Ir al contenido

Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Sábado, 23 de noviembre de 2024

Inicio | ¡Buenos días! (Presentación por Miquel Barceló) | ¿Quiénes somos? | ¿Cómo puedo participar? | Aviso legal | Revistas culturales

Mercancía desaprovechada

La Androide se amasa el cableado de su cabeza, lleva un cuchillo en la mano, anda frenéticamente por la estancia, de un lado a otro. En un rápido golpe estrella el cuchillo contra su cuerpo, el metal resuena estruendosamente, el cuchillo se aplasta.

-Mercancía desaprovechada­ -masculla para sí­- mercancía olvidada e inútil­-. Y repite el violento acto del cuchillo, destrozando ésta vez también el mango.

Es su cuarto intento de suicidio. Primero intentó ahogarse, pero su batería de hidrógeno y sus cables orgánicos son resistentes al agua. Acto seguido probó con lanzarse desde la planta 2000 del edificio, pero el material deformable, altamente resistente de su cuerpo salvó la caída. Entonces intentó quemarse, pero sólo consiguió chamuscarse y colapsar sus circuitos del dolor. Por último intentó acuchillarse.

La Androide se sienta en un sillón automático.

-Mercancía desaprovechada, mercancía olvidada e inútil­ -exclama, volviendo a su letanía­. No sabe como desarmar sus piezas y desactivar su control neocortical.

El sillón automático se balancea.

La androide no conoce más formas de suicidio humano. Sólo aprendió unas pocas y ninguna le ha servido. No se siente desalentada. No se siente perdida. Se siente irritada y nerviosa como sus dueños antes de partir. En su chip programador están instaladas las capacidades del recuerdo y la imitación, otorgándole la posibilidad de elaborar sentimientos a partir del recuerdo y expresarlos gracias a la imitación.­

-Nerviosismo que conduce a depresión; acto de expresión la agresión a uno mismo. Repaso de recuerdos almacenados en el disco de memoria 4D, última versión de mercado. Repaso de recuerdos en proceso, buscando modelo para la autoagresión...

La androide fue fabricada el 24 de febrero del año 2182 como el número 43 de la serie alfa, modelo 500. Vendida el 13 de abril de ese mismo año, constaba en su archivo de presentación llamarse Lucila y enunciar amablemente sus numerosos y sofisticados avances, entre ellos órganos sintéticos humanoides, sistema de recarga a través del sueño, memoria a corto y largo plazo y capacidad de comprensión del lenguaje figurado así como el aprendizaje de nuevos vocablos, actitudes y comportamiento. En resumen: una excelente compañera.

Una mujer la observa atentamente, con los ojos entornados, la mano derecha en la barbilla, el brazo izquierdo doblado a la altura de su pecho apoyando con su mano el codo del derecho. En el córtex visual de Lucila se ha grabado cada detalle de la postura de su futura dueña, posteriormente la impresión se ha transferido de la memoria a corto plazo a la memoria a largo plazo en su hipotálamo artificial, disco 1A, donde un circuito de interpretación integrado elabora una respuesta: la sonrisa.

Su primer recuerdo.

Caminan por una ancha avenida, la Androide, que nunca había visto sino lo que desde el ventanal de la tienda se vislumbraba, siente recargarse sus sistemas sensoriales con tanta información recibida. El procesador automático de su cerebro se activa relacionando cada nueva sensación con una palabra de las almacenadas en su archivo comercial. En la fábrica no sólo la dotaron de un diccionario básico con enlaces iconográficos, sino también de algunas nociones de ciencia, literatura, historia y economía; por lo que fácilmente aprende a admirar el gran progreso de la humanidad. La mayor expresión de la admiración; el asombro. Lucila observa asombrada la gran cúpula que cubre el cielo con sistemas catalizadores de CO2, los coches de suspensión propulsados por hidrógeno, un grupo de jóvenes albinas paseando juntas con trajes sintéticos mutables, una valla holográfica publicitaria, un área verde de césped transgénico para el hipocrecimiento y el verdor permanente. Su dueña camina a su lado orgullosa de su compra, antes de salir de la tienda, le puso un lazo en el hombro y una banda en el pecho con la palabra “¡Felicidades!”.

