A pesar que desde muy temprano ese día un enérgico dolor se le embutía en la cabeza, Aníbal Copenghen seguía trabajando en su oficina de la agencia a altas horas de la tarde; como quien no conoce de cansancios tomó el listado holográfico y lo auscultó detalladamente, un par de ojos grises, ligeramente escondidos bajo unos párpados velados y arrugados, -que al igual que las líneas de su frente y sus pronunciadas "patas de gallo", denotaban una edad avanzada- recorrían línea por línea sin siquiera mostrar un atisbo de asombro. De carácter riguroso, había dedicado una vida completa a sus estudios científicos, investigaciones y descubrimientos esclarecedores, lo cual le colocaba en la cima de la evolución humana. Esquivo ante la adulación, a la cual estaba más que acostumbrado, entendía muy bien que esta, no es más que un espejismo confuso, una percepción subjetiva relacionada a un momento bien definido y a un estado de algarabía superflua, o al menos de congraciarse, de parte de quien la emana. Su trabajo tenía por ende, como fin supremo el impulso del conocimiento por el conocimiento; nunca disimuló su enojo hacia el reconocimiento público, y cada vez que tenía la oportunidad plasmaba este sentir escabulléndose entre líneas o siguiendo el trazo de su tema sin prestar la más mínima atención a cualquier elogio. El hombre respiraba para crear desarrollo e investigación, era su inicio, su camino, y por tanto, su fin; lo único que al parecer le importaba. Del otro lado del gran buró de madera, Edward Hinnes tamborileaba con sus dedos en espera de la atención de Aníbal, su cara alargada e inexpresiva, hacía exquisito juego con los cuadros cubistas colgados justo detrás de él. El director del instituto Gea-Cosmos, era un varón delgado, casi se podría decir desecado, alto y temperado, enjuto y nada risueño, su porte aristocrático y su estilo directo, le valían para infinidad de motes entre sus colegas, ninguno de ellos valga decir, a buena intención; era de esos hombres que no se guardan nunca nada, ya sea un elogio para quien lo merece o en la mayoría de ocasiones, un reproche o un comentario crudo. Para Hinnes la sinceridad lo era todo, en sus manos estaba la responsabilidad de manejar y dar cuentas sobre un enorme y millonario presupuesto usado por el instituto para sus investigaciones, corresponda apuntar, una responsabilidad que, como era usual en él, cumplía a cabalidad.
-He oído sobre su artículo en la revista mensual "Gaialand", doctor. Las reacciones variadas, no obstante, se inclinan en su mayoría detractoramente.
Aníbal, levantó la vista levemente y de manera furtiva, sus ojos se asomaron someramente por sobre sus lentes de aumento, una mirada inquisitiva leyó de manera rápida la expresión plana de su interlocutor.
-¿Se ha tomado usted, acaso, la molestia de leer dicho artículo, Hinnes? o ¿Tal vez, no ha hecho más que lo que hace la mayoría de estos "lectores de titulares" que se hacen llamar a sí mismos, "críticos expertos"?
-Esta mañana el Times ha publicado en su portada que usted no pareciera estar en sus cabales, y en las páginas principales de su editorial, ha dedicado un extenso rollo, que habla en cargadas líneas y como tema principal, sobre su creciente delirio hacia la metafísica, mismo que ha desembocado en este último artículo suyo, Copenghen. Sus censuradores le cobran certeramente, lo que pareciera ser un cambio estricto en sus prioridades científicas, en favor de lo que para ellos, ha mostrado usted, como sus nuevas creencias filosóficas, que lo alejan de aquella imagen escéptica que tanto culto le ha generado, doctor.
-¡Rapaces! -pensó para sus adentros, mientras tornaba la vista a la fotografía tridimensional que revolvía frenéticamente con sus ahora, temblorosas manos.
-Mucho me temo que toda esa presión bien podría tener consecuencias negativas para sus proyectos Doctor. No sería extraño que esto atraiga recortes severos en el presupuesto de sus investigaciones futuras, o quizá, no tan futuras -dijo Hinnes tajantemente.
