Todos conocemos a Ray Bradbury (1920-2012) como inolvidable escritor de Ciencia Ficción, uno de los escritores que lograron que este "subgénero literario" pasara a poder escribirse así, con mayúsculas. Sorprende por ello encontrarse de repente con la extensísima y desconocida, al menos para el que suscribe, obra poética del autor.
Bien pensado, no debería sorprenderme tanto: seguro que muchos conocedores de este autor al leer el título Ray Bradbury, poeta, han pensado en que se trataría de un artículo sobre la dimensión poética de su prosa, evidente en toda su obra pero protagonista absoluta en creaciones como El vino del estío, Las crónicas marcianas, El hombre ilustrado, o Las manzanas doradas del sol. Y es que en la esencia de la escritura del Bradbury está la lírica asociada a la maravilla del instante. Para nuestro autor la realidad cotidiana ya es ciencia ficción, y cada estrella o paisaje de un planeta lejano una forma de expresar lo que siente a diario. En este sentido Bradbury se aleja del espíritu de muchos escritores del género, al percibir poesía donde otros ven técnica y ciencia pura.
Al ser preguntado los clásicos que más le influyeron en su infancia, Bradbury enunciaba, combinando con absoluta naturalidad: "Shakespeare, Wells, Melville, Burroughs, Verne, Poe, Dickinson...", añadiendo a continuación: "crecí entre metáforas". Esta combinación ecléctica de lecturas, que explica en cierta medida su obra, fue fruto de su educación autodidacta en los "templos sagrados", como denominaba a las bibliotecas.
Así se puede entender que la prosa de nuestro autor esté impregnada de poesía ("Ray Bradbury no es tanto un científico como un poeta filósofo" diría el escritor C. Isherwood en una reseña sobre Las crónicas marcianas). Autodenominándose "cachorro de Dickinson y Poe" o "hijo bastardo de Shakespeare", Bradbury salta en sus poemas las fronteras entre los géneros combinando en un solo ser, sin aparente fricción, ciencia y poesía, o incluso ciencia y religión ("cuya diferencia es, a menudo, solo una cuestión de semántica", según el autor).
Por supuesto, el contexto común no evita que surjan diferencias notables entre su prosa y su poesía, distintos pinceles que dan lugar a creaciones diferentes. En la poesía de Bradbury la imaginación se pone al servicio de la obra ya sin necesidad de hilo argumental, convirtiéndose en generación pura de imágenes, en trascendencia de lo real a lo maravilloso. Curiosamente, en la poesía parece poder reducir al mínimo las metáforas. Ya no hay necesidad de transmitir el mensaje junto con la historia y Bradbury aprovecha para ser directo sin miramientos: "¿Conocéis solo lo Real? Caed muertos", dice el primer verso del poema Tenemos el arte para que la verdad no nos mate. Arte es verse a sí mismo como una máquina de viajar a través del tiempo, logrando el sueño de Wells al ritmo de un segundo hacia el futuro por segundo de reloj transcurrido. ¿Demasiado despacio? Caed muertos o, si lo preferís, intentad percibir todo lo que sucede dentro y fuera de vosotros en un segundo sin traspasar los límites que os separan del segundo siguiente.
Quizás por esta inmediatez, por este brusco despojarse de metáforas y mecanismos indirectos, los poemas en la extensa obra de Bradbury tratan solo ocasionalmente temas propios de ciencia ficción. Temas como la infancia, el retorno a los orígenes, a la querida "Ciudad Verde" (referencia a su Waukegan natal, convertida junto con sus habitantes en paraíso atemporal), se combinan con poemas dedicados al joven Galileo o a la nave Viking, al "Papa Androide VII" ("el sagrado robot romano criba nuestra materia y nuestros huesos / en montones de adormecidos domingos..."). Cabe todo: un paisaje de Renoir, una libélula, una broma, Dios, Shakespeare o el Dr. Jekyll copulando con Mr. Hyde. Pero siempre, todo, con los ojos muy abiertos y la mirada maravillada del niño que ve el mundo por primera vez.