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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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He dicho

 

Nombrarse no es lo mismo que ser, si antes no se es para nombrarse. No fue primero el verbo y luego la identidad de las cosas. Fueron las cosas y luego buscamos palabras para denominarlas. Digo esto con el rigor de un conocimiento insuficiente, pero fue lo primero que pensé al escuchar a Rafael Amargo, tras su fracaso en la organización de la Gala de la Reina de Carnavales en Tenerife - durante mi estancia en Canarias este hecho anecdótico se convirtió en un problema de Estado - decir que él era un artista y que si alguien no había disfrutado con su espectáculo era debido a que no "entendía la poesía". Como él, millones de artistas se nombran y renombran sin pedir permiso al Arte.

Hoy día es suficiente predicar para ser aquello que se predica, aunque finalmente tan sólo se sea eso, un predicador. Ser artista es tan sencillo como creérselo y verbalizarlo. Para ser escritor, listo, cantante, sabio basta con ponerlo en el currículum. Para ser delincuente no hace falta una sentencia condenatoria. En política, todos son mentirosos, sólo porque lo dice el líder del partido contrario. Cuando morimos, del último al primero, somos buenas personas, a pesar de que hayamos mordido en vida. Querer es lo mismo que amar. Gritar que callar.

Las palabras se han convertido en piezas falsas de una realidad relativa, sin que importe indagar en lo que realmente somos, sentimos y hacemos, aunque sea la conjunción de todas esas predicaciones, a veces contradictorias. Construimos con términos que no sabemos utilizar, no conocemos, y no pensamos antes de emitirlos y darles vida. Así vamos dando identidad a lo que nos rodea. ¿Dónde ha quedado la observación, el análisis, la búsqueda de la definición, aunque ésta sea inalcanzable? ¿Dónde la exigencia de la demostración? ¿Cuándo cuestionamos?

Heidegger en su Carta sobre Humanismo, se refiere al lenguaje como "la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada. Su guarda consiste en llevar a cabo la manifestación del ser, en la medida en la que, mediante su decir, ellos la llevan al lenguaje y allí lo custodian". 

Los guardianes de lo que ahora somos se reproducen en los medios de comunicación - en los que me incluyo - que nos envían información como si fuera conocimiento y a su vez son los altavoces de más guardianes interesados en crear mundos. 

La información ilimitada e indiscriminada que nos anega ni siquiera sirve para construir un saber enciclopédico, porque es efímera y tiene fecha de caducidad en el aquí y ahora. Si no pasa a ser conocimiento, mañana es vacío. Los datos, la abundancia de datos aleatorios, son el opio de nuestra ilustración. Se derrumba con el exceso. Ya no existen los sabios, si alguna vez existieron.

Ahora proliferan los lorocutores, sabelotodos, que profieren instantáneas de la actualidad como dogmas de fe. Cambian el sustantivo por el adjetivo, y hacen de la realidad lo que ellos quieren. Lo que les interesa. Ya no es importante conocer, argumentar, convencer. Basta con señalar con el dedo. Y en medio del desconocimiento valoran, espetan, escupen, y construyen realidades.

Es este mi caso que hablo de un mundo que desconozco. Sin embargo el lenguaje tiene que estar al servicio de lo que somos y yo soy ahora este pensamiento que expongo. De esto nos servimos para entendernos, pero a veces pareciera que nos estamos engañando.

Y todo esto en realidad para preguntar: ¿si el arte es unidireccional o necesita de receptores que lo califiquen como tal? ¿Existe el arte inacabado?

 

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