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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Sábado, 21 de diciembre de 2024

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Azumi

CAPÍTULO 1

MIRANDO HACIA LAS MONTAÑAS

Era una fría tarde de invierno y la montaña estaba rociada de nieve. Ella contemplaba el ocaso, con la mirada perdida en el horizonte. Hacía tiempo que se encontraba demacrada y ella misma no comprendía lo que ocurría en su ser. No lograba discernir los hechos que vagaban por su mente. En los últimos tiempos, todo se volvió confuso... 

Somnolienta, no pudo precisar el tiempo transcurrido. Logró identificar sonidos lejanos, recordó a su madre, sin lograr situarla en un rostro o en un espacio de tiempo de- terminado.

Era como si su sustancia careciera de vida, su sutil y frágil silueta casi rígida. Muy quieta se encontró, sin siquiera parpadear. En un destello de lucidez, se apartó de la ventana lentamente y recorrió el estrecho salón que conducía a un pequeño mueble de bambú. Tomó una frazada ligera y, aún con los pies descalzos, regresó, como poseída por una voz que solo ella podía escuchar.

Se alejó, pasando por la pequeña puerta que dejó entreabierta, mientras resonaban el viento y su sístole.

La noche se cubrió de bajas temperaturas. Se quedó de pie, inerte... Era un mal esbozo de lo que tiempo atrás solía ser...

Se alejó, dejando entreabierta la puerta, solo se escuchaban el viento y su diástole. Azumi fue la única hija que el destino les permitió conocer. Para su padre, ella era como una flor, de cerezo, hermosa, serena, con un futuro prometedor.

***

-Los médicos dicen que no sobrevivirá, debemos despedirnos -exclamó su madre, con los ojos empapados de llanto...

-La escuché en silencio, como solía hacerlo. Rocé su mejilla, acaricié sus manos. Pero ella nunca escuchó...

Buscó a su madre por los alrededores; pero más que se tratara de una prospección, era un estado mental. Se hizo de noche, cuando vio venir a su encuentro a una lejana silueta.

Azumi no supo con exactitud de quién se trataba ¡anhelaba que fuese "ella"! El viento sopló con mayor fuerza, tras un simple pestañeo. Allí, estaba ella ¡su madre! Las dos mujeres se miraron fijamente a los ojos. La escudriñó con la mirada; hacía tanto tiempo de aquello que no supo cómo reaccionar. Una parte de ella deseaba abrazarla y la otra ni siquiera la reconoció en sentimientos, como si se tratase de un simple encuentro casual.

La mujer la contempló con cierto temor por la posible reacción de su hija, sin hablar. Las dos permanecieron de pie en medio del viento y de la fría noche.

Tras el reencuentro, aquel tan esperado diálogo resultó un discurso telepático. ¡Ninguna pronunció palabra! Azumi se perdió en la dura mirada de su madre; el ocaso comenzaba a aclarar y podía sentir la vibración del suelo de la casa donde habitaba.

El entorno era claro, a pesar de la temprana neblina que envolvía el lugar. Su delgado cuerpo oscilaba mientras su madre silenciosamente colocó las manos sobre la taza de té de bambú.

Se sentó frente a ella. Era extraño; aunque su rostro no la remitía a ningún recuerdo, sabía que era ella. La mujer la contempló con cierto temor por la posible reacción de su hija, sin hablar. Las dos permanecieron de pie en medio del viento y de la fría noche. El delgado cuerpo de Azumi oscilaba mientras su madre colocó las manos sobre la taza de té de bambú. La chica se sentó frente a su madre.

Su madre había cambiado.

Azumi se preguntó si la permuta era resultado del simple transcurrir del tiempo o si ella misma había dejado de ser quien solía ser y no así su madre. Todo le pareció desconocido y a la vez le resultó familiar. Incluso el empapelado de arroz era diferente a como ella lo recordaba.

Un grito se escuchó en la lejanía. Azumi corrió, su mente saturada de pensamientos explotó. Todo pareció desdibujarse. Corrió más y más rápido; de pronto, un sonido contundente golpeó estrepitosamente contra el suelo. Todo se tornó blanco, ella se desvaneció.

***

La sangre recorrió el tubo plástico. Su piel palideció. El fluido criptoprotector transita paulatinamente amplificando su espectro, en su ser. Su cerebro fue preservado. La frial- dad se impuso.

-¡Ella ya no está! -escuché a la distancia.- Se busca preservar el cuerpo.
¡Me sentí sofocada, invadida por interrogantes!

¿Estará suspendida su alma en un estado gélido? Mi temor creció, nunca antes había reflexionado sobre su retorno. Cuando vuelva se encontrará sola, seguramente se sentirá asustada. Inmersa en un ambiente inhóspito. Sin protección.

