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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Lenguas que se secan

 

"absolutamente irrebatible desde un punto de vista lingüístico" (César Vidal, 7/11/2007)

 

Consta que hay en el mundo más de 6.000 lenguas, que guardan entre sí diferentes grados de divergencia y con desigual número de hablantes: hacia un 4% son habladas por el 96% de la población mundial. Se estima que en 100 años habrá desaparecido la mitad de ellas.

Lo que a unos parece tragedia, a otros no tanto, pues, como puede lícitamente inferirse, por mucha nivelación lingüística que se produzca a lo largo y ancho del globo, al cabo del tiempo siempre resulta diversidad y variedad: el inglés, impuesto o adoptado en muchas partes del mundo, se ha desarrollado diversamente según las zonas, y, a menos que se impida artificialmente, cabe pensar que cada variedad seguirá su propio cauce, hasta no guardar más que una remota semejanza con alguna de las variedades que les dio origen.

El problema es que, bien mirado, con ello retrocedemos, pues, teniendo a nuestra disposición un todavía rico panorama lingüístico, fundamental para nuestras investigaciones, y (lo más importante) bello por lo que cada lengua es en sí misma y por lo que ha podido y puede servir para producir en ella, renunciamos a él por un futuro en que se haya reistalado una diversificación lingüística natural parecida.

Significa retroceder, porque, por un desequilibrio ‘occidental', se está perdiendo cantidad de lenguas que se han desenvuelto y sobrevivido desde los albores de la humanidad hasta el día de hoy, presentando cada úna rasgos únicos y modos peculiares de salvar los ostáculos naturales que a la mente humana se le han plantado: perdemos las formas únicas que a esta herramienta plástica le han sido dadas. Se pierde, a fin de cuentas, diversidad ecológica, diversidad de entes adaptados a su medio.

Lo trágico es que, a más de los valores objetivos que cada lengua reúne en sí por el solo hecho de serlo, los hombres perdemos otros modos de expresión en aras de un malentendido entendimiento entre pueblos y razas. Apoyando este ‘ideal' se han expresado, con puñados de prejuicios y no pocos desatinos lingüísticos, estudiosos patrios como Gregorio Salvador y, a día de hoy en nuestro país, (trocando los susodichos prejuicios en meras barbaridades contra-ciencia) locutores de radio como César Vidal, cuyo desbarre del 7 de noviembre de 2007 acerca del euskera es notable, ya no sólo como prueba inequívoca de su ofuscante ideología, sino como muestra de los prejuicios heredados y pseudo-argumentos que el común de la gente esgrime en contra de tal o cual lengua, (¿casi?) siempre ajena.

A esta tragedia mundial contribuye el orden social que viene imponiéndose por todo el planeta, que no va a mejorar nada las cosas, plegándose a y favoreciendo todo lo que el Capital vaya dictando; orden social, por otro lado, que, evidentemente, no ordena la realidad, sino que se empeña en ocultar el desorden natural y resolver el problema (que es para Él un problema) de lo diferente aplastándolo. Así no podemos albergar demasiadas esperanzas, salvo catástrofe, de que la cosa vaya a cambiar.

Al lingüista, pués, le estaría reservado un puesto honorable en la preservación de la diversidad ecológica humana semejante al que numerosos biólogos ejercen en la conservación de especies, aunque con destino parecido: mientras que al biólogo, por preservar aquello que estudia, no le queda más remedio que guardar los seres vivos en jaulas y reservas, así el lingüista no parece tener otra alternativa que compilar el mayor número de textos posibles y elaborar la gramática de la(s) lengua(s) que haya estudiado, para que al final queden expuestas en las vitrinas del museo de la Lingüística como reliquia de antaño. A lo más, puede participar en desesperanzadores programas socio-culturales que algunos gobiernos ponen en marcha para sacudirse de encima el remordimiento de conciencia por descuidarse de una parte de sus ciudadanos poco o nada representados en sus istituciones.

Si nos resignamos a perder este patrimonio, sería lícito confiar en que las universidades se adelantaran como istituciones ejemplares, o, menos ingenuamente, sus estudiosos. Esto ha sido así desde hace un tiempo ya, y unas cuantas voces se han alzado en este sentido, pero hace falta mayor compromiso y visión realista de la Universidad. Si bien hay quien estudie esas lenguas próximas a su extinción, no se estimula gran cosa su investigación, como revelan los muy pocos estudios y tesis dedicadas a estas lenguas minoritarias, y el menor aún interés general que suscitan, si se compara con la tradición de estudios lingüísticos sobre el inglés, alemán, francés, español y demás. Algunas de tales lenguas, aparentemente (p.e., el dyirbal), sí se hacen con un lugar, aunque sea medio-anecdótico; pero no nos engañemos: lo que se cita de ellas es lo de siempre, traído de los estudiosos pioneros, repetido hasta la saciedad.

Y de lo aquí dicho se vislumbra la relación de las lenguas con las sociedades a las que sirven. Espero que sobre ello, o algo parecido, algo pueda decir en alguna ocasión venidera. De momento dejo al lector que considere estas reflexiones.

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