Una constatación de perogrullo: el mito y la ciencia ficción son extraños compañeros de cama. Como todas las afirmaciones osadas, esta tiene su objetivo: marcar el terreno; de igual modo, como toda declaración terminante, debe ser matizada.
Mito y ciencia ficción procuran explicar el mundo, dar respuesta a las preguntas sempiternas: el origen de la vida y la causa de la muerte. Pero a la humanidad no le bastan las explicaciones: quiere emitir juicios aprobatorios o condenatorios. Tanto el mito como la ciencia ficción proyectan contradicciones en circunstancias inauditas con fines de adhesión o denuncia. Dada la capacidad proyectiva de nuestra imaginación, planteamos escenarios improbables que nos permitan ver con luces nuevas las consecuencias de una situación futura.
Al igual que el mito, la ciencia ficción ha incorporado a su elenco temático las angustias de nuestro tiempo. Celebérrimas novelas y películas del género han abordado aprensiones contemporáneas: una catástrofe nuclear de incalculables consecuencias (Godzilla), la necesidad de emigrar a colonias espaciales (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Do Androids Dream of Electric Sheep?), o el miedo a los desmanes de un uso cuestionable de la ciencia (La isla, The Island).
Aquí encontramos otro punto de confluencia entre mito y ciencia ficción. Los relatos míticos proponen situaciones excesivas y consecuencias de los excesos. Desde los comienzos de la revolución industrial, estos escenarios extraordinarios han sido representados en buena medida por la ciencia ficción. Parece como si el imparable avance de este género amenazara la existencia del mito. Este conato de usurpación discurre paralelo a la progresión exponencial de los avances en la ciencia empírica.
Ahora bien, el quebrantamiento de los límites según la ciencia ficción no se ha caracterizado por su carácter optimista. Al margen de contadas producciones prometedoras (Star Trek), el horizonte se cubre de distopías sobre la irremediable esclavitud de la humanidad a manos de las máquinas. Estamos lejos de los sueños del positivismo del siglo XIX, cuando el método experimental brindaba increíbles esperanzas a la ciencia empírica.
A este respecto, la primera entrega de las Wachowski (The Matrix) resulta altamente instructiva. Las máquinas han vencido y esclavizado a los humanos, reducidos a meras baterías cuya conciencia es continuamente alimentada mediante Matrix, un sistema virtual implantado en el sistema nervioso. Esta película, sembrada de referencias míticas (Zion, Morpheus, Neo, Niobe, Seraph, Persephone...), es un intento de liberar a la humanidad de la enajenación metaforizada en las máquinas. Neo representa los dos extremos cronológicos del mito. Por un lado, es el hombre del pasado (busca el origen en el que los humanos eran capaces de tomar sus propias decisiones); por otro, es el hombre del futuro (encarna un superhombre "poshumano", evolucionado, que conoce la verdad sobre el sistema Matrix y lo burla). De no ser por la falta de dimensión transcendente sobrenatural, Matrix sería un relato mítico completo.
La búsqueda paralela de explicaciones y los juicios sobre las cuestiones absolutas no permiten confundir mitología y ciencia ficción. Sería imprudente, por ejemplo, hablar de aventura mitológica en Metrópolis (novela de T. von Harbou, película de F. Lang). Las evocaciones de mitos bíblicos (Moloch, Babel) no convierten el texto o la cinta en relatos mitológicos. Mito y ciencia ficción no son intercambiables. Lo mismo que asemeja mito y ciencia ficción (el deseo de explicar) es lo que los separa. Aquel recurre a la etiología trascendente, esta, a la científica. De ahí que cada cual requiera su disciplina de estudio con su metodología y hermenéutica propias.
Prosigamos discutiendo semejanzas. Mito y ciencia ficción experimentan cambios sustanciales en la sociedad de la imagen; piénsese en una distorsión que afecta a ambos por igual: el papel prominente del espectáculo, en ocasiones parásito de la narración: el lector queda absorto ante la maravilla que sus ojos le ofrecen. Consecuencia inmediata: el mensaje del mito pasa a un segundo plano, en favor del efecto espectacular.
Esta sobrecogedora impresión ha provocado un cambio considerable en los tiempos modernos con la invención del cine. Una película o un episodio de una serie, ambos míticos, tienden hoy a privilegiar el espectáculo sobre la narración. Esto mismo ocurre, con una variante, en la ciencia ficción. Este género proyecta el imperio progresivo de la ciencia a medida que avanza la investigación; incluso las distopías también remachan, por contraste, ese mismo imperio científico. Así ocurre en los primeros textos de ciencia ficción: el Icaromenipo de Luciano presenta a un atrevido filósofo que, ayudado de dos alas, sube al monte Olimpo y a la luna, desde donde observa Asia y Europa, con tan buena visibilidad que puede incluso distinguir cuanto ocurre en el interior de las casas. Los pasajes mitológicos y satíricos no afectan al carácter de este relato, donde ya se confiere mayor relevancia al espectáculo que a la narración.
