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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Tres microrelatos

 ALGUIEN EN MI CASA

Cada vez que vuelvo a casa y abro la puerta, sale alguien que no conozco y que vive conmigo en algún lugar entre la espuma y el sueño. Ese desconocido sin nombre, este hombre sin rostro, este rostro hueco como los ojos de la muerte sabe quién soy y de dónde vengo. Tal vez sea yo, ese otro yo condenado al reino de la sombra, atado por cadenas eternas a la existencia de la ausencia. Y quizá también diga de mí, en otro lugar que no conozco, lo que aquí digo de él. Quizá esté escribiendo, del otro lado del espejo, con signos indescifrables para mis ojos, estas mismas palabras. Pero no importa. El caso es que hoy, casi le pillo sentado en mi sillón favorito, viendo mi programa favorito, con nada menos que mis pantuflas favoritas. Este inquilino cómplice, ese ángel agazapado en mi sombra siempre se olvida de cerrar el frigorífico. Claro está porque como yo, no tolera el claustro. Ni para las bebidas. O quizá porque después de todo es una puerta que invita a entrar. Y sinceramente, siempre se lo he perdonado. Pero ahora que se ha enamorado de Amalia, la única mujer que amo,  con todas las aes de su nombre, empiezo a no aguantar el calorcillo de sus recientes pies en mis pantuflas.

EL DESCUBRIMIENTO DE MI NOMBRE

Como quien amanece por primera vez tras una vigilia que no es más que un largo sueño, hoy he descubierto mi nombre, es decir el reflejo oral de mi alma, el que soy y que era antes. Me he sentado en la cama y lo he pronunciado despacito en la espumosa sombra del amanecer expirando el aire nocturno de los sueños. He silabeado apenas en un principio, temeroso como quien abre por primera vez la puerta de un sótano sagrado. Lo he vuelto a decir, una y otra vez y luego otra y veinte veces. A partir de la cuarta, ya sonaba igual que las encantaciones  de Merlín. Sonaba como palabra nueva, desconocida, como si mi voz no fuese mía, o como si aquellos sonidos no tuvieran ningún sentido. Y he pensado: ¡Qué disparate llamarme así! ¿No se le hubiera ocurrido a mamá asociar otros sonidos? ¿Por qué no leyó el nombre que repercutían mis primeros gritos  o los cristales de aquella sala ritual? ¿Por qué no supo que yo era yo y no aquél que vendría más tarde y que me robó el nombre que tenía que tener? Y le miro dormir, ese hermanito impostor ¿Quién sabe? Tal vez esté soñando que se llama yo.

EN LA BIBLIOTECA

La biblioteca era como todas las bibliotecas de la tierra. Aburrida, llena de gente con gafas solemnes, respetablemente inclinados sobre los escritorios, metidas sus pupilas hasta los recónditos abismos de las páginas. El olor pálido de las hojas de papel estaba filtrando de aquellos organismos vivos entre sus manos como  extraños panes nuestros de cada día recién salidos del horno.  Incluso vi a algunos temerarios que acariciaban filosóficamente el lomo de unos gruesos tomos (por supuesto de algún escritor alemán, no vaya usted a creer otra cosa, o en el peor de los casos de algún marxista ruso). En fin, ya habrá comprendido el lector que ni cabía el menor zumbido de mosca. Pero he aquí que de pronto entra un usuario con un ipod de auriculares blancos en los oídos y enseguida el cacharro se rebela contra su dueño y contra todo entendimiento humanamente concebible. Los auriculares, monstruosamente, emiten decibelios de amplificadores de music-hall y el volumen parece que alcanza las extremidades de la tierra. El pobre se ruborizó, azuleó, palideció, ennegreció. No quedaba el menor espacio en todo el sagrado recinto sin los bum! bum! bum! del buen cacharro. El joven intentaba apagarlo ¡En vano! Lo rompió, lo pateó, lo pisó, lo estrelló contra augustos tomos de Sénéca. ¡Nada! Llegaron los bomberos. ¡Nada! La undécima flota. ¡Nada! Por fin, comprende que la única salida posible es justamente la salida de esa biblioteca alborotada. Pero ya le rodea una marea humana armada de bolígrafos como bayonetas, de tomos como piedras de lapidación, y sobre todo de gafas. Esas eternas gafas que crecen como protuberancias en las pupilas de los que fruncen el ceño.

 

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