***

Aferrada a un ayer que no volverá, aunque lo intentase.

Desde mi nacimiento fui una hija muy amada. Mi padre Kazuma Bashi y mi madre Mizuko Furu pertenecían a una clase social adinerada. Los traslados fueron frecuentes, mi familia dividía su tiempo entre la casa de Kioto y el lujoso apartamento situado en Ginza. Mi padre, un destacado financiero propietario de un banco y de diversos negocios, mismos que me arroparon cubriéndome de lujos y beneficios. Siempre soñó que su hija quedaría al mando de las empresas tras su muerte. Según sus propias palabras, yo sería su mejor legado, el que amplificaría el espectro de la presencia de su banco en nuevas regiones. Las finanzas nunca me interesaron, pero no podía defraudar a mi padre; lo amaba tanto que jamás comprometería sus sueños, aunque para alcanzarlos debiera sacrificar los míos. Solía usar el segundo apellido de mi madre, quería conquistar el mundo por mis propios medios. Así, en mi entorno fui conocida como Azumi Usui, aunque todos sabían quienes eran mis padres.

Un fuerte dolor emanó de mi cabeza, seguramente debido al golpe. En ese instante desperté, estaba tendida sobre el suelo. La luz iluminó el lugar.

Escuché a mis padres sollozar. Agotada, como pude reservé las pocas fuerzas que me quedaban. No estaba lista para afrontar el momento.

Pude leer los pensamientos de mi padre; se preguntaba cómo podría dejar atrás a una hija que apenas comenzaba a florecer... A pesar de mi malestar emocional y físico, mantuve la calma. Mi padre me enseñó que siempre existía una posibilidad, por más remota que fuera. Debíamos abrazarla juntos... Recordé la mañana del diagnóstico y como este destruyó de golpe mis sueños, como si todo mi ser hubiese quedado sepultado bajo una pesada losa de concreto. Recuerdo entre palabras difuminadas que el médico dijo que yo padecía tres males: una falla cardiaca que no se había detectado, aunada a dos enfermedades muy raras: la primera, denominada Capgras, causaba delirio y angustia y la segunda, Ehler Danlos, produjo un tumor inoperable en mi cerebro. Demasiada enfermedad para un ser tan joven.

Una clara mañana sus sueños quedaron sepultados...

-Al poco tiempo los primeros estragos aparecieron en mi cotidianeidad.

Mi madre exclamó: -¡Algo debió sucederle en el colegio!- Apenas nos miró, siguió de largo enfilándose hasta su alcoba, la puerta corrediza se cerró.

El muro con paneles de papel de arroz dibujó mi silueta encorvada, sentada sobre el tatami. Como si una metamorfosis se abriera paso sin ser yo misma consciente de los hechos. Por momentos me daba cuenta de ellos, en tanto que en otros mi cerebro contraponía imágenes mezclando recuerdos con alucinaciones. Me resultaba difícil diferenciar la realidad.

Impotentes, mis padres atestiguaron cómo me desdibujaba a medida que transcurrían los días.

-No podía mirar a los ojos a mi mujer, mucho menos a mi hija. No tenía las respuestas a sus interrogantes, ¿cómo hacerlo? Debía solucionarlo, pero no contaba con los medios, era el mayor desafío al que la vida me había conducido. Yo mismo no encontraba la paz. No podía dejar partir a mi única hija. Era tan joven que merecía una oportunidad, costara lo que costara. Alguna solución encontraría. Me enfurecí, pero tuve que mantener una aparente calma. Barajé todas las posibilidades, incluso las más descabelladas. No dejaría perecer a mi hija sin luchar.

-Pronto la flor de cerezo perecería, sin dar espacio a una nueva floración.

Mi madre estaba destrozada, en realidad todos lo estábamos, pero mi padre quiso creer que todo se solucionaría. Pensaba como el agudo hombre de negocios que era.

De cierto modo, desde pequeña, supe que yo era diferente, intempestivamente todo cambió con cierta naturalidad. El tiempo transcurrió con velocidad. Los días se tornaron en meses, estos en años y de algún modo que no logro precisar pasó un siglo.

La baja temperatura se prolongó. Desde afuera contemplé mi cuerpo silencioso e inerte, mientras yo permanecía flotando próxima a él. Al mirarme, me embargó una sensación extraña como si fuera -y al mismo tiempo no fuera- mi coraza. Por primera vez experimenté la separación entre el cuerpo y el alma.

