CAPÍTULO PRIMERO: EL DISPOSITIVO AUDIO Y LA GRÚA DE TRANSPORTE
No quedan billetes de clase turista. Puede reservar una plaza en primera clase con todo lujo de detalles por tan solo 2.000 sólares -le anunció la mujer sonriente de la pantalla-. Disfrutará de una suit dúplex en una de las mayores naves espaciales jamás construidas, capaz de recorrer la distancia entre La Tierra y Neptuno en tan solo...
Ini pulsó la pantalla táctil y canceló la compra.
Al instante, el menú interactivo que tenia frente a sí volvió al inicio.
-Disfrute del Solar Pride con nosotros. Visite la maravillosa espiral de esferas de colores que Neptuno ha creado especialmente para la ocasión -una estructura enorme compuesta de seis esferas transparentes apareció proyectada en la pantalla. El racimo con las seis gigantescas bolas de cristal pendía en el interior de un grueso cilindro, también de cristal, en mitad de lo que debía ser una colonia neptuniana. La gente del vídeo, minúscula en la base del cilindro, observaba las esferas con evidente fascinación, esperando algo que estaba por llegar. Casi al instante, la imagen fue superpuesta por la de un crucero transplanetario-. Viaje en los cruceros interestelares Galaxia de Espuma y descúbralo...
Ini dio media vuelta y miró confundido la enorme terminal. El edificio, de un blanco impoluto, se alzaba sobre su cabeza como una majestuosa concatenación de arcos en punta que parecían alcanzar las estrellas.
Sacó el dispositivo audio que llevaba en el bolsillo y, al verlo, apretó los labios. En aquel mensaje que le llegó hacía tres días le exigían moverse con discreción. Absoluta discreción.
Así que renunció a viajar en primera clase y salió del enorme edificio. Con mano temblorosa guardó el dispositivo. Sabía que fuera de la lujosa terminal, en los muelles de carga, solía haber pequeñas naves que hacían rutas comerciales y que podrían llevarle a su destino de forma más tranquila. Temía que en la primera clase de uno de aquellos cruceros de lujo alguien le reconociera.
Al abandonar la terminal, el ruido del tráfico aéreo llenó sus oídos, mientras en tierra franjas onduladas de verde hierba se perdían de la vista entre altas torres de viviendas y los neones de algún centro comercial.
Anduvo durante varios minutos, hasta llegar a la zona más industrial, que perdía aquel lustre blanco de la zona de residencia y las estaciones centrales, y se convertía en un lugar gris y lleno de sonidos de carga y descarga, y máquinas trabajando.
Encontró un puesto de comunicación y encendió la aplicación táctil. De forma más rudimentaria que en la terminal, pero bajo la misma dinámica, se desplegó un panel que le permitía ver las opciones de cargueros y pequeñas naves de crucero que había, así como sus rutas.
Sabía que el Solar Pride que se celebraba en Neptuno en esos días había copado todos los billetes de clase turista habidos y por haber, así que buscó otras opciones.
Muchas naves partían en dirección a Neptuno para los festejos del Orgullo Solar, pero solo una llamó su atención: era una vieja grúa que tenía una única plaza libre, y que además indicaba que evitaría las zonas más aglomeradas.
Le gustó la idea.
Seleccionó y por 200 sólares reservó su plaza. Pagó con una tarjeta prepago sin identificación y acto seguido un mensaje se descargó en su intercomunicador de pulsera.
Plaza reservada.
Partirían mañana a primera hora.
Al día siguiente, el cielo de Madrid amaneció de su habitual azul impoluto, e Ini pensó que aquella normalidad era un buen augurio.
Preparó un equipaje sencillo y se encaminó al muelle 26, donde debía estar esperando la grúa que lo llevaría a Neptuno.
