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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Jueves, 21 de noviembre de 2024

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La vaca

-¿Dice usted que Gut Piik era un buen tipo?

El anciano que se sentaba ante mí asintió con la cabeza mientras acariciaba las orejas de su perro, que estaba tumbado en el suelo.

Aquella declaración era realmente sorprendente. Desde que empezamos a grabar entrevistas para el documental, aquella era la primera persona que elogiaba la valía de Piik como persona. Evidentemente, muchos habían destacado su genialidad como médico anticipado a su tiempo, muy posiblemente avanzado incluso para la época actual. Pero... ¿un buen tipo? ¡Y además, aquello lo estaba diciendo un pirot! Había algo que no estaba entendiendo.

¿Hablaba del mismo Gut Piik? ¿El médico del campo de concentración de Om-dum-kiá? ¿Aquél a quien los soldados del campo entregaban pirots escuálidos para que hiciera con ellos todo tipo de experimentos atroces, incluyendo manipulación genética, amputación y reimplantación de miembros de otros individuos o de animales, manipulación sensorial, trepanaciones en vida, o aceleración y deceleración de los procesos naturales de envejecimiento? Los testigos decían que, cuando los soldados sacaban a rastras a los pirots de su consulta, algunos tras haber estado allí días o semanas, poco quedaba de humanos en ellos. Con frecuencia aparecían rapados y con una línea de puntos cosidos alrededor de todo el cráneo. No podían andar y tenían la mirada perdida. En realidad, ya poco importaba. Al poco de salir de allí, su destino se sumaba al que acababan padeciendo antes o después todos los pirots de campo, hubieran pasado por aquella consulta o no. Pero los que salían de la consulta, ya inútiles para cualquier otra tarea, eran conducidos directamente a la cadena de reciclaje. De aquella cadena, los restos de sus cuerpos salían convertidos en trajes de piel humana, tambores, gelatina, recubrimiento de neumáticos, piensos animales, ajedreces de hueso, ladrillos flexibles y varias cosas más.

¿Hablaba aquel anciano de ése Piik? ¿El mismo que, cuando las tropas enemigas alcanzaron el campo, huyó junto a los demás soldados y, al ser identificado en un bosque cercano, fue apaleado hasta morir por un grupo de prisioneros del campo? ¿El mismo que, según testigos del apaleamiento, estaba siendo transportado en una camilla por dos soldados y pareció quedar en estado de shock cuando la masa enfurecida les alcanzó? ¿El mismo que, al preguntársele si estaba arrepentido de sus actos, se limitó a mirar al suelo?

-Ya le he dicho que le hablo de Gut Piik, el doctor en Om-dum-kiá -respondió el anciano.

Aquello merecía una explicación. Mientras no dejábamos de grabar, el anciano comenzó a contarnos su historia.

Se llamaba Cop Hyrt. Efectivamente, era pirot y fue prisionero de Om-dum-kiá. Cierto día, su extrema debilidad le hizo inútil para trabajar en la cadena de montaje. Entonces los soldados le condujeron a la consulta de Piik.

Cop recordó cómo el propio Piik le subió a una camilla y le inyectó algo. Al poco tiempo perdió el conocimiento.

Cop tuvo entonces extrañísimas y desagradables sensaciones, como si estuviera saliendo de su propio cuerpo. No podía afirmar el momento exacto en el que recuperó el conocimiento ni cuánto tiempo estuvo así, pues su cambio de estado fue lento y gradual. Entre las tinieblas, notó intensos dolores, constantes náuseas, largos picores, y en general confusión sensorial completa. Sólo oía pitidos, sólo sentía fogonazos aleatorios de luz. Su cuerpo se movía compulsivamente, no tenía ningún control sobre él.

 

No obstante, con el paso de varios días (¿semanas? ¿meses?), su cuerpo fue recuperando el control sobre sí mismo. Empezó a comprender lo que oía y veía. Todo se veía diferente y se oía diferente, pero poco a poco llegó a poner sus sensaciones en su sitio. Su cuerpo se sentía y se veía distinto.

Durante todo aquel proceso, el propio Piik le hablaba frecuentemente. Al principio no le entendía, Cop pensaba que hablaba en otro idioma. No obstante, con el paso del tiempo, se dio cuenta de que le hablaba igual que siempre, sólo que era él el que había sido incapaz de entender su propio idioma.

