Una niña...
Era tan solo una niña. Rostro grácil de piel blanca y ojos azules. Largos y rizados cabellos rojos. Todos pensaban que sería hermosa cuando creciera.
Caminando por la nieve esa noche. Las estrellas tintineantes se reflejaban en la quietud acuosa del enorme lago. Una densa capa de blanca nieve, tan blanca como mi piel, cubre el ambiente, y graciosos copos caían del cielo.
Escucho el ruido...
Una presencia siniestra. Una mirada hambrienta, deseosa, oscura...
La bestia olfatea. Se escucha un leve chapoteo.
Luego pasos entre la nieve. Pasos espeluznantes.
¡Una sombra! Una silueta merodeando a mi lado. Rodeándome.
Corriendo. Llorando. Temblando. Sudando.
El rugido de la bestia rompe el silencio del ambiente. La monstruosidad cual saeta a una velocidad incalculable.
Cortantes colmillos en mi hombro. La sangre brota a borbotones y el dolor me nubla la mente.
Presencia pavorosa que comienza a rebanarme el rostro y el cuello con sus afiladas garras, y su saliva me baña el rostro. Un aliento que quema la piel. Prorrumpo en alaridos desoladores.
¡Un disparo expandiéndose como un llanto lastimero retumbando en la atmósfera y ahuyentando a mi atacante que se esfuma como un demonio sobrenatural regresando al Infierno!
Mi sangre encharcando la nieve a mí alrededor, tiñéndola de escarlata.
I
Yo, Isabel Walsh, que he dedicado mi vida al estudio de la ciencia y de los monstruos que se ocultan en todas partes del mundo, pude haber sido víctima de mi propia y letal curiosidad. A continuación le relataré mi fatídica historia de la forma más completa posible.
Montserrat LeFebre despertó en la mañana. Abrió sus ojos pacíficamente y contempló la luz solar del amanecer penetrar por las persianas venecianas. Se encontraba desnuda, boca arriba, con la cabeza y la mano derecha inerte sobre la almohada, y el cabello negro, lacio y corto hasta por debajo de las orejas en un caótico despeine.
A su lado había un joven de cuerpo atlético y musculoso, cabello corto y de piel lampiña. No recordaba su nombre pero si donde lo conoció; en el Bar Jahnsen de Baviera, Alemania, la noche anterior.
Se incorporó en la cama, restregándose los ojos con las palmas de las manos y peinándose con ellas la alborotada cabellera sin mucho éxito. Hizo memoria... "Sí" pensó "Creo que se llama Konrad". Poco a poco una oleada de recuerdos empezó a arribar en su mente como una marea en subida. Recordó su llegada a Alemania desde Francia dos días antes, la fiesta de celebración en uno de los bares locales, el besarse con el muchacho en la mesa, luego en la barra, luego bajo uno de los faroles de las calles citadinas, y por último en el taxi donde ya prácticamente se quitaban la ropa.
─¡La cita! ─dijo súbitamente recordando también que en media hora tenía una cita con la rectora de la Universidad de Ingolstadt. Saltó de la cama despertando a su amante improvisado, se duchó rápidamente y se vistió con premura obviando el desayuno.
─¿Qué sucede? ─preguntó el desconocido.
─Debo ir a una cita en mi nuevo empleo y lo había olvidado ─dijo Montserrat mientras cubría su esbelto cuerpo con ropa formal─, disculpa. Fue un placer... todo... mucho gusto Konrad ─dijo, estampándole un beso en la mejilla, tomando su bolso y saliendo acelerada.
─¿Konrad? ─se preguntó a sí mismo el joven sentado desnudo en la cama mientras la puerta del cuarto de hotel se azotaba cuando la joven salía─ Pero me llamo Karl.
Montserrat apenas tuvo tiempo de avisar en la recepción del hotel de la presencia del joven en su habitación y luego tomar un taxi hacia la Universidad de Ingolstadt, una de las más antiguas y reconocidas universidades de Europa, datando de 1472. La arquitectura aún parecía recordar las distantes épocas medievales en que fue construida aunque con una serie de remodelaciones modernas y contemporáneas que buscaron preservar su estilo clásico.
Finalmente, y una hora tarde, llegó a la Rectoría donde debió esperar en la antesala hasta que se le permitió entrar en el Despacho de la Doctora Gertrud Rohd, rectora de la prestigiosa academia.
La oficina de la rectora era bastante aséptica. Una enorme biblioteca repleta de pesados volúmenes académicos se situaba en el costado derecho, y un gigantesco busto de Luis IX, Duque de Baviera y Landshut, el fundador de la Universidad. El escritorio de la anciana rectora se localizaba en el fondo del aposento de espaldas a un enorme ventanal más propio de una iglesia que de una universidad y que parecía recordar el arcaico origen del centro educativo.
La rectora Rohd era una mujer en sus tardíos cincuenta, aunque se veía mayor, casi sexagenaria. Vestía siempre trajes formales de colores opacos, tenía unos gruesos anteojos y un cabello gris ondulado y corto. Parecía el estereotipo de la educadora rígida y ortodoxa.
─Bienvenida, Srta. LeFebre ─dijo cordialmente estrechándole la mano─, tome asiento. ¿Desea algo de tomar?
─No, gracias, Dra. Rohd ─respondió Montserrat. Su aspecto joven, atractivo, curvilíneo y despreocupado contrastaba con el exterior frígido de Rohd como la noche del día─. Disculpe que llegara tarde yo...
─No tiene importancia ─respondió Rohd acallándola con un gesto manual─. Leí su currículum y es realmente impresionante. Tiene estudios en turismo en la Universidad de París y en lenguas románicas y germánicas de la Universidad de Madrid. Es experta en alpinismo, excursionismo, espeleología, atletismo, cinta negra en dos artes marciales y campeona de natación de España. Tengo entendido que habla diez idiomas, ¿cierto?
