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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Road to CC

 

 

Ese retroceso fue como tirar la piedra y esconder la  mano. Pero no tenía otro método para fingir lo más dignamente posible, que se movía, mientras permanecía cada vez más encallada. Y no sabía, tampoco, ni si sentía algún tipo de necesidad. Se estaba bien ovillada aunque luego se entumezca hasta el hueso del talón.

Apenas casi sale la voz desde el cuerpo para pedir el billete de auto-res. Y eso ha marcado toda la diferencia. Siglos atrás, habría permanecido por si, en algún remoto pero ansiado caso, les daba por llamar. La agenda estaba siempre en blanco por si querían darle una limosna.

¿Qué más da que ahora tampoco haya tinta en las páginas...? Al menos no esperan tumbadas. Y que quiera sin razón tampoco me hace quedarme sin sentido.

No tengo fuerza en los párpados, y me cuesta arrastrar los pies sobre esta tierra. No he abandonado la estación, aunque ya tengo el billete. No he marchado porque necesito ir al baño. Y después no necesitaba más. Pero me senté y contemplé a todos los desdichados viajeros. O a los que aguardan... lamentablemente, un cambio espacial que les aproxime al cambio de metáfora. Y me he quedado clavada, como unos ojos dolidos, en medio de la sala que, a través de sus cristales, observa cansada las dársenas arrasadas.

Aún ha sobrado tiempo, y sin saber como lo logré, abandoné la familiar escena de mis encuentros y mis esperanzas. Nunca importa. Mañana te visitaré de nuevo. Espero no haber perdido la vista del todo. No queriendo ver más mundo ni más rostros. Las calles, todas, cuesta arriba, se me adhieren y se cuelgan de los muslos y cuesta un sacrificio elevar el peso de mis piernas.

Pero lo que más duele son la córnea y los párpados y las miradas que no son devueltas. Como cuando te giras para despedirte con la más brutal y arriesgada de las sonrisas y entonces... No hay ya un atisbo del brillo del cabello, ni de los iris con tanta prisa que quedaron sin besar las comisuras de la mueca de sandía, abierta de par en par. Pues esa ceguera necia es la que duele, no la de verdad.

O como cuando tenías que darte la vuelta porque a tus espaldas la chica caía herida de muerte al abismo de tu indiferente y soberbio orgullo. Y como cuando se iba muriendo y después nunca entendiste porqué no te diste la vuelta, porque eso era lo que querías, y porque en ninguna otra parte eras demasiado imprescindible.

No me sentía precisamente despierta o consciente. Me movía dificultosa como llevando unos nubarrones por corona. Nubarrones de humedad lacrimógena de la que dentellea por los huesos con reuma. Descubrí un inflamado y amoratado hematoma en mi pierna cuyo origen aún no alcanzo a recordar... pero ya lo he dicho, las cuencas oculares duelen con más urgencia, golpeadas o no, húmedas o sombrías. Hastiadas hasta la arcada de no ver jamás lo que estás tapando, estorbando, poniéndote en medio y, no, no eres transparente, cariño. Más bien miserablemente opaco y algo ambiguo.

No quieren darse cuenta de que me incomoda su curiosidad. Añoro el ovillo. Cuando apenas reúno las fuerzas para trasladarme y caminar, encima, tengo que soportar que me observen así de vulnerable. Me parece una falta de consideración, nada peor que los entrometidos. Sin embargo, posible es no mirar, volverse invisible, tampoco tanto.

Nunca se me hizo tan largo el trayecto. No es una distancia verdaderamente importante, es sólo que parece que el tiempo se resbala sigiloso y grasiento, como si ahora el tic-tac lo marcara con mis pasos, y tal y como tiro la piedra, muchos de los pasos que doy son hacia atrás, y los devuelvo.

Y lo más increíble de todo es que he llegado antes de tiempo. ¡Vaya por dios! No era aún el momento. Resulta apabullante que mi noción temporal sea tan errática.

Pero ¿Qué digo? En absoluto. Para mí ha costado una eternidad llegar hasta este punto. Eso no pueden entenderlo y dicen que entro temprano. ¡Ah! ¿Se refieren al tiempo de todo el mundo?

"Disculpe, ¿Qué hora tiene?"

....

"Vaya, es que yo tengo otra, porque no uso reloj, ¿Sabe? Bueno, muchas gracias de todos modos."

He tratado de investigarlo, sin resultados del todo relevantes. Todos tienen más o menos la misma cantidad exacta, unas cifras, de tiempo. Debo ser una excepción en toda regla.

Me refiero al minuto que te dicen que es auténtico, porque en todos los relojes distribuidos a lo largo y ancho de los confines de la tierra, hay un demiurgo que coordina y juguetea con el tiempo de las gentes.

A qué hora puedes amar, a qué horas no hacer el amor porque resulta indigesto, a qué hora marcharte sin avisar, a qué hora estrellarte contra el muro invisible que fingías no estar imponiendo entre nuestros cuerpos, a qué hora esconder el corazón y sacar el hocico de perro...

Y se atreven a decir que he llegado pronto. Y que se tarda francamente muy pocos minutos en llegar desde donde yo vengo. ¿Y si no estuviéramos de acuerdo? Sé que he llegado cuando había de hacerlo. Y que este es el más preciso instante. Ahora es siempre el mejor momento.

"Cada día estás más guapa".

Y esta conjunción de segundos es un encantamiento alquímico que se vuelve afortunadamente eterno.

¿Y aún dirán -lo saben todo- que no he llegado... justo a tiempo? 

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