Al llegar, se topó con una nave de reducido tamaño (poco más grande que un autobús de dos plantas), de cascarón oscurecido por los años y poco lustre. Todavía reposaba sobre el tren de aterrizaje, con los motores apagados mientras un tipo, vestido de mecánico y sudando sin parar, trataba de terminar de pintar una bandera del orgullo en un lateral de la estructura, colgado de un andamio flotante. Unos metros más abajo, en tierra, una drag queen entrada en años y kilos le daba indicaciones:
-¡Así no, maricón! ¡Te dije que los colores fríos abajo y los cálidos arriba! -gesticulaba sin parar y parecía estar a punto de tirarse de los pelos en cualquier momento-. La has puesto al revés. ¿Pero qué clase de transexual eres tú que no sabe ni cómo va la bandera del Orgullo?
El mecánico se volvió de mala gana.
-Uno que cuando baje te va a dar una buena patada en ese culo de plástico que tienes.
La drag se tocó el trasero bajo su vestido de lentejuelas.
-Este culo es auténtico, ¡tus muertos!
Quizás debería haberlo supuesto, pensó Ini. Un revivial de drags parecía una consecuencia normal en un trasporte de camino a la festividad gay de Neptuno.
Carraspeó, interrumpiendo la conversación. La drag se volvió, sorprendida. Llevaba el rostro maquillado resaltando los pómulos, había ocultado sus verdaderas cejas bajo el maquillaje y había dibujado unas nuevas como finos arcos que parecían tratar de saltar de su frente. Coronaban su rostro unas pestañas infinitas, hechas con plumas.
Ini vio que la drag le estudiaba de arriba abajo, tomándole la medida.
-¿Quién eres tú?
-Me llamo Ini, he reservado la plaza que teníais disponible para viajar a Neptuno.
De golpe el rostro de la drag se relajó.
-Claro que sí, ¡bienvenido! Ven, que te enseño donde está tu camarote...
-Yo dejo la bandera así, eh -dijo el mecánico desde arriba.
-Da igual -la drag le quitó importancia con un airado gesto de la mano, luego miró la nave con desagrado-. Total, creo que nadie va a saber decir dónde tiene esta castaña de cohete el morro y dónde el culo -se volvió a Ini y le mostró una sonrisa forzada-. Yo soy Sophie, capitana de la nave y la encargada de llevarte al paraíso -abrió la escotilla, que crujió sonoramente y soltó un extraño vapor.
El muchacho había sopesado seriamente si usar esa tapadera para justificar su viaje, pero había acabado desechando la idea porque presentía que era mejor no mentir más de lo necesario.
-No voy al Orgullo. Voy a visitar a mi hermano, que está enfermo -Ini cruzó el umbral y descubrió que dentro del espacio angosto de la nave el aire estaba ligeramente cargado.
-Pero, ya de paso una vuelta por el Orgullo te darás, ¿no?
-No, no creo.
-Es un evento único -Sophie caminaba ágil con sus plataformas sobre las pasarelas de metal. Todo lo pequeña que parecía la grúa espacial por fuera, era grande por dentro-. ¡Es el Orgullo Solar! Solo se celebra una vez cada quince años... Años de la tierra, claro... ¡Ningún marica se lo puede perder! Nosotras hemos alquilado este cacharro para viajar hasta allí.
-Yo no soy gay.
Sophie se detuvo en seco.
-¿Cómo?
-Que soy heterosexual.
Desde lo alto de las plataformas, Sophie se inclinó dulcemente y le tomó por los hombros. Sus uñas postizas parecían revolotear sobre los hombros de Ini.
-Un momento, ¿me estás diciendo... que no eres maricón?
Ini negó con la cabeza.
-Válgame Saturno.
Ella se echó las manos a la cabeza y siguió adelante.
-¿Es un problema? -preocupado de que ahora le pusieran pegas y le dejaran en tierra, Ini se apresuró a seguir a Sophie.
-Traes el dinero del pasaje, ¿no? -Ini asintió-. Entonces, claro que no. Es solo que debes ser el único heterosexual de la tierra que se embarca esta semana rumbo a Neptuno. ¡Anselma! -gritó, entrando en un espacio circular de luz cálida, que parecía el corazón de la nave y donde se conectaban todos los pasillos principales. De otro pasillo apareció un hombre de figura esbelta y estatura baja, que parecía moverse contoneando las caderas. Portaba un abanico y no dejaba de darse aire a la cara, como si tuviera sofocos. Pese a abultar poco y tener una delgadez adolescente, en sus arrugas de expresión se veía que había entrado hacía tiempo en la madurez-. Mira qué jodida suerte hemos tenido. Nosotras pensando que nos llevaríamos un chulazo gay con nosotras y mira, se nos ha colado un esmirriado hetero.
