Nunca había oído hablar de semejante combinación de trastornos en una sola mente. Aquella chica siempre andaba hacia atrás. Hablaba correctamente, pero aparentaba tener una memoria nula. Y sobre todo estaba aquella forma en que se desarrollaban los diálogos con ella. Decididamente, aquel informe preliminar había llamado mi atención como psiquiatra.
Incluso su llegada voluntaria al sanatorio, el día anterior, había sido sorprendente. Según me explicaron y luego corroboraron las grabaciones de las cámaras de seguridad, ella había cruzado, siempre andando hacia atrás, todas las puertas de seguridad gracias a una asombrosa combinación de coincidencias, desde puertas dejadas sin cerrar por despiste hasta guardias que simplemente estaban mirando en la dirección contraria justo cuando ella pasó. Andando de esa manera, llegó hasta el interior de una celda y se quedó allí, mirando un reloj entre claras muestras de ansiedad.
Me presenté al día siguiente en la entrada del sanatorio mental. Tras los controles preceptivos (que no me parecieron laxos, la verdad), por fin pude verla.
Ella ya estaba sentada cuando entré en la sala. Me senté justo enfrente. Todavía me encontraba haciendo anotaciones en mi bloc, cuando ella intervino.
-Juana -dijo.
-¿Es... tu nombre? -pregunté, levantando la vista del bloc.
Se limitó a mirarme durante unos segundos.
-Veintinueve.
-¿Tu edad?
Volvió a quedarse en silencio.
-Siete de marzo -dijo súbitamente.
-La... fecha de hoy -respondí mientras asentía. Si sabía el día en que estábamos, su memoria a largo plazo podría no ser tan mala como me habían contado.
-Mariano Rajoy.
-Sí... el presidente a día de hoy... -dije mientras fruncía el ceño.
Parecía que los psiquiatras del centro ya le habían hecho las preguntas estándar para comprobar su memoria, así que se las sabía y se anticipaba, sin duda debieron hacerlas igual el día anterior. En cualquier caso, era indudable que tenía cierta capacidad para recordar, al contrario de lo que me habían dicho.
Decidí tratar de confirmar su capacidad de memoria. Busqué entre mis tarjetas de dibujos y levanté una que mostraba una mariposa. Después la volví a guardar.
-Qué cordero tan bonito -dijo ella súbitamente.
-¿Qué...? -pregunté tratando de ignorar su absurdo comentario- ¿Cuál... es el dibujo de esa tarjeta?
Mantuvo silencio. Rebusqué entre mis otras tarjetas. Curiosamente, entre ellas había una con un dibujo de un cordero.
¿Pudiera ser que ella lo hubiera sabido...? No, imposible, seleccioné ese juego de tarjetas yo mismo, nadie tendría uno igual. En cualquier caso, se me ocurrió que podría aprovechar aquella situación. Le mostré la tarjeta del cordero. Luego volví a guardarla. Entonces su rostro mostró cierta extrañeza.
-¿Y el contenido de esa tarjeta...? -pregunté.
Siguió en silencio. Me sorprendió que no mostrase ningún gesto o respuesta de reconocimiento por haberle enseñado justo lo que ella había dicho antes. Quizás se hubiera enfadado porque la había guardado justo después y le gustaba, quién sabe.
Entonces ella empezó a reírse a carcajadas, no súbitamente sino poco a poco subiendo su tono, de menos a más. Me sentía desconcertado.
-Se le va a caer el lápiz -dijo entre carcajadas.
Lentamente levanté el lápiz hasta ponerlo delante de mi cara y lo miré fijamente. Justo entonces se me resbaló de los dedos y se me cayó al suelo. Sus risas estruendosas bajaron repentinamente de tono. Me quedé mirando dónde había caído el lápiz, probablemente con cara de bobo.
-Vale -dijo ella sin dejar de mirarme-, creo que lo de ese lápiz no es una prueba rara suya... Creo que la explicación es mucho más sencilla... -dijo ella entre risitas, muy leves ahora.
Me agaché a coger el lápiz y me volví a sentar.