Recordé el mar. Mi imaginación se abrió paso. Me vi flotando entre las olas, el sol bañó mi rostro humedecido. Necesitaba regresar, pero no podía hacerlo, hacía tanto tiempo de aquello que no logré recordar la sensación del tacto de mi piel. Estaba condenada a un forzoso letargo, al que me impulsó la desesperación de mi padre, quien me sedujo mostrándome una estampa soñada, una vida prometida. Totalmente lejana de mi silenciosa realidad.

El lugar era frío y sombrío. Me abrumó el silencio, todo estaba cuidadosamente sellado. El eco se amplificó. La realidad me rebasó. Un ligero traqueteo movió mi cuerpo. De cierto modo me remitió al vaivén de las olas y me relajé...

Un sonido contundente irrumpió en el lugar, escuché una voz reclamar el depósito 2888, seguido de un abrupto movimiento. Se derramó un poco de líquido. Evitaron dañar el contenedor.

Un camión refrigerante efectuó la maniobra, de los tantos apilados en el lugar. Solo este sería preservado. Gracias a los millonarios fondos digitales y líquidos aunados a un generoso seguro a perpetuidad que garantizó su conservación.

Lo que antes fue una compañía próspera, recinto de la ciencia, ahora era un depósito casi abandonado. Tantos sueños olvidados que jamás contemplarían nuevamente la luz del sol.

La empresa contratada por su padre había dejado de funcionar tiempo atrás. Ahora estaba a cargo únicamente de un vigilante. Las instalaciones de Krio milenium estaban inactivas. Con el paso del tiempo, el morbo y la desesperación, habían sido sustituidas por nuevas tecnologías. La criogenización fue considerada grotesca por las generaciones siguientes.

Se deshicieron de seres que aguardaron inútilmente una nueva oportunidad. Su utopía concluyó en ese instante.

Los cuerpos yacían suspendidos en líquido, envueltos en cámaras metálicas, conectados a ductos que ascendían y descendían desde ambos hemisferios. Daban la impresión de ser capullos metálicos, de los cuales un supuesto día debieron emerger infinidad de personas.

-Los pasos del vigilante terminaron con el silencio.

Pese al ambiente sórdido, estaba calmada. Sentí lastima por él. En ocasiones le vi contener el llanto, nunca supe si fue por sentirse cómplice de un acto antinatural o si sentía temor al verse rodeado de tantos cuerpos.

Un desplazamiento anormal interrumpió mis pensamientos. La temperatura descendió, sentí frío. Rápidamente desconectaron los ductos para reconectarlos a un sistema propio del camión. El suelo se llenó de agua, las voces se alejaron. Contemplé las marcas de los neumáticos sobre el pavimento.

Tenía una sensación de impotencia y de temor. Por primera vez tomé conciencia, estaba incómoda, la cápsula resultaba muy estrecha. Intenté mirar mi cuerpo, pero no me atreví. El miedo se apoderó de mí, temí encontrarme con una coraza maltrecha. Fijé la vista en el líquido azul que había en su interior.

Quise correr, pero no me fue posible, ahora era un ser inerte. Recordé a mis padres. ¿Qué habría sido de ellos? Intenté acallar mi dolor... Debía volver a ellos, al menos para saber que se encontraban bien.

Me descubrí volando. No sabía que podía alejarme de mi cuerpo, descubrirlo aligeró mi carga emocional. Volví a mi hogar. Estaba abandonado, empolvado por doquier. Grité sus nombres, Nadie escuchó...

El silencio era insoportable. De pronto, a lo lejos, un ruido me interrumpió. Tuve que volver, más tarde regresaría. En mi mente escuché la voz de mi padre exclamando:

-¡Estás a salvo, pequeña mía!

Su voz disipó mi temor. Sin darme cuenta, volví al contenedor, sintiéndome exasperada y terriblemente sola. La umbría ensombreció mi rostro. Percibí su dolor.

Alguien me contemplaba con atención. Estaba al límite de mis fuerzas, pero mi alma había comenzado a descubrir nuevas sensaciones, me sentía etérea. El contorno de las cavidades oculares me dolía.

Recordé los instantes previos a mi deceso. Mis huesos perdían densidad, mi piel se adelgazó y mis venas se contrajeron. Como si instintivamente mi cuerpo supiera que debía concluir sus funciones vitales. Por un instante me sentí multidimensional.

Percibí el dolor de mis padres. Él me dijo:

-Eres libre, pequeña mía. Viaja libre, aquí velaremos tus sueños.

Su dolor y sus palabras me devastaron.

Me repudié por el dolor que les causé. Reuní las escasas fuerzas restantes para hacer tres exhalaciones. Todo acabó.

Con sutileza, mi padre cerró mis párpados. Mi madre, intentando contener el llanto, sacó de su bolso un cepillo para el cabello. Me miró y exclamó:

-¡Que se vea hermosa! Quiero recordarla así, sin dolor, ni temor.