-Felicidades: plural de felicidad. Salto de línea. –Los ojos de la androide se quedan fijos buscando la palabra­–. Felicidad (del latín felicitas, ­atis) f.: Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Ubicación: archivo de expresiones parcialmente incomprendidas.

Retomando la revisión de recuerdos...

El piloto automático del coche de suspensión se apaga. Su dueña se baja. En la puerta de un rascacielos un niño y un hombre la esperan. El niño abre mucho los ojos, se lanza corriendo hacia Lucila, empieza a tocarla, tacto caliente, olor a sudor, voz chillona:

­–Mamá, me la has comprado, una mascota de verdad, como la de Alex y la de Marcos­ la androide interpreta una gran agitación por parte del pequeño humano. En su célula de aprendizaje graba que su presencia produce felicidad y archiva la imagen como el enlace iconográfico de la palabra.

–Se llama Lucila hijo, ¿te gusta?­ –pregunta la madre pausadamente.

–Pues claro, es una androide mamá, a todo el mundo le gusta. Además, estoy aburrido de tener robotnimales, no saben hacer nada.

El hombre se acerca a la mujer y la rodea por la cintura en un gesto de aprobación por el regalo

–Es un poco caro­ –le dice ella al oído–­ pero míralo, le gusta tanto. Además, tiene razón, todo el mundo tiene uno, los animales están pasados de moda. Donaremos los robotnimals a los niños de los barrios cementados.

La madre vuelve junto al niño que sigue zarandeando su obsequio, le extiende unas instrucciones, el niño toma la mano de la androide, pulsa unos botones en su dorso, la pasa por el rostro, pronuncia su nombre, unas vías aferentes especiales transmiten los estímulos que concluyen en el centro de la fidelidad y la obediencia.

La robot ya está lista para recibir órdenes y complacerse al ejecutarlas.

En poco tiempo aprende miles de palabras. Su dueño juega mucho con ella, le ha enseñado varios libros electrónicos que le ha mandado memorizar para relatárselos por la noche. Gústele al niño que cada libro lo represente mientras narra la historia, a modo de teatrillo, así que la androide tiene la misión de reflejar hasta el último detalle el comportamiento humano y agudiza la percepción cuando está con la familia.

El reloj proyecta las 6 en la pared. Hace 36 horas y 45 minutos que la androide está sola. Sigue postrada en el sillón automático. Su balanceo constante y el silencio han estimulado su región del sueño. Cabecea y la revisión de recuerdos se bloquea, reinicia el sistema molesta mientras se conecta a un cargador de hidrógeno que la mantenga despierta. Hasta el momento no parece que halla ningún modelo operativo de autodestrucción. Tiene que seguir buscando, tiene que cumplir la última orden del niño si quiere sentirse bien: desaparecer.

La vida de la familia carece de complicaciones. Ellos van al trabajo, el menor estudia en casa con el maestro virtual de una placa holográfica educacional. Así transcurren las primeras 6 horas del día. Por la tarde llega él, saluda al pequeño, hablan una media de 10 minutos. A los 20 minutos de haber llegado él llega ella; habla con ellos otros 10 minutos. Después se sientan juntos frente a una gran placa holográfica de
entretenimiento. Así transcurren las siguientes dos horas. Entonces la madre se levanta, va a la cocina, introduce un sobre de material genético en el organogenerador. A los 10 minutos tienen filetes de pollo con ensalada y patatas hervidas.

Se sientan juntos en la mesa, comen en 20 minutos, vuelven juntos a los sillones automáticos y encienden nuevamente la placa holográfica de entretenimiento. Los martes y jueves suelen ejercitarse juntos durante media hora en el optimizador corporal.

Siempre hacen todo juntos, porque según le han explicado son una familia unida.

