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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 10 de mayo de 2024

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Cinco sonetos

 

Amor que yo suspiro y no responde

llamada tras llamada. Si esta vida

te doy de mi salud descolorida,

tomarme entre tus brazos corresponde.

 

El bien de medicina que en bebida

tus besos pueden darme se me esconde

en mueca zaherida. Dime dónde

podré entonces curar mi desmedida.

 

Sonido de tu voz es un mutismo

de verbo incomprensible, inacabado.

Silencio cuando callas y comprendo

 

que no comprendo nada de mí mismo,

que soy un pobre hombre malhadado,

que caigo y caigo más y nunca aprendo. 

 

 

Brilla una media luna efervescente

bajo el colgadero de los pecados.

Mi corazón, junto a mis pies helados;

mi cinturón, caído e indolente.

 

De tu cabeza al cielo estrellado

alejo la mirada del candente

mecer de tu rostro. Cae el relente

sobre el oscuro pasto amartelado.

 

Tranquilizas mi temblor con el roce

de tus tibios senos en mis rodillas.

Detrás de tus mejillas sólo hay goce,

 

tras las mías, fósforos de cerillas

y el agrio recuerdo de  perder doce

semillas de amapolas amarillas.

 

 

 

23-III-07

 

Por mí, fugaz destello desvalido

fuiste un eco de voces primorosas

de lirios y narcisos, duras rosas

adornos en tu pecho florecido.

 

Tu lengua es el silencio y el sonido

que busco en los perfiles de las cosas

tus ojos son saetas peligrosas

tu aliento cervatillo malherido.

 

Pisa ya los jardines de la pena

que el musgo de marfil y sus corolas

van besándote la espalda, Helena.

 

Y el mar con su rumor de caracolas

hará de tu cintura una azucena,

de mí un camposanto de amapolas.

 

10-V-07

 

Que no se seque el río grande y fuerte

que su cauce crezca  fuerte y grande

que ruja siempre fiero y no se ablande

el vivo flujo de la fuente inerte.

 

Que su caudal, preñado de tal suerte

conceda a su furor que se desmande

como un eterno y gigantesco glande

que esta Tierra de cópulas injerte.

 

Como el mar que se abraza con la arena

ciño la espuma de tu cuerpo al mío.

Como el martillo al metal de la fragua.

 

Y de puerto en puerto y de pena en pena

cuento las gotas de mi desvarío

como el mar, como el río, como el agua.

 

1 / 2 -VI-07

 

Dices -cuánta ternura- que del cielo

a la simiente amarga no hay altura

que por tu vuelo, dices -tan segura-

hallé mi desmesura en un pañuelo.

 

Dices, mi vida convertí en señuelo.

Dices, abrí una inmensa arboladura

y pude contemplar la arquitectura

y el clamor enredado de tu pelo.

 

Dices -con un furor de mil serpientes-

que quién esparcirá las mariposas

en este poderoso mes soñado,

 

y cruza una sonrisa entre mis dientes

cuando veo que dices tantas cosas

teniendo el corazón, en fin, callado.

 

 

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