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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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De la luna a la tierra

 

Tenemos un problema. Hace unos meses, en el transcurso de una charla informal, sin saber cómo, diez alumnos de teatro inglés y yo (su profesor) acabamos discutiendo sobre la posibilidad de que el alunizaje del Apolo XI no hubiera tenido lugar jamás. Al principio no di importancia al asunto. Sin embargo, tras un buen rato de conversación, me sobrevino un inquietante momento de revelación que todavía, varios meses después, sigue dando vueltas en mi cabeza. En medio del pasillo, tuve la sensación, clara y distinta, de estar metido en una película de "ciencia-ficción". El villano acababa de pulsar el botón de su inexorable Doomsday Machine y el resto de personajes no podíamos sino esperar a que nuestro planeta (las humanidades) se desintegrara en algún rincón oscuro de la galaxia Esturión.

La fe en el "alunizaje fantasma" constituye la expresión grotesca de un problema cuya versión más afable se manifiesta en las charlas que sobre física cuántica, teoría de partículas, relatividad especial y teoría de cuerdas (recuerden este nombre porque es la última moda en ciencia: ¡física teórica de los años ochenta!) se desarrollan en nuestros pasillos. Es evidente que la voluntad de significado sigue operando en los futuros profesionales de las humanidades, pero desde que el alto estilo positivista promovido por la teoría literaria triunfara entre nuestros ancestros, la permeabilidad del discurso humanístico a la retórica cientificista se ha convertido en un problema mayúsculo. La anécdota del alunizaje constituye, en mi opinión, un síntoma relativamente simpático de este proceso de sublimación de estilos, pues encarna la parodia desquiciada de la moda cientificista que tanto ha arraigado en nuestra disciplina. Me explico: la gran mayoría de nuestros alumnos comparte la voluntad de significado que mueve a escoger nuestra profesión. Pero claro, si los instruimos en un discurso con afán positivista, no debe sorprendernos que, al final de un período de adaptación, se sientan más atraídos por la serena precisión inherente a la retórica de la física que por los misteriosos arcanos de las humanidades. Esta situación ya debería preocuparnos en buena medida. Ahora bien, el caso del "alunizaje fantasma" es todavía más siniestro para nuestra disciplina, pues concentra la voluntad de significado, no ya en un discurso de corte positivista, sino en una absurda disputa de ingeniería de salón. ¡Perfecto: primero se nos cuela la retórica positivista y luego el discurso utilitarista!

Si los futuros humanistas dan pábulo a la controversia del alunizaje del Apolo XI (es curioso que sólo se discuta sobre al Apolo XI; nadie pone nunca en duda los alunizajes de las misiones XII, XIV, XV, XVI y XVII), quiere decir que las cosas van a peor; ya nos rendimos en su día a la ciencia y ahora vamos capitulando, poco a poco, ante la ingenierocracia. A mí no me inquieta que se haya llegado o no a la luna. A mí me inquieta que los miembros de la clase humanista den crédito alguno a esa discusión: ¡camaradas, esa absurda "guerra de las galaxias" no es nuestra guerra, tenemos todas las de perder! ¡Maldita sea! El problema parece serio. A buen seguro, acabará afectando a nuestra autoestima. Y no sé de dónde vamos a sacar el dinero para la terapia. Repitan, pues, todos conmigo: "Tenemos un problema...", "Tenemos un problema..."

 

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