-Señor director, como he supuesto y ahora lo confirmo, usted no entiende una mínima porción del asunto, le explicaría con marcado gusto, pero heme en la seguridad, ahora también, de que tampoco lo comprendería; le diré simplemente que no es filosofía barata lo que predico en mis artículos, no es metafísica escueta y llana, ni es elucubración filosófica por el mero hecho de repetir paradigmas desgastados en milenios, no señor, mis artículos tienen una sustentabilidad científica como base, ¿cómo sería posible que, siendo yo hombre de ciencia, actuase de otra manera? El hasta ahora palidecido e inexpresivo rostro de Hinnes, pareció contraerse en una mueca molesta, atribuible, sin duda, a los comentarios de su interlocutor.
-No soy científico, Dr. -dijo- No es a mí a quien tiene que dirigir sus explicaciones, mi deber es administrar los recursos con que cuenta el instituto, y simplemente me guío por las directrices de nuestros benefactores principales. Como entenderá, no estamos a la libre en estos asuntos.
El Dr. se puso en pie, sus ojos estaban ajustados sobre Hinnes, tomó una bocanada de aire y extendió los brazos hacia sus lados para luego dejarlos caer contra sus costados, sin despegar su mirada del hombre. -No se vaya usted a asustar señor director, solo estoy destensando nervios y relajando músculos. - Hinnes, parecía languidecer en su taburete.
-Mire Dr. Hemos trabajado muchos años juntos, y siempre le he apoyado en sus proyectos. Me han parecido por demás innovadores, he llegado a creer, inclusive, que no existe otra figura en la ciencia actual que le haga sombra a su legado, el mundo entero era consciente de esto que le digo. Pero últimamente estoy temiendo también, como al parecer asimismo lo hacen sus detractores, los cuales han crecido en número (y en acidez argumentativa) que usted esté perdiendo su norte y porque no decirlo, hasta sus cabales. Me parece descabellado, si me permite, la idea de un análisis de exoplanetas muertos, (tan costoso) para develar la "rápida" y posiblemente, similar evolución en el deterioro con este, "organismo simbiótico" o como usted le llama, en dicho artículo suyo a nuestro planeta. ¿Un apocalipsis? ¡Por Dios! son muchísimas las voces que han expuesto desde hace centurias disparates de este nivel, y vea usted cómo han terminado todos sus aclamadores; usted Dr. no puede parar en ese mismo ostracismo, su lugar en la historia está junto a los grandes pensadores y vanguardistas de la humanidad, no lo olvide.
-Créame Hinnes, que si no estuviera completamente seguro del acontecer y utilidad de dicha tesis, y todo lo que con ella hace referencia a este asunto, no me atrevería a hacer público tal material. No hay manera de errar cuando se apega uno de manera tan ortodoxa y fiel al método científico, le certifico con un 99.5% de seguridad, según mi ardua y extensa investigación, que la simbiosis terrestre involuciona y ya rebasó hace décadas su punto de no retorno. Estamos a las puertas de una debacle mundial, ni siquiera retomando los viejos acuerdos climáticos multilaterales y aplicándolos de manera exponencial, sería posible revertir esta desgracia. Entiéndame hombre, esto no significa otra cosa, que el fin de nuestra raza.
-Aníbal, es ese 0.5% de incertidumbre lo que realmente me preocupa, sus números siempre han sido concretos, y sé muy bien que si usted asegura que existe tal nivel de vacilación, es porque realmente hay de qué preocuparse; no me pida entonces que le siga a ciegas en esta teoría suya, no cuando es algo tan descabellado de su parte y tan mediático; y menos cuando la impresión que pueda tener yo del asunto de poco le serviría a usted, ya que no soy quien realmente controla los hilos de este lugar, lo sabe muy bien. ¿Que soy quien administra los recursos? Cierto, pero nuestros patrocinadores, quienes son los que aportan el capital base de nuestro trabajo, no se encuentran nada contentos con su investigación.