-Uy -Anselma, que aunque tuviera nombre de mujer era un hombre, examinó a Ini de arriba abajo y de abajo arriba-. Sophie, eres boba, es un buen mozo -le guiñó el ojo a Ini, contoneando las caderas se puso a su lado. Cerró el abanico y le tocó la punta de la nariz con el accesorio, dulcemente, sin dejar de sonreírle-. Eres un yogurín, cariño.
Ini sonrió.
-Pero, oye, tu cara me suena -Anselma pareció mirarle con detenimiento-. ¿No nos conocemos de antes?
El chico sintió que se le aceleraba el corazón.
-Aléjate de esta que es una devora-hombres -era el mecánico, que había hecho su aparición por el pasillo.
-Bueno, pues ya estamos todas -dijo Anselma, cruzándose de brazos y mirando para otro lado -. Tú puedes estar tranquilo, que a ti no te toco ni con un palo en un ojo.
El mecánico la fulminó con la mirada.
-El que no te tocaba era yo. A mí me gustan los hombres, y tú eres más mujer que yo.
-Ahora, claro... -Anselma retorció el morro y comenzó a abanicarse.
El mecánico hizo caso omiso del comentario.
-Este es Carlos, el mecánico -Sophie le señaló con dejadez e indicó a Ini que la siguiera-. Ahora que ya hemos hecho las presentaciones de rigor, vamos a tu camarote.
Otro angosto pasillo le llevó a un lateral de la nave. Dentro se abría un cuarto de dos por tres metros, sin ventanas, con una cama y varios estantes vacíos para colocar el equipaje.
-El baño está allí -Sophie señaló con una larga uña el fondo del pasillo. No sé si viajas mucho por el espacio, pero tendremos recursos limitados, así que se nos permite una ducha al día, dos en caso de ayudar en tareas de mantenimiento mecánico de la nave. Para evitar desorientarnos en exceso con respecto a los horarios de La Tierra el programa de iluminación de la nave está configurado para ir alargando o acortando las noches progresivamente según sea la jornada en el planeta en el que aterricemos para repostar, y así hasta llegar a nuestro destino.
-Sé cómo funcionan los viajes espaciales, no te preocupes.
Ini lo dijo para evitarle toda la explicación, pero Sophie se volvió, alzando una de sus auténticas cejas.
-¿Qué edad tienes?
-Veinticinco.
-Pues por el culo te la hinco, maricón.
Se hizo a un lado para marcharse y dejar a Ini acomodándose en el camarote, pero se volvió.
-El ordenador anunciará los horarios de la comida. Esto no tiene bufé libre. Anselma cocinará para nosotros y no va a estar pendiente de caprichos. Lo que haga, lo tendrás que comer.
-Entendido.
-Solo una cosa más -volvió a mirar a Ini de arriba abajo-. Chico, ponte algo de ropa más alegre para estar en la nave, este tono gris es muy triste, eh. ¡Ni que fueras de incógnito!
Dio media vuelta y desapareció por el pasillo.
El muchacho se volvió a su camarote. Entró, cerró la puerta y dejó su equipaje en una balda, amarrándolo para que no se volcara.
Miró el angosto espacio, sin ventanas y con aquella iluminación led amarilla, y exhaló un resignado suspiro.
¡Despegamos en cinco minutos!
La voz de Sophie sonaba atronadora por los altavoces de la nave.
Ini, que se había puesto ropa más cómoda, se apresuró a acudir a la cabina.
Allí ya estaba Sophie a los mandos, que casi parecía tapar todas las lunas frontales con su enorme peluca, y Anselma, que se limaba las uñas en la plaza del copiloto, sin intención visible de echar una mano con los mandos.
-Ordenador, planifica la ruta -ordenó Sophie, sin dejar de pulsar botones aquí y allá.
-Los motores están revisados y a punto -anunció Carlos, entrando en la cabina limpiándose las manos con un trapo grasiento.
