Sé que muchos piensan que aún soy demasiado joven e inexperto, pero la verdad es que me siento plenamente preparado para formar mi propia familia y creo que ha llegado el momento de dar el paso definitivo.
Desde mi más tierna infancia me he sentido atraído por mi vecina Marta, aunque siempre la he percibido muy fría y distante, inalcanzable para mí, de modo que cuando era un niño me limitaba a soñar con que en algún momento podría jugar con ella. No piensen mal, a esa edad "jugar" significaba realmente jugar, ni se me pasaba por la cabeza que pudieran existir relaciones que fueran más allá y que incluso pudieran dar fruto a nuevas criaturitas que se parecieran a mí. Pero el tiempo fue pasando y, como es natural, yo fui experimentando los cambios propios de la edad. Primero fueron simples cambios físicos externos, pero ya se sabe cómo es la pubertad, todo un cúmulo de sensaciones nuevas que incluyen un cambio completo tanto de la apariencia del cuerpo como de la propia personalidad. No sabía controlar mi nuevo vigor, me malhumoraba con frecuencia y mi carácter rebelde y alocado causó mucho daño. De hecho aún recuerdo con vergüenza lo mal que traté a Lula. Ella, que era mucho más pequeña que yo y perteneciente a una casta inferior, me idolatraba. Se pasaba el tiempo dando vueltas alrededor de mí, como si fuera un perrito faldero. Por aquel entonces yo estaba sufriendo mis primeros calentones de pubertad, así que me lancé a por ella de forma descontrolada. Como pueden imaginarse, fue un desastre. Para empezar, mi sistema reproductivo no había madurado completamente, por lo que el contacto fue tan breve e insatisfactorio que nadie en su sano juicio osaría denominarlo contacto. Pero lo peor es que cuando descubrí que ella era completamente estéril pasé a ignorarla por completo. Ella seguía allí, revoloteando entorno a mí, y yo podía sentir cómo todos mis fluidos internos se agitaban continuamente al sentir su movimiento, pero mi arrogancia de adolescente consiguió hacer que me autoconvenciera de que toda la culpa fue de ella, aquel ser inferior que sólo trataba de atraerme porque yo pertenecía a una casta superior.
Pero eso ya es historia pasada. Ahora ya he madurado lo suficiente para reconocer mis propios errores y para afrontar una relación seria. Marta es aproximadamente de mi edad, es hermosa, la conozco de toda la vida, no tiene ningún otro pretendiente y, además, es fértil. Quiero que ella sea la primera y ya tengo los preparativos listos. Me siento muy excitado. Sé que mi temperatura corporal ha subido algunos grados durante los preparativos, pero eso es lo habitual antes de realizar el acto. He estudiado anatomía y sé que es necesario un incremento de la temperatura para que mis semillas puedan salir despedidas con suficiente energía como para que la fecundación pueda tener éxito.
Ahora lo siento, mis semillas han salido ya. Me siento muy aliviado. Puedo notar cómo desciende lentamente mi temperatura. Ahora sólo hay que esperar y cuidar de Marta para que todo vaya bien. Debería estar deseando ver cómo crece mi semilla en ella, pero ahora que ya he puesto por primera vez mi germen en ella, no puedo parar de pensar en repetirlo con alguna otra. De hecho, no puedo parar de pensar en hacerlo con todas las que pueda. Tengo un plan: comenzaré con aquellas de mis vecinas más próximas que estén en buen estado; después, a medida que mi capacidad reproductiva vaya mejorando, iré buscando otras cada vez más y más lejos. Sólo debo tener cuidado para evitar entrar en contacto con quien tenga otros pretendientes (¡nunca se sabe si el otro pretendiente será más fuerte y podrá destrozarte por completo!).
Sé lo que están pensando: soy muy poco considerado con Marta, debería pensar más en ella y menos en futuras conquistas. Tienen razón. Le debo un respeto. La primera vez es muy especial y hay que tener mucho cuidado para que nada se tuerza. Quizás tenga que hacerlo con ella alguna vez más hasta que mi semilla madure completamente en Marta. Sólo cuando estemos seguros de que la fecundación ha tenido éxito debería tratar de pensar en otras. Así lo haré, aunque espero que el proceso sea rápido: todavía soy joven y un poco impaciente.
Mi semilla ha prosperado. Ahora estoy seguro, me he reproducido. Ya soy adulto.
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La nave terrestre de colonización alcanzó por fin el planeta Marte. Por primera vez, organismos procedentes del planeta Tierra alcanzaban otro planeta con el objetivo de quedarse a vivir en él.
El planeta Tierra, lleno de tensiones y de luchas internas, de hambre, guerras, contaminación y calentamiento global, alcanzó su plenitud con aquella conquista. Millones de humanos partieron hacia las nuevas colonias marcianas. Gracias a aquel éxodo masivo, se apaciguaron el hambre, las guerras, la contaminación y el calentamiento global en el planeta Tierra.
Gaia había logrado reproducirse.
Aquel día terminó la adolescencia de Gaia.