─Francés, italiano, español, portugués, inglés, alemán, sueco, ruso, árabe y mandarín. Siempre he tenido talento para aprender diversos idiomas, y me ha sido muy útil para mi trabajo como guía turística.
─Como usted sabe, su contratación es en calidad de asistente personal de la doctora Isabel Walsh quien tiene planeadas una serie de expediciones a zonas bastante inhóspitas del globo. La Dra. Walsh la eligió a usted personalmente de entre más de cien currículos, pero es la Universidad la que le pagará el salario.
─Entiendo.
─¿Qué sabe de la Dra. Walsh?
─Escuché que es un poco excéntrica pero muy inteligente, y es pionera en criptozoología, la ciencia que estudia monstruos misteriosos como Pie Grande y el monstruo del Lago Ness.
Rohd rió, pero su risa parecía más una tos molesta.
─La Dra. Walsh es una brillante científica que está malgastando su carrera con una investigación pseudocientífica sin salida persiguiendo mitos y leyendas. Cuando era niña fue atacada por alguna clase de animal salvaje lo que la dejó físicamente desfigurada.
─¿No le aplicaron cirugía plástica?
─Sí, pero tiene un tipo de sangre muy extraño y no se encontraron donantes para los transplantes de piel a tiempo por lo que quedó cicatrizada. Pero el principal daño no es físico; es psicológico. Walsh está obsesionada con la idea de que la criatura que la atacó era alguna especie de críptido...
─¿Críptido?
─El término utilizado por los criptozoólogos para designar a estos animales misteriosos. Por supuesto que nadie, ni siquiera sus padres, creyeron su historia. Todos pensaron que fue atacada por algún animal ordinario como un perro ó un lobo. Su obsesión por los monstruos y su... físico... la convirtieron en una niña sin amigos e incomprendida por sus padres.
─Suena como una persona muy sola.
─Lo es.
─Tengo entendido que ella es bióloga, ¿cierto?
─Es más que una bióloga ordinaria. La Dra. Walsh tiene tres doctorados; es paleontóloga, zoóloga y bióloga con énfasis en teratología.
─¿Tera...?
─La rama de la biología que estudia los seres deformes.
Montserrat se estremeció, luego preguntó:
─Asumo que usted no cree en la criptozoología, ¿cierto?
─¡Por supuesto que no! Si fuera mi decisión Ingolstadt no dilapidaría sus fondos financiando estas ridículas exploraciones en búsqueda de criaturas fantasiosas. Pero... ─Rohd se frotó la frente─ la Familia Walsh era tremendamente adinerada y tras la muerte de sus padres, siendo hija única, la Dra. Walsh heredó la fortuna y ha sido una generosa donante a la Universidad, por lo que el Consejo Académico la apoya en sus absurdas investigaciones e ignoran mis objeciones a las mismas. Es por eso que quise reunirme con usted antes. Quisiera solicitarle que nos mantenga directamente informados de la conducta y el comportamiento de la Dra. Walsh y de los resultados de sus exploraciones.
─¿Cuando dice "nos" se refiere al Consejo Académico o a usted?
─A mí.
─Así que quiere que sea su espía.
─¡No, no! ─reaccionó con falsa indignación negando con ambas manos─. Simplemente deseo estar informada sobre la conducta de Walsh por su propio bien. Ella no es mentalmente estable y...
─Escuche, Dra. Rohd. Sin duda debe de haber algún tipo de conflicto personal entre usted y la Dra. Walsh en el cual no deseo inmiscuirme. Aunque la universidad sea la que me pague, y sea usted la que firme el cheque, quien me está contratando como asistente es la Dra. Walsh. Existe un principio de ética profesional entre los guías expedicionarios: la lealtad hacia los clientes. El cliente depende de nosotros, y apuesta su vida a nuestro profesionalismo. Lamento decepcionarla pero no voy a traicionar a la Dra. Walsh.
Rohd tragó saliva, reprimiendo su ira, y dijo mientras se levantaba y extendía su mano derecha:
─Bien, en ese caso no tenemos más de que hablar. Si me disculpa estoy muy ocupada.
─Por supuesto, Dra. Rohd ─dijo estrechándole la mano como despedida─ ¿Puede indicarme dónde se encuentra el despacho de la Dra. Walsh?
III
Montserrat llegó hasta mi oficina localizado en la Facultad de Ciencias Naturales, en el departamento de Biología.
Mi secretaria, Patricia García, una española rubia de ojos azules y cuerpo voluptuoso que solía usar unas minifaldas enloquecedoras para los estudiantes y uno que otro académico impetuoso, saludó a Montserrat.
─¿Srta. LeFebre? ─preguntó y la exploradora asintió con la cabeza─. La Dra. Walsh la está esperando, pase.
Mi oficina siempre se encontraba desordenada, repleta de huesos y cráneos por embalar, recortes de periódicos, informes de testigos y otra documentación contenida en carpeta amontonadas por todo lado y acumulando polvo. Traté de tenerlas en cajas al principio pero eventualmente las cajas se tornaron insuficientes y casi cualquier estructura plana de la oficina terminó siendo receptáculo de los expedientes. Había además una planta moribunda que mi asistente regaba más por compasión que por otra cosa, y una biblioteca caótica repleta de toda clase de libros desacomodados.
─¿Dra. Isabel Walsh? ─preguntó Montserrat adentrándose a mi oficina e intentando ignorar el desorden─. Soy Montserrat LeFebre.