-Perfecto.
-Por cierto, he visto en el manual que esta nave tiene una brazo grúa que se despliega desde un compartimento superior del fuselaje -prosiguió el mecánico-. Debía ser para remolcar otras, ¿no?
-Sí, algo me ha dicho el dueño cuando he firmado los papeles
-Sophie hizo un gesto con la mano, sin dejar de mirar los mandos-. Que ha ocultado no sé qué mandos de la grúa tras unos paneles en la bodega 8 y que no los tocáramos...
-Vale, vale...
Destino: Colonia Jardín de Neptuno. Primer punto de descanso:
Colonia Internacional de la Luna, anunció el ordenador de abordo.
-Bien -Sophie se frotó las manos, estiró los brazos e hizo crujir sus nudillos-. Encendiendo motores.
Pulsó un botón y la nave entera comenzó a vibrar.
-Esto suena como un tractor, coño -se quejó.
Anselma parecía haber perdido la tranquilidad previa y se había sentado recta, alerta a los sonidos de la nave.
-Soltando amarres.
Sophie accionó una palanca y la nave vibró. Carlos e Ini, de pie, tuvieron que agarrarse a algo debido al bamboleo de la nave.
-Disculpa, ¿no es incómodo pilotar vestida de drag? Sería más apropiad...
La pregunta de Ini pareció hacer enmudecer hasta los motores.
La capitana giró la cabeza y le miró por encima del hombro.
-Este es un viaje histórico hacia el Orgullo Gay de Neptuno y voy a ir vestida de drag desde el primero hasta el último minuto. ¿Algún problema?
Ini se apresuró a negar con la cabeza.
-Ahora silencio, maricones -ella pulsó el botón de la radio-. Aquí Nave Grúa IF-721 a Torre de Control de Chamartín, solicitamos permiso para despegar -dijo, cambiando por completo el tono de voz.
La radio crepitó.
-Nave Grúa IF-721, aquí Torre de Control. Tiene luz ámbar para despegar. Procedemos a abrir el mamparo.
Un sonoro chasquido les llegó desde lo alto del muelle. Ini se inclinó y vio que una enorme compuerta abovedada que parecía el techo, comenzaba a abrirse, hasta dejar una franja abierta.
-Nave Grúa IF-721, aquí Torre de Control. Mamparo abierto.
Tiene luz verde para despegar. Buen viaje.
Sophie asintió y preparó el despegue pulsando más botones.
De pronto, se quedó parada. Se volvió a Ini y Carlos, observándoles con desdén por encima del hombro.
-¿Vais a sentaros y poneros los cinturones de seguridad? ¿O preferís llegar inconscientes a la Luna del castañazo que os vais a dar?
No hizo falta más. Los dos tomaron asiento en la parte posterior de la cabina y se abrocharon los cinturones. Anselma, que no dijo ni mú, hizo lo propio.
-Agarraos.
Sophie presionó una palanca hacia adelante y los motores comenzaron a rugir a sus espaldas, haciendo vibrar toda la nave. Y poco a poco ésta comenzó a elevarse, aproximándose a la abertura del mamparo. Segundos después, el sol de media mañana bañaba por completo a la vieja grúa, que con un sonoro rugido salía despedida con fuerza hacia los cielos.
Notando cada célula de su cuerpo vibrar, Ini vio por las ventanillas del frontal de la cabina cómo el cielo azul claro de Madrid iba perdiendo tonalidades, pasando a un azul oscuro, y posteriormente al negro. Las estrellas y la luna, en lo alto, comenzaban a perfilarse con asombrosa claridad.
-En breve abandonaremos la atmósfera -dijo Sophie.
Todos asintieron, notando el empuje impidiéndoles mover apenas el cuello.
Según la nave cogía velocidad y dejaba atrás la tierra firme, las vibraciones parecían relajarse, hasta poco a poco quedar un suave murmullo.
Hubo un resplandor en el exterior, cuando el casco adquirió la máxima temperatura y pareció comenzar a arder, para luego cesar de pronto.
-Maricones, ya estamos en el espacio.
Ini se volvió a Carlos.
