Las grandes catástrofes suelen suceder cuando concurren al menos dos de los siguientes tres factores: errores fortuitos, avaricia y estupidez. Pero los casos más interesantes suceden cuando concurren los tres. Esta es una de dichas historias.
Además, ésta es la historia de una forma de vida muy sofisticada. Dentro de la especie norma, encontramos la subespecie norma absurda, una especie parasitaria que vive de los seres humanos, los cuales, a pesar de ser absurda, la adoptan con devoción para ser regidos por ella. Como todas las especies, las normas absurdas nacen, crecen, se reproducen y evolucionan para sobrevivir.
Las normas absurdas nacen
El consejo de administración de Porculo S.A. (fusión de la empresa ganadera Porcinas y del fondo de inversiones Acumulo) era un nido de víboras. Eran tan comunes las alianzas cambiantes para beneficiarse varios miembros en perjuicio de los otros, que finalmente el consejo decidió cambiar sus propios estatutos para que la modificación de sus normas resultara en adelante menos frecuente. Para desincentivar dichos cambios, en cierta sesión se tomaron una serie de decisiones clave. Primeramente, decidieron que cualquier miembro del Consejo que propusiera un cambio de los estatutos perdería inmediatamente su bonus de acciones por el mero hecho de hacer su propuesta, independientemente de que luego ésta prosperase o no. Las acciones de bonus asignadas a cada miembro valían, al precio de la acción por aquel entonces, unos cinco mil euros, lo suficiente como para que en adelante a los miembros del consejo les molestase proponer cualquier cambio que no resultase realmente necesario. Además, para hacer imposibles ciertas artimañas vistas en el pasado, se tomaron dos medidas más. Por una parte, para evitar que algunos miembros del consejo se ausentaran estratégicamente cuando se iba a votar alguna medida que les podía perjudicar, y así se perdiera el quórum y la reunión tuviera que suspenderse, se decidió que cualquiera que abandonase las reuniones quedaría expulsado del consejo de administración (lo que además supondría también la pérdida de su bonus). Además, se acordó que la duración mínima de la composición de cada nuevo consejo sería de 48 horas, lo que impediría que se sumase un miembro para quitarse inmediatamente en beneficio de otro, recibiendo así los beneficios de haber estado en el consejo, pero eludiendo las responsabilidades que recaían legalmente a las 48 horas en el puesto, conforme también a los estatutos.
Cuál fue la sorpresa del consejo cuando, en la reunión siguiente, primera en la que entraban las tres nuevas normas en vigor, sus miembros se dieron cuenta de que habían cometido un error inesperado en la redacción de la última de las nuevas normas citadas anteriormente, la cual había sido aprobada literalmente así: "Los consejos tendrán una duración mínima de 48 horas". Se daba la circunstancia de que el primer punto de los estatutos decía que, cada vez que en adelante la palabra "consejo" apareciera sola, ésta se tomaría como sinónimo de "reunión del consejo de administración", no de "órgano compuesto por todos los miembros del consejo de administración". Por tanto, en su reunión anterior, en realidad el consejo aprobó que cada reunión del consejo de administración durase 48 horas, no que la composición del consejo de administración no pudiera cambiarse dos veces en menos de 48 horas.
Al descubrirse el error, un miembro del consejo se dispuso a proponer volver a modificar los estatutos para corregirlo, así como que entre todos le pagasen los cinco mil euros que valían las acciones que perdería por hacerlo, ya que al fin y al cabo alguien tendría que proponer ese cambio. Justo antes de que el tipo formalizara su propuesta, un empleado de la empresa entró en la sala y comunicó una noticia inesperada: contra todo pronóstico, el regulador nacional del mercado de valores había autorizado la venta del paquete inversor Cerdada ("Certeza de ganar asegurada") desarrollado y patentado por Porculo S.A., el cual de hecho permitiría a la empresa ganar dinero a expuertas a costa de inversores desprevenidos. Este producto dispararía enormemente los beneficios de la empresa, por lo que todos los miembros del Consejo supieron inmediatamente que sus acciones podrían llegar a revalorizarse hasta mil veces durante los meses siguientes. Entonces se miraron entre ellos y comprendieron que nadie osaría proponer quitar la norma de que las reuniones del consejo de administración durasen 48 horas, pues el que lo propusiera perdería millones en acciones y los demás no estarían dispuestos a compartir con él dichas pérdidas. Descartada la opción de ausentarse sin más (pues habían aprobado que tal cosa supondría la expulsión del consejo, lo que también conllevaba la pérdida de las acciones del bonus), todos tendrían que permanecer en aquella sala durante aquellas malditas 48 horas. ¿Cabía la posibilidad de que hicieran un pacto entre caballeros para que todos salieran sin más de la sala y nadie activase dicha cláusula? Conociéndose unos a otros como se conocían, sabían que, en cuanto todos menos uno hubieran salido de la sala, el último cerraría la puerta sin salir y declararía que, conforme a los estatutos, todos los que habían salido de la sala estaban expulsados del consejo y que por tanto perderían sus acciones de bonus, lo cual sería bueno para el último que se hubiera quedado, pues los beneficios de la empresa aumentarían si los bonus disminuían, y con ello el valor de sus propias acciones, único que las mantendría.