Fue allí cuando comprobé la belleza de Montserrat, más allá de la foto en su currículum. Sin duda una mujer muy guapa, de ojos verdes, piel blanca, cabello lacio perfecto y sedoso y un cuerpo escultural torneado por sus disciplinas atléticas. Debía de contrastar con mi fealdad. Quizás de no ser por mi rostro atravesado y desfigurado por tres largas cicatrices yo hubiera sido atractiva. Sin embargo he descuidado mi aspecto por lo que uso gruesos anteojos y el cabello rojo y rizado aprisionado en una gruesa cola. Naturalmente soy muy flaca y huesuda, producto de mi sedentarismo casi patológico por lo que mi ropa formal y mi bata de científica suelen quedarme holgadas y reforzar mi escualidez.
─Bienvenida Srta. LeFebre, por favor siéntese ─dije quitando un grupo de libros y carpetas de una de las sillas frente a mi escritorio y sentándome en la cómoda silla giratoria detrás del mueble─ ¿Ha escuchado hablar de la criptozoología? ─pregunté yendo directo al grano.
─Sí ─respondió─, una rama polémica de la zoología que investiga a los... ─titubeó recordando la palabra─ ...críptidos.
─Polémica es la palabra. Algunos científicos ortodoxos terriblemente cerrados y obtusos de mente consideran que la criptozoología no es una verdadera ciencia. Pero lo cierto es que muchos animales, incluyendo animales de gran tamaño, son descubiertos cada año. Alguna vez se pensó que el calamar gigante era un ser mitológico, pero hoy sabemos que es realidad. Lo mismo se puede decir del okapi, una especie de equino africano que los pigmeos mencionaban como una leyenda y muchos científicos pensaban que lo era y que no fue descubierto hasta hace unas décadas. El pez celacanto se creía extinto hace 65 millones de años pues nunca se habían encontrado restos de este animal más recientes, hasta que en 1938 los científicos descubrieron que el celacanto todavía vivía en la actualidad, en el Congo africano y de hecho formaba parte de la dieta de las tribus locales. El tiburón anguila se creía extinto hace millones de años aunque fue avistado muchas veces entre los marineros y era considerado un críptido, y no fue hasta 1976 que se pescó un ejemplar y hoy su existencia es aceptada por la ciencia. El homo erectus se creía extinto hace 3 millones de años, pero se descubrieron restos de un homo erectus con sólo 12.000 años de antigüedad en la isla de Flores en Indonesia, la misma donde hasta la fecha se reportan avistamientos de un ser similar al homo erectus que los nativos llaman orang pendek y ebo gogo. ¡En fin! Los ejemplos de animales misteriosos eventualmente descubiertos sobran.
─¿Así que no todos los científicos desdeñan la criptozoología?
─No. Muchos investigadores serios y reconocidos han dedicado su vida a la criptozoología como Loren Coleman, Bernard Heuvelmans y Grover Krantz. Si bien es una ciencia controversial, por fortuna muchos miembros de la comunidad científica tienen una mente abierta y no están cegados por la arrogancia ortodoxa.
─No soy científica así que no puedo cuestionar la validez de sus investigaciones, pero me parecen muy interesantes. Eso sí, debe saber que aunque usted sea mi jefa, mi labor es mantenerla viva en climas y condiciones inhóspitas, así que deberá seguir mis indicaciones, mis reglas y mis órdenes sin cuestionar. ¿Comprende, Dra. Walsh?
─Por supuesto. Usted y yo tenemos labores muy específicas. Cada una en su terreno será la que lleve la batuta.
─¿De donde es usted, Dra. Walsh? Noto que no es alemana.
─De Escocia, Reino Unido. Nací en la ciudad de Iverness en las Tierras Altas.
─Habla muy bien alemán.
─No soy tan políglota como usted pero hablo inglés, alemán y español con soltura. Usted es francesa, ¿cierto?
─Por parte de madre, española por parte de padre y me críe entre los dos países aunque nací en Francia. ¿Y cual será nuestra primera expedición?
─Imagino que ha escuchado hablar del monstruo del Lago Ness, ¿no es así?
─Sí. Se supone que es una especie de plesiosauro que de alguna manera sobrevivió hasta la fecha actual pero... sinceramente lo encuentro difícil de creer. De existir un monstruo del Lago Ness, ó Nessie como le apodan, no puede ser un individuo sino un grupo y el Lago Ness no tiene una población de peces lo suficientemente grande como para alimentar a una comunidad de dinosaurios. Además, tengo entendido que ese lago se formó después de la última glaciación y no data del periodo jurásico en el que se extinguieron los dinosaurios por lo que no pudo preservar a uno.
─¡Bien! Veo que está usted informada. Todo lo que usted dice es verdad, Srta. LeFebre, pero hay algo más; el Lago Ness tiene salida al mar durante ciertas épocas del año. Y los seres como Nessie han sido reportados en lagos en todo el mundo pero también en altamar. En 1977, un barco pesquero japonés encontró lo que parecía ser el cadáver descompuesto de un plesiosauro al que los marineros llamaron "Nuevo Nessie". El capitán, temeroso de arruinar la pesca, ordenó que le tomaran fotos y luego que lo lanzaran al agua...
─¡Que tonto! ─interrumpió Montserrat─. Un plesiosauro vivo sería mucho más valioso que cualquier pesca.
─Por supuesto. Los reportes de serpientes marinas datan de hace miles de años. Así como el mítico Kraken se inspiró en el verdadero calamar gigante, es probable que la leyenda de las serpientes marinas provenga de avistamientos de estos plesiosauros vivos. Nessie no es el único; se reportan monstruos serpentinos en lagos a lo largo de todo el mundo, incluyendo a un ser llamado Mokele Mbembe que se dice habita el Lago Tele, en África. Y es a éste al que vamos a buscar.
─¿Al de África?
─Correcto. Tengo entendido que usted ha liderado varias excursiones al África, ¿no es así?