¿Qué estaba pasando? ¿Estaba presenciando alguna misteriosa capacidad mental que contradecía todo lo que sabía de la mente humana?
Entonces ella negó con la cabeza, extrañada. Volví a echar un vistazo a mis tarjetas, tratando de recuperar el control de la situación.
-¿Recuerda el contenido de alguna de las tarjetas que he mostrado antes? -pregunté finalmente.
No obtuve respuesta.
Definitivamente, aquella entrevista me estaba desquiciando. Necesitaba descansar y meditar sobre lo que había visto.
-Ha sido un placer -dijo Juana mientras se ponía de pie. Dirigió su mano bruscamente hacia mí. En un reflejo le di rápidamente la mía para estrechársela.
-Ha sido un placer -repetí automáticamente yo, mientras también me ponía en pie.
Entonces ella anduvo hacia atrás, dirigiéndose hacia la puerta. Me asombró la precisión con que se dirigió a ella, ya que la tenía de espaldas mientras se desplazaba. Justo cuando se acercó a la puerta, esta se abrió, y ella continuó su camino hasta desaparecer por ella, siempre andando hacia atrás.
Sin duda, aquello había sido el encuentro profesional más desconcertante de mi vida.
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Al día siguiente volví a presentarme ante ella.
-Hola -me dijo sonriente nada más verme aparecer por la puerta.
Tras sentarme, ella volvió a intervenir.
-No sabe lo aliviada que me siento ahora mismo. ¡Qué bien! -dijo sonriendo. Juana parecía estar francamente feliz.
-¿Por qué se siente así? -me atreví a preguntar. Hablar de los sentimientos podría dar mucho juego.
-Le explicaré la manera en que soy especial -dijo ella sin dejar de sonreír-. Usted recuerda lo que le pasó hace unos minutos, unos días o unos años, pero no tiene ni idea de lo que ocurrirá dentro de diez segundos. Yo recuerdo lo que pasará dentro de unos minutos, unos días o unos años, pero no tengo ni idea de lo que ocurrió hace diez segundos. Todos ustedes vienen de antes y van a después, mientras que yo vengo de después y voy a antes. Y no, no necesito intercambiar las palabras antes y después en mi vocabulario, pues para mí después siempre ha significado de dónde vengo, y antes a dónde voy. Hablo la misma lengua que usted porque aprenderé a hablarla como todo el mundo, así que, por ejemplo, para mí será siempre natural pronunciar las palabras empezando por su última letra, y construir argumentos exponiendo los hechos en el orden inverso a aquel en que deberían ser conocidos para que los demás los entiendan, como estoy haciendo ahora. Para mí, los objetos que se caen al suelo saltan mágicamente del suelo a las mesas o a las manos, la sensación de llenado en mi estómago significa que debo expulsar comida por la boca, y sin duda no desea usted pensar acerca de lo que implica ir al lavabo. Usted me ve andar hacia atrás, pero así puedo ver hacia dónde voy... Quizás se pregunte usted por qué le cuento todo esto. Contarle esto ahora garantiza mi libertad en adelante. Y sé que por fin estoy en el momento apropiado para contárselo por la cara de estupefacción que mostrará en unos segundos, y por los experimentos que hará después para tratar de comprobar si lo que digo es cierto.
Su primera predicción se cumplió inmediatamente: me quedé boquiabierto, sin saber qué decir. Mientras seguía con la boca abierta, ella me miraba fijamente, sonriendo.
-¡Es el momento! -exclamó- ¡Ahora es el momento para que funcione! ¡Por fin!
¿De qué hablaba?
Traté de recuperar la compostura. Tenía que comprobar si lo que Juana había dicho era cierto... cumpliendo así, de paso, su segunda predicción.
Saqué una tarjeta y se la mostré.
-Sí, un bonito arcoíris -dijo ella sonriendo. Se mostraba algo ansiosa, como esperando que fuera a ocurrir algo importante.
Mantuve la tarjeta ante ella durante un rato. Ella no hizo ningún comentario más. Entonces volví a guardar la tarjeta.
Saqué un dado de mi chaqueta. Lo lancé sobre la mesa. Decidí que lo dejaría allí durante un rato.