Aníbal bajó la vista y apretó los puños, mientras era posible inclusive escuchar el rechinar de sus dientes. Hinnes continuó.
-Como bien sabe, ha habido presiones de parte del partido tradicionalista, los conservadores tienen ahora muchísimo poder en el congreso mundial; existe toda una campaña de desprestigio en su contra Copenghen, la prensa al servicio de los tradicionalistas le ha puesto al nivel de un inmoral hereje, que se ha adjudicado el poder de profetización sobre el final del mundo. Podrá imaginarse cuál ha sido el tipo de respuesta de las mayorías en las calles; piden su cabeza a gritos, o como mínimo que usted se desdiga públicamente de esta excéntrica teoría. Pero, aún con todo esto, si tuviera un mínimo elemento de certeza de la urgencia de su plan, lo aprobaría sin titubear; no obstante, nadie, ni usted, me lo ha dado, para mi no es suficiente la intangible "evidencia" científica, como al parecer tampoco lo es para el grueso de la población, y por otra parte, las observaciones de sus críticos son demoledoras. Por lo tanto, apoyarle en esa locura suya sería un suicidio profesional para este servidor, olvídese de este asunto Doctor, no desvalorice más su imagen, es lo único que le queda por hacer.
Mientras balbuceaba este discurso, el burócrata se había deslizado hasta la puerta de aquella pieza, saliendo y cerrándola tras estas últimas palabras, daba así por terminada la discusión. El Dr. Copenghen postró ambas manos sobre el enorme escritorio de madera artificial, a la vez que contenía una serie de maldiciones en la punta de su lengua y contra su propia voluntad. A continuación procedió a auto tranquilizarse, mientras mentalmente se repetía lo estúpido que había sido, lo desmañado que parecía al dejar ver sus cartas en esta avanzada mano del juego. Sin duda su horizonte luciría oscuro en adelante, sobre todo tomando en cuenta el tinte político por el cual se estaban enrumbando los acontecimientos. Cerró sus archivos y se dispuso a salir, resuelto a hacer una visita desesperada en aquella, su nueva situación. Tomó el deslizador férreo en la avenida Payltom, decidido a entrevistarse con Hank, ¡ah, cuánto le necesitaba ahora! sin duda él, como siempre, tendría alguna idea brillante que le diera una pequeña luz en medio de aquel embrollo; y sin embargo, muy en sus adentros le agobiaba un mal presentimiento respecto al desenlace de todo el asunto.
Hank Tubulisovic era un pragmático y ferviente psico-antropólogo, sus estudios sobre la evolución humana no siempre fueron bien recibidos -al igual que con Darwin- la controversia de sus resoluciones resultaba una constante en la historia de sus publicaciones, esto debido a que en la ya avanzadísima, aunque inverosímil postmodernidad, un grueso de la comunidad mundial se negaba a la idea de tener una rama principal en su árbol genealógico que le ligará a los grandes simios. En este caso el resultado que arrojara la principal investigación de Hank, la cual desvelaba un fuerte enlace genético de al menos un 5% de la población con los extintos Neardenthales, e inclusive una proporción menor ligada a otra clase de simio semi-glabro, causaba repugnancia entre conservadores e ignorantes por igual. "El hombre es por naturaleza orgulloso y la mayoría de las veces esa vanidad le convierte en despreciable e iletrado con respecto de su propio pasado" solía proclamar como cierre en sus dramáticas conferencias, y remachaba "son muchos los que han preferido desconocer la evidencia científica por miedo a que esta cause un derrumbamiento de su idealizada existencia". Sin embargo, y pese a sus desmanes públicos, entre la comunidad científica le solían respetar en extremo, al punto que el mismo Copenghen le tenía por mano derecha y confidente.
