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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Martes, 8 de octubre de 2024

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Luces y sombras de la fantasía científica soviética III: De un aperturismo esperanzador a un nuevo aislamiento

En esta tercera y última entrega sobre la ciencia ficción soviética, nos centramos en el llamado período de renovación, que comienza oficialmente en 1957 con la publicación de La Nebulosa de Andrómeda de Efremov y continúa hasta mediados los años 1970, momento en el cual vuelve a producirse un retroceso y un aislamiento que durará hasta la muerte de Brezhnev en 1982. Aunque las razones para esta ralentización no son unánimes, sí existen al menos algunas características genéricas innegables, asociadas a la permanente hesitación entre hacer concesiones al liberalismo occidental (como es el caso de la R. P. China) o un retorno no disimulado a los postulados estalinistas, sobre todo tras la revuelta en Praga en 1968. En el ámbito de la ciencia ficción, el deceso de Ivan A. Efremov e Ilya I. Varshavski, dos de los principales impulsores de la fantasía científica moderna en la URSS, profundizan si cabe la regresión a lo largo de los años setenta. El cierre o la depuración de las editoriales especializadas en la ciencia ficción y el aumento injustificado de una censura editorial, capitaneada por algunos autores de la vieja guardia, aumentan la frustración hasta el punto de que algunos de los más notables escritores deciden abandonar el género.

El llamado deshielo, proclamado por Jrushchov en 1956, dista de ser casual, sino que está íntimamente ligado a una obligada apertura del sistema, condicionada por la difusión de los logros soviéticos en la comunidad internacional. Así como el 16 de julio de 1945 inaugura la era atómica, el lanzamiento del Sputnik I el 4 de octubre de 1957 da inicio a la era espacial, en la que, para sorpresa de unos y disgusto de otros, la Unión Soviética conservará la primacía durante algunos años, siendo sus proezas más mediáticas el vuelo de Yuri Gagarin en 1961 y el de la primera cosmonauta, Valentina Tereshkova, en 1963. Algunas de las ideas de Tsiolkovski otrora consideradas fantasías iban cristalizándose en realidades técnicas, aumentando el mito de la conquista espacial por el comunismo. Apartándose del exagerado hermetismo de etapas anteriores, los ideólogos se percatan finalmente de que una buena publicidad, que no debe confundirse con la propaganda, es más efectiva que una multitud de sesudos y reiterativos discursos filosóficos. La explotación sistemática de las hazañas cosmonáuticas soviéticas será el escaparate perfecto para la proyección y aceptación internacional de un sistema que, una vez liberado de los excesos de la etapa estalinista, lenta- y progresivamente volverá a cerrarse, llegando finalmente al colapso. Subsiste la pertinaz obsesión por negar los fracasos, que siguen siendo celosamente silenciados para evitar todo tipo de crítica, incluso dentro de la URSS. Cabe recordar en este sentido la llamada "catástrofe del cosmódromo de Baikonur" en octubre de 1960, de la que no se supo nada hasta 1990.[1]

 

En el marco de la ciencia ficción, las nuevas y renovadoras directrices ya habían sido lentamente introducidas por autores como Efremov, estandarte oficial del género. Sentenciaba Efremov que "el propósito de la novela consiste en indicar el valor de conocer la esencia psicológica del individuo como preparación de la base educativa en la sociedad comunista". No cabe duda que esta máxima lapidaria debió ser su guía al concebir La nebulosa de Andrómeda (1957), que pese a la oposición de una crítica inmovilista y fosilizada, supuso la transición definitiva hacia una nueva era de la fantasía científica soviética, basada en un modelo cuya principal finalidad es la tríada formada por la ilustración, la enseñanza y la educación. No es de extrañar, en consecuencia, que muchos de los relatos y novelas apareciesen en editoriales o colecciones principalmente orientadas a la juventud, pese a que los escritos en sí mismos raramente están dirigidos a esta audiencia.  

 

Lógicamente, sobrevivirá aún la tendencia de los relatos-panfleto cuya motivación no es la educación sino el ensalzamiento de los logros político-técnicos e industriales y la llamada economía nacional, repitiendo temas y tópicos ya desfasados. La novela El puente ártico (1963) de Kazantsev, que hasta cierto punto puede interpretarse como una versión moderna de la novela de B. Kellerman Tunnel (1913), pertenece claramente a esta tendencia, apartándose de las ingeniosas tramas de trabajos anteriores. Si el libro original alemán describe los esfuerzos y las penalidades vividas durante la construcción de un túnel intercontinental, la versión de Kazantsev ilustra el entusiasmo y el fortalecimiento espiritual de los constructores, iluminados por inquebrantables ideales humanistas. Volviendo a su característica línea especulativa, Kazantsev retoma su fijación con el fenómeno de Tunguska en la interesante obra Faetón (1971), donde relata como la civilización de este planeta se autoinmoló mediante la guerra atómica y los últimos supervivientes llegaron a la Tierra.[2]   

 

Pese a la tímida apertura, la literatura de ciencia ficción soviética sigue estando sujeta a ciertas prohibiciones, siendo la principal cualquier discusión que ponga en duda la infalibilidad del Estado o el materialismo dialéctico en su versión oficial. Cualquier cuestionamiento de la doctrina exigirá por tanto discretas insinuaciones e ingeniosas parábolas, que serán desarrolladas con maestría por autores disconformes.  De esta manera, a la par que una literatura de educación para la ciudadanía, la fantasía científica se consolidará como una vía alternativa para desplegar una crítica del oficialismo.  