-Sí, un cinco -dijo ella. Era correcto.
Entonces lo retiré. Decidí que, en mi siguiente tirada del dado, recogería el dado rápidamente, apenas un segundo después de que cayera.
-Un tres -dijo ella antes de que lo lanzara.
Entonces lo lancé. Salió un tres. Lo recogí inmediatamente.
-Un uno -dijo.
Entonces lo lancé. Un uno.
-Un seis.
Y después, un seis. Bien, ya tenía bastantes tiradas de dados.
-No lo sé -anunció.
-¿Qué dibujo había en la tarjeta de antes? -pregunté.
Ella guardó silencio.
Saqué un aparato metálico de mi bolsillo. Tenía que comprobar si sus lagunas mentales eran fingidas.
-¡He dicho que no! -exclamó indignada.
Le ofrecí el aparato. No lo cogió.
-¡No! ¡Oiga, no vuelva a hacerlo! -volvió a negar enérgicamente.
Se lo volví a ofrecer. Entonces empezó a frotarse una mano contra la otra, con gesto de dolor.
Se lo volví a ofrecer una tercera vez, y esta vez lo cogió muy rápidamente, casi en un reflejo. Pulsé un botón oculto en el bolsillo de mi chaqueta. El aparato le dio un calambrazo en la mano y ella gritó "¡Ay!". Volví a pulsar el botón para apagarlo. Se borró repentinamente el gesto de dolor de su rostro, de repente estaba muy tranquila. Lentamente alargó la mano y me ofreció el objeto. Lo cogí.
Ya había tenido suficiente. Comencé a hacer anotaciones en mi libreta.
-Gracias por colaborar con mi plan -dijo ella repentinamente. Levanté la vista de la libreta.- Gracias por ayudarme a ser libre. Aunque sepa que ayudarme no supone ningún perjuicio para usted, le doy las gracias. -dijo ella sonriente.
¿Cómo? De nuevo... ¿de qué estaba hablando?
Necesitaba meditar sobre aquel encuentro. Antes de que pudiera anunciar mi despedida, ella se anticipó y se despidió de mí a la vez que se levantaba. Igual que el día anterior, ella se marchó de la sala andando hacia atrás.
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Al día siguiente me presenté ante ella con la intención de hacer algunos experimentos más.
-Ummmm... -dijo ella, muy decepcionada-. No veo ninguna diferencia entre su gesto inicial y su gesto final. No, decididamente sigue sabiéndolo. Puede que todavía no haya garantizado mi libertad.
Su capacidad de sorprenderme con frases crípticas había dejado de ser sorprendente. Digamos que la sorpresa e incredulidad constituían mi estado habitual.
-Le explicaré la manera en que soy especial -dijo ella sin dejar de sonreír-. Usted recuerda lo que le pasó hace unos minutos, unos días o unos años, pero no tiene ni idea de lo que ocurrirá dentro de diez segundos. Yo recuerdo...
Dejé que repitiera su discurso del día anterior, tratando de no mostrar ninguna emoción mientras escuchaba. Quería ver a dónde conducía todo aquello.
-...Quizás se pregunte por qué le cuento todo esto. Contarle esto ahora garantiza mi libertad en adelante.
Entonces se me quedó mirando, como tratando de decidir si aquel era el momento apropiado para hacer algo.
-Tantos experimentos... -musitó-. Quizás está usted tratando de confirmarlo ahora... Así que quizás deba intentarlo yo ahora... -se preguntó ella, enigmática.
Efectivamente, yo venía preparado para hacer más experimentos que confirmasen su ausencia total de memoria del pasado y su asombrosa capacidad para ver el futuro.
Durante la siguiente hora, los resultados de todos los experimentos que llevé a cabo con ella fueron consistentes con los del día anterior. Aquello excedía toda lógica.
Finalmente decidí que ya había tenido suficiente para aquella jornada, no necesitaba hacer más pruebas de momento.
-Gracias, muchas gracias -dijo ella muy sonriente-. Gracias por ayudarme a salir de aquí.
Volvimos a despedirnos.