─Bueno, participé de dos safaris, fui asistente en dos excursiones y dirigí una a la fuente del Nilo.
─Entonces está familiarizada con África.
─Sí... pero... el Congo es una selva realmente muy peligrosa, Dra. Walsh. ¿Por qué escogió específicamente ese lugar?
─Se han realizado diversas expediciones en busca de Mokele Mbembe, sin resultado. Pero yo tengo un as bajo la manga.
─¿Cuál?
─Un anciano nativo que dice conocer el lugar donde habitan estos seres y que está dispuesto a llevarnos. Un colega mío, biólogo de la República del Congo, me contactó para participar de la expedición.
─No entiendo. ¿No es ese tal Mo... mo...
─Mokele Mbembe...
─Mokele Mbembe un monstruo acuático como el del Lago Ness?
─No se sabe. A veces se le describe como un animal anfibio capaz de salir del agua y caminar sobre la tierra, o como un animal terrestre que pasa largos periodos en el agua como el hipopótamo, por lo que no se sabe si es realmente un plesiosauro o alguna especie de saurópodo como el brontosauro o el brachiosauro.
─¿De verdad cree que exista un dinosaurio vivo aún?
─El clima en el Congo africano no ha variado mucho en los últimos 60 millones de años (lo que podría explicar por qué el pez jurásico celacanto fue descubierto allí) y es una de las pocas áreas realmente inexploradas del mundo. Gran parte del África Central está todavía virgen y hay enormes territorios congoleños que nunca han conocido el pie del hombre. Mokele Mbembe forma parte de las leyendas de los pigmeos congoleños que le dan características mágicas, pero que en general siempre lo han considerado parte de la fauna. Quizás no sea un dinosaurio pero si puede ser una forma de vida animal desconocida y directamente descendiente de los saurópodos de forma similar a como las aves modernas son descendientes directos de los dinosaurios terópodos. Así que partimos de inmediato al Congo.
─De acuerdo. Hablando de dinosaurios, conocí a la Dra. Rohd, la rectora. Creo que hay algo que debe saber...
Y entonces me relató su charla con Rohd.
IV
Montserrat y yo viajábamos camino a la República del Congo en un jet privado pagado por la Universidad de Ingolstadt. El viaje sería de catorce horas por lo que el jet tenía un piloto y un copiloto. Fue durante el largo viaje que descubrí que, entre los hábitos de Montserrat, se incluía el fumado.
Finalmente nuestro avión arribó al Aeropuerto Internacional Maya─Maya de Brazzaville, la capital congoleña. La República del Congo era una nación enclavada en el África Central. Su gobierno era una dictadura marxista con un sistema tremendamente corrupto y un presidente vitalicio, y se denunciaba que la etnia pigmea, minoritaria, estaba totalmente oprimida y maltratada por la etnia bantú mayoritaria que redujo a los pigmeos al nivel de esclavos. La mitad de la población era católica y la otra mitad animista, aunque el sincretismo era común, y hay pequeñas minorías de protestantes y musulmanes sin que haya habido nunca ningún conflicto religioso. A pesar de la reinante cleptocracia, la República del Congo era una de las naciones más estables de África y desde hacía décadas que la guerra civil se había apaciguado casi totalmente.
Bajamos del jet. El calor me abrumó de inmediato. Nunca había estado en África y el bochorno que sentí casi me noquea, pero Montserrat aparentaba estar cómoda.
Así, tras despedirnos de los pilotos, y siendo la República del Congo un país francófono, dependí de Montserrat para que me sirviera de intérprete con los trabajadores del aeropuerto, el taxista y el personal del hotel. Una vez asentados nos dirigimos inmediatamente a la Universidad Marien Ngouabi, la mayor universidad del país y la única estatal donde me reuní con el profesor Mariel Desousa, biólogo y criptozoólogo, quien hablaba inglés perfectamente.
─El anciano del que le hablé, Dra. Walsh, ─me explicó─ es un viejo patriarca de su tribu. Es un chamán, como su abuelo y su padre. Cuenta interesantes historias de Mokele Mbembe, la mayoría dentro del margen de mitos mágico-religiosos. Pero aduce que él, a diferencia de su padre, si se atrevió a adentrarse en el territorio de estas bestias hasta llegar a su lugar de origen.
─¿Y está dispuesto a llevarnos? ─pregunté.
─Por supuesto. Será nuestro guía. Claro que deberemos pagarle una buena suma de dinero.
─Le pagaré lo que sea.
─No sé que tan viejo sea el mito del monstruo del Lago Ness ─adujo Desousa─ pero lo cierto es que Mokele Mbembe debe ser más viejo aún. Ha formado parte de la cultura congoleña desde hace muchos, muchos siglos.
─Yo nací en Iverness, Escocia ─mencioné─, la ciudad más grande de las que rodean el propio Lago Ness. Puedo entender lo que es nacer en una zona donde hay un mito de esta naturaleza.
Montserrat me miró asombrada.
─Deben de preguntarle esto todo el tiempo ─dijo Desousa─. ¿Alguna vez ha visto a Nessie?
Me toqué las cicatrices de la cara recordando mi traumático evento. ¿Qué había sido aquella criatura? Finalmente respondí:
─No. Nunca.
Finalmente nos despedimos del profesor Desousa y nos dirigimos a nuestras habitaciones de hotel para reposar del fatigante viaje.
V
Y en efecto, dedicamos todo el día siguiente a contratar a los trabajadores que nos acompañarían a la expedición; un total de seis, mas el propio chamán: un curtido y viejo pigmeo de cabellos totalmente blancos y vestido con ropajes tradicionales. Se llamaba Ugunta y no hablaba una palabra de francés, pero Desousa conocía la lengua de los pigmeos y se comunicaba con él sin problemas. Llevábamos suficiente agua, comida y medicamentos para varios meses, así como armas de fuego para repeler posibles animales peligrosos ó delincuentes, tiendas para acampar y cámaras fotográficas y de vídeo y equipo de laboratorio.