Esta distorsión de los efectos narrativos se hace más patente en el paso del soporte escrito al cinematográfico. El viaje a la luna de Meliès (Le Voyage dans la Lune) conoció un éxito sin precedentes. Tanto fue así, que el director ingenió diferentes secuelas, más o menos libremente inspiradas de otras obras de Julio Verne. Meliès no dudó en alargar las tomas espectaculares: así, la secuencia del Viaje a la luna en la que el astro se agranda a medida que la nave espacial se acerca, es sustituida, en El viaje a través de lo imposible, por otra en la que la máquina espacial vuela hasta introducirse por la boca del sol. El resultado es una serie de astracanadas que relegan a un segundo plano los entresijos de la ciencia. De aquel poder que la ciencia ficción había venido a celebrar, solo quedan los vistosos festejos al regreso de los exploradores.
La espectacularidad ha de ser asumible: de ahí que la ciencia ficción presente con verosimilitud los efectos espectaculares de la ciencia. Esta credibilidad se basa en una relación de analogía por la que el lector o espectador se inclina a creer las proyecciones de lo que sabe o piensa saber: los aspectos más racionales del mundo conocido sirven de cebo y señuelo para la aceptación de los menos racionales del desconocido. Entra en juego la pericia del narrador, su sabia manipulación encaminada a conseguir el efecto mimético de la literatura.
Aquí subyace otro elemento en el que, de nuevo, confluyen y convergen ciencia ficción y mito: la mímesis. La literatura es el arte de la mímesis. Superman gira en sentido inverso a la rotación terráquea para revertir el tiempo; Satán desciende al Tártaro en busca de demonios que le secunden en su rebelión: dos episodios extraídos de relatos de ciencia ficción y mitología, increíbles o creíbles en función de diversos factores (entorno contextual de la narración, aptitudes del emisor, disposiciones del receptor...). Ahora bien, de igual manera que el mito arroja el acontecimiento extraordinario sin detenerse a explicarlo, la ciencia ficción pone sumo interés en proveerlo de disquisiciones y explanaciones científicas y paracientíficas; las primeras ceden parte de su verdad a las segundas, de modo que el conjunto adquiera una similitud lógica que reclama nuestra credibilidad. Nada de esto ocurre en el mito, donde los factores fiduciario, autoritario y numinoso desempeñan el papel que los tiempos modernos reservan a la ciencia.
El lugar ocupado por la ciencia en el desarrollo de los argumentos del género merece un análisis. En ocasiones, un invento o un descubrimiento generan la trama: Pym descubre las partículas químicas que facultan el cambio de tamaño e inventa un casco capaz de controlar las hormigas (Ant-Man); en otras, un error científico o un daño colateral originan la trama: como consecuencia de una excesiva exposición a los rayos gamma, Banner sufre una mutación que le transforma en monstruo furioso (The Incredible Hulk, 2008). A estos argumentos clásicos de la paraciencia en las tramas del género se añaden otros más sofisticados. Así, mediante el recurso a la teoría de los multiversos, se confiere existencia a hipotéticos universos paralelos o alternativos que, considerados en su conjunto, comprenden cuanto existe. No es otro el origen del Universo Marvel o del Universo DC, cuyas aventuras aparecen dotadas de una continuidad que da coherencia a todos los argumentos. Cuando universos aislados se interpenetran, se resquebraja la rutina y se genera la tensión. Estamos ante la paraciencia o la ciencia ficción. Alienígenas de otros universos surgen en el nuestro, como en Pacific Rim, donde los kaijus atraviesan un portal interdimensional y emergen a través de una brecha en el fondo del océano Pacífico para destruir la raza humana.
Nos faltaba la magia. Exiliada por orden mayor del mundo de la ciencia experimental, se cuela en el de la ciencia ficción. No es de extrañar: ambas comparten semejante tendencia a la aceleración y la extrapolación. Recordemos que la magia es un atajo: cuando el orden establecido en la materia adquiere visos de lentitud insoportable, el mito (y la fantasía) hacen uso de la magia; nada tan sencillo como recurrir a un objeto (una vara, un anillo o el fuego) para vislumbrar el pasado o el futuro, convertir las piedras en oro o dominar la mente del adversario. La magia es al relato mítico lo que la paraciencia es a la ficción: un atajo creíble para ganar tiempo o alcanzar objetivos imposibles mediante el decurso habitual de nuestro mundo.
¿Dónde empieza y dónde acaba el mito?, ¿hasta dónde llega la ciencia ficción?, ¿qué significado tienen los cruces entre ambos tipos de relato? Lo crucial e indiscutible, como siempre, es detenerse y analizar el tipo de trascendencia en cada caso, sumo criterio para identificar y distinguir mito y ciencia ficción.
A estas reflexiones, los participantes del Congreso añadirán las que consideren más oportunas con ánimo de estudiar las relaciones entre el mito y la ciencia ficción. De este modo, todos continuaremos aportando claves interpretativas de la modernidad y la postmodernidad, así como de la cultura y del pensamiento de nuestra sociedad actual.