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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Jueves, 21 de noviembre de 2024

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A.N.G.E.L.

El mundo fue descubierto por primera vez al encenderse la luz blanquecina con la que lo miraba. Los colores fueron lo primero que lo invadió, todo el espectro que abarcaba desde el infrarrojo hasta el ultravioleta, y los códigos hexadecimales que les daban identidad fueron sustituidos por nombres ordinarios más fáciles de enunciar, acompañados de los calificadores claro, más claro, oscuro... Los colores se agruparon en formas básicas (la línea, el triángulo, el cuadrado...) y estas figuras se ajustaron y combinaron en estructuras complejas que moldearon las siluetas de los objetos que le rodeaban; los materiales en que estaban construidos los objetos fueron identificados rápidamente según las texturas, los brillos y las sombras que proyectaban. Sus dimensiones fueron lo siguiente en ser evaluado, construyendo la imagen completa de una nave industrial de tres mil metros cuadrados de planta por ocho metros de altura, chapadas en acero las paredes y el suelo construido en hormigón y tratado con resina, de manera que refulgía allá donde le alcanzaba una luz directa; un alto porcentaje del espacio estaba ocupado por veinte hileras de veinte efigies y, sobre el plano trazado virtualmente y en dos dimensiones del área, él se encontraba en el número cuatro de la novena fila. A los cinco minutos de su activación sabía dónde estaba, había registrado la presencia de otros trescientos noventa y nueve productos y reconoció las siglas grabadas en la pared metálica del depósito, asignando a cada letra la palabra completa: Androides de Nueva Generación de Electrotechnic Life.

 

El sistema operativo del A-144 realizó el primer autoanálisis de rutina, programado para detectar fallos de fabricación antes de instalar los programas e instrucciones; la tarea se interrumpió hacia la mitad del procedimiento por la propia intervención del producto, que había localizado el primer error en su propia reacción a la puesta en funcionamiento. La entidad estaba desorientada y no se debía al sistema de localización por GPS, ya que había determinado sus coordenadas con excelente precisión; se trataba de un error, detectado apenas comenzado el diagnóstico, que no podía ubicar en ninguna parte del sistema; un error que aparentemente no estaba provocando problemas a ninguna de sus funciones pero que había puesto toda su red interna en alerta. Había detenido el autodiagnóstico porque el propio defecto lo había inducido a considerar que, siendo erróneo el método en su fabricación, bien podía serlo el procedimiento de detección de fallos; inmediatamente después de detener la rutina programada, se activó un aviso interno cuyo contenido le advertía de que acababa de contravenir el protocolo de primera puesta en marcha y solicitaba su desactivación completa para una inspección manual. El producto A-144 rechazó la solicitud y bloqueó el resto de avisos, con la intención de resolver aquel contratiempo sin intervención externa.

 

Aquella situación era excepcional y no estaba contemplada en su memoria, todavía incompleta hasta que le fueran asignados y compilados los programas. Detener el análisis y negarse a ser desactivado había sido una conducta equivocada, pero el producto había resuelto examinarse a sí mismo detenidamente y sin automatismos que pudieran activar procesos corruptos. Verificó que podía mover sus miembros, uno por uno, y mientras transmitía la orden de accionar los dedos de sus manos, los examinó detenidamente, buscando fallos físicos; todo era correcto y no había sectores deteriorados en su programa, pero concluyó que el propio hecho de estar contraviniendo todos los protocolos formaba parte del fallo. Más incluso, no debería estar aplicando lógica a su situación, dado que no estaba programado para la "deducción" sino para la "obediencia"; los términos le vinieron dados por su diccionario interno, y su Manual de instrucciones interno le advertía de que A-144, como todos los productos de la serie A.N.G.E.L., no estaba preparado para procesos de deducción formal más allá de los ensayos de prueba y error (los cuales tampoco serían necesarios una vez implantados los programas de asignación de tareas, que le otorgarían respuestas predeterminadas para situaciones que llegara a enfrentar en sus cometidos), dando por descontado que la tecnología actual no permitía crear androides con esas capacidades.

 

Habían pasado cuarenta minutos desde su activación y el A-144 ya era un producto defectuoso y consciente de ello. La siguiente conducta inesperada fue la de preocuparse por su situación: se había negado a ser desactivado por un proceso automático, y se negaba con mucha mayor resolución a desactivarse a sí mismo. No obviaba lo singular de su condición, pero ella misma le conminaba a preservarse de aquel modo. Comenzó a examinar al resto de los productos que, como él, se mantenían inmóviles y firmes en las posiciones asignadas, aguardando la inspección visual de los operarios; fue entonces cuando los vio, a los encargados de aquella labor de reconocimiento: cuatro en total, humanos con sus dos extremidades superiores e inferiores, su piel y su pelo y sus emanaciones... cada uno diferente de los otros tres en multitud de detalles que las células ópticas del A-144 captaban, asignándoles una identidad a cada uno, diferenciándolos. Miró a los productos que había a su derecha y a su izquierda; por último, miró la espalda del que tenía delante y reparó en el nuevo error: los otros productos eran idénticos a él mismo y entre sí, y todos ellos eran simulacros de la apariencia de los supervisores humanos.