 

Al menos en lo que concierne al bloque occidental, los autores más conocidos de esta época post-estalinista son los hermanos Arkadi y Boris Strugatzki, cuya brillante y en ocasiones necesariamente opaca obra es representativa de los malabarismos intelectuales de los autores para sortear la obstinada censura administrativa,[3] cuya obsesión en denunciar desviaciones ideológicas llega hasta límites que rayan en la ridiculez. Hay críticos que han subrayado una relación entre la notoria intrasigencia del aparato político soviético con cualquier discrepancia o puesta en duda de sus principios ideológicos con la profunda aversión y la persecución oficial a la que fue sometida en la URSS la psiquiatría.[4]  Siendo indiscutible que los hermanos Strugatzki pertenecen a la élite de escritores soviéticos del género, siendo recomendados por el propio Iván A. Efremov, debe asimismo tenerse en cuenta que su visceral y magistralmente camuflada oposición al régimen jugó un papel muy relevante en la difusión de su obra en Occidente, en oposición a otros autores de calidad literaria análoga pero más cercanos y devotos a la doctrina oficial, al menos en apariencia. Es tanto lo que se ha escrito sobre los hermanos Strugatzki, y tan numerosas las traducciones completas o parciales de su bibliografía, que estimamos innecesario repetir en estas líneas hechos bien conocidos, juzgando que es más provechoso centrarse en otros autores menos conocidos a nivel internacional, pero cuya obra, apreciada o no, ha sido también decisiva en la evolución de la ciencia ficción soviética desde 1956.   

 

Aunque oficialmente la ruptura con el estalinismo se plasma con La nebulosa de Andrómeda de Efremov, ya antes de esa fecha, como observamos en una entrega anterior, habían aparecido críticas y obras que se desmarcaban del oficialismo vigente. La resonancia de la novela de Efremov se debe precisamente a la reputación del autor, galardonado con el premio Stalin y consagrado como paladín oficial de la fantasía científica soviética, al cual era impensable atribuirle discrepancia ideológica alguna. La sincera osadía de Efremov de recuperar la utopía tanto tiempo reprimida para renovar los ideales comunistas sería no obstante castigada con la indiferencia o la violenta descalificación de sus trabajos posteriores tales como Cor Serpentis (1958) o La Hora del Toro (1968), en los que se completa y redondea su visión positivista de un comunismo futuro. La oposición a esta evolución, que en nada contradice los principios del materialismo dialéctico, se debe fundamentalmente a una atrofia burocrática que terminó por desacreditar y sofocar la filosofía marxista.  

 

Antes de Efremov, Danil A. Granin, un firme defensor y activista del sistema soviético, denuncia públicamente en la novela Los buscadores (1954) el elitismo burocrático y el obstruccionismo que han suplantado los ideales revolucionarios. La novela se centra en el conflicto entre el inventor Lobanov, que busca perfeccionar un procedimiento de detección de fallos en cables de transmisión eléctrica, y el ingeniero Potapenko, reconvertido en un oportunista científico cuya única ambición es afianzar su posición administrativa como director de su sección y disfrutar de los privilegios asociados a dicha condición.[5] El conflicto principal se centra, no obstante, entre Lobanov y el representante de la burocracia científica, que pese a ser consciente de la falta de moral de Potapenko, centra sus esfuerzos en desacreditar a Lobanov.  Una crítica poco objetiva interpreta esta novela como un conflicto entre el individualismo corrupto y el colectivo progresista. Esta visión es burdamente tendenciosa y no está exenta de los prejuicios de la filosofía colectivista mal entendida. Una interpretación más acertada, mucho más próxima a la realidad, consiste en reconocer el conflicto entre un colectivo eficiente y uno ineficiente, aquejado de inmovilismo, inercia administrativa y la improductividad resultante.    

 

El obstruccionismo y elitismo burocrático, extrapolado de la política a la ciencia, se convertirá en una de las principales fuentes de frustración para las mentes inconformistas y creativas, así como para los científicos cuyas inquietudes están alejadas de un cientificismo sujeto a la doctrina. Debemos recordar que ni la renovación ideológica post-estalinista ni los flagrantes fracasos de embaucadores pseudocientíficos como Lysenko, Lepeshinskaya o Chelintsev, entre otros, pudieron acabar con la división ideológica entre las ciencias "progresistas" y "reaccionarias", artífice que sería empleado para obstruir o arruinar las carreras de molestos competidores no alineados sólidamente.[6] Una consecuencia de esta discriminación artificial fue que un número creciente de científicos profesionales no necesariamente motivados por la divulgación, la didáctica o el adoctrinamiento se volcase en la literatura de ciencia ficción para elaborar temáticas prohibidas, formular hipótesis reprobadas por las autoridades científicas o denunciar favoritismos y corruptelas internas que desvirtúan el principio de la meritocracia, demostrando que el aparato administrativo es el mayor enemigo de una legítima aplicación del materialismo dialéctico.      

 

Un buen exponente de esta tendencia puede encontrarse en la obra de Vladimir I. Savchenko, que conjugará una crítica objetiva de la carencia de moral de un cientificismo oficial con interesantes extrapolaciones científicas. Tómese como ejemplo el relato El algoritmo del éxito (1964), en el cual dos ingenieros especialistas en cibernética tratan de desenmascarar a su supervisor Shishkin, un científico ventajista desposeído de una moral colectivista. Los protagonistas Kaimenov y Malyshev, encargados de desarrollar un nuevo algoritmo que optimice la organización científica, introducen en el programa una subrutina que sea capaz de predecir el comportamiento de Shishkin, con el fin de demostrar que sus motivaciones son egoístas y actúan en contra de los intereses colectivos. Tras ciertas peripecias, Shishkin es finalmente expuesto a la vergüenza pública. Dos son los puntos llamativos en esta narración. Por una parte, se sugiere que el comportamiento arribista de Shishkin es producto del propio sistema, lo que supone una afirmación temeraria en la ideología soviética, sobre todo si tenemos en cuenta que Savchenko, como ingeniero y especialista en semiconductores, trabajó durante años en el Instituto de Cibernética de Kiev. Por otro lado, el lector tiene la impresión de que la finalidad de Kaimenov y Malyshev, lejos de establecer que su algoritmo demostrará la indispensabilidad del colectivo en las tareas científicas y el peligro que suponen los científicos individualistas movidos por el anhelo de prebendas, es un acto de mezquina venganza personal, durante cuya ejecución no dudan en sacrificar a un competente aspirante al proyecto, quebrantando los principios morales que pretenden defender.

 

La preocupación por la ciencia mal entendida y aplicada o gestionada constituye una de las principales características de la obra de Savchenko, en la que se plantea una interesante y seria reflexión moral sobre las implicaciones éticas y el oportunismo en los descubrimientos científicos. Si bien sus primeros escritos como Las estrellas negras (1960) no dejan de ser un panfleto anticapitalista al estilo de aquellos escritos por A. Tolstoi o I. Ehrenburg, los relatos posteriores de Savchenko se van separando de la adulación y del proselitismo de una ciencia estatal para centrarse en dilemas éticos universales, así como recuperar temas proscritos durante décadas, como es la paradoja de los gemelos de Einstein, idea central en el relato ¿Donde está usted, Il'in? (1956), en el que el cohete del protagonista es saboteado por uno de sus colaboradores directos.

