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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Mi primera comunión

 

Ha caído en mis manos recientemente un cuaderno comercial de unos grandes almacenes dedicado en exclusiva al sacramento de la comunión.  No sé si es que vivo un tanto alejado del mundillo comercial en general o si esto de los folletos para la comunión es algo relativamente normal en el país, pero he de reconocer que ha llamado poderosamente mi atención por lo que ahora paso a decir.

El prospecto en cuestión empieza con fotos de unas niñas vestidas con el ya clásico traje blanco de primera comunión, a las que siguen unos niños ataviados con los también clásicos trajes de marinerito o almirante de marina, según las preferencias proletarias o aristocráticas de las familias.  Las fotos están muy bien, pero no es eso lo que aquí me traía, sino una repentina sensación de extrañeza que me invadió cuando estaba imbuido en la publicación, a saber: ¿por qué vestían así los papás a los niños para recibir al Señor en su seno?

Me lo he estado preguntando bastante a menudo todos estos días y creo que no he hallado la respuesta, pero por el camino he descubierto ciertas cosillas.  La primera es que estos trajes con que se viste a los niños son fácilmente analogables (perdóneseme el solecismo) a los que de mayores se pondrán muchos de ellos para sus bodas respectivas: en efecto, el traje de novia y el de niña de Primera Comunión son difícilmente distinguibles si no fuera por la talla, aunque los de niños presentan el problema de la inspiración marinera, que no suele hallarse en las bodas.  Sin embargo, el prospecto nos da una posible solución para este inconveniente, ya que detrás de los marineros y los almirantes viene una serie de niños vestidos en lo que podría ser un modelo de "ejecutivo-agresivo" que se parece bastante más al del bodorrio.  Así que da lo mismo si con un poco más de disimulo los llamamos y los vestimos de princesitas y marineritos o con menos los decimos novios y novias, pero sí parece que podría pensarse que estos ropajes de los infantes hacen del sacramento (al menos de puertas hacia afuera y lejos de la explicación religiosa pertinente) un rito de iniciación que acaba de cumplirse en el otro y fundamental de la boda, en el que ya niños y niñas creciditos se agrupan en parejas normalmente heterosexuales.

No tengo aquí más espacio para seguir comparando y hablar más en concreto del papel protagonista de las niñas en el catálogo, ni de las formas y colores (¡y hasta las poses!) que hacen fácil su identificación como un catálogo de novias al uso, pero tampoco creo que haga falta y el agudo lector sabrá seguir solo este camino si alguna de estas revistas comerciales caen por azar entre sus manos o si los deberes familiares le llevan a alguna de estas ceremonias.  Con este breve artículo yo sólo quería dar cuenta de mi asombro.

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