Los fines de semana los padres no trabajan. El sábado por la mañana salen con el niño a pasear, generalmente a las tiendas y las zonas lúdicas internaúticas del centro. Los domingos se reúnen con sus amigos, bien en su casa, bien en la suya. Toman vitaminados durante 10 minutos en los que también charlan. Transcurrido este tiempo conectan la placa holográfica de entretenimiento y disfrutan, en conjunto, del agradable encuentro.

Al mes Lucila ha aprendido la rutina de la familia.

Al cabo de seis meses la Androide ha aprendido  múltiples expresiones de complacencia y algunas de molestia. Cree que su formación está completada pero se equivoca; esa misma tarde aprende otro sentimiento: la rabia.

La madre llega agitada, dando bruscas zancadas atraviesa el pasillo, lanza el bolso contra el suelo, desconecta su chip telepático; acaban de echarla del trabajo. Ella no lo  sabe pero Lucila la observa desde un rincón. La ve acercarse a la ventana, tentadoramente se apoya, parece que va a saltar, retrocede asustada. La androide no sabe como interpretar ese acto. Más tarde le preguntaría al niño y conocería la
primera de las cuatro formas de  suicidio humano almacenadas en su archivo de memoria a largo plazo. Su dueño le hablaría posteriormente de las otras tres.

Los siguientes días la madre permanece frente a la placa holográfica, le ha contado a Lucila, con la que habla durante 10 min entre programa y programa, que sufre una depresión nerviosa, pero no está triste porque su mente está ocupada analizando las figuras espectrales de la proyección. Así es que la androide aprende una nueva lección; la tristeza y el nerviosismo son la expresión de la depresión; la depresión es mala, sólo se elimina con hologramas.

Desde su sillón automático, la androide, medio triste, conecta la placa holográfica. Son las 7 y el programa de comportamiento social empieza. Lo ve hasta mitigar la tristeza que interfería en sus funciones y retoma la búsqueda del modelo de autodestrucción.

Han pasado 7 meses. La madre ha realizado varias entrevistas de trabajo desde casa, usando su chip telepático para comunicarse. Solo en dos le han pedido que se presente
en persona, pero no ha dado resultado.

–No es lo que yo busco­ –discute con su marido a menudo­–. Soy una profesional de alto rango, merezco algo mejor.

Su marido le enseña facturas y vales de compra.

–Ya estoy ahorrando. He interrumpido mis reuniones de los domingos. Uso transporte público...

–Ves demasiada holoprogramación y la placa gasta mucha energía. Eso se paga más caro que todo lo demás.

Han pasado 8 meses, la placa holográfica no se enciende ya por las mañanas. La madre habla más tiempo con Lucila. Le dice que se encuentra sola. En su diccionario incorporado la androide califica la palabra como el adjetivo de “soledad”, pero no tiene ningún enlace iconográfico para ella.

En una ocasión la encuentra dando vueltas por el salón, con los brazos cruzados, la frente arrugada. Parece que la interrumpe al entrar, su dueña se gira molesta, le pide que se vaya, está pensando, dice, reflexionado sobre el futuro.

Al día siguiente la encuentra tendida, frente a la ventana, con los ojos caídos, algunas lágrimas, la boca torcida, la mirada en ninguna parte. La imagen concuerda con la definición de soledad y Lucila la almacena.

El sistema operativo sigue buscando en el disco de memoria el modelo de autodestrucción. La Androide se sienta frente a la ventana rota tras su intento de suicidio, conectada aún al cargador. Posa la mirada en el vacío, la frente arrugada, los ojos caídos, la boca torcida, los brazos cruzados. Está pensando en la soledad; en su soledad...

El sistema operativo sigue buscando...

El niño ya no juega con ella. Se aburrió de los teatrillos, se aburrió de mostrarla a los amigos, se aburrió de cuidarla.

Al principio salía con la familia, los fines de semana. Su dueño le enseñaba todo lo nuevo que encontraban, aprendió sobretodo de tiendas y holoconsolas.

Desde que la madre perdiera el trabajo dejaron de salir. Lucila se queda a menudo en el cuarto del niño, contando el tiempo para mantener su cerebro activo. Empieza a sentirse molesta.