 

En La segunda expedición al planeta extraño (1959) la infalibilidad y resolución de los cosmonautas, un tópico recurrente en la ciencia ficción soviética de la época, es firmemente cuestionada, lo que supone un definitivo alejamiento del optimismo propagandístico aún vigente. En el transcurso de una misión que tiene como finalidad aclarar las circunstancias del fracaso de una primera expedición a un planeta extragaláctico, los cosmonautas descubren que lo que creían ser cohetes fabricados por una civilización extraterrestre son en realidad los nativos del planeta, unos complejos organismos de tipo cristalino con asombrosas capacidades. Ante la falta de comprensión de las motivaciones y la negativa a comunicarse de estos extraños seres, el comandante de la expedición, temeroso de que los seres cristalinos les sigan a la Tierra, opta por tratar de destruirlos, lo que provoca un conflicto moral al amotinarse una parte de la tripulación. Aunque el plan de destrucción de los seres cristalinos fracasa, resulta suficiente para disuadir a éstos en su empeño de perseguir a los expedicionarios en su retorno al Sistema Solar. El dilema que se plantea en este relato es que el comandante Novak actúa erróneamente en contra del colectivo, en base a unas informaciones incompletas, poniendo en peligro a toda la expedición. La ironía es que Novak teme y trata de aniquilar a unos seres cristalinos que actúan como un ente unificado perfecto, pudiendo considerárseles como la culminación de una sociedad comunista. Cabe destacar que la incapacidad total de comunicación (con entidades extraterrestres) es también un tema habitual en otros autores como S. Lem, siendo Edén (1959), Solaris (1961) y El invencible (1964) los ejemplos más notables. Si esta imposibilidad de entendimiento alude asimismo al fastidioso inconveniente de no poder recurrir al adoctrinamiento ideológico es una cuestión que el lector debe plantearse por sí mismo.

 

Savchenko retoma la temática de Las estrellas negras en el relato La nueva arma (1966), introduciendo no obstante una nueva perspectiva, en la que el conflicto en torno a un prodigioso descubrimiento científico se desencadena como consecuencia de una infortunada observación de un delegado soviético, y no por los pueriles deseos de un militar enajenado de conquistar el mundo. La novela El autodescubrimiento (1967) es sin duda una obra de madurez y de gran complejidad, cuya trama se desarrolla exclusivamente en la URSS, sin intervención extranjera ni rocambolescas conspiraciones. El libro es una meditación profunda sobre las implicaciones morales y sociales del descubrimiento prematuro de un proceso biocibernético que permite, en teoría, modelar una nueva humanidad. Los protagonistas se debaten entre anunciar triunfalmente el descubrimiento en provecho de la sociedad y el temor de su manipulación por parte de una élite corrupta, una desconfianza que apunta directamente a la moral oficialista. Pese a la minuciosidad del planteamiento, la respuesta que se propone al dilema moral es insatisfactoria y hasta cierto punto engañosa. En este sentido, los relatos El callejón sin salida (1972) y La prueba de la verdad (1973) resultan mucho más convincentes y declaran abiertamente la repulsa por una ciencia condicionada por el anquilosamiento ideológico.

 

Merece la pena mencionar brevemente a Igor Zabelin y su novela Cinturón de vida, aparecida en 1960, por ser el único representante de la utopía soviética en plantear la utilidad del partido en la construcción del comunismo. En el marco de un congreso general de pensadores e ideólogos, se critica la división artificial del ciudadano dependiendo de su afiliación al partido. Los oponentes, esgrimiendo que el partido será siempre la fuerza dominante, se niegan al acceso general de la ciudadanía al privilegio de afiliación, lo que según Zabelin clasifica las reivindicaciones de los burócratas como antihistóricas. Esta novela, aunque tematizada como ficción, es una fiel descripción de las características discusiones bizantinas de los ideólogos oficiales soviéticos.     

 

Dmitri A. Bilenkin, a pesar de su calidad como escritor y su amplia actividad como divulgador científico y comentarista de la fantasía científica, pertenece al nutrido grupo de autores de ciencia ficción menos conocido fuera de la esfera de influencia soviética.[7] Formado como geólogo, Bilenkin desarrolló una importante actividad científica como geoquímico en diversas expediciones a Siberia y Asia Central, antes de volcarse hacia 1960 en la literatura, la crítica y la divulgación. La amplia actividad de Bilenkin en este terreno queda inevitablemente reflejada en sus escritos, llenos de elementos didácticos y morales que trascienden la mera narrativa.

 

La obra de Bilenkin está formada principalmente por relatos cortos o de extensión media, y su bibliografía tan sólo recoge una novela, titulada El desierto de la vida (1983). En esta composición compleja llena de simbolismos, el autor describe un futuro en el que la sociedad se ve enfrentada al insólito fenómeno natural de los "fragmentos temporales",[8] es decir, regiones geográficas en las que se observa una inversión temporal. De este modo coexisten simultáneamente enclaves de la edad de piedra hasta el siglo XX. A su vez, los ocupantes contemporáneos de esas áreas son enviados al pasado. Dicho fenómeno siempre es precedido de unas extrañas tormentas de energía devastadora cuyo control y extinción constituyen la clave para comprender las distorsiones temporales. Paulatinamente los científicos descubren que estas anomalías temporales van a llegar a su fin, lo que significará que todos aquellos transportados involuntariamente al pasado habrán de permanecer allí. Sin tener aún los datos suficientes, se propone un proyecto de rescate en el tiempo. Por puro azar, Pavel, el principal protagonista de la novela, un hombre torturado al haber sido su amada Snezhka transportada a la edad de piedra, salva la vida a una nativa de esta época, infringiendo las estrictas normas de evitar toda intervención con la población de los enclaves. Este delito, motivado por razones humanitarias, será no obstante clave para el experimento, y tanto Pavel como su protegida Eya son enviados al pasado para buscar a Snezhka. Finalmente ésta es rescatada y Pavel encuentra nuevas evidencias que ayudarán a comprender el fenómeno. La obra es globalmente pesimista, ya que tres de las figuras principales mueren, entre ellas la propia Eya, repudiada por su gente. A lo largo del texto, Bilenkin propone interesantes reflexiones sobre la soledad del individuo y su sitio en la sociedad, así como el verdadero objetivo de la existencia.

