Normalmente, asociamos la censura con regímenes dictatoriales y funcionarios grises recortando fotogramas o tachando párrafos subversivos. Sin embargo, aunque en Occidente vivamos sin miedo de que agentes con gabardina revisen nuestra biblioteca en busca de textos incriminatorios, la censura sigue existiendo y ha adoptado formas más sutiles, aunque no por ello menos peligrosas.
No debemos dejarnos engañar por la aparente libertad que encontramos en Internet, ya que ahí es donde está el principal campo de batalla de los censores modernos, dedicados a alterar la arquitectura de distribución horizontal y caótica para implantar el antiguo modelo de las industrias culturales, donde el flujo de contenidos sigue un camino muy claro desde el autor hasta el público.
En Estados Unidos, la American Library Association (Asociación de Bibliotecas Americana) recopila cada cierto tiempo los libros más censurados en las bibliotecas y los colegios. Estos esfuerzos para mantener ciertos libros fuera del alcance de los lectores adoptan distintos aspectos, desde exigir requisitos adicionales para su lectura hasta, directamente, retirarlos de las estanterías. Muchas de estas actividades censoras se llevan a cabo bajo la excusa de proteger a la infancia, sin embargo, son los propios censores los que conciben las mentes de los pequeños lectores como una fortaleza que conquistar, para poder moldear su proceso de pensamiento mientras aún está en las primeras fases de su desarrollo. Podría decirse que tener que recurrir a la censura de ciertas ideas sólo deja bien claro que las ideas y creencias de los censores son tan débiles que no resisten ser cuestionadas, limitando las experiencias a las que se puede enfrentar la mente del niño.
Durante el Siglo XX la ciencia ficción fue un elemento importante para intentar rodear la censura, enmascarando las ideas prohibidas en sociedades futuras o en mundos alienígenas. El autor establece un código de comunicación con el lector, a través del cual le incita no sólo a pensar en avances tecnológicos, sino a cuestionar los mecanismos en que se basa nuestra sociedad o, incluso, nosotros mismos. En ocasiones, el autor se permite trazar paralelismos explícitos y un mensaje más directo, de ahí que siempre nos encontremos "1984" y "Un mundo feliz", dos de las distopías más clásicas, en lo más alto de las listas sobre la censura.
En el bloque soviético, sabedor de que no podía permitirse ser obvio, Lem buscaba una manera de poder llegar a sus lectores a pesar de la censura. Por esto no es de extrañar que buena parte de sus libros hablen de la dificultad de la comunicación. En Estados Unidos, Philip K. Dick, sumido en una espiral paranoica, cifraba mensajes ocultos en sus novelas, temeroso de que extraños espías quisieran hurgar en sus pensamientos y nos enseñaba a dudar de todo, incluso de nuestra percepción de la realidad. De estos dos autores que se enfrentaron a ella debemos sacar nuestra arma más eficaz contra la censura: debemos desconfiar de quien nos ofrezca respuestas y preguntarnos más bien por qué alguien no querría que determinada obra de ficción caiga en nuestras manos. Nos dicen que hemos de desconfiar del discurso oficial, hemos de desconfiar de la realidad y buscar qué se oculta debajo.
De todas formas, ¿para qué sirve retirar un libro de una biblioteca hoy en día? Tenemos a nuestro alcance el mayor repositorio de conocimiento que jamás haya existido, diseñado para ser resistente a los viejos censores. Es nuestra responsabilidad luchar por que siga así, que siga existiendo un lugar donde exista verdadera libertad de expresión, porque defender la libertad para todas las ideas, aunque no las compartamos, es defender nuestra propia libertad para expresarnos, para leer, ver o escuchar lo que queramos y, sobre todo, la libertad para sacar nuestras propias conclusiones.
El listado de los libros más censurados en la primera década de este nuevo milenio puede encontrarse en este enlace:
http://www.ala.org/bbooks/top-100-bannedchallenged-books-2000-2009