Un día la madre vuelve eufórica, ha encontrado un trabajo. Lucila se alegra, deduce que volverán hacia ella las antiguas atenciones. Pero no es así.

La madre no vuelve a expresar soledad ni reflexión, la rutina de la familia unida vuelve a reestablecerse. Por la tarde llega ella, habla con el niño una media de 10 minutos, a los 20 minutos llega él, habla con ellos otros 10 minutos, después se sientan juntos frente a la placa holográfica de entretenimiento. Interrumpen durante 20 minutos para comer. Continúan los holoprogramas. Los martes y jueves realizan media hora de ejercicio. Los sábados salen juntos, los domingos se reúnen con los amigos.

Los recuerdos de La androide pasan deprisa, la búsqueda se acerca al final...

Pero Lucila apenas ya participa de sus paseos, sus dueños la miran con desaprobación. El niño ya sólo la desempolva. Ha quedado como una mera espectadora, en un rincón del cuarto. Las conversaciones sobre ella, sin embargo, se han hecho frecuentes.

–¿Estas contento con la Androide, hijo?­ –Le pregunta la madre, durante los 20 minutos de comida.

–¡Buah! No tiene convertidor corpóreo, es un rollo. El de Alex cambia el cuerpo y puede volverse chico, o viejo, o lo que quiera. Además, habla muy raro, no mejora ni con el disco 4D última versión que compró papá.

–Bueno, tu padre y yo hemos pensado que gasta mucho, ya sabes, por las revisiones mensuales, además, exige muchas atenciones. En el mercado hay ahora algunos modelos con mantenimiento incorporado. Todas mis amigas lo están comprando para sus hijos y están encantadas.

Lucila escucha en su rincón. Su cerebro es incapaz de procesar la intención de los comensales, pues su centro de la fidelidad y la obediencia bloquean las ideas de abandono.

La búsqueda en el archivo de memoria a largo plazo ha terminado. No hay ningún modelo de autodestrucción, no aprendió ninguno que sirviese para un robot. La androide no sabe que hacer.

–Mercancía desaprovechada, mercancía olvidada e inútil ­–repite. En su cerebro humanoide retumba el mandato: DESAPARECE. Tiene que cumplir la orden. “El cumplimiento de tus órdenes es mi felicidad”, reza en la inscripción publicitaria del dorso de su mano–.­ Felicidad (del latín felicitas, ­atis) f.: Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Ubicación: archivo de expresiones parcialmente incomprendidas, enlace iconográfico destruido. Mi presencia ya no produce felicidad. Sentimiento para el término: no aprendido.

Última búsqueda de modelo de autodestrucción en archivo de memoria a corto plazo:

Empaquetan los objetos del piso. Al padre le han ofrecido un ascenso y se mudan a la Luna. El niño se quejó tras al recibir la noticia, dijo que se quedaba sin amigos y sin centro de holoconsolas. Estuvo varios días molesto. Dos días antes de marcharse los padres le regalan un nuevo androide con cuerpo mutable y batería de tritio.

Lucila intenta seguirlos cuando salen por la puerta, están nerviosos e irritados ante su presencia. Entonces el niño se gira y con el gesto fruncido le grita: DESAPARECE.

Es su último recuerdo.

No hay modelo de autodestrucción robótico. Sólo conoce cuatro formas de suicidio y todas son humanas. El cargador al que se encuentra conectada ha consumido toda su energía de reserva. Sus baterías de hidrógeno se descargan lentamente. Sólo conoce cuatro formas de suicidio humanas, ninguna sirve.

–Última orden no cumplida, última orden no cumplida...

Los controles se apagan, sus ojos se cierran. Lentamente cae en un profundo sueño.

Bookmark and Share

Comentarios - 0

No hay comentarios aun.


Logotipo de la UCM, pulse para acceder a la página principal
Universidad Complutense de Madrid - Ciudad Universitaria - 28040 Madrid - Tel. +34 914520400
[Información - Sugerencias]
ISSN: 1989-8363