Todos los sábados por la mañana se celebra un mercadillo en la zona del Centro Plaza y de la plaza de toros de Nueva Andalucía. Hay puestos de zapatos, de ropa playera, de flores, de cerámica, de alfombras, de bisutería, de bolsos... Casi como en los otros mercadillos. El de los lunes en Las Albarizas, y el de los jueves en San Pedro. Pero no hay puestos de verduras y de frutas como en esos. En su lugar hay puestos de antigüedades, de sombreros de señora para bodas, de pintores, de elaboradas artesanías...
Cuando voy en verano a Marbella suelo dar una vuelta el primer sábado por ese mercadillo para ver si encuentro algo interesante y para comprar algunas flores que adornen la terraza del apartamento: unas alegrías, unas campánulas, un jazmín...
El sábado pasado, cuando fui, me paré ante un entoldado que me llamó la atención porque, aparte de un hombre sentado en una silla, no había absolutamente nada más. El hombre, que miraba hacia el suelo, lucía zapatos blancos, pantalón blanco, camisa blanca, pelo cano y, cubriéndolo, un panamá (naturalmente, blanco).
Iba a irme, cuando el hombre levantó la vista (unos ojos intensamente azules) y me dijo:
-Se está Usted preguntando qué es lo que vendo ¿no es cierto?
Tenía un acento claramente sudamericano, pero no conseguí detectar de que país concreto.
-Sí -contesté- ¿Qué vende?
-Recuerdos -dijo.
-¿Recuerdos?... ¿Souvenirs?
-No, no. ¿Souvenirs? ¿Muñequitas vestidas de gitana?... No, no, no. Vendo recuerdos. Recuerdos -repitió señalándose la frente con el índice.
-¡Ah! -creí comprender- Vende Usted sus recuerdos.
-No, no. No son mis recuerdos. Son simplemente recuerdos que, al vendérselos, pasan a ser suyos.
La verdad es que la idea me pareció bastante absurda, pero al menos era original.
-¿Y cuánto cuesta un recuerdo?
-¡Oh! Los hay de precios muy distintos. El más barato cuesta un euro, y el más caro, mil. Depende del tipo de recuerdo. Los de un euro son recuerdos vergonzosos, de esos que con solo recordarlos cualquiera enrojecería de vergüenza. Los de mil son recuerdos gloriosos, capaces de hacerte sentir el hombre más importante del planeta.
-¿Qué clase de recuerdos vende por diez euros?
-Recuerdos intrascendentes, poco importantes, que lo mismo da recordarlos que no.
-¿Y por veinte?
-Recuerdos simpáticos, amables... incluso algo poéticos...
-Dígame, por ejemplo, un recuerdo de veinte euros.
-Primero tiene que pagar.
Menuda cara tiene este tío, pensé.
-¿Que le pague sin haber visto la mercancía?
-Sin haberla oído, por supuesto. En cuanto se lo diga el recuerdo pasa a ser suyo. No hay devolución posible. Además siempre hay graciosos que se niegan luego a pagar porque consideran una tontería pagar por un recuerdo que es suyo.
-Pues tendrá Usted pocos clientes -aventuré.
-SÍ. Realmente tengo muy pocos. Pero cada sábado tengo siempre al menos uno que me compra un recuerdo de mil euros.
Me eché a reír convencido de que hablaba de farol, pero me dio pena y le di un billete de veinte euros.
-¿Se acuerda del día en que, paseando por el parque, se posó en su hombro un colibrí y le silbó al oído una preciosa melodía?
-Claro que me acuerdo -contesté- ¿Y?
-¿No le parece un hermoso recuerdo por solo veinte euros?
-Pero ese es un recuerdo mío... ¿Por qué había de pagarle por un recuerdo que, al fin y al cabo, es mío?
-¿Lo ve? -me dijo- Si lo hubiéramos dejado para después, seguramente no me habría pagado.
-Por supuesto. ¡Menuda tontería! -dije dando media vuelta y marchándome indignado.
Pero... ¿Cómo sabía él que un colibrí me había silbado al oído cuando paseaba por el parque?... ¿Por qué parque? ¿Por el parque de Retiro?... En Madrid no hay colibrís... a menos que, muy improbablemente, se tratara de un colibrí escapado de una jaula...
Me volví al entoldado del hombre de blanco.
-¿En qué parque me silbó el colibrí al oído? -pregunté.
-Ese es un recuerdo de diez euros -contestó.
-¿De diez euros?
-Sí. Es un recuerdo intrascendente. ¿Qué más da si fue en uno u otro parque? Lo importante es que un colibrí le silbó al oído.
Le di los diez euros.
-Fue en Ciudad de México. En el Bosque de Chapultepec.
-¡Ah, es verdad! Fue en el Bosque de Chapultepec.
Y di media vuelta y me volví a marchar.
Hacía ya unos treinta años que había estado en México dictando un curso sobre bases de datos en el CEMLA, el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericano, y recuerdo haber pasado en coche, con un amigo del Banco de México, un par de veces por el Bosque de Chapultepec, a la ida o quizás a la vuelta de alguna de las numerosas excursiones a las que, como buen anfitrión, me llevó mi amigo. Hacía ya treinta años. Quizás por eso había olvidado hasta hoy al colibrí que me silbó al oído.
Claro que el día del colibrí no era uno de los días en que iba en coche. Tenía que estar paseando a pie por el parque... ¿Y qué hacía yo paseando por el Bosque de Chapultepec? ¿Estaba quizás en el camino entra la sede del CEMLA y la zona rosa, que es donde estaba el apartotel donde me alojaba? No recuerdo la geografía de Ciudad de México, pero lo dudo... No creo que fuera nunca andando al CEMLA. Tampoco estaba de camino al Zócalo... ¿Quizás de camino al Museo Arqueológico?...
Volví al entoldado del hombre de blanco.
-¿Qué hacía yo en el Bosque de Chapultepec?
-Para eso tengo dos recuerdos. El mejor es uno de mil euros.
-¡Ni hablar! Dígame el otro.
-El otro es un recuerdo de solo un euro.
Me llevé la mano al bolsillo, pero entonces recordé: los recuerdos de un euro son los que te hacen enrojecer de vergüenza al recordarlos.
Menudo timo, pensé. Si cree que voy a darle mil euros, puede seguir esperando sentado.
Di nuevamente media vuelta. Me fui al puesto de las flores. Compré unas cuantas, y las trasplanté a las jardineras de la terraza.
¡Qué idiotez! Si el motivo de ir al Bosque de Chapultepec fuera tan glorioso como prometen los recuerdos de mil euros, sería imposible que se me hubiera olvidado.
Sería quizás un motivo vergonzoso. Ligeramente vergonzoso, supongo. Si era vergonzoso tendría sentido que la mente hiciera que inconscientemente me olvidara de él.
En todo caso no creo que fuera tan tremendo que me hiciera enrojecer de vergüenza al recordarlo... ¿O sí?
¿Recuerdo vergonzoso o recuerdo glorioso?
Parece una tontería, pero llevo tres días dándole vueltas al asunto. Incluso apenas he dormido sus tres noches. Así que he tomado una decisión: el próximo sábado me acercaré por una respuesta al entoldado del hombre de blanco.
Por supuesto, le daré mil euros. No tengo la intención de pasarme avergonzado el resto de mi vida.