En el camino de vuelta a mi casa, medité sobre aquellas últimas palabras suyas. No, no tenían sentido.
¿Por qué iba yo a ayudar a escaparse al mayor descubrimiento de la Historia de la Medicina, de la Biología, de la Física y no sé de cuántas ciencias más a la vez? Bueno, ¡y de la propia Historia? ¡Aquella chica conocía el futuro! ¿Podía un solo descubrimiento prometer tanto a la Ciencia, a todas ellas, como prometía aquel? ¡Estaría loco si ayudase a aquella chica a escapar de aquel manicomio! ¡Ni loco haría tal cosa!
Pero entonces, súbitamente, entendí.
Sí, la ayudaría.
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Al poco de volver ante su presencia y de saludarnos, ella dijo:
-No, quizás deba esperar a que usted haga algunos experimentos comprobatorios. Sin duda es lo que usted haría en tal situación.
Entonces volvió a repetir básicamente el mismo discurso que el día anterior sobre la manera en que ella era especial, mientras yo escuchaba pacientemente.
Sí, ahora lo entendía, aquello tenía sentido. Y más aún teniendo en cuenta lo que yo iba a hacer después.
-¡Muchísimas gracias! -dijo ella llorando de alegría- ¡Por fin, libertad! ¡Le perdono! ¡Por todo!
¿Me perdonaba? ¿Qué?
Entonces hice lo que había decidido hacer aquel día. Saqué mi portátil de mi maleta, lo encendí y le mostré el vídeo completo que las cámaras de seguridad grabaron el día que ella entró en el sanatorio. Ella prestó una enorme atención.
-Aquello sucedió el seis de marzo a las 9:27 de la mañana -anuncié al terminar de mostrarle los vídeos, mientras guardaba mi portátil.
Su gesto pasó a mostrar una frialdad y distancia que no me había mostrado nunca antes.
-Bueno -dije-, ahora me gustaría realizar algunas pruebas nuevas que he diseñado.
Saqué tarjetas, dados y otros artilugios nuevos.
Pero esta vez ella no colaboró en absoluto. No respondió a nada. Simplemente se mantuvo fría. Su gesto simplemente mostraba odio. Y miedo.
Cuando vi que no iba a lograr nada aquel día, ella se levantó y se fue sin despedirse, justo antes de que yo pudiera hacer lo propio.
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A la mañana siguiente, mientras conducía hacia el sanatorio, no podía evitar sentir que el futuro y el pasado se me amontonaban en la mente.
Sé libre, Juana. Ayer sabrás cómo y cuándo escapar, cómo y cuándo llegaste al sanatorio. Te lo contaré yo. Entonces decidirás que quieres saber si, tras escapar, serás libre para siempre... o bien si ya conocíamos tu don antes de que vinieras, por lo que quizás te volveríamos a atrapar (es decir, ya te habríamos atrapado alguna otra vez en el pasado).
Y decidirás que la única forma de saber tal cosa es explicarme tu don y ver si aquello es una sorpresa para mí. Si lo es, es que yo no lo sabía antes, es que tu don era secreto antes de contármelo. ¿Cómo se convierte algo conocido en secreto si uno va hacia atrás en el tiempo? Pues igual que alguien que va adelante convierte un secreto en vox populi: contándolo. Si lo cuentas y ves que el jefe de los que deberían saberlo se entera justo en ese momento, es que has creado un secreto donde antes había conocimiento. Tres intentos te llevará lograrlo. De hecho, después de crear tu secreto, el día anterior, querrás confirmar que realmente lo es, e incluso aprovecharás una caída de un lápiz para ponerme a prueba... y entonces comprobarás que todo aquello me desconcierta tanto como esperas. ¡Secreto confirmado!
Bueno, ya te he liberado. Ya me has perdonado por lo que voy a hacer a continuación.
Sacar información a alguien que no quiere colaborar y que no tiene miedo a los castigos previos, simplemente porque no puede recordarlos, es complicado. Las amenazas y los castigos no pueden ir incrementándose de manera gradual. Deben ser intensos e inmediatos, de hecho simultáneos a las preguntas. Pero puede hacerse.
Sí, puede hacerse.