La luz me alejó de la escena.

El lugar era frío y silencioso, perdí la noción del tiempo. Cuando unos hombres con batas blancas entraron apresuradamente al lugar, estaba acunada por el agua, contemplando desde afuera la escena. Intenté entender la situación. Mi mente estaba confusa, era extraño poder pensar a pesar de la aparente muerte, pero de algún modo logré darme cuenta de los hechos.

-Un rostro familiar apareció.

-La contemplé, estaba sumergida en un profundo sueño... Su semblante emanaba paz.

Me avergonzó mi desnudez, aquellos hombres contemplaron mi cuerpo sin velo. Jamás me imaginé verme en esa situación.

El tiempo transcurrió. Me embargó una sensación de ligereza. Estaba esperanzada, quizá por pura ingenuidad. Anhelaba reencontrarlos, retomar el tiempo perdido. Ilusamente en mi mente había construido un escenario muy disímbolo de la realidad.

Acudí a los sitios que mis padres frecuentaban y en un cierto punto comprendí que la conversación posiblemente quedaría inconclusa.

El aire se sintió diferente. Más frío de lo habitual. El movimiento fue abrupto, golpeándome accidentalmente durante el desplazamiento. Me sentí ultrajada, algo me obligó a descender destruyendo mi paz. Observé las maniobras. Contemplé con horror cómo todos esos contenedores eran desconectados del sistema de refrigeración.

-El suelo se llenó de agua. Un camión de carga llegó al lugar.

Recordé nuestra desafortunada despedida. Al límite de mis fuerzas, quise hablarles y no me escucharon. Mi cuerpo comenzó a fallar, al tiempo que mi alma descubrió nuevas sensaciones. El contorno de mis cavidades oculares me molestó, mis huesos se reducían, mi piel se adelgazó, mis venas se contrajeron hasta casi desaparecer. Me sentí pluridimensional y pude contemplar colores nuevos y sensaciones hasta ahora desconocidas.

Percibí su dolor. Sin dejar de expresar su amor hacia mí, mi padre dijo:

-Eres libre, pequeña mía, viaja a donde tú desees, desde aquí velaremos por tu sueño, el cual cumpliremos.

Me devastaron sus palabras, intenté acallar su dolor. Una luz creció frente a mi ser. Reuniendo mis escasas fuerzas hice tres exhalaciones antes de partir... Mi padre colocó su mano sobre mis párpados. Mi madre intentó contener el llanto, sacando de su bolso un cepillo para el cabello. Me miró y exclamó:

-Que se vea hermosa. Quiero recordarla así, sin dolor ni temor.

Me alejé de la escena, sin ser capaz de precisar a dónde me transporté. El tiempo transcurrió.

Sentí temor. Fui transportada por un espacio de tiempo, a otro lugar. Era frío, silencioso. En su interior se hallaban unos hombres vestidos con batas blancas. Entraron apresuradamente a lo que debió ser una cámara de refrigeración. La temperatura descendió. Fui acunada por el agua. Suspendida. Desde lo alto, pude contemplar una panorámica completa del lugar. Traté de entender la situación.

Mi intelecto falló, apareció un rostro familiar. Estaba sumergida como si se tratara de un profundo sueño.

-Su belleza continuó intacta a pesar del tiempo transcurrido. Flotaba en un líquido de tonalidad azulada. Su semblante emanaba paz.

Me aparté del lugar. El tiempo se aceleró, me sentí ligera y esperanzada. Todo terminaría pronto, liberándome del miedo y del dolor. Anhelaba reencontrarlos. Viajé por diferentes espacios, buscándolos. Sus palabras resonaban en mi mente. Añoraba poder abrazar a mis padres, charlar con ellos como antaño. Comprendí que la conversación podría quedar inconclusa. Acudí a los sitios que solían frecuentar. Todo fracasó... Se marcharon antes de mi regreso.

-Un día algo extraño ocurrió... Ella se encontró en la habitación.

Estaba en el mismo sitio donde perdí su rastro tiempo atrás. Titubeé un poco antes de hablarle. No supe cómo reaccionaría. Le expliqué la situación, ella me miró sin expresar palabra, sus pequeños ojos se abrieron. Temía no lograr transmitir el mensaje.

Quise decirle tantas cosas, sin saber si el tiempo me lo permitiría. Veía su rostro demacrado, ella se desdibujaba a cada instante. Pronto se rencontrarían. Pasaron los días y los meses...

La puerta se abrió sigilosamente. La contemplé con cierto temor, se preguntaba si ella los reconocería. Me introduje en el lugar, me miraron con sorpresa. Él me miró en silencio. Debo transmitirles mi mensaje.

