Hoy han apuntado contra mi pecho
y no lo he sentido.
Llevo un blindaje infranqueable,
de palabras hirientes, hologramas mal interpretados
y llamadas a altas horas de la madrugada,
-todos mis días son noches-
Odio perder, no me rindo,
pero hay batallas que este orgullo no puede ganar
y mis soldados lo saben,
y dejan sus cascos oxidados
amontonados en la punta de la lengua junto a lo que no llegamos a decir,
junto a todas las preguntas sin sentido
que me miran y pelean,
se amotinan y me reescriben
con la tinta de mi sangre extraterrestre.
¿Es la fuerza aún intensa en nosotros?
¿A qué temperatura arde el papel?
¿Soñarán nuestros clones uno en el otro?
¿Es real este filete que mastico?
Son droides,
que caminan hacia el núcleo de la garganta
desgarrando la voz
con el arma desenfundada
disparando al cielo.
A cualquier cielo.
Pues da igual ya
cuando estás tan lejos de casa.
No recuerdo el día en el que vivo.
Esta nave no deja de dar vueltas.
Creo que me estás volviendo loco.
No queda nada por lo que pelear.
Aceptemos los problemas
con gravedad cero
que no pesan.
Dolidos de no tener razón,
levantemos tres dedos en señal de protesta
hinchados de orgullo, pero derrotados.
Y partamos hacia otros mundos,
que aquí
arriba
es abajo
según a dónde vayas,
y un final, puede ser un principio
tras los créditos.
Porque agachar la cabeza no siempre es perder,
a veces es ganarse a uno mismo.
Voy a contarte un secreto:
hay que dejar de ser orgulloso
para empezar a estarlo.