Tres días después viajamos en hidroplano al Lago Tele (al cual era casi imposible llegar por otro medio) y luego de bajar nos introdujimos a la densa jungla.
Pasaron horas infernales. Atravesar una selva infestada de insectos y calurosa era más difícil de lo que pensé. Gruesas gotas de sudor bajaban por mi frente hasta casi hacerme enloquecer, y esto aunque vestía ropa cómoda y tenía mi cabello fuertemente atado para que no me estorbara.
Mientras, Montserrat, como pez en el agua, se removía tranquilamente entre los ramajes como si hubiera nacido en la selva, cortando maleza con un machete. Vestía gruesas botas de montaña, unos shorts que dejaban al descubierto sus esbeltas piernas, usualmente usaba camisetas sin mangas que mostraban sus curvilíneos contornos de brazos y pechos que era visto de reojo por casi todos los trabajadores y por Desousa.
Pero nadie se comparaba con el viejo guía pigmeo. Parecía un animal silvestre en su ambiente. Se notaba que conocía la jungla como la palma de su mano. Me percaté de que siempre me evitaba y me veía suspicazmente.
─Ugunta cree que usted está maldita, Dra. Walsh ─me explicó Desousa─. No lo tomé a mal. Es por sus marcas faciales. Para ellos significan que algún demonio la atacó. Piensa que usted atraerá la desgracia. Son simples supersticiones.
Las horas se convirtieron en días, los días en semanas y las semanas en un mes. Un largo y desgastante mes internados en la asfixiante selva y sin rastros de ningún animal inusual. Empezamos a dudar de las habilidades del anciano chamán que insistía en que estábamos cerca. Los trabajadores estaban ya comenzando a impacientarse. Entonces vimos unas huellas de reptil. Sin duda pertenecían a la impresión dejada por un gigante que pesará muchísimas toneladas. Ningún animal conocido pudo haberlas hecho, además las ramas más altas de los árboles se encontraban quebradas...
Les tomamos fotos y un molde de yeso. Tres días después encontramos estiércol de algún animal. Era una cantidad demasiado grande para ser de una especie identificable y tomé muestras pestilentes.
Continuamos el camino por una semana más. Casi dos semanas... comencé a perder la esperanza...
Y una tarde, mientras Desousa y Montserrat conversaban (no entendía lo que hablaban porque era en francés, pero por el lenguaje corporal deduje que Desousa intentaba conquistar a Montserrat y esta se hacía la difícil), escuchamos un sonido anómalo. Sonaba como el graznido de un ave mezclado con el chillido del murciélago. Desousa, asombrado, señaló hacia el cielo con un índice tembloroso.
─¡Kongamatu! ¡Kongamatu! -gritaban los nativos.
─Sacre bleu -expresó Montserrat en francés. Luego dijo: ─Un... un... ¡terodáctilo!
Efectivamente, lo que parecía un murciélago gigante de unos cinco metros de diámetro sobrevolaba a unos tres kilómetros de distancia. Lo observamos por un instante hasta perderse por un farallón.
─¡Maravilloso! ─expresé satisfecha. Luego recordé la cámara de video y la fotográfica, pero era demasiado tarde, el críptido se había ocultado.
─No lo puedo creer ─me dijo Montserrat aún asombrada─. Un... un terodáctilo vivo... pero... pensé que Mokele Mbembe era un brontosauro.
─Los africanos han reportado la existencia de un reptil volador gigante con alas de murciélago al que llaman Kongamatu que significa "volcador de canoas", aunque también le llaman Olitiau que significa "demonio". Se le ha visto en Angola, Zaire, Congo, Zimbabwe, Namibia, Tanzania y Kenya. En 1956 se avistó uno de estos animales en Fort Rosebery, en la antigua Rhodesia por parte de colonos europeos y hasta se atendió a un herido que fue atacado por una de estas criaturas. Los europeos identificaron a los Kongamatu directamente con el terodáctilo. El Ahool en Java y el Ropen en Papua Nueva Guinea son también descritos como murciélagos gigantes y probablemente sean cepas de estos terodáctilos supervivientes.
Proseguimos la marcha. Más emocionados que antes. Una marcha hacia el horror...
VI
─Debo decir que es usted una genio, Dra. Walsh ─me elogió Montserrat mientras conversábamos en la tienda de campaña que ambas compartíamos─. Supongo que todos los grandes científicos son revolucionarios. En su momento Newton, Darwin y Einstein fueron parias en la comunidad científica al principio. Algún día usted y los demás criptozoólogos serán reconocidos por su labor.
─Gracias, Srta. LeFebre. Lo cierto es que soy simplemente una más de muchos pioneros.
─¿Qué otros monstruos prehistóricos habitan África?
─Bueno, se menciona entre los pigmeos congoleños al Emela-Ntouka que significa "asesino de elefantes", otros nombres que le aplican son Aseka-moke, Njago-gunda, Ngamba-namae, Chipekwe e Irizima. Se le describe como un reptil enorme, de unos seis metros de altura, con un largo cuerno de hueso en la nariz y dos en la cabeza. Se dice que mata elefantes pero no se los come.
─¡Un triceratops!
─Aparentemente. En Kenia se habla de una criatura con forma de reptil gigante que tiene crestas en la espalda y huesos en la cola se le llama Muhuru. Un ser con una descripción idéntica se le llama Mbielu-Mbielu-Mbielu en el Congo y también Nguma-monene. En Gambia se le llama Ninki Nanka y se le apoda "el dragón de Gambia".
─Un estegosaurio.