No consigo determinar el tiempo transcurrido, reposo en un tranquilo lugar. El agua me mece.

Me hace recordar tanto el mar...

"Los médicos dicen que no sobrevivirá, debemos despedirnos", exclamó ella, con los ojos inundados de llanto. La escuché. Intenté acallar su dolor. "No teman", expresé, es- perando que el momento sea el indicado. Donde me encuentro, he descubierto la calma. Rodeada de silencio, el agua siempre me acompaña. Es un recinto estrecho, similar a un hotel cápsula. He tenido tiempo para reflexionar, valorándolos como antes no lo hice. Quiero pedirles que renuncien al dolor. Todo sucederá, según el plan trazado. ¡Al menos, así lo espero!

Contemplé mi reflejo. Estaba calmada, me reflejé a través de su mirada.

-Con el rostro demacrado se desdibujó.

Me embargó la angustia. Suspiré, reencontrándome con una sensación diversa. Todo pareció pluridimensional. Sentí el peso de su cuerpo. Nunca antes me percaté de eso. Sus rostros ensombrecidos.

La cerraron contra su pecho, besaron su frente. El momento llegó. Ellos lo ignoraron. Unidos en un mismo contexto. El amor y el dolor se abrazaron... Una lágrima rodó por su mejilla. Ella pronto partiría.

Me quedé en silencio. Muy quieta, los miré. Quise acallar su pérdida. Las emociones eran muy intensas, imposibles de minimizar. Los abracé contra mi pecho. No pudieron percibirlo.

Impulsada por una fuerza desconocida, de modo violento, fui apartada de la habitación.

-Pude contemplar cuando su alma se desprendió. La observé abandonar su cuerpo.

Ella me miró con cierto temor, noté su confusión. Expresaba emociones en oposición: una parte de su ser se encontraba abatida, la otra se sintió liberada. Se quedó de pie, muy próxima a sus padres. Acarició los cabellos de su madre. La reconfortó... El dolor en el rostro de su padre era palpable, aunque se esforzó por mantener la compostura.

Les hablé. "Inmersos en su dolor, ellos me ignoraron". Sus esfuerzos aún hoy me acogen, todo perdura en mi ser, a pesar del tiempo. Aprendí a permanecer muy quieta, contemplando cómo la existencia se abre paso y prosigue. ¡Los extraño!... Anhelo reencontrarlos.

-El hombre se acercó a su ser, besó su frente, la tomó de las manos, con esfuerzos contuvo el llanto.

Hizo tres exhalaciones.

Mi alma se elevó, el papeleo comenzó. Fui transportada en una camilla que recorrió un largo pasillo, manteniendo mi cuerpo monitoreado. Quise permanecer junto a ellos, pero algo me lo impidió, abruptamente. Fui impactada por una gran fuerza que me alejó, conduciéndome hacia un recinto silencioso. Las emociones se intensificaron. El ruido fue contundente.

Sigilosamente, un camión se introdujo en el lugar. El almacén era grande y frío. Escuché las maniobras que realizó al entrar. El dolor se expandió por todo mi ser. Me estremecí con el desprendimiento.

Percibí su dolor. Desde lo alto, vigilé cada movimiento efectuado por el furgón. Una especie de cápsula metálica se abrió, derramando un poco del líquido sobre el suelo. Un par de guardias de seguridad contemplaron la escena. Con cuidado, la carga fue maniatada. El vehículo se puso en marcha... El traslado fue silencioso. Una fuerza me condujo a otro espacio de tiempo. El lugar era frío, silencioso. En su interior se hallaban unos hombres vestidos con batas blancas. Entraron apresuradamente a lo que debió ser una cámara de refrigeración. La temperatura descendió. Una parte de mí se encontraba presente en el lugar, el agua me acunó plácidamente. Contemplé la totalidad del lugar, como si me encontrase en un sitio muy alto. Una cápsula reluciente, gélida y estrecha, con sistemas de autocontrol. Algunos de los botones presentes en el tablero del artefacto.

Modularon la temperatura y la presión del líquido en el contenedor. Había otros tantos presentes, no logré descifrar su finalidad.

Dos horas requirió completar el traslado. Exhausta, procuré desligarme de lo que acontecía. Ese día resultó una jornada particularmente extenuante para mí. El camión se situó frente a una cortina industrial, parecía ser la entrada de una bodega. El conductor llamó por teléfono y la puerta se abrió. Al ingresar, me encontré con médicos, científicos, representantes de la aseguradora, vigilantes. Personas entraron y salieron del lugar. Me sentí abrumada por tanta atención. Infinidad de instrumentos pude contemplar. Su frialdad reluciente me impactó.