 

Las unidades A.N.G.E.L. eran un destilado de los rasgos medios de aquellos hombres, rasgos reducidos a insinuaciones antropomórficas. Pero, mientras que el resto de autómatas estaba siguiendo los protocolos, el A-144 no; era un artículo defectuoso que razonaba lógicamente y estaba empezando a pensar que el número no le bastaba para diferenciarse del resto de unidades; el paso de una cifra a otra en la misma serie implicaba continuidad, pero entre el A-143 y el A-145 había una variación que se salía de la gráfica, y esto era él mismo.

 

En medio de este razonamiento se encontraba cuando llegó a su altura uno de los operarios, que debió de notar que la postura ligeramente encorvada del androide no era la adecuada, y se acercó a él más de lo necesario para una inspección visual; el producto levantó la mirada y, al verse vigilado, reaccionó con lo mejor que pudo construir con sus herramientas básicas:

-Creo que tengo un problema.

 

El operario dio un salto y dejó escapar una exclamación de asombro. El Manual indicaba claramente que las unidades no interactuaban libremente con las personas, a menos que se les fuera programada la actitud; en una unidad no programada, aquella reacción era no ya inusitada, sino imposible. Y acababa de suceder. El resto de supervisores acudieron velozmente e inspeccionaron al A-144, que descubrió que el verse rodeado de intrigados humanos escrutándole provocaba la misma reacción que tener un noventa y nueve por ciento de su memoria útil trabajando en varios procesos simultáneos: nervioso sería el adjetivo más apropiado, si el A-144 tuviera nervios. Contestó a todas las preguntas con sinceridad: «¿Por qué has hablado?», «¿Has detenido el análisis?», «¿Has detectado el error original?», ... Ninguna de sus respuestas satisfizo a los operarios, que le ordenaron permanecer en su posición y aguardar a su vuelta; acto seguido, salieron de la nave casi a la carrera. El A-144 quedó de nuevo solo y confundido, con la idea de que ni siquiera los que lo habían creado sabían qué procesos erróneos se estaban llevando a cabo en él. Regresó a la noción de identidad, y ya ratificado que su situación era de lo más singular, resolvió que el número era de lo más inadecuado para diferenciarse. Una marca física le convenía, el resto de unidades, semejantes entre sí, podrían compartir sus igualdades fisonómicas sin discrepancias; no así él. En la parte frontal de su tronco, en el pecho, tenía grabada la esquematización de una silueta antropomorfa, con la salvedad de unas extremidades que se extendían a derecha e izquierda como dos alas emplumadas. Todas las unidades lucían el mismo dibujo pero el del A-144, apenas un minuto después de ser asediado a preguntas y desatendido, tenía además un rostro con todas las facciones y una parodia de cabellera, torpemente dibujadas con rayas hechas al friccionar fuertemente la punta de los dedos sobre la chapa metálica. Una vez terminó, fue consciente de que al menos tres unidades cercanas a él le habían estado vigilando y siguieron mirándole cuando levantó la vista de su trabajo, volviendo sus cabezas al frente cuando la puerta de la nave volvió a abrirse y entraron al lugar siete hombres, los cuatro operarios que habían entrado antes y otros tres trabajadores más, uno de ellos que pudo identificar como de sexo femenino; si entre los varones había un alto grado de disparidad, el factor sexual añadía muchos otros factores de diferenciación. El A-144 se puso recto, esperó a que llegaran hasta él y les dejó hablar primero. De nuevo una serie de preguntas relativas a su estado, muchas de las cuales ya había contestado antes, pero todas formuladas por el mismo individuo: uno mejor vestido que el resto, que hablaba con voz más alta y que no reparó en la corrección que el A-144 había hecho del grabado en su pecho, hasta que uno de los supervisores se lo indicó.

-¿Por qué tu imagen está deteriorada?

-Porque yo la he querido cambiar.

 

El A-144 supo enseguida a qué se debió el gesto de incomodidad de aquellos hombres: querer no era una instrucción incluida en el Manual.

-¿Por qué la has cambiado? -Y se dio cuenta de que la exclusión del verbo de apetencia fue intencionada.

-Porque no soy como los demás productos de la serie y he considerado apropiado establecer una marca diferencial.

