La descreída pretensión de decir algo "de verdad" o decir de verdad "algo" no es en sí misma necesariamente ineficaz, ni tiene en ningún caso por qué caer en el vacío. Pero tampoco parece que pueda contarse entre sus virtudes la de procurarle a la fuerza la salvación a uno mismo cuando lo que de uno mismo se solicita es la verdad toda y sola y juramentada. Parece, por contra, que la necesidad y la forzosidad afectan más bien a las respectivas inversas, es decir: que sólo quien habla sin convencimiento y sin la expectativa de complacer es libre (tanto de miedos como de esperanzas) para albergar aquella pretensión, y que, a su vez, quien emprende la defensa de sus propias convicciones se condena a la forja de la verosimilitud de sus opiniones mediante la sucesiva adaptación a estas mismas de una interminable retahíla de medias verdades. Estas últimas "verdades", las que se pretenden enteras y redondas pero nunca alcanzan a serlo más que en su intención, funcionan en la boca del personaje que aún tiene en la historia una posición que hacer valer. La ironía radical, la oscura paradoja y la aparente contradicción tiñen, por el contrario, el decir de aquellos contrapersonajes que, perdidos para sus causas, han abandonado ya la pretensión de colaborar en la producción y el padecimiento de las que debían ser sus propias historias. Pero también les queda a éstos el silencio cuando el relato mismo en el que se abstienen de participar les invita, les tienta, les fuerza a defenderse a sí mismos: si es un interés de primer orden para la Historia el de neutralizar a estos contrapersonajes, no menos lo es el de hacerlo presentando sus propios Ideales como los motivos internos de las muertes de aquéllos. Este carácter que condiciona el despliegue del poder, a saber, el de verse quien lo ejerce abocado a disfrazar su maldad tras los rasgos de un destino que estuviera ya escrito de antemano, lo ilustran los Evangelios con un gesto de brutal elocuencia y descaro: lo que Pilato hacía al lavarse las manos no era más que diluir la culpa y distribuirla, dando así expresión, a pesar de sí mismo, a la razón según la cual el poder de condenar o liberar en verdad no residía en sus manos, sino que estaba siendo vertido y difundido desde mucho más arriba (y hasta mucho más abajo). Pocas veces ha hecho la Historia tan patéticos esfuerzos por disolver el advenimiento de un contrapersonaje entre los sucesos que sí encajan en su trama; partiéndose para reiniciarse, fingiendo un borrón y cuenta nueva, haciendo como si el tiempo pudiera en algún punto empezar a ser lo que es, aquélla nos ha dejado aquí también el ejemplo más plástico del mecanismo básico de su progreso: la sutura en falso.