El interior era inmenso, colmado de instrumental. Desde una cúpula luminosa emergían ramificaciones con tubos en ambos extremos que detenían en suspensión una cápsula plateada. Esta controlaría las condiciones idóneas de preservación en el interior. Cada una mostraba un número de registro. El líquido de la cápsula fue purificado; estaba limpio, casi inmaculado. Entusiasmados, los empleados del lugar cuidaron de no dañar el material de trabajo. Manteniendo un estricto control de sanidad, evitaron contaminarlo. Su ser fue colocado sobre un lector láser sujetado por una plancha metálica.

Parecía estar dormida. Su belleza seguía intacta, a pesar del tiempo transcurrido. Flotaba en un líquido de tonalidad azulada.

La sensación era gélida. Se sentía expuesta a las miradas curiosas, algunas morbosas. Verificaron todo en su interior. Cada célula debía ser preservada. El proceso fue muy lento. Por momentos me apartaba del lugar, el dolor me afectó al contemplar la escena. Intenté desprenderme definitivamente. Algo me lo impidió. Consideré sus esfuerzos.

Pude huir. Pero no me atreví a defraudarlos.

Pasó el tiempo. Acallando mis dudas, terminé por adaptarme a la quietud del entorno. Era un espacio gélido, emanaba una sensación de indiferencia. Colmado de tecnología. La imagen era fascinante e inquietante, ¡SÍ lo era! Debo permanecer allí por ellos.

En mi interior consideré lo que implicaría apartarme del lugar. Huir habría significado defraudarlos. Quizá de haberlo hecho, sus almas no descansarían en paz. Delimité mis pensamientos, aquietando mi ser. Intenté encontrar el lado positivo de la situación. Nunca supe si me resigné o si la paz que conocí fue genuina. Todo se modificó en mis propias células, en mi proceso mental, incluso en el interior de mi alma.

Un mapa mental se contrapuso al siguiente; cada cierto tiempo todo vuelve a ser objetado, dentro de mi proceso mental. Cuestionándome cómo se lleva a cabo. De modo intuitivo y con cierta dificultad, mi retención mental se alteró. ¡No! sigue siendo aguda. Pero se genera desde otro lugar. "Quizá es pluridimensional."

El cosmos se abre ante mí, revelándome sus secretos más ocultos. Por momentos me alejo del escenario contemplativo de mi cotidianidad. Me sumerjo en sus misterios, expectante y ansiosa por descubrir algo nuevo sobre mi ser.

Al viajar, he descubierto que, incluso el silencio se compone de ritmos y afonías. Todo parece igual... Pero cada segundo todo cambia en realidad, nada retorna posteriormente. Cada planeta, cada sistema solar. Se rectifica tal vez hasta el propio infinito. Desde ese punto de partida comparé las emociones y su proceso evolutivo con los hechos constantes que se suscitan en el cosmos. A pesar de mi estado. Reflexioné:

La alegría es una curva energética que transita llegando a un punto de declive, el cual comienza a descender desde tiempo atrás, cuando la alegría pasó a ser tranquilidad, y en cierto punto esa emoción terminará por transformarse en una carencia y desde allí culminará por derivar en una depresión. Se intenta superarla. Y con gran ahínco se alcanza la calma, retomando nuevamente la alegría. Todo es cíclico...

Nuestras partículas se conforman desde la aglomeración de otras tantas partículas. Quizás antes de constituir parte de nuestro ser, estas fueron polvo de estrellas, polvo de residuos planetarios, buscando conjugar una sinfonía al incorporar otros elementos. Lo hacen con cierta magia que no comprendo del todo. Fueron asociados y asignados a un alma en particular.

Entraron en un proceso de conformación celular, que partió de dos factores, un óvulo y un espermatozoide. Luego las células guardan grandes similitudes con el patrón de conformación presente y constante expresado en el universo. Se replicaron en el interior de lo que derivó en un cuerpo. Pero en algún instante de ese desarrollo el polvo de las estrellas y de los residuos planetarios debió entrar en contacto con las células.

Así el alma, las estrellas, el cuerpo, todo se origina de la misma materia cósmica. Fuimos y seremos la réplica de un patrón universal perfectamente adaptado para transitar desde su esencia conduciéndonos hacia una pluridimensional dada. Sin la compleja e incongruente historia de mi ayer, no tendría la capacidad de absorber información, ni podría comprender mi propia reestructuración.

Me quedé allí. Suspendida tanto en mis pensamientos como de manera fisiológica y energética.

¡Quise escapar! Pero intentarlo sería traicionar su amor, aniquilar sus sueños. ¡Y minar la única posibilidad que me era ofrecida!