-Creo que tu bandera del orgullo ahora ha quedado reducida a cenizas.
-Sophie ha comprado una pintura resistente a altas temperaturas.
Pero la mirada de Ini hizo prender la duda en Carlos.
-Sophie, más te vale que la bandera siga ahí cuando aterricemos en la Luna, con la chapa que me has dado para pintarla y lo que me ha costado subido en esa plataforma volante...
-Bueno, que si no dura, pues qué le vamos a hacer...
Desde el asiento del piloto vieron que ella hacía un gesto despreocupado con la mano, sin apartar la mirada de los mandos.
-Un momento -Carlos casi se soltó de los cinturones-, ¿tú ya sabías que la pintura se quemaría?
-Es que una pintura resistente a mil grados era muy cara... tuve que recurrir a algo más adecuado a nuestro presupuesto...
-¿He estado dos horas pintando eso para nada?
-Para nada no. Y lo maravillosamente gay que ha quedado salir por el mamparo de Chamartín portando la bandera, ¿qué? ¿No te parece glorioso?
-¡Me parece una mierda!
-No te pongas así, cariño -era Anselma, que parecía volver a la vida y se giraba en su asiento, de nuevo, abanico en mano-. Has aportado tu granito de arena para el inicio de este gaytrip. Puedes estar orgulloso.
-¿Granito de arena? He revisado y puesto a punto los motores. ¿Acaso tú has hecho algo? Te dije que miraras el motor eléctrico de tiroteureno y no lo has hecho.
-Pues no, no lo he mirado, pero sí he estado haciendo algo. He estado muy liada. Trazar el programa de viaje. Que no veas lo que me ha costado, cielo -se volvió a Ini-. Porque yo no soy ni de ciencias ni de letras. Soy más de otra cosa -le guiñó un ojo.
-Pero, los viajes espaciales dentro del Sistema Solar están ya planificados, solo hay que descargarse la ruta... -dijo Ini, confundido.
Anselma fue a hablar, pero se quedó a medias cuando Sophie la fulminó con la mirada.
-¿Es que no vamos a seguir las rutas comerciales? -dedujo Ini, sintiendo que se le aceleraba el pulso-. Eso es peligroso. La policía solo puede velar por la seguridad del viaje en las vías comerciales.
-Las rutas comerciales dan mucho rodeo, están pensadas para que pases por las estaciones de servicio que tienen apalabradas... Y encima llenas de peajes. Son un timo -dijo Sophie, sin soltar los mandos.
-Pero son las únicas vías seguras para viajar -Ini estaba tenso en su asiento-. ¿Y si damos con una nube de asteroides? ¿O con un cúmulo de basura espacial? ¡O piratas!
Sophie miró los cuadros de mando, haciendo caso omiso al chico.
-¿Dónde está aquí el jodido piloto automático? ¡Ah, aquí!-pulsó un botón y, tras confirmar que todo andaba bien, se volvió en el asiento-. En realidad los peligros del espacio están sobreestimados.
Te meten miedo con noticias de ataques piratas y campos de meteoritos para que vayas siempre por las rutas comerciales y pagues.
-Sigo pensando que salirse de esas rutas es una locura.
-Haberlo pensado antes.
-Deberíais haberme avisado de ello.
-Lo ponía.
-Mentira.
-Uy, lo que me ha dicho.
Sophie, indignada, sacó un dispositivo portátil de una repisa que había junto a sus piernas y buscó un archivo, lo abrió y se lo enseñó a Ini, que estaba apenas a un metro de ella.
-¿Ves? Evitaremos las aglomeraciones...
-Sí, pero eso no es sinónimo de abandonaremos las rutas comerciales.
Sophie le hizo callar apuntándole con una de sus largas uñas. Acto seguido, agrandó el anuncio de la pantalla mostrando un minúsculo asterisco al lado de la palabra aglomeraciones. Deslizó los dedos por la pantalla y mostró una nota a pie de página:
*No seguiremos las rutas comerciales.
Ini estaba boquiabierto.
-Pero, si has tenido que hacer un megazoom para enseñármelo. Sophie ya se daba la vuelta y dejaba la pantalla portátil en la repisa.
