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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Sobre la forma pura de las afecciones

 

Desde nuestro nacimiento, pasando por nuestra época de infantes y de adolescentes, hasta el tiempo en que adquirimos responsabilidades y nos acercamos a esa cara cada vez más cercana del horizonte del tiempo, que llamamos comúnmente vejez, tenemos diversas experiencias. Algunas de ellas son "ser hijo", "ser madre", "ser padre", "ser hermano", "ser amigo", "ser amante" o "ser amado" y, por su puesto, todas las vivencias posibles que comprenden, como por ejemplo: la ternura de los padres que guía, a la vez, los sentimientos del hijo; la honda comunidad de la sangre; la soleada alegría propia de la amistad; y como no, el deleite o el dolor de un beso en el amor. A cada una de estas cosas les damos mayor o menor importancia, y así están en el aquí o en el allí de nuestro espíritu, motivándonos, o impidiéndonos, realizar nuevas acciones. Sin embargo, nada de lo vivido se encuentra desordenado o extraviado dentro de nosotros -como si no hubiera tenido lugar. Muy al contrario, todo ello forma un conjunto unificado que es lo equivalente a referirse a nuestro nombre, y que es eso que los más viejos llaman usualmente la experiencia de la vida o simplemente, la vida.

I

Yo creo que todo lo vivido no constituye un saber absoluto de la vida. Antes bien, me inclino a sostener que vivir no es otra cosa que aprender a vivir, a saber: aprender a ser hijo, madre, padre, hermano, amigo, y amante o amado. No pienso, pues, que haya una cosa, tal como un saber ser madre completamente, un saber ser amigo completamente, o un saber amar completamente. No obstante, esto nos enseña mucho de lo que podemos llegar a saber de tales cosas sin tener que hacer uso del  error. En mi opinión, se trata de conseguir responder adecuadamente a una pregunta, que pasamos habitualmente por alto, tan sencilla y corriente como las vivencias. Concretamente, ¿qué son todas esas cosas que vivo en algunas ocasiones? O dicho de una manera más sencilla, ¿qué estoy viviendo? o ¿en qué circunstancia están involucrados mis sentimientos? -pregunta que podría preceder al desesperado, ¿qué hago? Esto quiere decir que preguntamos por una cierta clase cuyo conocimiento debe dar lugar a una acción correcta (es decir, de la misma clase).

II

Este hecho me invita a pensar que existen no sólo formas ideales de la afección, es decir, formas con una función epistemológica, sino también formas puras de la afección, es decir, formas con un papel tanto moral como espiritual. Sólo en este último sentido, el conocimiento de clases parece implicar cómo responder correctamente a una circunstancia vivida. Sin embargo, su conocimiento no implica en absoluto que podamos deducir una red sintética a priori del sentir y los estados de cosas morales. Pero esto no significa que las clases requieran acciones fijas. Cualquier respuesta es posible (es decir, no contradictoria) salvo que violemos las clases respectivas.

Mi punto de vista actual sobre el conocimiento de tales clases es que, aun cuando no asegura el hallazgo de ese saber absoluto de la vida, asegura al menos la libertad de vivir lo que merece ser vivido, y de sentir lo que merece ser sentido. Naturalmente, de lo que se trata no es de llevar a cabo una vida de acciones cuyas vivencias consistan en experimentar el orden de lo sensible, sino de llevar a cabo una vida de acciones cuyas vivencias no consistan en otra cosa que pura experiencia sensible de eidn.

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