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Viernes, 10 de mayo de 2024

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Scorsese: cine entre gangsters y curas

 

"Me crié entre gángsters y curas. Por eso yo, como cineasta, soy en cierta manera esas dos cosas: gángster y cura." Esta frase, pronunciada por Martin Scorsese durante una entrevista, resume a la perfección las características de su arte. Dentro de la lucha entre el bien y el mal, tema en el que hemos querido enmarcar este número de MeΦisto, el cine del realizador neoyorquino destaca por sus particulares connotaciones.

Alguien dijo una vez (creo que fue un crítico de cine): "Scorsese hace películas sobre gente que no nos gustaría que fuese amiga nuestra" Esto es cierto hasta el extremo. A mí no me gustaría comer con Frank Costello, ni salir de copas con Amsterdam Vallon, ni soplar las velas de mi cumpleaños junto a Travis Bickle. Son todos personajes desagradables, demónicos hasta la médula, condenados al Reino de las Sombras ya desde el primer fotograma y que suscitan una maldad que está muy lejos de la que suelen combatir los elfos o los jedi. Es una perfidia de andar por casa, cercana a nosotros, cotidiana como la que más. De ahí su sugerente atracción.

Es esa maldad de la que hacen gala Jimmy, Henry y Tommy cuando dan de hostias en un bar a un antiguo rival suyo, lo encierran en el maletero del coche y se van a cenar tranquilamente a casa de la madre del último. Y mientras ellos, entre risas y besuqueos a la buena señora, se ponen hasta el culo de manjares caseros, un cuerpo se desangra dentro de un Buik del 65. Definitivamente, no me gustaría ser su amigo.

Sin embargo, esta vileza encierra, paradójicamente, las semillas del bien, porque sirve de purga para su ejecutante. Pongamos como ejemplo a Jake Lamotta, el Toro del Brox; un individuo maleducado y prepotente a más no poder, maltratador, celoso y violento. El mayor hijo de puta de Nueva York. Sólo tras su brutal combate contra "Sugar" Ray Robinson, en el que saldrá derrotado y desangrado, logrará cambiar su actitud. Ese ring será su Gólgota particular y los puños de su rival los clavos que atraviesen su carne. Entonces se dará cuenta de sus errores pasados y del daño que hizo a la gente que lo quería, como su mujer y su hermano, quienes hacía ya tiempo que le habían abandonado.

Porque la principal característica de la violencia del realizador neoyorquino, la que la hace distinta a la del resto de cineastas es que, con ella, los personajes son redimidos de todos los actos abyectos que han realizado en su vida. La salvación surge a partir del dolor, de la masacre más descarnada, al igual que Cristo acabó con el mal del mundo desde la sangría de su cruz. Qué ciertas las palabras que un deformado Lamotta dirigía a su rival tras el último asalto: "¡Eh, Ray! Yo no me he caído, Ray. ¡No me has derribado, Ray!". Jake no había caído. Había vuelto a nacer.

Y lo mismo ocurre con Travis Bickle, ese solitario taxista rodeado de multitudes. Sólo con el valor catártico de la violencia es capaz de solucionar la miseria que nutre al mundo y a él mismo. "Algún día llegará una verdadera lluvia que limpiará las calles de esta escoria", dice en un momento de Taxi Driver. Se refería, lógicamente, a una lluvia de gotas de sangre que desencadenará él mismo, erigiéndose de este modo en Mesías al lograr rescatar a la putita Iris del mundo de perversión en el que estaba sumida.

Así son los personajes que habitan las películas del genio de Queens: ambiguos, tornasolados, claroscuros. Blancos y negros. Ángeles y demonios. Gangsters y curas. El cineasta canadiense Paul Haggis confesó en una ocasión: "Yo soy el héroe y el villano de mi vida". De los personajes de Scorsese podemos decir lo mismo. No en vano, un Judas Iscariote con el rostro de Harvey Keitel se dirige con estas palabras a un Cristo recién caído en su última tentación: "Y yo, que te amaba tanto, tuve que traicionarte." Gángsters y curas. De nuevo gángsters y curas. Al igual que todos nosotros.

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