Acallé mi catarsis... Busqué un punto de interés, algo que alejara mis dudas repetidamente. "Debo seguir", me dije con tono imperativo, "por ellos y por mí misma." Una luz descendió desde las alturas, emanando un destello energético. Tal vez se trataba de algún tipo de escáner. Al aceptar mi realidad, un peso emocional se liberó, me sentí ligera... El agua se enfrió hasta alcanzar una temperatura muy baja.

-La temperatura del agua caló.

No advertí si descendía más y más irremediablemente, o si era tan solo producto de mi imaginación. El tiempo prosiguió... No pude precisarlo hasta que un día, un chico joven, de unos veinticuatro años de edad, comenzó a trabajar en el lugar. Nunca supe qué tareas desempeñaba. Subía a la plataforma, contemplando con inquietud la estructura, estudiaba los dispositivos que hacían funcionar el mecanismo. No discerní si su interés se centró en el artefacto o en mí... Siempre contemplaba la cápsula, sus circuitos superiores e inferiores. Como si buscara algo. Inmerso en el silencio, revisaba su interior y su exterior. En ocasiones tomaba notas y otras tantas hacía uso del ordenador. Aprendí un poco sobre él. Buscaba mis ojos, contemplaba mis pequeños labios. Estudiaba mi nariz. Era tan joven que la aparente idiosincrasia solo era visual.

"Nunca tuve oportunidad de charlar con él." En mi letargo escuché su voz. Comprendí que su cuerpo se encontraba próximo al mío, pero su voz parecía provenir de una gran distancia. Me habló con tono cálido y respetuoso.

En ocasiones, su charla se centraba en mi ayer, imaginando cómo habría sido mi existir de habernos conocido en otro tiempo. Era amigable y afectuoso.

Otras veces vino a mi encuentro revelándome sus secretos más ocultos. Hablándome de su familia, de su infancia, comunicándome sus anhelos y compartiendo sus proyectos. En el lugar lo tacharon de demente por aproximarse a mi ser y charlar conmigo con tanta calidez. Tenía la cualidad de hacerme sentir en mi hogar. "Le echo de menos." Pero todo aquello pertenece a un pasado muy remoto...

Pienso que me frecuentó durante un par de años, quizá tres o cuatro. Mientras estuvo en el recinto. Mi existencia era placentera. Acogedora y serena. Personal llegó y personal fue cesado. Y como hoja que se aleja del árbol por efecto del viento, un día él se marchó... Traté de entender por qué. Llegaron cambios; al inicio eran pequeños ajustes, pero en cierto punto la tecnología presente en el lugar fue desplazada por una más moderna. El personal creció hasta cierto punto, luego solo decreció. Fui monitoreada todo el tiempo. Siempre silenciosa. Meciéndome en el agua. La apatía se instauró...

Ellos vinieron a mis recuerdos, con mayor constancia. Me contemplé caminando apaciblemente entre los árboles de cerezo, buscando capturar el paisaje en mi interior.

Posiblemente lo conseguí. Por un instante pude admirar el gran jardín de mi hogar, me abracé a los árboles, oí a los pájaros cantar, la calma expandirse en el lugar.

Transité en ese espacio de tiempo inmersa en la paz. En aquellas tardes claras de verano acudiendo al jardín de té. Hoy contemplo el Tsukubai de aquel lugar con cierta melancolía. Era una estampa hermosa que jamás debió desaparecer...

El estanque sereno, con el agua cristalina. Las piedras planas entre las cuales caminé atravesando el embalse. El cuidado césped. Los árboles vistiendo la escena. La arena dirigiéndose hacia la entrada de la casa. Casi pude palparlos. Busqué reencontrarme con mis afectos, intentando perpetuar la paz espiritual. Todo prosiguió su propio curso. Y mi ser no sería la excepción...

El entorno, con una temperatura extremadamente baja, era estrecho. Con el cuerpo distendido, traté de retomar el control de mi ser. Fue inútil, nada funcionó. Cuanto más esfuerzo efectué, solo alcancé a sentir desesperación...

La pena me embargó. Quise llorar, intenté gritar. Nadie respondió, el vacío espiritual se instauró. Las visitas de los médicos y científicos comenzaron a espaciar.

Se perdió el interés por mí. En algún momento la velocidad de mis pensamientos fue alterada, transitando entre lejanos y añejos instantes, llegando a mi ser una aparente serenidad. Evité mirar los cambios, porque estos me perturbaron. Comencé a centrarme en las burbujas presentes en el estanque. Viajando desde ellas a la claridad de mi estanque. Los shubunkin. Nadaron apaciblemente entre las aguas del estanque, en un viejo jardín. Las burbujas de su respiración se replicaron en el interior de la cápsula. Sumergiéndome desde su mirada, los contemplé. Tenía la impresión de ser ahora yo el propio pez. Me sumergí en la imagen nadando en sus cristalinas aguas. La calma me abrazó hasta que apareció un pez telescopio gigante...

