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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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El mejor pintor del mundo

 

Bueno. El hecho de no saber cómo empezar no es excusa suficiente como para desechar un principio. Es una postura un poco arrogante, quizás, pero creo que soy el mejor escritor del mundo y hoy me siento licencioso.

Pensad en Picasso. Imaginadlo en un bistró de París. Está sentado en una mesa, esa, la de la esquina, la más oscura. El camarero no le conoce, ni le reconoce: es una pobre bestia. No tiene  ni idea de quién es ese señor bajito, calvo y fornido que se sienta en una mesa del bar. Ha pedido un vino blanco. Picasso toma una servilleta y saca una pluma del bolsillo de la camiseta. Ahora se pone a pensar. Piensa unos cuatro segundos. Después da un sorbo al vaso de vino y sigue pensando. Mientras, está mirando al camarero.

Bueno. Esta historia no tendría sentido si yo no fuera el mejor escritor del mundo. Pero lo soy, y gracias a eso sé exactamente qué está pensando Picasso en este momento.

Con la servilleta sobre la mesa y la pluma en la mano, piensa que es el mejor pintor del mundo. Deja la pluma sobre la mesa y acerca a doce centímetros de sus ojos la palma de su mano derecha. Entonces piensa que esa mano es la mano del mejor pintor del mundo.

Al fondo hay un espejo donde apenas puede distinguir su silueta. No es un portento físico, pero unos pocos trazos y una firma suya bastan para hacer feliz a cualquier persona. ¿O no basta? Ahora se plantea esa pregunta. Mira la pluma sobre la mesa y se la vuelve a guardar en el bolsillo, toma otro sorbo. El pensamiento se disipa. Vuelve a sacar la pluma del bolsillo y empieza a dibujar una calavera de toro en la servilleta. Cuando termina, firma el dibujo, dobla la servilleta y se la guarda en el bolsillo junto a la pluma.

Sale del bistró caminando despacio. El día de hoy le parece un día de relleno. Está un poco angustiado. Le irritan los ruidos, el cielo cubierto, el humo, la gente. Piensa en su nuevo castillo a los pies del mont Sainte Victoire.

Camino de la estación ve a unos veinte metros el regimiento de padres y madres que siempre viene a recoger a sus hijos de la escuela. Piensa en evitar pasar por ahí, pero es demasiado tarde. Ya está muy cerca. Un padre le reconoce. Está con un pie en la acera y otro en la calle, vigilando su coche en segunda fila. Tres segundos después está completamente en la acera, se acerca a Picasso.

- ¡Usted es Picasso!-, le dice.

Picasso se para y responde en tono pero no con gesto risueño:

- ¿Sabe? Siempre me pareció un detalle que me recuerden quién soy de vez en cuando.

El padre está muy emocionado. Admira a Picasso profundamente, incluso había pensado qué decirle si alguna vez se lo encontraba por la calle, para caerle bien. Y se acuerda. Entonces lo dice:

-¿Sabes Pablo? Tenía una frase preparada por si alguna vez me encontraba contigo en la calle, pero no me acuerdo.

Picasso sonríe y hace ademán de irse. Entretanto, el hijo del padre admirador de Picasso llega a la pierna de su padre. Éste se agacha sin apartar la vista de Picasso, que aguarda por cortesía. El padre le dice al niño:

-Mira hijo. Este hombre es Picasso, el mejor pintor del mundo.

El niño ni si quiera mira a Picasso.

-¡Mira!-, le dice a su padre, mostrándole un dibujo que ha hecho en clase con un corazón y "quiero a mi papá" escrito con letras de colores.

El padre toma el dibujo entre sus manos y se lo enseña a Picasso.

- Qué, ¿cree que mi hijo tiene talento?

Picasso no contesta, pero sonríe al niño. Le parece divertido que él, el mejor pintor del mundo, no signifique para el niño absolutamente nada. Después de recapacitar un segundo y medio se acerca al padre y le dice:

-Hagamos un trato. Si usted le dice a su hijo cinco veces que no vale para nada, le daré ahora mismo un dibujo mío firmado valorado en unos 50000 francos. Eso ahora. Cuando me muera no se puede ni imaginar.

El padre tarda en reaccionar. De repente Picasso le parece un ser despreciable.

-¿Pero qué está diciendo? ¡Es un insulto! ¿Es una broma?-, añade perdiendo toda la entereza.

- No. No es una broma. Pero píenselo bien... - saca el dibujo del bolsillo - ¿ve?

Un dibujo de una calavera de toro con mujer sollozante parece crear un orden acelerado en la consciencia del padre: "Será fácil arreglar el traumilla del niño", piensa.

Al fin y a cabo nunca tuvo orgullo; está dispuesto a humillarse. Nunca dirá a nadie cómo lo consiguió en realidad. Dirá que Picasso se lo ofreció amablemente, que es un tipo  estupendo, o no, ¿por qué mentir? Dirá la verdad: "Mira. Fue una putada, y el tío es un sádico cabrón, pero nos ha solucionado la vida; prefiero humillarme ante Picasso una vez que ante mi jefe cada día". Eso quedará muy progre.

Mientras el padre piensa, Picasso hace ademán de irse. Aquél le dice:

- Espere, espere. Está bien. Pero, ¿no me lo podría dar, sin más?

- No -, dice Picasso - o haces lo que te he dicho o no hay dibujo. Ese es el trato.

- Vale. Bueno. ¿Cómo era?- y dirigiéndose al hijo:

- Marcel. No vales para nada.- El niño mira al padre con media sonrisa, esperando que su padre dé signos de confirmar que se trata de una broma. Nada más lejos de sus expectativas. El padre repite por segunda vez:

-No vales para nada-, y la estupefacción empieza a dominar en el gesto del infante, sus desórbitas aumentan de diámetro, las comisuras declinan, su cabeza retrocede para ganar en  atónita perspectiva, se le cae el dibujo con un corazón y "quiero a mi papá" escrito con letras de colores cuando:

-No vales para nada-, repite el padre por tercera vez. Y durante una reacción de confirmación por parte del hijo de que aquello no tiene pinta de ser un juego, repite el padre de nuevo:

-No vales para nada-, y el niño, con garganta anudada y todos los músculos de la cara en involuntario esfuerzo de contracción explota para relajarlos como acto reflejo al tiempo que:

-No vales para nada-, repite el padre por quinta vez. El niño ha comenzado en este momento a sollozar en gritos reprimidos que pierden todos los frenos cuando:

-No vales para nada-, afirma el padre por vez sexta.

Picasso tiene el brazo extendido con la servilleta, el padre la está cogiendo extendiendo el brazo para atrás: está agachado consolando a su hijo. Diciéndole:

-Marcel. Mi amor. Lo que te ha dicho papá es mentira. Era un juego para conseguir...- entonces se acerca la servilleta, le echa un vistazo y se levanta violentamente cuando descubre que lo que hay dibujado son sólo tres palabras: HIJO DE PUTA. Picasso ya se ha ido.

Esa servilleta, con ese mismo HIJO DE PUTA pertenece actualmente al Marqués de Meridon, un rico y entusiasta coleccionista de rarezas picasianas. Pagó por ella 50000 francos poco después de la muerte del pintor.

En cuanto al dibujo de la calavera de toro y mujer sollozante, se perdió en las aguas del Sena después de que el mejor pintor del mundo lo arrojara con rabia y con fuerza a la altura de Pont Neuf.

Yo, ustedes perdonen, creo que soy el mejor escritor del mundo. No guardo rencor a mi padre. 

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