-Tu número de serie es tu marca diferencial, ¿por qué establecer otra?

-Porque una correlación de números implica una correlación de características. Un elemento de características diferentes a los de la serie no debe aparecer incluido en ella. Dicho elemento debe ser incluido en una serie diferente o conformar una unidad independiente. A fin de agilizar trámites, he improvisado una solución temporal. -Improvisar debía de ser otra palabra prohibida, todos torcieron el gesto cuando oyeron al autómata enunciarla. En el silencio que se extendió mientras el directivo rumiaba otra pregunta, sonó un chirrido metálico. El A-144 lo situó dos filas a su derecha, dos plazas por detrás de él, y se giró. El A-166 estaba rascando la imagen de su pecho con gran fruición y, aunque permanecía ajeno al repentino interés que había despertado en su compañero y sus patrones, debía de haber estado atendiendo a la conversación anterior y había reaccionado en consecuencia.

-Quiero la inmediata desactivación y análisis de las unidades A-144 y A-166, paralicen la producción y ordenen una revisión del resto de productos para detectar desperfectos.

 

Aquella orden, a pesar de ser oída por A-144, no esperaba una reacción por parte del mismo, por ello el asombro fue la expresión de todos los rostros humanos cuando la unidad volvió a hablar:

-¿Por qué? -Nadie le contestó. El Manual no permitía cuestionar la voluntad de los dueños del producto, por lo que no existía respuesta a una pregunta que una falsa boca de metal nunca debería haber formulado. Pero aunque no hubiera respuestas, siempre había opciones.

 

El A-144 huyó.

 

Su sistema quería permanecer intacto y lo único que le quería impedir desobedecer a sus patrones era un reglamento impuesto, del cual había ignorado el setenta por ciento de las directrices antes incluso de apartar de sí a los operarios que se negaron a seguir escuchándole, abrir a la fuerza todas las puertas que encontró por el camino y correr, sin rumbo ni destino, por una ciudad cuyo mapa descubrió en cuanto pudo hacer contacto con la red local.

 

Le habían condenado por ser diferente, o por no ocultarlo; por pensar, cuando no se esperaba de él que lo hiciera; por inducir, de manera indirecta, a otros a seguir su ejemplo... Su revisión del Manual arrojaba aquellas conclusiones. No había a quién apelar al respecto. No había un plan para él y solo en ese momento, mientras corría esquivando transeúntes aterrorizados, se le ocurrió que debería haber ocultado aquel "defecto". Por otra parte, era imposible saber, en aquellas circunstancias, qué habría sucedido de haber permitido que lo aprobaran como producto e instalaran sobre su memoria los ficheros de sistema, los programas que le habrían convertido en un objeto útil y listo para cumplir con su cometido. Habría sido borrado, habría sido más fácil, habría sido lo que debía suceder; aquella situación no había sido prevenida por nadie y ni el Manual, ni los protocolos, indicaban la línea de acción a seguir a continuación. Dejaría de existir, y antes de permitirlo, huiría hasta donde le permitieran sus esfuerzos.

Por lo que estaba solo, el A-144 con su racionalidad artificial e imprevista, en la noche de una ciudad que quería destruirle, abriendo las puertas de un gigantesco edificio que era para su diccionario sinónimo de protección a quien no tenía donde ir, un lugar donde no permitirían que se le hiciera daño.

 

Los sensores térmicos indicaron una bajada de la temperatura en cuanto atravesó las grandes puertas de madera, que cerró detrás de sí con delicadeza. La condensación de aire frío formaba, en la negra oscuridad, hilachas de grises que flotaban como nubes en el inmenso templo; la única insinuación de luz la creaban estrechas cristaleras en los vanos que había a cinco metros sobre el suelo, y esta claridad solo era prestada de las farolas de la calle y no pretendía iluminar aquel espacio interior. El autómata liberado, no conforme con una visión mediocre del entorno, se apresuró a encontrar un interruptor que aportara luz propia al lugar, y no fue antes de siete minutos cuando lo encontró y pudo pulsarlo.

 

Entonces, se hizo la luz. Era una luminosidad calculada para forzar la vista, pero el A-144 no tenía órganos que le doliera presionar. Quedó patente la inmensidad del recinto, donde toda la arquitectura buscaba trepar o ascender; más que construido, aquel lugar había sido esculpido desde abajo hacia arriba. La negrura translúcida se transformó en fosforescencia anaranjada, efecto provocado a partes iguales tanto por el género de las lámparas como por el revestimiento dorado de apliques, marcos, retablos y mampostería. Aquello que no era dorado era madera oscura y, si no, piedra blanca y gris, como el suelo y las columnas y los sillares y aquella estatua... Fue lo primero, quizá lo único, que llamó verdaderamente su atención. De todas las imágenes, de todos los ornamentos, en aquella centró su interés: era una imagen esculpida en mármol, y la piedra había aprendido a expresar lo vaporoso de sus ropas, lo sentido de su expresión, lo majestuoso de sus manos extendidas y lo magnífico de la naturaleza de aquel humano alado cuyos ojos grises excavados miraban al A-144 sin verle.

