza hacia la naturaleza"; por ello se dice también, y no con menos razón, que la naturaleza comete errores. Ahora bien, no pudiendo esas circunstancias externas en sí mismas, en principio, ser más que procesos generativos varios desarrollados en paralelo e internamente constitutivos de otros tantos seres naturales, resulta entonces que la irresolución en cuestión no puede obedecer sino a un cruce de cadenas causales diversas pero igualmente naturales. Esta escisión en el seno de la naturaleza puede describirse diciendo que no hay una sino muchas naturalezas, todas las cuales obran en lo particular con providencia pero sin común orden ni concierto; o que la naturaleza, globalmente considerada, no sabe en el fondo muy bien lo que quiere, ni sabe por ello qué hacer. Lo cual cuando menos justifica la sospecha de que, si suelen los seres naturales nacer y crecer como se esperaría, ello ha de deberse más al azar que a previsión ninguna. Queda así la oposición entre lo normal y lo raro cuestionada y a expensas de una instancia superior a la naturaleza que venga a condicionar la posibilidad de la eficacia de ésta.

Puesto que la técnica se define por llevar a cabo lo que la naturaleza es incapaz de acabar -aún seguimos a Aristóteles-, tenderíamos a bote pronto a identificar en el trabajo humano esa instancia a la que la naturaleza habría de ordenarse: ¿no son acaso sus errores meros restos o imperfecciones que aún hoy siguen afectando a los procesos físicos y genéticos, pero de los que el progreso de la ciencia y la tecnología algún día habrá de librarnos? Recordemos no obstante que los accidentes, cuya propia posibilidad viene exigida por la de lo normal y corriente, están siempre lejos de ser "meros restos": si la medicina puede curar y hasta erradicar enfermedades, lo que en todo caso no puede es erradicar la posibilidad misma de la enfermedad. Como una traición a la obra de Browning puede pues considerarse el pronóstico, efectista y lapidario, incluido en el prólogo sobreañadido a "Freaks" (filme en el que si algo se deja palpar es justamente el carácter esencial y no meramente provisional en el mundo de la dificultad que una mirada limpia afronta cuando pretende reconocer la linde que separa a los monstruos de las bellísimas personas): "Never again will such a story be filmed, as modern science and teratology is rapidly eliminating such blunders of nature from the world".

Su empeño en terminar lo que la naturaleza empezó, sin cuestionar en absoluto sus propósitos, torna a la técnica a su vez incapaz de suturar la escisión que afecta a la generación, la cual escisión no puede entonces sino venir a reproducirse en el seno de la producción. Y así lo pudo sentir Lynch y dejar sentir en su "The Elephant Man", donde las secuencias que narran las vicisitudes de la vida de un hombre con, entre otras malformaciones (de las que no por azar los órganos genitales se han salvado), el brazo derecho hipertrofiado y el cráneo abultado, se entrecruzan sutilmente con escenas de obreros victorianos que, empujando y tirando maquinal y repetitivamente del mango de pesados émbolos, hacen de ese modo funcionar las mismas máquinas industriales cuyos berridos están a punto de hacer explotar sus nubladas testas. Así como no hay una sola naturaleza, así tampoco hay una sola sino muchas técnicas, susceptibles de entrar todas ellas en feroz competencia y representables en conjunto como un elefante salvaje que hubiera derribado ("if you take my meaning...") a la naturaleza haciéndola madre de un nuevo ser: el proletario, que, acorralado en las letrinas del Imperio, recuerda a voz en grito a quien de él dispone (y sobre él decide) como medio de producción que, si no es él un hombre como se debe, en todo caso tampoco es un "mero resto" de la naturaleza ("I am not an elephant! I am not an animal! I am a human being! I'm... a man...!").

Nótese, en fin, que la escisión que fundamenta la sospecha de que acaso no sean Natura y Cultura las Instituciones de la Normalidad que ellas pretenden se localiza en la ruptura entre sus medios y sus fines. Esto significa que la delimitación de lo normal frente a lo accidental sólo podría acometerla un principio rector que decidiera directamente en torno a fines, esto es, tal que se resolviera en actividades sin un fin aparte de sí mismas y cuyo cumplimiento, por lo tanto, no exigiera medio alguno aparte de la actividad misma: una actividad tal sería propiamente una acción, y en ella quedaría abolida tanto la posibilidad de la contingencia como la condición de la normalidad.

A mí ya no me queda espacio. Dejo, pues, en manos del lector la ahora quizá más fácil tarea de razonar: 1) que la pura identificación de la acción con la vacación y el ocio convertiría de nuevo a aquélla en un apósito ineficazmente aplicado sobre la brecha de la producción, pues a quien se divierte, esto es, a quien cree que por fin hace lo que quiere, no le está todavía dado, como no sea por casualidad, querer (por fin) lo que hace; 2) que, en consecuencia, el ¿hombre? de 30 años que, disfrazado de Spiderman, le lanza telas de araña imaginarias a otro vestido de Batman no puede arrogarse en exclusiva la pretensión de ser un pedazo de friqui, porque, aunque sean muchos más, también son unos raros en general los que se recrean como Dios manda (friéndose la piel en la playa, embotándose los sentidos en la discoteca, bostezando a hurtadillas en el Louvre, dándole tormento al cuerpo en el gimnasio...); y 3) que, de emprender la tarea que aquí se le propone, vendría el lector a desplegar precisamente la sola acción que podría erigirse en término efectivo de cancelación de todas las generaciones, producciones y demás acciones, a saber, aquella a la que Aristóteles llama teoría.

 

Comentarios - 0

No hay comentarios aun.


Universidad Complutense de Madrid - Ciudad Universitaria - 28040 Madrid - Tel. +34 914520400
[Información - Sugerencias]