Francisco de Fientosa vivió en Madrid parte de los últimos años de su vida. Estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, su nombre aparece grabado en la entrada de este edificio bajo una inscripción latina que llama la atención del caminante sobre quienes "dieron de grado su vida por la patria y por la fe".
Francisco de Fientosa (Francisco Vega Ceide, Castro de Rei-Lugo, 1912 - Madrid, 1936), profesor, poeta y narrador asesinado a los 24 años. Discípulo literario de Lorca -a quien siguió incluso en su trágica experiencia vital- y compañero de poetas y pintores vanguardistas en la 2ª República, representa a los mártires gallegos de la generación de la guerra y es uno de los autores más prolíficos y prometedores de su época, dejando publicados los poemarios Triángulo isósceles(1934) y El alba del quechemarín (1935) e inédito El trébol de las cuatro hojas, así como numerosos relatos breves, cuentos y poemas de temática variada e inspiración principalmente galaica. Su obra completa ha salido a la luz bajo el título Á primeira luzada (2002). Reputado como un escritor de estilo elegante y personal, en los años treinta era definido como un joven poeta de gran sensibilidad, extraordinaria cultura y raras sinceridades. Primo del poeta, sacerdote y latinista gallego Crecente Vega, la propaganda del Régimen atribuyó su muerte a las "hordas marxistas".
R. POLÍN
Preludio en menor
(De ‘El alba del quechemarín', 1935)
¿Qué música te diría
aquí, en el umbral, que no
rompiese tu melodía?
Si tú tienes tu canción
¿para qué quieres la mía?
Tu canción dice el trigal
y la amapola sangrienta,
el vuelo que dio el pardal
y la "juventud de menta"...
¡Ay, la siesta en el trigal
sin que nadie se dé cuenta!
Tu canción dice los pechos
bajo el corpiño caliente,
y los cabellos deshechos,
y el silencio que no miente...
¡Olvidemos la tristeza
de las manos en la frente!
Y aquí está el mar ¡ay, el mar!
y el quechemarín dormido
que tiene que madrugar...
¡Silencio, mar, no hagas ruído!
Déjalo dormir, sirena,
que ha de navegar temprano,
y está la noche serena,
y hay un acordeón lejano...
Si tienes tu melodía,
-tu melodía y tu rosa-
di, Francisco de Fientosa,
para qué quieres la mía.
Agua-fuerte
(De ‘El trébol de las cuatro hojas', inédito)
Ama el cálido beso de las olas caribes;
su nombre es como un vaho de leyenda olorosa;
y sus ojos azules son como dos aljibes
llenos de agua de mar fina y voluptuosa.
Fue capitán de barco; y en un raro viaje,
le encantó una serpiente -fina piel de ataujía-,
y desde entonces luce un bárbaro tatuaje,
bordado en sus espaldas al sol del mediodía.
Una noche, en un puerto de los mares del Sur,
arrió en un corazón la vela de un puñal;
y otra noche, sin ritas, yendo hacia Singapur,
naufragó entre los senos de una daifa triunfal.
El agua y la resaca le mordieron la piel;
y sufrió dos naufragios bajo la luna llena;
y en el fondo abisal gozó el encanto y el
amor de una Anphitetris, ebria de sal morena.
Hoy vencido marino -¡qué naufragios de ron!-
me sugiere la imagen de un nacío encallado;
su cachimba recuerda un negro botalón,
y su blusa marina, un foque desplegado.
Poema
(De ‘Triángulo isósceles', 1934)
¡Oh, las charcas estridentes
de ranas enamoradas,
con estiletes de luna
rasgando la piel del agua!
¡Oh, sus ojos fatídicos!
¡Oh, sus fauces de plata!
Cruzando de noche el monte
salióme al paso una charca.
Folías a mi lugar
(De ‘El trébol de las cuatro hojas', inédito)
Tierra de Castro de Rey
a un lado y a otro el Miño
tan verde y envenenada
de mordedura de río.
Por tus caminos en sombra
los niños guían sus vacas,
el mirlo y la codorniz
dicen su misa cantada.
Tus prados -atlas rurales-
me explican tu geografía,
alta de puentes romanos
y maizales con ojivas.
La Virgen sonríe y llora
en tus cruceros de piedra;
tus molinos de agua moza
bailan un son de muiñeira.
Vas siempre de romería,
muy galana porque sí,
con ofrenda de juvencos
y collares de maíz.
Tus mujeres, en guirnalda
faenan entre los trigos
y hay un gozo de macetas
verdes en cada plantío.
Tus carros cruzan solemnes
entre el camino y la tarde
y una oración lenta sube
por sus góticos ladrales.
La casa, el ama, el cadelo
que nos salía a esperar,
y aquel pan blanco... no es nada,
pero nos hace llorar.
Jornadas inolvidables
en tiempo de sementera,
entre bueyes evangélicos
y sembradías morenas.
Tierra de Castro de Rey,
por donde anduvo mi infancia,
verdes porque Dios lo quiso
y por la gracia del agua.
Lejos o cerca de ti,
yo sigo siendo tu amigo:
¡No en vano también yo estoy
envenenado de río!