Mientras Aníbal viajaba en pos del encuentro con su amigo, miraba por la ventana -en ella- los comerciales desplegados en holograma, no obstante, su cerebro no distinguía más que pequeños pixeles de diferentes colores bailando por sobre aquella base rectangular, sus pensamientos estaban en otro sitio, muy lejos de la última salsa dietética para espaguetis o los planes de inversión para retiro en las nuevas islas artificiales del mediterráneo, que se anunciaban ahora en su spot personalizado, esto último empero y por un momento, lo desembarazó de sus abstraídos pensamientos. "Ibank le ofrece los mejores programas de inversión para su jubilación, con una cuota mínima de su retiro, le asignamos una isla totalmente privada para el disfrute de su pensión y su vejez; contamos con servicios en el archipiélago tales como: casa club, centro de masajes, centro de actividades geriátricas, sesiones de reactivación neuronal avanzada...." Eso más o menos fue lo que logró escuchar antes de sumirse nuevamente en limbo de sus preocupaciones. Una linda joven oriental, que más parecía protagonista de un viejo anime japonés, exponía las bondades de aquellos planes tan convenientes. Pamplinas -pensó-, si supieran que nada de esto será posible ya, no perderían su tiempo en puerilidades tan poco básicas. Ojalá pudiera prescindir de estos comerciales a lo largo mis trayectos diarios, yo mismo me ahorraría distracciones y aprovecharía al máximo el tiempo de viaje; mañana enviaré una carta al consejo de transporte urbano, o mejor aún, iré personalmente a hacerles la observación, -se dijo para sus adentros- más como una excusa para tratar de tranquilizarse, que como una acción que fuera realmente a ejecutar; de inmediato, pensó en lo inútil que resultaría su petición en un mundo inexistente, y no pudo menos que sonreírse de sombría manera.
Resolvió motivado por su ideario, abandonar el "Railslide" una estación antes de la llegada a destino. A menudo lo hacía para ejercitarse un poco, la distracción en el escaparate de su butaca, sin embargo, fue el acicate perfecto que lo empujó a tomar aquella medida, no digamos tanto desesperada como sí, tranquilizadora. A través de unos tres sectores estaría frente a la puerta de Hank, y aunque la ansiedad debido a lo apremiante y al tema de su reunión le hacía sentir revoloteos en el estómago, pensó que una caminata podría despejar un poco aquel malestar que sufría, y hacerle esgrimir a su amigo cuando se entrevistasen, con más lucidez el fondo del asunto que le refería tal preocupación. Dilucidó repitiéndose a sí mismo por unos momentos lo inútil que se volvía todo su esfuerzo, tanto trabajo e investigación, tantos años dedicados al estudio de la evolución simbiótica planetaria en pos y servicio de la humanidad, una humanidad que hoy le daba la espalda, que prefería tratarle como a un loco y paradójicamente en su lugar, refugiarse en lo que carecía de "evidencia científica" -Se decía y casi podía escuchar su voz altisonante roncando en las cavidades de su cráneo- "otra vez esta vacilación, ¡maldita sea! Casi les comprendo, yo les estoy robando la esperanza, soy yo quien les está despojando de la alegría de su ignorancia ante la desgracia..." el malestar que cundía en su cabeza desde tempranas horas se transmutaba ahora hiperbólico, no obstante, quiso continuar la idea pero su mente quedó en blanco, ya no supo más qué sucedía, una oscuridad perpetua se apoderó de sus pensamientos hasta el punto de borrar su vista y por consiguiente, el total de sus sentidos.