-Yo qué culpa tengo de que a tu edad ya tengas presbicia.
-Me siento engañado.
Se hizo un extraño silencio en la cabina, solo roto por el suave zumbido de los motores.
De pronto, Sophie exhaló un suspiro y dejó caer los hombros de forma casi imperceptible bajo las altas hombreras.
-De acuerdo. Si quieres te dejaremos bajarte en la Colonia Internacional de la Luna. Solo te cobraremos la parte proporcional del viaje. Allí podrás coger otro transporte. Pero ya te aviso de que no van a quedar pasajes baratos para llegara a Neptuno -se volvió, seria-. Me apostaría mi peluca a que seremos tu única opción una vez estés allí.
Salirse de las rutas comerciales no le gustaba nada. Le daba miedo, y más quedando a cargo de aquella piloto travesti y de los cálculos de esa tal Anselma. Así que, en cuanto pusieron pie en la Luna para pasar la aduana de salida de La Tierra, Ini no dudó en aprovechar la hora larga que le llevarían los papeleos a Sophie para salir a la terminal interestelar y tratar de buscar un pasaje barato, pero dentro de las rutas seguras.
-¿De verdad que no quedan billetes en la clase económica?-preguntó abatido, a la asistente virtual de la pantalla. Ella, sin perder la sonrisa, negó con la cabeza y volvió a proponerle la compra de una suit, ahora más cara.
Ini vio el precio en la pantalla y vaciló. Podía arriesgarse a pagarlo y tratar de pasar desapercibido escondido en su apartamento de lujo durante todo el viaje...
El tiempo de espera se sobrepasó y el programa salió al inicio y comenzó a mostrar anuncios publicitarios.
De pronto alguien pasó por su lado y se le quedó mirando. Le observaba con disimulo y luego volvía la vista a un cartel de publicidad que dominaba uno de los paneles frontales de la terminal y que resplandecía, animado, mostrando secuencias de una nueva película de acción.
Ini se puso nervioso. Dio media vuelta y abandonó la terminal a toda prisa.
Afuera, bajo la gigantesca cúpula que ofrecía una atmósfera respirable a la colonia lunar, el ambiente era templado, sobrecargado de oxígeno y exento de humos. Acudió a un hangar lateral y trató de buscar un transporte alternativo como hiciera en Madrid. Al igual que en La Tierra, fuera de la limpieza y la formalidad de la terminal principal, los transportistas parecían dejarse de apariencias y se mostraban sin reparos con vestimentas llenas de grasa y las manos sucias. Nada más poner un pie en el hangar varios hombres y mujeres dejaron las tareas de mantenimiento de sus respectivas naves y observaron a Ini, evaluándole. Aquellas miradas bien podían ser el escrutador análisis experto de aquellos que de un primer vistazo debían calcular la fiabilidad de pago que ofrecía cualquier clienteaparecido de la nada buscando sus servicios, pero se decía que en La Luna se mezclaban transportistas fiables con viejos lobos del espacio que podían venderte al mejor postor si de pronto les interesaba, e Ini en ese preciso instante no podía quitarse de encima la sensación de que todas aquellas miradas estaban calculando escrupulosamente su peso en oro.
Se le cerró la boca del estómago de golpe.
-¿Ves, maricón? Te dije que volvería -Sophie parecía estar esperándole con los brazos cruzados y el morro retorcido, al pie de la pasarela metálica que conducía a la nave.
Anselma, a su lado, se abanicaba como si diera gracias a los dioses por verle aparecer.
-Si subes a esta nave no podrás protestar por el itinerario, que quede claro.
Sophie levantó un dedo, como una profesora estricta.
-Al menos podré opinar, ¿no?
-Aquí siempre se aceptan críticas constructivas, cielo -se apresuró a contestar Anselma, dejando a Sophie con la palabra en la boca-. ¿Te vienes con nosotras, entonces? -los ojos de Anselma brillaban cargados de esperanza.
Ini, muy a su pesar, asintió.