A través de sus penetrantes ojos escapé. Como si nadara plácidamente entre los confines del universo, me miré montada sobre su lomo entre sus aletas. Con la cabeza muy erguida, contemplé el firmamento. Atravesando los umbrales del temor, del dolor, de la exasperación, dejándolos en un espacio muy distante, al que jamás quise volver. Me resultó imposible saber cuánto tiempo duraría el viaje. En ese momento me entregué a cada sensación que mi ser albergó. El espacio se propagó, observando las partículas de estrellas impregnándose por mi ser. Descubrí la grandeza del alma, la pequeñez del cuerpo y el poder del cosmos...

Yo misma era la expresión de la unidad, de la incertidumbre, de la tecnología entrelazadas a un infinito amor, que perduró más allá de su propio tiempo. El temor se alejó, sumiéndome en una especie de calma. Todo oscilaba entre los sentimientos encontrados y opuestos. Me cuestioné si realmente estos cuerpos estelares afectarán su dimensión. O si todo aquello era tan solo mi óptica alterada.

Durante el trayecto descubrí que debía modificar mi enfoque, solo así mantendría la calma para hallar las respuestas. Me desplacé a gran velocidad sin ser consciente de cómo aconteció todo aquello. No me percaté de en qué momento el pez desapareció... Un ruido perturbó mi tranquilidad. Volvió a mi mente el cielo estrellado que no termina de aclarar. Este pensamiento me alejó de aquella imagen. Sentí un golpe contundente, el cuerpo adolorido. Alguien me lanzó. Me desmayé y al recuperar la conciencia en mi mente se entrecruzaban diferentes imágenes, no logré pensar con claridad.

Sobre mí, un cielo estrellado. El instante se prolongó. Miré a mi alrededor, sin poder enfocar las distancias con nitidez. Mis puños y mis tobillos presentaban quemaduras, como si hubiese estado atada a un objeto que emanó calor. El entorno era sórdido, mis emociones explotaron, expandiéndose por todo mi ser. Decidí quedarme en el lugar, aguardando hasta el amanecer. Pero este nunca llegó.

No supe qué pensar, era insólito, una noche infinita, un espacio desierto. Recordé con dificultad una parte de mi historia. A las cero horas el furgón paró y una puerta se abrió. Solo una tenue luz se encendió. Atónita, contemplé la escena. Me di cuenta de que se trataba de un laboratorio.

Instintivamente supe que esa escena se había repetido frecuentemente en mi realidad, por intervalos diversos de tiempo. Reconocí el lugar. Tiempo atrás fui llevada allí y ahora estaba siendo desechada del mismo sitio. Un hombre viejo de cabello canoso se aproximó, dando un sinfín de recomendaciones. El recipiente se desmontó cuidadosamente, sumergiendo su ser en un letargo.

Todo prosiguió su curso, el exterior evolucionó. Las costumbres cambiaron y la ciencia no fue la excepción. La demanda de servicios cayó en picada. El polvo se acumuló. El personal se despidió, quedando todo aquello a resguardo de un solo vigilante. Me adapté. El escenario se descuidó, el silencio me permitió madurar. Disfrutando las burbujas que se formaron entre tiempos diversos. "Casi olvido por completo todo lo ocurrido." A lo lejos, en una brecha de tiempo olvidado. Supe de su deceso. Intentando reencontrarlos, antes de todo aquello. Aquel día en la clínica sería el último en el que pude verlos. La calma me abrazó, llegando a postrarme en un estado de cierto confort. Los días se tornaron en meses y estos prosiguieron su curso. Sin saber cómo ocurrió, la composición y la temperatura del líquido sufrieron alguna variación.

Las horas transcurrieron, todo siguió igual. Me encontré en alguna ciudad fantasma. El lugar parecía abandonado o posiblemente la vida yacía escondida en otra ciudad. ¿Quizá construida encima de esta? ¿Dónde me encuentro? Fui vigilada por una penetrante mirada que resultó ser solo la de un pequeño gato que me escudriñaba.

A lo lejos escuché unos ladridos. Giré el rostro, en mi intento de encontrar indicios de vida humana. Sin claridad mental, ni medios para efectuar un traslado. Me quedé allí de pie. Erguida. Las lágrimas recorrieron mi rostro. En medio de una calle, en una escena desconocida. Rodeada de algo que debió ser una tecnología irreconocible.

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