De pronto una luz blanquecina le empapó las pestañas, y se encontró inesperadamente acostado en un cama al lado de lo que desde su posición parecía ser un laboratorio, el cual pudo notar se hallaba a su vez en el primer piso de un amplio edificio, abarcaba casi por completo la primera planta del inmueble, solo dejando espacio para el pequeño cuarto en que se encontraba y un dilatado pasillo que daba a la entrada principal, el laboratorio y el cuarto se conectaban por una puerta, lo cual hacía necesario el paso por el segundo antes de ingresar al primero. En contrasentido a la puerta de lo que parecía ser un cubículo de estudio, se localizaba la escalinata que daba paso al siguiente nivel, observando hacia aquella dirección logró apreciar una enorme cúpula transparente. En frente suyo, tras la puerta abierta y arrimado a una gran mesa se encontraba un hombre, estaba realizando -según notó Aníbal mientras se acercaba- un reconocimiento maxilar de un espécimen poco alterado de cromañón u otra especie de simio evolucionado.
-¿Hank?
El hombre se volteó de golpe, Aníbal liberó un suspiro hueco y profundo al verle.
-Doctor, -respondió, notando en el rostro extraviado del anciano la incomprensión total de lo que allí sucedía- se encuentra usted desde hace exactamente 7 años en Luna, el señor Hank se ha quedado en Tierra, él mismo se hizo cargo de toda la logística final del proyecto Gaia. Puede estar usted tranquilo.
-¿Quiere decir que conseguimos el financiamiento?
-El señor Hinnes se encomendó con toda esa parte, doctor.
-¿Hinnes?
-Hinnes -afirmó nuevamente el hombre.
-Pero él no sabía nada respecto al informe Gaia, con el fin de conseguir dicho financiamiento para el proyecto, siempre utilicé la mampara sobre el estudio referente a planetas sin vida, más allá del cinturón de asteroides de... ¿Hank?
-Así es doctor, Hank se encargó de conseguir el apoyo de Hinnes, usted mismo le hizo prometer que no desistiría en ello el día en que abandonó Tierra. De cierta manera, el administrador del instituto siempre supo sobre la veracidad del informe, al menos la parte que refería a la hecatombe terrenal, por esto mismo utilizó todas sus influencias con tal de ayudarle, y lo hizo según entiendo en pos de su visión. Poner a esa mujer y a esos hombres en esa nave, y enviarlos a buscar un nuevo hogar para la raza humana se volvió un absoluto entre sus objetivos.
Los ojos de Aníbal lucían completamente iluminados, pero en aquel preciso momento un vago y terrible presentimiento afloró como inquietud.
-¿Cuántas veces me ha puesto a este corriente, señor...?
-Mi nombre es Roderick y la respuesta es, muchas señor... por desgracia su enfermedad ha avanzado aceleradamente el último año, a pesar de los procesos biotecnológicos experimentales que se le han aplicado.
-Lo último que recuerdo es ir hacia la casa de Hank, justo después de que Hinnes le daba la trastada al proyecto.
-Lo sé doctor, aquel día fue su primera crisis, al parecer un acontecimiento fuerte la pudo haber desatado. Desde entonces y en todas las réplicas que ha sufrido, su cerebro suele olvidar lo sucedido justo desde aquella fecha crítica. Es según los especialistas, una característica de fase avanzada en este mal que usted padece.
-¿Qué ha sido del planeta? -interrogó como respuesta sin prestar mayor importancia a la sentencia y dictamen que le acababa de dar.
-¿Tierra? Su profecía se ha cumplido doctor, el informe Gaia es hoy una realidad, el proceso de involución simbiótica cuadruplicó su avance, los resultados son desoladores, sobre todo desde hace un par de años.
Aníbal, sintió como una vaga luz se reflejaba desde las escaleras, se aproximó al inicio de la escalinata, una pequeñísima y refulgente luna metálica disparaba sus rayos sobre la cúpula de vidrio, refractando por sobre todo el aposento piramidal, "Selene" susurró suavemente mientras ensimismado, contemplaba aquel artilugio sintético, otra de sus creaciones.
Roderick le observaba conmovido, había tomado esta vez, sin embargo, la decisión de omitir el ponerle nuevamente al corriente sobre la muerte de su amigo Hank hacía poco más de un año, a manos de una turba de fanáticos del movimiento conservador en Tierra, siempre que lo hacía, el viejo caía en una profunda depresión.