-¡Bienvenido de nuevo, cariño! -parecía feliz y llena de alegría, y no dejaba de mover su abanico para acá, luego para allá, de pronto parecía una cacatúa revoloteando a su alrededor-. Ya verás como el viaje se pasa en un pispás sin percances ni nada -le dijo en cuanto Ini llegó a su altura. Se cogió de su brazo y entraron juntos por la compuerta, detrás de Sophie, que ya pulsaba el botón de cierre.
Ini escuchó que la compuerta se cerraba tras él y sintió que se estaba metiendo en una especie de boca de lobo. Sin poder evitarlo, se volvió, mirando con preocupación la única salida de la nave.
La capitana ya llegaba hasta él.
-Mira el lado positivo: voy a tener que ensayar mi actuación antes de llegar a Neptuno y tú vas a ser uno de los agraciados de presenciarlo. ¡Será una primicia!
Ini se volvió a Anselma, sin entender, mientras Sophie les adelantaba y se perdía por el pasillo.
Anselma guardó silencio y se le quedó mirando.
-Estarás bien con nosotros, ya lo verás -le dijo, en un tono de voz suave y tranquilo. Luego, le dio una palmadita en el brazo del que estaba colgada y le animó a seguir adelante.
Cuando Anselma y él llegaron al corazón de la nave, interrumpieron a Carlos y Sophie, que discutían airadamente:
-Necesitamos el dinero que nos va a pagar para hacer el viaje. No entiendo cómo le has animado a que busque otro pasaje-decía Carlos.
-Sabía que no encontraría nada mejor. Ya está de vuelta, así que puedes estar tranquilo, coño.
Sophie parecía exasperada de la retahíla de Carlos.
Anselma carraspeó, interrumpiéndoles, en cuanto sus voces se hicieron audibles.
Ellos dos se volvieron, serios.
-En breve recibiremos luz verde para despegar -les informó la capitana, mientras se miraba distraídamente que no hubiera perdido ninguna uña postiza-. Será un trámite rápido, de sobra es sabido que las mercancías de salida de La Tierra las vigilan poco -les miró sonriente-. Así que estamos de suerte, putillas, ¡esta carroza sigue rumbo al Solar Pride!
Desapareció camino de la cabina de pilotos, haciendo resonar sus plataformas y agitando las caderas al son de una música que debía escuchar solo ella en su cabeza.
-Es verdad, cari -puntualizó de pronto Anselma, hablándole directamente a Ini-. Meter, no se te ocurra meter nada raro en La Tierra... Pero expoliar, ¡todo lo que quieras! -hizo una cabriola con el abanico y Carlos puso los ojos en blanco.
El mecánico consultó su reloj de pulsera y pareció apurarse.
-Será mejor que vaya a ver que todo sigue en orden en los motores -y se perdió por un pasillo.
-Que te cunda, cariño -dijo Anselma. Sus ojos se fijaron en el pelo de Ini-. Uy, ese tinte casero que te has echado es de calidad, eh. Ven, que vamos a hablar tú y yo de estética, quiero que me cuentes tu secreto. Es que fíjate que brillo te ha dejado, cielo, es divino...
Y cogidos aún del brazo, se perdieron por otro pasillo. Anselma sin parar de hablar, Ini con el rostro aún preocupado.
Minutos después, a solas en su camarote, Ini escuchó los motores encenderse y la nave volver a vibrar. Por los altavoces, Sophie anunció que iban a despegar y que debían abrocharse los cinturones. Él, tumbado en su cama, se ajustó las correas de seguridad de pecho y caderas.
Las preguntas de Anselma le habían puesto nervioso y había preferido refugiarse en su habitáculo y no sentirse tan expuesto. Además, llevaba tres días sin dormir bien, y albergaba la esperanza de, viéndose ya camino de Neptuno, y exento de responsabilidades por unos días, poder relajarse y descansar aunque fuera una pizca.
Salirse de las rutas comerciales...
El pensamiento le vino de golpe a la mente y supo que el cansancio y la tensión acumulados durante los últimos días no le vencerían tan pronto y no se sumergiría en un reparador sueño.
Se dijo que no le quedaba otra alternativa.
Y poco a poco sintió que la nave se despegaba del suelo y supo que dejaban atrás La Luna, y con ella, cualquier posibilidad de buscar una ruta segura.
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