Un día, Piik puso a Cop ante un espejo. Cop se había convertido en una vaca. Una vaca normal y corriente.

La primera sensación de Cop fue desear morirse allí mismo. Todos los rumores sobre las atrocidades de Piik eran ciertos.

-Déjeme explicarle su transformación, señor Cop -dijo Piik-. He trasplantado su cerebro al cuerpo de una vaca. Con ayuda de unos brazos robóticos muy precisos programados por mí mismo, he conectado todos los nervios que salían de su cerebro con los nervios del cuerpo de la vaca. Los nervios que antes controlaban su brazo derecho ahora controlan su pata delantera derecha. Los nervios ópticos que antes iban a sus ojos ahora van a los ojos a la vaca. Y, bueno, se puede hacer una idea del resto. Por cierto, su cerebro no está en el cráneo de la vaca, está en su caja torácica. Entiéndame, no cabía en el cráneo de una vaca.

En aquel momento, lo único que deseaba Cop era que Piik le rebanase el cuello y que todo acabase pronto.

-Señor Cop -continuó Piik-, he hecho esto para salvarle la vida y para sacarle de este lugar. Jamás podría sacarle de este campo de concentración con vida dentro de su propio cuerpo. Pero sí puedo sacar de aquí una vaca. Lógicamente, los soldados se preguntarán qué ha sido de usted. Para responderles convincentemente a esa pregunta, he implantado el cerebro de la vaca en su antiguo cuerpo. Dentro de un rato lo entregaré a los soldados. Entiendo que ése no es el destino que usted desea para su cuerpo, pero es lo único que puedo hacer para que no sospechen de lo que he hecho. Su antiguo cuerpo no se moverá con mucha soltura controlado por el cerebro de una vaca, pero no se preocupe, nadie espera que sea especialmente hábil tras salir de mi consulta. Lo llevarán directamente a la cadena de reciclaje y allí terminará todo. Mientras tanto, usted y yo tenemos un plan que llevar a cabo.

Piik sacó a Cop a un pequeño prado vallado que había junto al barracón de la consulta. A Cop le costó adaptarse a andar a cuatro patas. En un principio le resultó repugnante la idea de comer hierba, pero pronto reconoció que le sabía bien.

Unos días después, Piik montó a Cop en un camión. El camión se dirigió a una granja del hermano de Piik, cuya familia había sido ganadera durante varias generaciones.

Pocos días después, Piik llegó a la granja con un cadáver humano. Entonces inyectó algo a Cop y se durmió.

Los días siguientes volvieron a ser terribles para Cop. De nuevo sufrió aquel terrible desconcierto sensorial, de nuevo regresaron los dolores y las convulsiones.

Al terminar aquel largo suplicio debido al nuevo proceso de adaptación neurológica, Piik puso de nuevo a Cop ante un espejo. Ahora su cerebro volvía a estar dentro de un ser humano. Su cuerpo y su rostro no tenían nada que ver con los anteriores, pero Piik se había molestado en que fueran de una edad y complexión similar a las del cuerpo original de Cop.

Cop se quedó a vivir durante un tiempo en aquella granja. Luego se fue.

-¿Sabe que Piik tuvo que intentarlo veintitrés veces antes de perfeccionar la técnica y lograr que le saliera bien? -me dijo Cop entonces, visiblemente emocionado-. Los veintidós tipos anteriores a mí murieron en el proceso. Yo simplemente tuve suerte. Respecto a mis veintidós compañeros... -dijo mientras se echaba las manos a la cabeza- bueno, su destino final iba a ser la cadena en cualquier caso. Al menos tuvieron su oportunidad. Gracias a ellos, yo salí de allí.

-¿Por qué le salvó Piik? -pregunté.

-Simplemente no le gustaba aquello, no le gustaba lo que se hacía en aquel campo. No pidió ese trabajo para aprender experimentando con nosotros, él ya era un genio antes de llegar allí. Lo pidió para salvarnos, para salvar a cuantos más pudiera mejor -dijo Cop con lágrimas en los ojos.

