Salí hace mucho, en mi nave,
tanto que olvidé el destino
cuando todavía lo había.
No sé si estoy solo,
o bien si es el vacío quien lo está,
pero es que aquí sin luz no puedo oír
si alguien me habla al oído.
Sí recuerdo un origen, un hogar,
una estrellita con su planeta,
y yo dando vueltas,
cada vez más lejos,
dibujando espirales
pero sin dejar rastro.
Negro a un lado y negro al otro,
y yo en el centro,
en mi nave,
dando vueltas para poder ver luego,
ya al revés,
negro a un lado y negro al otro.
Hubo un tiempo
en que creí que mi nave iba a un planeta,
como hacían las demás,
cada una con una bandera para clavar al llegar.
Yo guardo la mía, una transparente,
o quizás invisible,
o quizás la mire de canto,
no sé.
Mirando hacia delante,
por un agujerito,
veo un túnel entre el negro,
una estrellita, me digo,
quizás tenga un planeta
para mí,
quizás no haya bandera.
Aterrizo despacito,
no quiero posar el pie sino la mano.
Al alargarla me pregunto
si el planeta estallará
cual pompa de jabón,
salpicando.
Pero la tierra tiembla,
está caliente,
casi quema.
Aquí me quedaré,
tumbado boca abajo
con los brazos abiertos
y los ojos cerrados,
en este sitio,
en mi planeta.