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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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De la pérdida del juicio (I). Hamlet

 

¿Qué es lo que pasa con Hamlet...? No parece resuelto a consumar la venganza a que le abocan los lazos de sangre, esto es, no se ve al hijo decidido a ajusticiar al tío por haber seducido a la madre y asesinado al padre, de quien él hubiera debido legítimamente heredar. Sin embargo, tampoco podemos imputarle indiferencia, por cuanto es precisamente la revelación de la trama lo que le ha hecho sentir una ofensa irreparable. ¿Son entonces sus compromisos de hombre público los que le impiden desentenderse del orden de los sucesos? Pero si de lo que se trataba era de terminar rigiendo de derecho, ya los lazos abstractos instaurados por el propio relato aseguraban por sí solos la sucesión: no era imprescindible que el Príncipe actuara contra ese Rey que, atrayéndose el favor de la Reina y deponiendo al anterior Rey, ocupa ahora el trono. Mas Hamlet, decíamos, no se inhibe de influir en la composición de los acontecimientos. No se advierten en él, pues, huellas de altas pasiones que inciten a urgentes reacciones, ni tampoco rastro alguno de bajos instintos que aconsejen una ciega y sorda dejadez. Por ello mismo, no encontramos en Hamlet, a su vez, ni la idealista y revolucionaria razón del fuerte, ni la pragmática y resignada razón del débil. Entonces, ¿qué es lo que hace? Propiamente, nada (nothing but to show you how a king may go a progress through the guts of a beggar). Lejos de colaborar con la urdimbre de su historia, parece jugar a destrozarla aun a espaldas de sí mismo: sustrayéndose al influjo de Erinias y Moiras, desdramatizando sus gestos y parlamentos, Hamlet le ha negado a la Historia el medio con el que ejecutar su sentencia, quedándose ésta por ello sin protagonista, sin héroe ni villano que valga. Lo que en tal caso le pasa, está claro, es que ha perdido el juicio. No en el sentido de que haya enloquecido, ni en el de que se haya sometido a la ley que le condenaba a Ser o No Ser, sino en el de que ha dado por perdido el Juicio mismo. Y en consonancia con ello está la estrategia de su deshechura, la cual pasa por oponer a los mecanismos privados del ejercicio del poder la publicidad de la representación teatral, donde literalmente aparece la comisión del delito, convirtiéndose así la obra dentro de la obra no en mero contrapunto, sino en proyección formal de la obra matriz: como que aquello contra lo que Hamlet se revuelve es la ocultación del rodeo mismo por los lodos de la villanía y el No Ser que sostiene al héroe en las altas cumbres del Ser. "Para alcanzar el cetro, mi tío asesinó a mi padre. Para ocupar el trono, habría yo de ajustar cuentas con mi tío, o asentir sin más a su crimen. ¿Quién habrá de acabar conmigo para hacerse con el poder? ¿Contra quién cometería mi padre las correspondientes iniquidades? ¿Y por qué no llamar, en fin, Reino a tal cúmulo de maldades?". Algo así escucharíamos susurrar a Hamlet si nos dejara compartir con él un pedazo de su muerte, su noche, su sueño. Ahora se comprende, por lo demás, la perfección de la maquinaria puesta ahí por obra: ni podía el asesinato presentarse más que bajo la forma de un fratricidio, ni podía Hamlet ser otro que el Príncipe. ¿Habremos de alabar en consecuencia la pericia técnica del autor para acometer tal y tan precioso ensamblaje de piezas descabaladas? Sólo hasta cierto punto: dado que no había otra manera de contar lo contado, la forma es aquí inseparable del contenido, y no puede por tanto decirse que Hamlet sea una mera herramienta de Shakespeare. Es más bien aquél quien inspira a éste. Entonces Hamlet, finalmente..., ¿qué es Hamlet? Una máscara tirada entre los bastidores, tal vez.

 

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