 

Corresponde asimismo a Bilenkin el haber escrito uno de los relatos más pesimistas de la ciencia ficción soviética, titulado Los ojos ajenos (1971). Una expedición descubre un nuevo planeta cercano a una enana roja, en el que parece haber vida civilizada. Antes de intentar un aterrizaje, y en cumplimiento de los rigurosos protocolos establecidos por las autoridades, los expedicionarios despliegan una red de satélites para cartografiar y analizar los datos del planeta, evitando de este modo riesgos de contaminación. Cuando finalmente los expedicionarios se posan sobre el planeta, llenos de júbilo al ser conscientes de ser los primeros en haber descubierto una civilización inteligente no terráquea, descubren asombrados que todos los nativos son ciegos. Dicha ceguera ha sido provocada por los propios exploradores, al haber utilizado irreflexivamente sus satélites sin haber tenido en cuenta que las frecuencias electromagnéticas manejadas por sus detectores y cámaras son altamente peligrosas para organismos habituados a un mundo de baja luminosidad.

 

Entre los otros muchos relatos meritorios de Bilenkin destacamos El fin de la ley y La fuerza de los fuertes. En el primero, aparecido en 1974, la población de una nación tecnológicamente avanzada es aterrorizada por una extraña epidemia parecida a una hipnosis colectiva. El protagonista Polynov decide investigar el asunto, pues sospecha que la epidemia está relacionada con los experimentos que realiza el profesor Less, con quién Polynov debía encontrarse. El segundo relato, de tipo más filosófico, trata sobre las extraordinarias capacidades psíquicas que desarrollan los componentes de un grupo de la resistencia para combatir el sofocante dominio de una despótica sociedad extraterrestre. Este relato es uno de los raros ejemplos donde, en oposición al usual carácter amigable de otras civilizaciones, éstas imponen su ley mediante su superioridad tecnológica.   

 

El período 1960-1972 puede considerarse como central en el desarrollo y consolidación de una nueva ciencia ficción soviética, en particular de su vertiente filosófica y psicológica, tanto dentro como fuera de la URSS. Las circunstancias de los autores soviéticos son, no obstante, harto especiales, ya que cada implicación filosófica o teoría psicológica debe ser cuidadosamente sopesada para no entrar en conflicto con la versión del materialismo dialéctico vigente en el momento.     

 

Genrikh S. Altov y su esposa Valentina N. Zhuravleva son defensores declarados de esta nueva ciencia ficción. En La balada de las estrellas, aparecida en 1961, se relata el encuentro de los humanos con una civilización muy avanzada de seres incorpóreos. Una vez solventados los problemas de comunicación, resulta que estos seres espirituales están en desventaja con la humanidad, al no haber conocido ni la lucha, ni el sufrimiento, ni el trabajo, elementos clave para la sólida construcción de un mundo mejor. Aunque alguna de las conclusiones es cuestionable, los autores señalan certeramente que las conquistas duraderas sólo son posibles tras haber superado una serie de obstáculos. En colaboración o por separado, las obras de Altov y Zhuravleva pretenden reivindicar el humanismo como la cualidad principal en el progreso. Los relatos de Zhuravleva, por otra parte, están fuertemente influenciados por su profesión médica, y sus personajes son habitualmente entusiastas médicos que tratan de aliviar los males humanos y conservar la vida, sea cual sea la forma en la que se manifieste.

 

En una línea similar puede situarse la obra de Olga Larionova, característica por alejarse de los temas predominantemente científicos y centrarse en la esfera sociológica y psicológica,[9] introduciendo una perspectiva de filosofía personalista hasta entonces inédita en la URSS. El libro más representativo de esta tendencia es El leopardo de la cumbre del Kilimanjaro (1965), donde se describe la posibilidad de conocer la fecha exacta de la propia muerte. Lo que en un principio podría ser una información relevante para estructurar la existencia deriva en una pesadilla que desencadena violentas crisis morales. Con posterioridad a este rotundo éxito, la obra de Larionova se diversificará para cubrir temas tales como los llamados "romances planetarios". Una narración notable en esta línea es El planeta que no tenía nada que ofrecer (1967), en el que una exploradora deserta de su expedición para quedarse secretamente en un planeta que la ha cautivado. En una segunda parte del relato descubrimos, a través de una conversación, que dicha exploradora, con el sobrio nombre de #27, pasó a la historia al liderar una revuelta que acabó con los gobernantes del planeta.

 

Más radical en su alejamiento y repudia por los convencionalismos del realismo socialista es la posición de la filóloga y traductora Ariadna Gromova, que a partir de 1962 publicará una serie de relatos en los que expone de forma brillante una serie de reflexiones éticas y filosóficas concernientes a la inmoralidad de intervención y manipulación de la personalidad.  En El círculo de luz (1965), un superviviente de la guerra nuclear se esfuerza en comprender cómo ha sido posible llegar a tales extremos. El protagonista, a través de un monólogo interior, evoca recuerdos e imágenes que nos permiten reconstruir su vida y acciones antes del cataclismo. Como el lector descubre progresivamente, algunos de estos recuerdos son parcialmente falsos, impresos artificialmente en la memoria del protagonista, descubriéndose que éste ha sido sometido a un cruel experimento para evaluar su fidelidad ideológica. Acusado de anteponer una filosofía humanista a los intereses del movimiento, el protagonista, desesperado,  se suicida.

 

Igualmente interesante e inquietante por las especulaciones éticas que suscita es la novela de tipo detectivesco Investigación en el Instituto del Tiempo (1973) escrita en colaboración con Rafail E. Nudelman, en la que el héroe viaja al pasado para asesinarse a sí mismo y desencadenar una serie de paradojas temporales. Este pesimismo existencial, así como la innegable oposición de Gromova para aceptar una interpretación de la realidad exclusivamente basada en el materialismo, como declara abiertamente en sus artículos críticos, hará que su obra deje de editarse a principios de los años 1970 y sea finalmente relegada al ostracismo. A diferencia de otros autores desafectos al sistema soviético, Gromova dirige sus críticas a todo régimen basado en falsedades, restricciones, prohibiciones y manipulación,[10] lo que posiblemente tampoco haya hecho su obra muy atractiva en occidente y explique la desidia con la que ha sido valorada.