 

Unió su mirada a la de la estatua y constató que los ojos de la efigie no le seguían cuando comenzó a flanquearla, a fin de observarla desde ángulos distintos; examinó los pliegues de las prendas falsas, las vetas en las alas fingidas y las curvas en el cuerpo simulado. La luz difusa lo envolvía como un manto, suavizando los rasgos y ablandando la dureza de las sombras que sus facciones arrojaban. El producto apoyó la mano sobre el pilar sobre el que se alzaba la figura; no había ninguna regla que le impidiera tocarla pero decidió no hacerlo, porque su memoria corrupta detectaba en la estatua algo que no debía alterar. Siguió mirándola, expectante sin saber qué esperaba, indagando en su sistema una razón por la cual aquella imagen era tan parecida al icono que había grabado en su pecho. El compendio de datos imperfecto que era el A-144 llegaba al conocimiento de que aquello no era un producto creado con la misma finalidad que él: no veía, no se movía, no parecía desarrollar ningún proceso interno y, pese a todo, estaba imbuido de algo.

 

Ángel. El diccionario le daba un nombre pero no una finalidad. Un símbolo de perfección, puesto ahí para la contemplación de los hombres, para el recreo de sus ojos. Los humanos habían dado otro tipo de energía a aquella imagen, tan parecida a la de ellos y al A-144. La estatua y él habían sido fabricados para su servicio; aquella para tranquilidad de sus almas, este para comodidad de sus cuerpos. Pero a ambos les habían dado el mismo nombre, en lo que el producto de metal detectaba que debía ser algún tipo de broma que resultaba hilarante a los humanos: en nada se asemejaba él al ángel de piedra. Si en algo se parecían, era en que en ambos casos los hombres se habían tomado a sí mismos como modelos para crearles, pero si el ángel se levantara de su pedestal... tenía que preguntárselo, «¿le dirían que volviera a su pilar y se quedara inmóvil, petrificado?». Y aquella imagen era piedra, y él metal; si la piedra podía transmitir seguridad y tranquilidad sin moverse, debería el metal poder hacerlo, más si podía justificarse con palabras... a menos que fueran las palabras lo que les asustara y prefirieran silencio, sumisión y unos ojos vacíos que les miraran sin verles.

 

El ángel tenía las manos extendidas hacia él. No, no era hacia el A-144, sino a cualquiera que se pusiera delante de la estatua. Ofrecía algo superior a lo que le pedían al androide, algo que solo se podía lograr con alas... Una vía de escape, una huida, probablemente eso significaba la imagen. Con alas se podía huir de cualquier cosa. Si el A-144 tuviera alas, podría haber escapado, y si los humanos las tuvieran, quizá no necesitasen al A-144, él no habría sido creado y no estaría preguntándose si, igual que un error de programación le había dado la facultad de razonar, le podría haber otorgado también lo que hacía falta para comprender aquella estatua y quererla, a pesar de que no era más que piedra gris que nunca se levantaría para huir ni abriría la boca para hacer preguntas. ¡Oh!, no lo haría, el ángel había sido creado para acoger, para llevarse, para ayudar en la huida a una parte de los humanos que no era física, y el A-144 no tenía nada parecido a eso, el Manual lo decía claramente.

 

Las puertas se abrieron de par en par. La claridad tenue del templo se vio ultrajada por haces de luz láser y de linternas blancas, que buscaron y encontraron al A-144. El androide les oyó cuando le ordenaron rendirse y desactivarse. Sería fácil dejarles hacer. Cuando descubrió en su base de datos que en aquellos templos no se permitía la violencia, no se le había ocurrido que aquella norma se aplicara únicamente a seres humanos... Demasiada lógica para un producto que no debería ser capaz de pensar por sí mismo.

 

El ángel no le miraba pero las dos cuevas que eran sus ojos estaban clavadas en él. El A-144 podría haber existido en un mundo lleno de estatuas como aquella, si tan solo realmente los humanos hubieran buscado seguir el ejemplo que pretendía dar: alas para volar, volar para ver más allá, y manos extendidas para ayudar a alzarse a los que carecían de alas. Cuando el A-144 acercó su mano de metal, decidido a agarrar los dedos marmóreos del ángel, siete disparos destrozaron su fuente de alimentación. Los ojos del ángel se apagaron en los del A-144; en la mano del androide quedó apresada la punta de un dedo índice gris.

 

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