Cop narró que, tras aquel éxito, Piik empezó a aplicar el mismo procedimiento a otros pirots del campo que llegaban a su consulta, al principio unos pocos, luego decenas, y finalmente a centenares de ellos. Todos aquellos cerebros salieron de aquel campo metidos en cuerpos de vacas, mientras sus antiguos cuerpos, gobernados malamente por cerebros de vacas, acababan inmediatamente en la cadena.

Piik se encontró pronto con el problema de que no podría encontrar tantos cuerpos humanos para darles a todos aquellos tipos que, encerrados en cuerpos de vacas, pastaban en la granja de su hermano. Los soldados reclamaban todos los cuerpos (vivos o muertos) de los pirots que pasaban por su consulta para aprovecharlos en la cadena, así que no eran una opción. Lo único que podría hacer Piik era pedir cuerpos en el tanatorio de la ciudad cercana al campo, pero allí nunca podría conseguir cuerpos humanos al mismo ritmo en que se iba poblando aquella granja. Es más, tras conseguir allí el cuerpo que luego usaría para dárselo a Cop, sería difícil hacerse con otro más sin provocar ninguna pregunta. Al fin y al cabo, ¿acaso no obtenía ya suficientes cuerpos para sus investigaciones en el campo de concentración donde trabajaba? ¿Por qué iba a necesitar pedir cuerpos en otro lugar? Así que Piik se resignó a ver cómo el rebaño de vacuno de la granja de su hermano iba teniendo cada vez más cabezas, a la espera de que algún día pudiera salvarlas. El país estaba perdiendo la guerra, así que esperaba que estuviera cerca el día en que pudiera contar su historia y pudiera obtener la ayuda de las (nuevas) autoridades para conseguir cuerpos humanos que darles a sus refugiados. No obstante, dado que las vacas viven mucho menos que los humanos y tienen un mecanismo de envejecimiento mucho más rápido, realizó ciertas operaciones de modificación glandular en el cuerpo de todos sus residentes para modificar su metabolismo y proporcionarles un ritmo de envejecimiento similar al humano, acorde con el de sus cerebros.

Un día, el coronel del campo visitó la granja del hermano de Piik. Dijo que estaba interesado en comprar muchas vacas, pues su familia también se dedicaba a la ganadería, y él mismo deseaba volver a la granja familiar al jubilarse. El hermano de Piik replicó que no estaban en venta. Entonces el coronel insistió mucho.

Era obvio que el coronel había descubierto algo, pero probablemente no tenía pruebas. Piik y su hermano contemplaron las posibilidades disponibles. Si se negaban, el coronel podría llevar a cabo una investigación más exhaustiva. Entonces él acabaría detenido, todos sus refugiados muertos y no podrían salvar a nadie más. No obstante, si aceptaba, cabía la posibilidad de que todos se salvasen. Sus refugiados simplemente tendrían que actuar como vacas durante el tiempo suficiente como para que acabase la guerra. Sólo tendrían que dejar de escribir con sus torpes pezuñas en la arena para comunicarse unos con otros. Sólo tendrían que hacer cosas normales de vacas. Si no levantaban sospechas, podrían sobrevivir.

Finalmente, la venta se llevó a cabo.

-Lo que Piik nunca sospechó es que... -dijo Cop entre lágrimas- el coronel llevaría todas las vacas al matadero al día siguiente de comprarlas.

No supe qué decir. Me quedé en silencio durante un rato.

-Comprendo -logré decir finalmente-. Y dado que los refugiados de Gut Piik murieron, él no tuvo manera de convencer a nadie de su historia justo al terminar la guerra, así que acabó siendo víctima de una venganza colectiva. Entiendo que todo aquello hubiera resultado muy difícil de explicar, y mucho más ante una turba enfurecida. Ni siquiera existe hoy en día nadie capaz de hacer aquellas cosas, así que tanto más sorprendente hubiera resultado entonces -dije mientras Cop se mostraba pensativo-. No obstante usted, el único superviviente de su plan, podría haberle ayudado intentando respaldar su versión a pesar de parecer inverosímil. Entiendo que aquellos días al terminar la guerra fueron caóticos, pero ¿no intentó ponerse Piik en contacto con usted?

Por primera vez desde que empezó la entrevista, Cop sonrió.

-¡Oh, sí, y finalmente lo logró! ¡Claro que lo logró! -dijo mientras miraba a su perro y le acariciaba.

Mientras lo hacía, el perro no paraba de mirarme muy, muy fijamente.

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