─En Camerún se reporta la existencia de un ser similar a un rinoceronte pero con muchos cuernos en la cabeza y cola de lagarto, se le llama Ngoubou que significa rinoceronte. Pero sin duda no es un rinoceronte. Los cuernos son descritos de hueso, y los rinocerontes tienen cuernos de piel. Probablemente sea un estiracosauro. Y finalmente en las Cataratas Howick de Sudáfrica se reporta la existencia de un ser acuático serpentino al que llaman Inkanyamba y es seguramente un plesiosauro.
Justo entonces nos interrumpió el rumor que provenía de los nativos:
─¡Mokele Mbembe! ¡Mokele Mbembe! ¡Mokele Mbembe! ¡Mokele Mbembe!
Sabíamos que significaba...
Montserrat y yo emergimos de la tienda de inmediato. Desousa nos imitó junto con todos los expedicionarios. ¡Allí estaba! Caminando entre los ramajes, de noche pero con una luna llena perfecta que le iluminaba el lomo. Un saurópodo enorme, de unos 15 metros de longitud y unos 20 de altura, con su largo cuello extendiéndose para comer las hojas de los árboles en su tranquilo deambular. Y con nuestras fotos y videos capturamos su paseo nocturno.
─¿Es un brontosauro? ─me preguntó Desousa.
─Sin duda es un saurópodo. Aunque creo que en realidad es un diplodoco. Probablemente muy joven por su tamaño, ya que los diplodocos adultos llegaban... o llegan... a los 40 metros.
Estábamos demasiado emocionados para dormir. A la mañana siguiente proseguimos el viaje siguiendo el rastro del enorme animal.
A mediodía, justo cuando el candente sol africano se encontraba en su brutal apogeo llegamos a nuestro destino.
Un valle enclavado entre enormes farallones de piedra y laderas montañosas impenetrables, con un enorme volcán humeante en el extremo norte. Una laguna gigantesca en el centro rodeada de planicies, praderas y selvas y alimentada por vertientes del Río Congo y de otros ríos africanos.
Parvadas de terodáctilos sobrevolaban el cielo como buitres merodeando en busca de presas y pescaban peces celacantos con sus afilados picos lanzándose en zambullidas. Manadas de triceratops transitaban las praderas, como enormes búfalos de seis metros, con agresivos machos que peleaban entre sí. Cerca se encontraban los enormes saurópodos que se removían pacífica y perezosamente. En el extremo oriental había otra manada pero de estegosaurios que pastaban tranquilamente no muy lejos de un nutrido grupo de estiracosaurios que medían unos cuatro metros de estatura y parecían pequeños al lado de sus vecinos.
De entre las lagunas asomaban sus cuellos "cardúmenes" de plesiosauros que devoraban ávidamente peces celacantos. Sentí como si hubiera retrocedido millones de años en el tiempo...
VII
Nos establecimos en un campamento en la zona más segura que pudimos, bajando la escarpada ladera a unos diez metros de la laguna. Dos hombres armados debían montar guardia todo el tiempo para protegernos de las posibles amenazas que la fauna nos representaba.
─¿Cómo llamará a este lugar, Dr. Walsh? ─me preguntó Desousa─. Es costumbre que un lugar inexplorado sea bautizado por su descubridor.
─Considero arrogante ponerle mi nombre. Lo llamaré Valle Verne en honor a Julio Verne, ese genial escritor que ya mencionaba en su libro Viaje al centro de la Tierra cómo los dinosaurios todavía existían.
─No me opongo ─dijo Montserrat─ pues Verne era francés como yo, pero debe recordar que el tema también fue tratado por otros autores como el creador de Tarzán, Edgar Rice Burroughs en su Trilogía de Carpak o en El mundo perdido del creador de Sherlock Holmes, Sir Arthur Conan Doyle, y ambos eran británicos.
─¿Y por el hecho de que soy británica debería nombrar el Valle con el nombre de un compatriota? Aunque las obras de Rice y Doyle son geniales, debo reconocer que Verne fue el primero en predecir que algún día la humanidad descubriría que los dinosaurios todavía viven.
─Puedo entender por qué en el África Central sobrevivan dinosaurios ya que es una zona inhóspita e inexplorada con un clima similar al del jurásico pero, ¿cómo explicar que haya dinosaurios en tantos países donde se han avistado monstruos en los lagos?
─Mi teoría es que existe una raza de plesiosauros que habitan los mares del mundo y que de diversas maneras llegaron a los diferentes lagos del planeta. Los indígenas nativos americanos cuentan historias desde hace siglos de una criatura serpentina que vive en el Lago Okinagan en Canadá, al que llaman Ogopogo y que ha sido visto hasta la fecha. En Argentina también existen reportes de un monstruo apodado Nahuelito en el Lago Nahuel que formaba parte de la mitología de los indígenas y se le ha visto hasta hoy. Lo mismo puede decirse del Champ, el monstruo del Lago Champlain que fue avistado incluso por el explorador Samuel de Champlain de quien toma nombre el lago. Así como el Monstruo del Lago Bear en Utah y el Bessie que habita los Grandes Lagos de Estados Unidos y Canadá, o el Chessie, que se supone vive en la Bahía Chesapeake. Todos los cuales ya existían en los mitos de los nativos americanos de la zona. También hay avistamientos de monstruos serpentinos en el Lago Tianchi en China y en el Lago Ikeda en Japón.
En el Lago Gryttjen en Suecia se dice desde la Edad Media que se escondía una serpiente marina y avistamientos del Gryttie (como bautizaron al monstruo de ese lago) se han dado hasta la fecha actual. Lo mismo puede decirse del Gusano de Hielo del lago Lagarfljót de Islandia visto por primera vez en 1345.