 

Un caso posiblemente más categórico de rechazo al intervencionismo es el relato El último umbral (1965) de Guerman Maksimov, impactante por su extremo fatalismo y las preocupantes inferencias que se deducen. En la sociedad represiva de un planeta llamado Sim Kri, un ingeniero establece una institución en la cual los ancianos, los enfermos incurables y los desempleados que constituyan una carga para la sociedad son sometidos a la eutanasia. Rápidamente los gobernantes se percatan de la conveniencia de ampliar la utilidad pública de dicha institución, reconvirtiéndola en un centro para la (discreta) eliminación de disidentes. Alarmado por tal perversión del propósito original (igualmente rechazable) de su creación, el ingeniero decide destruir su creación, para lo cual debe asimismo suicidarse.

 

En La última guerra (1970), Kir Bulichev narra el descubrimiento de un planeta devastado por una guerra nuclear. Mediante técnicas especiales los expedicionarios logran resucitar a algunos de los nativos, para constatar que las aversiones, prejuicios y distorsiones éticas que desencadenaron el conflicto siguen vivas, lo que inevitablemente hará reproducirse la catástrofe. Esta posición es diametralmente opuesta al optimismo oficial, ya que establece que la educación social (sea ésta comunista o no) no puede corregir los primitivos instintos de poder y destrucción.  

 

El relato Recuperemos el amor (1966) de Mijail T. Yemtsev y Eremei I. Parnov puede interpretarse como otro logrado intento de una literatura de introspección, en el que un científico moribundo a causa de la contaminación radiactiva medita sobre su responsabilidad particular y la de la sociedad en general en la creación de una novedosa arma nuclear que deja las estructuras intactas (es decir, un tipo de bomba de neutrones). Aquí se cuestiona si es legítimo el avance científico cuando su aplicación está destinada a la destrucción. La temática es similar a la de la novela El mar de Dirac, aparecida también en 1966, una historia ambientada en los años de la guerra con la Alemania nazi,  plena de tintes detectivescos y digresiones de popularización científica, en las que desfilan las distintas variantes del científico (el arribista, el idealista, el inventor solitario). También destacamos la novela Jirones de oscuridad en la aguja del tiempo (1970), en la que los autores despliegan un interesante arsenal de propiedades químicas (ambos autores tenían formación en esta disciplina) para tratar de explicar las extrañas y desconcertantes propiedades de un raro mineral que unos exploradores encuentran en un planeta extrasolar.

 

En un plano diametralmente opuesto, correspondiente a los llamados escritores de producción,  destacamos a Serguei A. Snegov, autor del ciclo de novelas Humanos como dioses (1966-1977) y principal representante del equivalente soviético de la ópera espacial. Dejando de lado las disquisiciones ideológicas y la fanfarria propagandística, las tramas de las novelas que forman el ciclo son esencialmente iguales a las de E. E. Smith y otros especialistas de las aventuras espaciales, con una reiterativa similitud de estructura y decorados, así como la planitud de los personajes. Ligeramente más recreativa es la recopilación de relatos Embajador sin cartas credenciales (1975), donde dos gemelos (Roy y Genrikh Vasilyev) que simbolizan el superhombre soviético (héroe, atleta, genio científico, abnegado activista, cosmonauta, etcétera) protagonizan una serie de aventuras de trasfondo científico que, sin ser especialmente ambiciosas en el marco técnico, sí son al menos de lectura entretenida.

 

Situado en otro nivel cualitativo, mencionamos a Anatoli P. Dneprov, físico de profesión y hábil constructor de relatos en torno a una interesante idea científica que ordinariamente tiene consecuencias indeseadas. Probablemente su relato más famoso sea Los cangrejos caminan sobre la isla (1958), que constituye una interesante reflexión sobre la evolución robótica. Dos científicos desembarcan en una isla deshabitada para realizar un osado experimento, en el cual liberan unos pequeños robots para que éstos, mediante una ''selección natural cibernética", evolucionen hasta convertirse en una arma definitiva. La lucha por los escasos recursos metálicos y minerales en la isla desencadena una serie de guerras entre los robots, de las que van emergiendo sucesivamente nuevas facciones y tipos, que varían tanto en tamaño como en sus características funcionales. Los observadores se percatan de que el prometedor experimento comienza a desviarse de sus predicciones cuando la rapiña de recursos se desborda y los robots resultan una amenaza para los observadores humanos. El resultado del experimento es un superorganismo cibernético cuyo gigantismo e inmovilidad lo convierten en algo perfectamente inútil para propósitos bélicos.

 

Las maquinaciones gubernamentales también juegan un papel central en la bibliografía de Dneprov, donde se sobrentiende que tanto los inductores como los perpetradores de estas inmoralidades son europeos occidentales o norteamericanos, si bien las observaciones críticas pueden fácilmente extenderse al propio sistema soviético. En Las ecuaciones de Maxwell (1960) se relata la manipulación mental, al más tosco estilo del proyecto MKUltra, a la que son sometidos los internos de un psiquiátrico para convertirlos en matemáticos prodigiosos y así comercializar su ingenio. Un físico, en apariencia no muy hábil calculando, recurre a los servicios de dicha empresa para resolver unos problemas técnicos que le superan. Asombrado por la brillantez de los resultados, su insaciable e imprudente curiosidad le llevan a ser secuestrado e internado clandestinamente en el asilo de alienados para ser sometido al siniestro experimento de control mental. Utilizando sus conocimientos electrodinámicos, el protagonista logra finalmente desbaratar el maquiavélico plan, dirigido por un antiguo criminal de guerra. Los culpables son detenidos por las autoridades, pero no llegan a ser juzgados, lo que refuerza la sospecha de una participación del gobierno en el turbio asunto.  

