Centenares, miles de cables por doquier eran el único paisaje que se veía desde el Puesto de Mando. Quizá habían pecado de exageración al llamar así al sillón conectivo central, pero era un nombre tan bueno como cualquier otro.
-Lo importante es que te mantengas apartado de la lucha. Recuerda que, si bien no estás realmente ahí, los insertos corticales te harán sentir que sí lo estás -advirtió el programador.
-Lo fé, fo los difeñé. -El casco cerrado le complicaba el habla. Era el prototipo, pero debían arreglarlo cuanto antes, pues lo iba a usar frecuentemente de ahora en más.
-Una cosa es diseñar un supositorio, y muy otra es tenerlo metido en el culo.
Ése fue el asistente médico, hablando desde algún sitio a sus espaldas. No era de natural mal hablado, pero estaba nervioso.
-Do te freopupef, eftoy biem.
Lo dijo para tranquilidad del otro, no para la propia. Nada servía para la propia.
-Necesitamos -recalcó el programador- que nos cuentes qué te pasa con los sentidos y el peso propio del cuerpo. Toca algunas cosas, huele, escucha, da unos pasos, salta. Pero no te acerques a la batalla.
Intentó decir "Ok", pero no le salía el chasquido de la k.
-Biem.
-Bueno, comenzaremos. Recuerda que es el episodio dos, la variante B-3, que es la más trivial. ¿Te estudiaste bien las zonas seguras?
-Fí.
-Haré correr el juego un minuto completo. Eso te dará suficiente tiempo para tomar datos. Presta atención a todo lo que sientas. ¿Estás listo?
-Fí.
-Muy bien. -El programador salió de su enfoque y le escuchó decir-: Atención todos, se larga a la cuenta de tres. Uno. Dos.
Tres.
Un apagón mental y un extraño vahído lo atacaron al instante. Se sintió sin aire, se ahogaba. Se ahogaba todavía cuando sus ojos -o lo que fuera- se llenaron de colores fuertes y un horizonte se pintó infinito.
Parado sobre... ¿sus pies?, se enfrentó al entorno, intentando equilibrarse. Estaba dentro del juego, dentro del sistema. La sensación era terriblemente incómoda y no paraba de ahogarse. Se buscó instintivamente la garganta, pero su "mano" pasó de largo por el sitio, sin sentir nada. Claro, él no estaba allí, no había nada, solo sensaciones. Pero no había tacto de su cuerpo, porque su cuerpo no estaba allí.
Miró a derecha e izquierda, y vio los dos contendientes, el dragón y el ogro, acercándose al trote a la zona donde él estaba, protegido entre las rocas.
¿Por qué no podía respirar?
Pero claro, se dijo, y comenzó a tranquilizarse: no tengo que respirar. No debo pensar en respirar. No tengo pulmones, no los necesito. Pero habrá que arreglar eso, pensó. Ocasiona una angustia terrible...
Los contendientes estaban ya a pocos pasos y comenzaron a insultarse, según el planteo del episodio. Lo había revisado por horas, pero el equilibrio de su invisible cuerpo era engañoso. El peso parecía cargar bien sobre sus pies, pero su centro de gravedad no era el mismo, estaba mucho más alto. Muy raro eso. Caminaba como un patoso, o como un borracho. Se arrimó con cuidado a una de las rocas y la tocó.
Parecía una roca sólida, pero al tacto no era muy buena. Más bien le recordó a un telgopor muy rígido. El suelo también se sentía raro en sus plantas, pero no pudo decir por qué. Tal vez estuviera relacionado con la falla en el equilibrio. Y seguía sintiendo el maldito ahogo.
Los colores eran demasiado violentos. Habría que diluirlos; evidentemente, el ojo interno respondía distinto que los visores 3D corrientes. El primer alarido del dragón lo sobrecogió a tal punto que dio un leve salto en el lugar. Los sonidos eran lo mejor, pero eso ya lo sabían; era lo más sencillo de traducir con la interfaz que habían desarrollado.