Algunos hasta han tenido trascendencia histórica, como el Dragón de Brosno, en el Lago Brosno de Andreapol, Rusia. La leyenda dice que cuando el caudillo mongol Batu Khan y sus feroces hordas que ya habían arrasado casi toda Rusia iban camino a Novgorod, se detuvieron a orillas del Lago Brosno y fueron atacados por un terrible dragón que emergió de las profundidades, lo que los hizo huir y eso salvo a Novgorod.
─Sé que usted no es muy religiosa, Dra. Walsh, pero debo decirle que la Sagrada Escritura menciona en muchas ocasiones a los dinosaurios conviviendo con el hombre. En el capítulo 40 de Job se menciona al "Behemot", un nombre que generalmente se traduce como elefante ó hipopótamo. Según la Biblia Dios le describe a Job el Behemot como un animal gigantesco, con una gran boca y con la cola como un cedro. Los elefantes y los hipopótamos tienen colas pequeñas, sólo los dinosaurios coinciden con la descripción bíblica de un ser que existía todavía en tiempos de Job y parece que aún en nuestro tiempo.
─No sabía que tuviera una faceta religiosa, Srta. LeFebre.
─Soy católica. No demasiado devota como debe haber adivinado por mi conducta, pero creo en Dios.
Y así continuamos tomando imágenes de video, fotografías y muestras de estiércol, piel y vegetación de la zona hasta que llegó la noche y, aunque demasiado entusiasmada para poder reposar bien, me envolví en la bolsa de dormir e intenté conciliar el sueño.
A la mañana siguiente los dos vigías que debían resguardarnos durante la noche habían desaparecido.
─¿Un depredador? ─preguntó Desousa.
─No creo ─expliqué─. De haber raptores ya los habríamos visto, y no existe ningún avistamiento creíble de un tiranosaurio rex. Lo más parecido fue una foto fraudulenta de un tiranosaurio rex devorando un rinoceronte conocido como el Kasai Rex que se comprobó era falsa. Es imposible que un depredador de tan grandes dimensiones sobreviva con tan poco alimento.
─Además, de haber visto un depredador habrían disparado ─adujo Montserrat─. Lo más probable es que decidieron desertar quizás por temor. Recuerden que para muchos de ellos estos animales son seres mitológicos como lo son los dragones para los europeos.
Todos coincidimos en la teoría de Montserrat y nos despreocupamos del asunto. Pasé el resto del día clasificando muestras, tomando notas y ordenando el material fotográfico. Por su parte, Montserrat, utilizando un atractivo bikini, se bañó en las azuladas aguas de la laguna, justo en la costa poco profunda donde los voluminosos plesiosauros no podían llega. En todo momento tuvo a su lado al profesor Desousa.
VIII
Al llegar la noche me recosté en la bolsa de dormir. Estaba sola en la tienda pues Montserrat se encontraba conversando con Desousa en algún lugar del exterior. Como estaba algo cansada por el atareado día de clasificación científica rápidamente perdí la consciencia.
Pero mi sueño fue intranquilo.
Montserrat y Desousa conversaban recostados sobre la arena de la costa. Los insistentes acercamientos románticos de Desousa fueron congruentemente rechazados por Montserrat de forma cortés y diplomática, pero quizás por el aislamiento y el sentimiento de aventura que le generaba la selva, Montserrat decidió refrenar sus objeciones y finalmente sucumbió, aceptando un beso del académico.
La dicha del científico africano duró poco. Mientras saboreaba los carnosos labios de la exploradora y colocaba apasionadamente su mano en su pecho derecho, sus pies fueron aprisionados súbitamente por una monstruosidad surgida del lago. Agudos dientes cortaron la carne y fracturaron los huesos del profesor Desousa casi de inmediato provocándole un grito de dolor y pavor mezclado con sorpresa. Ambos, Desousa y Montserrat, contemplaron horrorizados el enorme hocico que los atacaba, que parecía la cabeza de una serpiente con un diámetro de unos cuatro metros. Los ojos frontales de reptil fijaron la mirada hambrienta en el infortunado biólogo y luego lo engulló hasta el abdomen para luego introducirse de nuevo en el agua del lago tiñéndola de rojo y salpicando en el proceso a Montserrat de agua y sangre.
Montserrat estaba congelada del horror, sabiendo que pudo haber sido ella la víctima. Pero reaccionó de inmediato y se apartó del agua replegándose hasta chocar su espalda contra un paredón pedregoso de la costa. Para su desgracia, la bestia emergió de nuevo del agua esta vez mostrando la parte frontal de su cuerpo y arrastrándose por la arena como una tortuga marina. De su hocico chorreaban aún restos humanos sanguinolentos. Aproximó su enorme bocaza hasta Montserrat olfateándola y la abrió levemente exudando un aliento fétido y haciendo que un quemante bao le erizara la piel.
El cuerpo de Montserrat estaba a medio metro de las fauces del monstruo. Le hubiera bastado tan solo un movimiento y la hubiera devorado. Extrajo su lengua bífida y la pasó por todo el cuerpo de Montserrat como probándola. El órgano húmedo y baboso chupeteó el cuello, la parte derecha de la cara, los pechos y el estómago de Montserrat, llenándola de ácida saliva.
Quizás al monstruo le gustaba juguetear con sus presas como un gato con un ratón.
Cuando parecía dispuesto a comerse a la hermosa exploradora se escuchó el sonido de un disparo (que me despertó de inmediato) y el proyectil atravesó el aire hasta insertarse en el ojo derecho del espantajo. La criatura retrocedió de inmediato rugiendo de ira y dolor y Montserrat escapó del lugar.