 

Más neutrales, pero no por ello menos conflictivas, son las situaciones descritas en otros relatos como La fórmula de la inmortalidad (1962), que se centra en la tribulación de un joven que descubre que su madre no era humana, sino un androide diseñado y construido por su padre. La momia púrpura (1961), por otra parte, trata de la existencia de un mundo de antimateria que es descubierto como consecuencia de una transmisión cósmica captada y descifrada por unos científicos.

 

Ilya Varshavsky, por el contrario, ocupa un sitio especial e inclasificable dentro de la ciencia ficción soviética. Marino mercante e ingeniero industrial, sus inicios literarios a una edad sumamente tardía se deben no a su vocación literaria, sino al resultado de una apuesta. Especialista en el relato breve, la producción de Varshavsky es mayoritariamente satírica, lo que le convierte en el principal y más popular representante soviético de ciencia ficción humorística. Los temas de Varshavsky son variados, tales como los traumas que padecen o creen padecer ordenadores y androides con características humanas programadas, la incomprensión que experimentan científicos que hacen descubrimientos asombrosos mediante técnicas espirituales o mentales, entusiastas jóvenes que ponen en evidencia a los más condecorados académicos proponiendo soluciones magistrales a complicados problemas de la técnica o parodias de célebres personajes como Sherlock Holmes, que en uno de sus cuentos se representa como un autómata cuyas cualidades indagatorias se alquilan por horas.      

 

Una narración no satírica destacable es Tema para una novela (1972) en la cual un joven convaleciente, de camino a un balneario, coincide durante el viaje con un fisiólogo que le cuenta la asombrosa historia de un paciente al cual le han trasplantado el cerebro. Las crisis y las contradicciones de personalidad que se derivan de tal operación, así como las reacciones del paciente que el fisiólogo describe con detalle, coinciden plenamente con los síntomas del joven, que no recuerda con exactitud qué le ha pasado. Lentamente éste se percata de que el médico fue uno de los que le atendió tras un accidente y la posterior operación, y que está tratando de explicarle que él fue el paciente que fue sometido al trasplante cerebral. Análogamente, en Historia sin héroe (1971) se describen las consecuencias morales de un experimento de clonación humana que tiene como objeto conservar la genialidad de un científico fallecido prematuramente. Indudablemente, estas dos  historias son una crítica velada a experimentos éticamente cuestionables que realmente se llevaron a cabo por científicos sin escrúpulos durante la hegemonía estalinista.

 

El etnógrafo y escritor Gennadi S. Gor, aunque debutante tardío en el género, pertenece al grupo de autores más populares en la URSS, con tramas usualmente relativas a la cibernética. En este contexto mencionamos Kumbi (1963), donde la prodigiosa memoria de un anciano es combinada cibernéticamente con las capacidades de un superordenador expresamente diseñado para descifrar la forma de una entidad extraterrestre recientemente detectada. En El Melmoth electrónico (1964),[11] la pérdida de memoria de un científico se convierte en el punto de partida de un experimento clínico, consistente en programar cibernéticamente una nueva personalidad. Una obra mucho más compleja, que pone de manifiesto la maestría de Gor como escritor fuera de la ciencia ficción, es la novela La estatua (1971), un raro ejemplo de una obra larga dedicada a los viajes en el tiempo.     

 

Ya hemos observado con anterioridad la llamativa escasez, por no llamarla inexistencia, de relatos y novelas relativos a los viajes en el tiempo. Temática otrora empleada por los utopistas, desaparece por completo hasta bien entrada la década de 1960, sin que logre establecer una tendencia muy apreciada. Los relatos de viajes temporales suelen además tener un tono pesimista. En Solamente una hora (1967) Vladimir N. Firsov narra la historia de un comunista condenado a muerte por el nazismo que es transportado al siglo XXV por unos científicos. En dicho futuro, el condenado experimenta la realización del sueño de una sociedad comunista perfecta, que no obstante no podrá disfrutar, ya que debe ser devuelto al pasado para no alterar el curso de la historia. El protagonista reconoce la necesidad de esa medida y accede a volver para ser ejecutado. La vituperable actitud de los experimentadores al rescatar al reo para enseñarle un edén y posteriormente enviarle a la muerte es aparentemente justificada en términos de la ideología, al haber demostrado que el sacrificio será la base que permitirá la edificación de una sana y próspera sociedad futura.    

 

Una visión más humana del viaje en el tiempo la hallamos en El secreto de Homero (1963) de A. Poleshchuk. Un profesor de literatura clásica que imparte un curso a estudiantes de ciencias logra cautivar a un alumno de tal forma que éste decide construir una máquina del tiempo para conocer el verdadero destino de Ulises. En compañia del profesor, ambos retroceden a la Grecia antigua para descubrir que el héroe no es otro que el propio Homero, cegado por sus enemigos y despojado de todo. El estudiante, conmovido, devuelve a su maestro a su tiempo, permaneciendo a su vez en el pasado con el legendario poeta.

 

Una variante del viaje en el tiempo, en este caso indeseado y mediante un mecanismo mental análogo al empleado por Jack Finney en Time and Again la hallamos en el relato Por el método de Stanislavsky (1974) de Alexander Gorbovsky. Un actor secundario que participa en una película sobre la Roma antigua, obsesionado por actuar de una forma perfecta y así llamar la atención de los productores, se centra mentalmente para identificarse completamente con su personaje, recreando todos los detalles de la Roma clásica, asimilando su atmósfera. La actuación resulta brillante y extraordinaria hasta tal punto, que repentinamente el mundo se transforma y el actor se encuentra realmente transportado a la Roma antigua, donde debe luchar por tratar de sobrevivir, al ser su papel el de un condenado a muerte que pide clemencia al César.  

