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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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A propósito de Fausto

 

La figura de Fausto es inquietante por muchos motivos. Quizá uno de los más evidentes es el que aparece al considerar que Fausto es un pensador frustrado por haber consagrado su vida al estudio. Su frustración nace cuando comprueba que sus estudios de filosofía, medicina, jurisprudencia y teología no lo acercaron a la verdad. Esta decepción tiene dos consecuencias visibles. Por una parte, Fausto evalúa su propia vida de forma crítica: mientras agotaba sus fuerzas persiguiendo la huidiza verdad, olvidó que tenía una vida que vivir. Malgastó su vida. Por otra parte, su desconfianza respecto de las posibilidades del conocimiento lo mueve a considerar los atajos por los que pudiera llegar a la verdad sin las molestias del estudio y del esfuerzo. Decide emplear su talento en el cultivo de la magia. La formulación de todo pensamiento que aspire a convencer ha de ser, necesariamente, paradójica. En el planteamiento de este personaje, no es culpable su inteligencia, los propios estudios son culpables. Para él, el pensamiento de su vida también es una carga muy pesada.

Desde un punto de vista clínico, el diagnóstico de Fausto no parece difícil. Desde el punto de vista de la historia literaria, Goethe propone a sus lectores la paradoja que hace de una vida consagrada al estudio (algo que incluye el propio acto de leer la obra de Goethe o el de leer estas palabras, por ejemplo) una vida desperdiciada. Se invierte así un principio que para el espíritu griego era un axioma: que el pensamiento y la ciencia tienen un valor que se halla muy por encima de la vida individual. Cuando en la República de Platón se interpela a Sófocles sobre su vida sexual, «¿Eres capaz aún de acostarte con una mujer?», la respuesta del dramaturgo no deja lugar a dudas: «Cuida tu lenguaje, hombre; me he liberado de ello tan agradablemente como si me hubiera liberado de un amo loco y salvaje».

En tiempos más recientes, el valor de la vida acaso no sea siempre considerado de forma positiva. De la exasperación de la vida surge un pesimismo que Freud, quien atribuía intenciones, como se sabe, a los actos menos voluntarios, caracteriza como suicida: «Quizás habría que declarar narcisistas, en este mismo sentido, a las células de los neoplasmas malignos que destruyen el organismo».

Desde el Romanticismo ha sido común pensar que entre la vida del estudio y la vida propiamente se abría una brecha que no podía suturarse con facilidad. Hay quien, a diferencia de Goethe, no elige la magia ni la nostalgia de la juventud. Wordsworth, por ejemplo, opina que puede combinarse la fruición de la vida con una sabiduría, diferente de la sabiduría humana, una «sabia pasividad», que educará a los seres humanos con tal de que permitan éstos que la naturaleza sea su profesor.

 

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