Pero la bala, disparada por uno de los nativos vigías, lejos de ahuyentar al depredador. pareció estimularlo en cólera. El monstruo emergió de entre las aguas arrastrándose (pues aunque tenía aletas delanteras carecía de patas y su cola era como una serpiente) tratando de atacar al salvador de Montserrat en una especie de acto de instintiva venganza. El africano disparó hasta agotar las municiones pero las balas no parecieron penetrar la dura capa de escamas del animal, o si lo hicieron, su furia pareció hacerle ignorar el dolor. Para cuando el nativo intentó correr fue demasiado tarde y el monstruo lo devoró vivo.
─¿Qué sucede? -pregunté emergiendo de entre la tienda. Los dos nativos sobrevivientes gritaron: ─¡Mahamba! ¡Mahamba! ¡Mahamba!
─¡Un... un... ─me intentó decir Montserrat, que temblaba y sudaba frío cuando llegó corriendo al campamento─ ...no sé qué... nos atacó...! ¡Mató a dos personas!
─Los congoleños hablan de un monstruo marino al que llaman Mahamba -dije─ y que describen como un cocodrilo gigante. Se le ha visto en varios lagos del Congo...
─¡No era un cocodrilo! -gritó Montserrat tomándome por las solapas─ ¡Era un monstruo! ¡No tenía patas! ¡Y medía como 20 metros!
─¡Un mosasaurio! Algunos criptozoólogos teorizan que el Mahamba es un mosasaurio pero nunca lo creí...
Montserrat me empujó y caí al suelo golpeándome levemente la espalda.
─¿Por qué no nos advirtió que había depredadores peligrosos aquí?
─¡Porque no lo sabía! Además, usted sabía los riesgos de esta expedición.
─Debemos irnos de aquí...
─¿Por qué? ─pregunté levantándome─. Las muertes de nuestros compañeros son lamentables, pero ellos también conocían los riesgos. Además, el mosasaurio es un animal acuático. Mientras nos encontremos en tierra firme estaremos seguros...
─Muchos animales acuáticos pueden pasar largos periodos en la tierra...
─La paleontóloga aquí soy yo, LeFebre ─reclamé molesta─ y los fósiles del mosasaurio hacen suponer que no puede pasar largos periodos en tierra...
─Yo no soy paleontóloga, pero entiendo bastante bien como funciona la evolución. El mosasaurio pudo haber cambiado su organismo en millones de años, especialmente viviendo en un hábitat con poca fauna marina que lo obligara a cazar en tierra...
No hubiera podido replicarle, de haber tenido oportunidad, pero las palabras de Montserrat resultaron proféticas. Un cuerpo colosal se removía pesadamente entre la maleza derrumbando árboles y palmeras. El mosasaurio se aproximaba hacia nosotras dispuesta a comernos.
Los dos nativos sobrevivientes tomaron sus armas y comenzaron a disparar sin detener la marcha del feroz monstruo sediento de sangre. Montserrat me tomó del brazo diciéndome:
─¡Debemos largarnos de aquí!
─¡Espere! ─repliqué─. No puedo irme sin las muestras, las fotos, los videos...
─¿¡Está loca!? No le dará tiempo de recoger todo eso. Esa criatura la matará antes...
─¡Pero todas las evidencias! -Montserrat me abofeteó.
─¡Reaccione, Walsh! ¿Usted cree que ese monstruo vive sólo? Forzosamente debe haber una comunidad de mosasaurios en el lago, tan hambrientos como este, que deben estar en camino.
Tenía razón.
Observé entre la maleza cinco o seis cabezas que se abrían paso entre los árboles. Cabezas serpentinas espantosas y repletas de afilados colmillos prestas para triturarnos.
Tomamos la mayor cantidad de alimentos y agua y escapamos. Los dos trabajadores restantes nos imitaron, sin mucho éxito. Escuchamos sus alaridos detrás de nosotros cuando eran alcanzados por uno o varios mosasaurios.
IX
Corrimos.
Corrimos toda la noche internándonos en la profundidad de la selva. En la más absoluta y siniestra oscuridad. Dejando atrás el Valle Verne, hasta quedar agotada...
─¡Ya... no puedo... más! ─supliqué jadeando. Montserrat se detuvo y descansamos el resto de la noche hasta el amanecer.
El brillante sol mañanero africano me despertó. Parecía que Montserrat hacía tiempo había despertado y estaba preparando algo de comer.
─Buenos días, Dra. Walsh ─dijo─. Le hice el desayuno. Discúlpeme por haber sido tan violenta anoche.
─No se disculpe, Srta. LeFebre. Es perfectamente comprensible además usted salvó mi vida.
─Aún no. La verdad es que la situación es grave. No tenemos brújula, no tenemos muchas provisiones, ni medicamentos (y esta selva es peligrosa y repleta de animales venenosos o infecciosos), y perdimos el equipo de comunicación electrónica.
─¿Cree que podamos volver al menos hasta el Lago Tele?
─No estoy segura. Estoy entrenada para estas expediciones y creo poder recorrer el camino de regreso, pero siempre hay un alto margen de riesgo...
Y mientras escuchaba esa lapidaria declaración, escuchamos cómo la maleza se movía a nuestras espaldas. Montserrat y yo reaccionamos de inmediato poniéndonos de pie temiendo lo peor. Pero de entre los ramajes emergió Ugunta, el viejo guía y chamán pigmeo. Nos alegramos mucho de verlo. Nos saludó apaciblemente y nos dijo con señas que le siguiéramos.
─Bueno ─me dijo Montserrat con una palmada en el hombro─, con este experto regresaremos a la civilización sin mayor inconveniente. Además él sabe cómo conseguir comestible en esta jungla. No se sienta mal, Dra. Walsh, por la pérdida de sus evidencias. Ya habrá otras expediciones y podrán comprobar ante el mundo que usted tenía razón.
─Quizás Ugunta tenga razón. Sí, estoy maldita.