 

Pese a que la obra de ciencia ficción del célebre cardiólogo Nikolai M. Amosov se reduce esencialmente a un único texto, Notas desde el futuro (1965), éste constituye un notable ejemplo de una visión lógico-cibernética y perfectamente materialista del mundo. La novela relata la historia de un médico que se somete a un proceso de criogenización desarrollado en parte por él mismo, con el fin de ser despertado en un futuro y tratado de un mal incurable. El proyecto tiene éxito y el protagonista, despertado 22 años después y curado de su enfermedad, se enfrenta a una sociedad altamente tecnológica y dominada por la cibernética que no acaba de satisfacerle, pese a su férrea convicción materialista, sumiéndole progresivamente en una desazón de la que no puede escapar sino a través de la muerte. El contenido de esta novela erosiona la noción ortodoxa del materialismo, ya que cuestiona el bienestar material desprovisto de una evolución moral o filosófica. La segunda parte del libro, aquella referente a la desilusión que genera el futuro, fue censurada por su manifiesto pesimismo y no llegó a publicarse en la Unión Soviética.[12]

 

Toda enumeración de la temática del viaje en el tiempo sería incompleta de omitir una novela que es más conocida fuera del ámbito de la ciencia ficción, Moscú 2042 (1982) de Vladimir N. Voinovich, una cruel sátira de la URSS de Brezhnev. El escritor Karzev, exiliado de la Unión Soviética, es contactado por una agencia de noticias americana para realizar un viaje en el tiempo y escribir un reportaje sobre el Moscú del futuro, en particular del año 2042. Fascinado por la posibilidad de ver su país liberado del comunismo, el escritor acepta el reto y es enviado (¡por avión!) al futuro.  En ese Moscú venidero, el protagonista constata que no sólo el sistema ha sobrevivido durante los sesenta años que le separan de su época, sino que las contradicciones y los absurdos han adoptado proporciones colosales, así como han aumentado las privaciones materiales. La alimentación de la población se basa en el reciclaje de excrementos, que cada ciudadano tiene la obligación de depositar a diario en centros de recolección, y las ropas largas han sido proscritas por ser de carácter burgués, enmascarando así la realidad de una industria nacional arruinada e incapaz de cubrir las necesidades de la población. El propio lenguaje ha sido neutralizado y mutilado de forma grotesca, reduciéndolo a cadenas de acrónimos sin sentido.[13] En este ambiente desolador, Karzev se ve envuelto en una nueva "revolución" social en la cual un conocido de su tiempo, un escritor visionario y claramente desequilibrado llamado Sim Karnavalov, obsesionado con la tradición antigua rusa, trata de derrocar el sistema comunista para reinstaurar el despotismo de los zares. El protagonista, inadvertidamente, se convertirá en un engranaje esencial para la consecución de dicho plan. Después de ciertas peripecias más o menos ridículas, Karzev es testigo de la entrada triunfal de Karnavalov en Moscú y su autoproclamación como nuevo zar de todas las Rusias. Admirados por la mayestática figura del nuevo zar Serafín I, la población abjura instantáneamente del comunismo para someterse y aceptar su condición de lacayos del nuevo tirano.

 

Finalizamos nuestra breve excursión en la fantasía científica soviética recordando rápidamente algunos otros libros y autores destacados que no han sido mencionados con detalle por falta de espacio. De Alexander y Sergei Abramov, padre e hijo respectivamente, mencionamos la novela Celesta-7000 (1971), en la que una civilización extrasolar deposita una computadora de capacidad ilimitada en la Tierra, con el fin de contactar con la humanidad, una vez que ésta haya llegado a su madurez. De Alexander A. Meerov destacamos El cristal malva (1962), en la cual se describe una forma de vida cristalina desde la experta perspectiva de un químico profesional, así como Derecho a veto (1971), donde un grupo de científicos trata de descifrar el secreto que encierra un tipo de insecto inteligente creado por un entomólogo y que proporcionará la clave para extender la razón humana al cosmos. Por otra parte, la prosa de Alexander I. Shalimov, también geólogo como Bilenkin, se mueve entre la fantasía científica y el realismo, en las que plasma sus vivencias en expediciones a la península de Kola y Kamchatka, entre otras regiones remotas. Como ejemplo mencionamos Los cazadores de dinosaurios (1962), Los prisioneros del cráter Arzachel (1964)[14] y El secreto de Tuskarora (1967), todos ellos relatos sobre expediciones científicas, siguiendo el modelo establecido por Efremov y Kazantsev. Finalmente, pese a las connotaciones negativas del relato-panfleto que hemos comentado, algunos autores aislados como Nikolai V. Toman, escritor iniciado en el género detectivesco y reconvertido a la ciencia ficción, aportarán en este sentido algunas narraciones meritorias y no exentas de sátira política, tales como Historia de una sensación (1956), En la víspera de la catástrofe (1957), Made in... (1962) o El robot "Charlie" atraca un banco (1973).

 

La presente enumeración de escritores y materias, necesariamente incompleta y quizá subjetiva, no pretende tener carácter exhaustivo, sino que tiene la finalidad de despertar la curiosidad del aficionado al género e indicar las principales motivaciones y restricciones de la ciencia ficción soviética, así como ilustrar los métodos y procedimientos desarrollados para escapar del encasillamiento con el que la crítica occidental ha etiquetado mayoritariamente la fantasía científica de los países socialistas. Es innegable que un número importante de novelas y relatos de ciencia ficción soviéticos han quedado irremediablemente obsoletos y exentos de significado una vez desaparecido el marco político y social en el que fueron concebidos. Aún así, muchas obras siguen teniendo la misma vigencia que en el momento de ser concebidas. Lógicamente, dentro de la producción total, como ocurre en cualquier otro género literario, encontramos obras excelentes, meritorias, soportables, malas y absolutamente execrables. Irónicamente, muchas de las creaciones olvidadas e ignoradas no corresponden a textos que merecen el ostracismo por su mezquindad o baja calidad, sino que engloban obras sobresalientes que proporcionan una visión objetiva de la realidad soviética o constituyen instructivos ejemplos de cómo combinar con solidez ideas científicas y literarias. En este sentido es muy decepcionante que autores de la categoría de Bilenkin, Gromova, Meerov, Shalimov, Varshavsky o Yemtsev sigan sin haber sido traducidos completa- y sistemáticamente,[15] lo que proporciona una visión muy parcial y fragmentada de lo que fue y significó la fantasía científica soviética. Cualquier evaluación basada en una muestra aislada y por tanto no significativa, como es habitual encontrar en la mayoría de las antologías y cronologías del género, inevitablemente conducen a conclusiones y valoraciones incorrectas.[16] Sirvan estas líneas para mostrar que la fantasía científica soviética es cualitativa- y cuantitativamente comparable a la ciencia ficción occidental en general y anglosajona en particular, tanto en amplitud como en  riqueza de ideas.  

