Amor que yo suspiro y no responde
llamada tras llamada. Si esta vida
te doy de mi salud descolorida,
tomarme entre tus brazos corresponde.
El bien de medicina que en bebida
tus besos pueden darme se me esconde
en mueca zaherida. Dime dónde
podré entonces curar mi desmedida.
Sonido de tu voz es un mutismo
de verbo incomprensible, inacabado.
Silencio cuando callas y comprendo
que no comprendo nada de mí mismo,
que soy un pobre hombre malhadado,
que caigo y caigo más y nunca aprendo.
Brilla una media luna efervescente
bajo el colgadero de los pecados.
Mi corazón, junto a mis pies helados;
mi cinturón, caído e indolente.
De tu cabeza al cielo estrellado
alejo la mirada del candente
mecer de tu rostro. Cae el relente
sobre el oscuro pasto amartelado.
Tranquilizas mi temblor con el roce
de tus tibios senos en mis rodillas.
Detrás de tus mejillas sólo hay goce,
tras las mías, fósforos de cerillas
y el agrio recuerdo de perder doce
semillas de amapolas amarillas.
23-III-07
Por mí, fugaz destello desvalido
fuiste un eco de voces primorosas
de lirios y narcisos, duras rosas
adornos en tu pecho florecido.
Tu lengua es el silencio y el sonido
que busco en los perfiles de las cosas
tus ojos son saetas peligrosas
tu aliento cervatillo malherido.
Pisa ya los jardines de la pena
que el musgo de marfil y sus corolas
van besándote la espalda, Helena.
Y el mar con su rumor de caracolas
hará de tu cintura una azucena,
de mí un camposanto de amapolas.
10-V-07
Que no se seque el río grande y fuerte
que su cauce crezca fuerte y grande
que ruja siempre fiero y no se ablande
el vivo flujo de la fuente inerte.
Que su caudal, preñado de tal suerte
conceda a su furor que se desmande
como un eterno y gigantesco glande
que esta Tierra de cópulas injerte.
Como el mar que se abraza con la arena
ciño la espuma de tu cuerpo al mío.
Como el martillo al metal de la fragua.
Y de puerto en puerto y de pena en pena
cuento las gotas de mi desvarío
como el mar, como el río, como el agua.
1 / 2 -VI-07
Dices -cuánta ternura- que del cielo
a la simiente amarga no hay altura
que por tu vuelo, dices -tan segura-
hallé mi desmesura en un pañuelo.
Dices, mi vida convertí en señuelo.
Dices, abrí una inmensa arboladura
y pude contemplar la arquitectura
y el clamor enredado de tu pelo.
Dices -con un furor de mil serpientes-
que quién esparcirá las mariposas
en este poderoso mes soñado,
y cruza una sonrisa entre mis dientes
cuando veo que dices tantas cosas
teniendo el corazón, en fin, callado.