Los olores. Ahora que los contendientes estaban cerca, lo asaltaron los efluvios. El olor a fritura vieja que decidieron para el dragón era terrible, pero el de pies sucios del ogro, era absolutamente malsano. Comenzó a sentirse mal, y la falta de aire que su mente insistía en evocar no mejoraba la cosa.
Decidió que ya estaba bien de eso. Se dirigió a tumbos a la roca más alta, en donde habían colocado un reloj; necesitaba saber cuánto más debía soportar ese suplicio.
El reloj estaba puesto en la cara opuesta. Cuando rodeaba el monolito para verlo, se encontró literalmente volando hacia un lado. La lucha había comenzado. El primer golpe del mazo del ogro contra el suelo produjo un terremoto, y lo aterrorizó: ¡nunca previó eso!
Se maldijo por lo bajo, mientras se alzaba del suelo. Había evaluado las evoluciones de los cuerpos y las armas para evitarlas, pero olvidó los efectos de las armas en el entorno. Su mente repasaba desesperadamente el episodio, intentando recordar los efectos de cada golpe y cada movimiento, pero se descubrió incapaz y salió volando otra vez.
Los alaridos del dragón y los groseros rebuznos del ogro lo abrumaron. Alzó la cabeza del suelo y vio que el reloj marcaba 00:32; faltaba una eternidad para salir de ahí.
Otro terremoto lo catapultó por el aire, y entonces cayó en la cuenta de dos importantes detalles: el primero y bueno, no le dolían las caídas; el segundo y malo, había aterrizado en pleno círculo de la contienda.
Se arrastró hacia la derecha, recordando que para esos momentos el dragón lanzaría una llamarada al centro; un olor a pelo quemado le dio de lleno. Tosió y casi se muere, porque no pudo hacerlo y le asaltó una fuerte puntada en el pecho, que se combinó con la falta de aire y el espantoso hedor a fritura para abrumarlo. Sabía que en algún otro universo sus ojos debían estar llenos de lágrimas, pero aquí no podía dejar de ver todo el tiempo esos dolorosos colores.
Un nuevo terremoto -esta vez por un salto del dragón sobre el ogro- amenazó su cordura, pues se halló perchado sobre el monolito del reloj y su oído interno aullaba de disgusto.
Tenía que bajar de allí de inmediato: cuando el ogro levantara en vilo al dragón, las llamas pasarían por ese sitio y lo asarían en segundos. Se lanzó al suelo sin meditarlo, quedando encajado entre las rocas, con la cabeza en la negrura y los pies en lo alto.
Lanzó un grito inaudible y todo sonido acabó.
-Ya estás aquí, gracias a Dios... -escuchó que decía el programador, como si estuviera hablando dentro de un pozo-. No sabíamos que hacer ya para despertarte.
-Hazte a un lado -reclamó el médico-. Tengo que controlarle los signos vitales, ahora que puedo.
-Eftoy biem, eftoy biem... -declaró, aunque se sentía terriblemente mal.
Evidentemente se había vomitado encima y tenía, como sospechó antes, los ojos estallando en lágrimas. Una atroz comezón le carcomía manos y pies. Sus piernas temblaban convulsivamente y su respiración resonaba como si sus pulmones fueran de cartón. Sentía la garganta hecha flecos, y de la boca le chorreaba saliva.
-Eftoy biem. Eftoy biem.
-Quítale todo esto, maldita sea. Hay que llevarlo al hospital.
-¿De modo que está bien? -dijo el programador por su celular.
-Sí. Solo está algo asustado y nervioso, pero sus signos vitales y las lecturas del cerebro están dentro de lo normal.
-Qué buena noticia. ¿Cuándo lo traes, para comenzar con el análisis de lo que sintió? ¿O prefieres mandarlo a casa?
-Oye, no lo sé. Estoy preocupado -dijo el médico, y sonaba preocupado.
-No entiendo. ¿No dices que está bien?
Hubo tres largos segundos de silencio del otro lado.
-Está razonablemente bien físicamente. Pero quiere que le conectemos de nuevo, ahora mismo. Escucha lo que te digo ahora: creo que tenemos... tenemos graves problemas. Hemos desarrollado algo... algo... demasiado adictivo.
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