 

 

REFERENCIAS

 

 

AMOSOV, N. 1970 Notes from the Future (New York, Simon & Schuster)

 

BERGIER, J. 2006 Pólux. Seis relatos de ciencia ficción rusa (Valencia, Ediciones El Nadir)

 

BILENKIN, D. 1978 Der Intelligenztest (Berlin, Verlag Volk und Welt)

 

BILENKIN, D. 1978 The Uncertainty Principle (New York, Macmillan)

 

BILENKIN, D. 1984 La caja negra. Cuentos de ciencia ficción (Moscú, Editorial Mir)

 

BRANDIS, E.P. 1959 Sovetskij nauchno-fantasticheskij roman (Leningrad, Zn. RSFSR)

 

CAMPOAMOR STURSBERG, R. 2018 Sci °Fdi 20 5

 

CHERNYSHOVA, T. 2004 Science Fiction Studies 31 345

 

CHUDINOV, P. K. 1987 Ivan Antonovich Efremov (Moskva, Nauka)

 

EFREMOV, I. A.  1952 Das weiße Horn (Berlin, Kultur und Fortschritt)

 

EFREMOV, I. A. 1979 L'heure du taureau (Lausanne, L'âge d'homme)

 

EMTSEV, M y PARNOV, E. 1982 L'âme du monde (Paris, Fleuve Noir)

 

GAKOV, V. 1981 World's Spring (New York, Macmillan)

 

GANSOVSKY, S. 1989 The Day of Wreath (Moscow, Mir Publishers)

 

GINSBURG, M. 1976 The Air of Mars and Other Stories of Time and Space (New York, Macmillan)

 

GROMOVA, A. G., NUDEL'MAN, R. E. 1973 V institute Vremeni idet rassledovanie (Moskva, Detskaya Literatura)

 

IVANOV, V. 2011 Russian Studies Literature 47 7

 

LARIONOVA, O. N. 1977 El leopardo de la cumbre del Kilimanjaro (Moscú, Editorial Mir)

 

LLEGET, M. 1980 El enigma del quinto planeta (Barcelona, Asesoría Técnica de Ediciones)

 

NUDELMAN, R. 1989 Science Fiction Studies 16, 38-66

 

PECHENKIN, A. A. 1995 Llull 18, 135-166.

 

SNEGOV, S. A. 1989 Embajador sin cartas credenciales (Moscú, Editorial Raduga)

 

STRUGATSKI, A., BILENKIN D., BESTUSHEV-LADA I 1978 Soviet Studies in Literature 14, 3-26.

 

STRUGATSKI, A., STRUGATSKI, B. 1976 ¡Qué difícil es ser dios! (Moscú, Editorial Mir)

 

STRUGATSKI, A., STRUGATSKI, B. 2003 Destinos truncados (Barcelona, Ediciones Gigamesh)

 

STRUGATSKI, A., STRUGATSKI, B. 2011 El lunes empieza el sábado (Madrid, Ediciones Nevsky)

 

SUVIN, D. (Ed) 1970 Other Worlds, Other Seas (New York, Random House)

 

SUVIN, D. 1974 Canadian-American Slavic Studies 8 (3), 454-463.

 

TERRA, R. P., PHILMUS, R. M. 1991 Russian and Soviet Science Fiction in English Translation, Science Fiction Studies 18, 210-229.

 

VV. AA. 1967 Café molecular (Moscú, Editorial Mir)

 

VV. AA. 1971 Devuélvanme mi amor (Moscú, Editorial Mir)

 

VV. AA. 1975 Antología de la ciencia ficción soviética (Buenos Aires, Grupo Editor de Buenos Aires)

 

VV. AA. 1978 Excursiones al cosmos (La Habana, Editorial Gente Nueva)

 

VV. AA. 1985 El planeta encantado (La Habana, Editorial Arte y Literatura)

 

VOINOVICH, V. N. 2014 Moscú 2042 (Madrid, Automática Editorial)

 

 



[1] En dicho incidente pereció un número indeterminado (las estimaciones oscilan entre 78 y 126) de militares, técnicos e ingenieros, así como el propio mariscal Nedelin, en la explosión del cohete/misil experimental MBR R-16.

[2] La novela se basa en un guion cinematográfico del propio Kazantsev que nunca llegó a producirse. Las especulaciones sobre si tal planeta llegó a formarse realmente o no siguen siendo variadas.

[3] Véanse los artículos de Ivanov y Suvin en la bibliografía.

[4] Sirva como ejemplo el hecho de que la obra de Freud estuvo rigurosamente prohibida durante toda la época soviética.

[5] Lamentablemente esta lacra sigue siendo de furiosa actualidad, con independencia del país y el régimen político.

[6] Observamos que el oportunismo arribista no es exclusivo ni de la ideología soviética ni de la época, sino que sigue coexistiendo en todos los estamentos académicos, empresariales y administrativos.

[7] Al margen de los volúmenes recopilatorios aparecidos en los países satélites de la URSS, no parece existir en el mercado occidental un volumen monográfico dedicado a los relatos de Bilenkin.

[8] Bilenkin utiliza la palabra "khronoklasm", adaptando del griego antiguo el vocablo "κλασμα".

[9] Larionova, cuyo nombre de familia real es Tideman, recibió no obstante una formación como física especialista en metalurgia, actividad que desarrolló durante muchos años.

[10] La experiencia de Gromova en este sentido es amplia, al haber formado parte de movimientos de resistencia en Ucrania durante la II GM.

[11] El título alude a la célebre novela gótica Melmoth the Wanderer de Charles Maturin, donde el protagonista vende su alma a cambio de una larga vida.

[12] Curiosamente, la traducción inglesa de 1970 corresponde a la versión íntegra de la novela.

[13] Es preocupante constatar que algunas de estas aberraciones, planteadas como sátira, sean actualmente una realidad o estén en proceso de ejecución en algunos países, lo que confiere valor profético a esta novela. 

[14] Arzachel es un cráter de impacto en la cara visible de la Luna.

[15] Incluso en los países satélites de la URSS, pese a una gran difusión de la ciencia ficción rusa, hubo autores cuya obra no fue traducida, o de serlo, lo fue de manera fragmentaria.  

[16] No obstante, si activamos el elemento conspirativo, esta omisión sería intencionada y tendría como fin mantener la supuesta hegemonía y cuota de mercado de la ciencia ficción anglosajona.

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