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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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El pequeño Freud ante el espejo

Me pregunto cuántas veces se cuestionaría Sigmund Freud la serie de atrocidades que llegó a decir sobre criaturas que trató con tanta dureza y crueldad como tratara al pequeño que él mismo fue en su día.

Estuve siempre en contra de las ideas de Sigmund Freud, que me parecen paparruchas, tal vez porque soy mujer y no deseo practicar el sexo con mi padre ni tener un pene.

Sin embargo, ahora compadezco a Freud. El problema de Freud es que conocía la verdad y le parecía demasiado desagradable y demasiado obscena como para denunciarla. Denunciar a los padres maltratadores le parecía más criminal que amoratar el autoestima de los niños, abusar sexualmente de ellos e imbuirles cierta idea de provocación insana inherente a su naturaleza. Hacerles creer que deseaban ser tocados, ser convertidos en objeto de perversión. Que haber sido agredidos constituye un aprendizaje significativo y que en el futuro comprenderán que es por su bien y perpetuarán esta cultura de la disciplina de las convenciones vacuas.

Sostengo que Freud conocía la verdad porque en su correspondencia con su amigo Wilhem Fliess hablaba de los malos tratos de su padre como la causa de la histeria de su hermano entre otras cosas. Su amigo por esta época le disuadió de publicar estos descubrimientos (Alice  Miller El Saber Proscrito). Unos años más adelante, el hijo de su mejor amigo, Robert Fliess hizo públicos los abusos sexuales de los que era víctima por parte de su padre, exactamente en las mismas fechas en las que el sentimiento de culpabilidad incitó a Wilhem a privar a Freud de lo que habría sido el gran hallazgo de la historia y el camino hacia la verdad: la culpa es de quien hace daño.

Estoy convencida de que en multitud de ocasiones Freud sintió ira, dolor, frustración, vacío...

Y se preguntaba ¿Por qué? Y entones diseñó el psicoanálisis, ese método pedagógico basado en el autoengaño donde se reproduce la jerarquía de la familia: el paciente es el niño que no sabe cómo sentir, y explica sus ideas asociadas, el psicoanalista es como el padre en un plano superior y le explica lo que debe y cómo debe sentir y cuando aparecen los sentimientos se interpretan, y cuando aparecen los traumas y los maltratadores que les hicieron daño se les deifica y se les desea como a iconos de la industria pornográfica. ¿A quién tratan de engañar?

Los padres no lo hacen bien. Y no lo hacen bien porque a ellos tampoco les trataron bien. Y no, no estuvo nada bien, y que ellos pudiesen aguantarlo y que soportasen además la escasez, el hambre y la guerra, no quita para que los castigos físicos y psicológicos sean menos crueles para los niños. Esto no aboga por la permisividad extrema. Aboga por la denuncia abierta del auténtico maltrato y abuso sexual en menores, porque esas prácticas nos imposibilitan el sentir emociones cuando somos adultos, dado que aprendemos a evadirnos y a desconectar con nuestro propio cuerpo.

Sólo alguien que ha sido criado en un ambiente sano, de amor, respeto y confianza o haya tenido la oportunidad, en un ambiente hostil, de comprobar que hay más alternativas, se escandalizaría ante la violencia ejercida ante otro ser vivo, por ejemplo, ante una corrida de toros.      

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