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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Eidética de la afectividad

 

Al Profesor García Norro

El mismo día en que apareció mi Sobre la forma pura de las afecciones (Mephisto, Vol. III, 2008, p.11), recibí la objeción de que ideal en realidad no se oponía a puro, sino que más bien se identificaba con ello, y que, por tanto, si mi intención era llevar a cabo una exploración moral en lugar de una ontológica o epistemológica, simplemente tenía que haberlo explicitado desde el principio con el fin de no dar lugar a confusiones ulteriores. Lo que yo deseaba en ese escrito, sin embargo, era nada más que mostrar que la forma genuina de la afección no es la de las propiedades sensibles o abstractas, sino más bien la del "sentimiento". Pero esto, naturalmente, requiere que me explique con algún detalle.

 

I

 

Los filósofos emplean habitualmente términos, tales como "ser", "existir", "real", "mental", "particular", "universal", "universo físico", "mundo", "estado de cosas", "proposición", "juicio", "coordinación espacio-temporal", "narración", "hombre", "conciencia", "cuerpo", "facultad de sentir", "corazón", "impresión sensible", "sentimiento", "corazón", etc. Desde luego, sus usos no son ordinarios. Generalmente, son las respuestas a la pregunta técnica "¿Qué hay o existe?".

Mi propósito en este escrito es dar algunos comentarios sobre en qué consiste una eidética de la afectividad. Puede parecer obvio que en esta exploración técnica, como en toda categorización, el término "eidética" se referirá a "¿qué es x?" y "sensibilidad" a un, en una terminología no muy afortunada, "valor sentimental", que pueda satisfacer esa fórmula. Desgraciadamente, sin embargo, al preguntar "en qué consiste", esa actividad cambia totalmente su sesgo, convirtiéndose de alguna manera en una meta-actividad. Normalmente, una meta-actividad tiene poca gracia en la medida de que no se ocupa nunca de responder a ninguna pregunta, sino que se preocupa más bien de plantearla continuamente, i.e., de sí misma. Pero este egoísmo natural de las meta-actividades, aun cuando a menudo resulta ser de lo más tedioso, es con frecuencia de una importancia decisiva. La razón es que puede evitarnos ser conducidos a ese punto tan usual y perfectamente expresado por el sentido común de "confundir las cuestiones". Una meta-actividad consiste en gran parte de tratar de distinguir con cierta claridad unas preguntas, de otras. Y puesto que yo afirmé que la forma genuina de las afecciones es la del sentimiento frente a la de aquellas otras cosas, mi plan, en efecto bastante tedioso, consistirá a continuación en perfilar muy resumidamente una separación de las preguntas fundamentales o a prioris genuinos de la ontología (a saber, "¿Qué hay o existe?"); la epistemología (concretamente, "¿Cuáles son las condiciones de la percepción?"); la lógica (digamos, "¿Cuáles son las reglas de inferencia?"); y la afectividad. De esta última actividad, así como también de las anteriores, existen, naturalmente, preguntas fundamentales muy diferentes. Citaré sólo una muy extendida en nuestros días: ¿Cuál es la sintaxis del sentir? A pesar de que considero que es posible aplicar un a priori lógico a los sentimientos para conocer, por ejemplo, lo que podríamos llamar, aunque no sin incurrir en una particular reducción, algunas de sus relaciones, no es, pienso, en absoluto correcto pensar que de la satisfacción de la pregunta se deba seguir que las condiciones de identidad de la respuesta son siempre y necesariamente las de las involucradas en la pregunta. Pero para aclarar un poco más este punto, permítaseme esperar a la siguiente sección.

De momento, como cabría esperar, el resultado de una exploración así no será creativo. Casi nada dirá acerca de la naturaleza de los sentimientos. Pero en este estadio propedéutico, esto realmente no tiene demasiada importancia. Aquellas cosas son más bien sus consecuencias, que, por mor de la extensión, dejaré para otra ocasión. El atractivo principal de la pregunta fundamental de una eidética de la afectividad es su invitación a la libertad o más concretamente, a la libertad de expresión, de sentir; en otras palabras, de respuesta. Esta libertad, sostendré, depende en este nivel de un cierto entrenamiento o sofisticación de nuestras preguntas respecto de lo que, independientemente de toda aplicación de una pregunta posible, se puede llegar a preguntar propiamente sobre los sentimientos.

 

II

 

¿Qué sentiste cuando te acarició? ¿De qué modo le sentiste? es un ejemplo de sofisticación. Yo no puedo entender a alguien que responda a la primera pregunta "una impresión sensible" o a la segunda, "como objeto de un acto de sentir". Ahora bien, tenemos que darnos cuenta que esto no es una pérdida de la sofisticación, sino más bien un ejemplo de lo que, como dije antes, el sentido común llama "confundir las cuestiones". Como es natural, los especialistas nos pedirán explicaciones de porqué asumimos que han malentendido las preguntas. Y este hecho puede ser que nos intimide. La intimidación en malentendidos como estos toma a menudo el nombre de "reducción". Confundir dos respuestas, defenderé, es una consecuencia de no haber distinguido dos clases de preguntas específicamente diferentes y, por tanto, no haber advertido una reducción. Sin embargo, tenemos que ser conscientes de que las respuestas a nuestras preguntas pueden, y de hecho lo hacen, pertenecer a clases ontológicas, epistemológicas y lógicas. El hecho de que los sentimientos existan, sean mentales, o el hombre como individuo sea un todo mereológico, etc., sólo puede provocarnos un poco de confusión al comienzo de nuestras investigaciones. Lo que verdaderamente está en juego es lo que he llamado "reducción", a saber, no distinguir las condiciones de identidad de la afectividad, de sus posibles y familiares categorizaciones ontológicas, epistemológicas o lógicas.

 

III

 

Si tenemos la convicción de que "vivir" es algo diferente de ser un "esto"; de que un "sentimiento" no es una "impresión sensible"; de que la ocurrencia del sentir no es una "coordinación espacio-temporal", sino que es más bien un "flujo discursivo" muy distinto; de que un "verso" no tiene nada que ver con un "juicio o proposición"; o también, de que esta enumeración de elementos no implica poder enlistar su sintaxis, bastará con replicar amablemente a los técnicos de la otra cara del género, y cuyas respuestas se intercalan con las nuestras: "de acuerdo, ambos tenemos que sofisticar nuestras preguntas".

 Eliminar la equivocidad de la pregunta fundamental de una actividad técnica implica distinguir su a priori genuino y, por tanto, reconstruir un ámbito, de nuevo en una terminología no demasiado afortunada, de valores en que resulta adecuado ya plantear preguntas, tales como "¿qué es x?" -una pregunta, pienso, neutral con respecto a cualquier a priori, ya que implica, no de ante mano que los eide afectivos, por poner un ejemplo, deban ser intensiones, propiedades o conceptos (lo cual sería, naturalmente, una reducción a favor de la ontología o de la lógica), sino sólo poder llegar a saber, y no, me inclino a pensar, en relación con ningún modo determinado de saber, qué son esos afectos sentidos, que nos empujan con toda naturalidad en algunos anocheres como este, aun cuando no siempre ni necesariamente, a levantarnos a la mano a nosotros mismos e interpelar a nuestro corazón.

 

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