Las normas absurdas crecen
Todos los miembros del Consejo de administración llamaron por móvil a sus secretarias para que les trajeran comida y bebida, sacos de dormir y orinales. Todos pasarían allí las 48 horas estipuladas. Dado que los estatutos establecían que debía haber una reunión del Consejo de administración a la semana, en adelante aquella maldita sala sería el hogar de todos ellos durante dos días por semana. Ninguno renunciaría a sus cinco millones de euros.
Las normas de la empresa establecían que los departamentos y secciones heredaban inmediatamente la estructura de las normas del consejo de administración, incluidas aquellas que de hecho habían sumido a dicho consejo de administración en esa situación tan absurda. Así que los consejos de sección y de departamento comenzaron a regirse inmediatamente por reglas equivalentes a las del consejo de administración. Dado que los líderes de sección y departamento también recibían ciertos paquetes de acciones, en adelante los lunes y martes se convirtieron en los días semanales de "aguantar en una sala de reuniones de la empresa" para un considerable número de cargos de responsabilidad de Porculo S.A.
Las normas absurdas se reproducen
Los miembros del consejo de administración, conscientes del ridículo que les hacía pasar aquella costumbre semanal de pasar dos días seguidos encerrados en una sala de reuniones con orinales y sacos de dormir, decidieron comunicar al resto de la empresa que aquello no era en verdad fortuito, sino que formaba parte de una estrategia empresarial destinada a obligar a todos los estamentos de la empresa (consejo de administración, secciones y departamentos) a entenderse por medio de lo que convinieron en llamar "convivencia extrema": se explicó que, haciendo que los mandos de todos los niveles convivieran durante 48 horas cada semana, se lograba que se establecieran lazos entre ellos, que se comprendieran, y que se llegase con más facilidad a acuerdos que beneficiaban a la empresa. El objetivo era, supuestamente, hacer que la empresa fuera una familia.
Al acabar el año fiscal, las revistas de estrategia empresarial se fijaron en los pingües beneficios de Porculo S.A. e indagaron en los motivos de su éxito. Tuvieron acceso a los estatutos de su consejo de administración, que se aplicaban a todas las estructuras inferiores, y las publicaron en su revista. El método Porculo se hizo famoso en todo el mundo y, ante el indudable éxito que había tenido aquella empresa durante aquel año, cientos de empresas se decidieron a adoptarlo para sí mismas, copiando los estatutos de Porculo S.A. para sus propios consejos de administración.
Tras dos años durante los que el método Porculo no hizo más que crecer entre las empresas de todo el mundo, las mismas revistas de negocios quisieron comparar el éxito de las empresas que lo aplicaban con las que no. Los resultados eran concluyentes: las empresas que aplicaban el método Porculo eran las que más beneficios anuales obtenían. Esto era realmente cierto. No obstante, lo que dichas revistas no habían descubierto es que sólo las empresas donde las acciones se incrementaban rápidamente se quedaban encerradas en dicho método, pues sólo en esos casos los miembros de sus respectivos consejos de administración se negaban a saltarse la ridícula norma de que las reuniones tuvieran que durar dos días seguidos, so pena de que quien abandonara la reunión o propusiera cambiar dicha norma perdería sus jugosos bonus. Por el contrario, en las empresas que también habían empezado a aplicar el método Porculo pero los bonus eran menos lucrativos (por contar dichas empresas con menores beneficios), los miembros de sus consejos de administración finalmente acordaban que uno de ellos propusiera la eliminación de dicha norma y que todos los demás le pagasen el dinero perdido por haber hecho dicha propuesta, que en estos casos no era un precio demasiado elevado por recuperar su libertad. Así que las empresas con pocos beneficios abandonaban el método Porculo.
Sin embargo, la correlación era obvia para quien comparase los dos factores: las empresas con mayores beneficios eran las que seguían utilizando el método Porculo. En realidad, no es que el método Porculo mejorase los beneficios, sino que los beneficios provocaban que las empresas no pudieran escapar del Porculo una vez adoptado. Pero para los grandes gestores empresariales, lo que importaba era que las empresas que lo seguían tenían en general mayores beneficios que las que no. Todos querían pertenecer al club de las empresas exitosas. Y eso fue lo que realmente importó para que más y más empresas se sumasen al método.
Era evidente que el método Porculo no era beneficioso para nadie. Los miembros de los consejos de administración y demás cargos intermedios se veían obligados a vivir hacinados en salas de reuniones durante dos días seguidos cada la semana. Por su parte, las empresas perdían productividad por las desordenadas y esclavas vidas de sus respectivos mandos. Realmente, el método Porculo no era provechoso para ninguna parte. Pero daba igual, pues los datos mandaban: las empresas más exitosas aplicaban el método Porculo.
Respecto a la propia empresa Porculo S.A., en la que todo empezó, llegó el momento en que el caos en la cadena de mando hizo que la eficiencia se resintiera. Las decisiones tomadas en condiciones vitales tan lamentables finalmente arruinaron la mecánica de trabajo de la empresa, se perdieron clientes y los beneficios se esfumaron. Llegó el día en que los bonus eran tan bajos que los miembros del consejo finalmente acordaron que uno de ellos propondría la eliminación de la norma y los demás le pagarían sus pérdidas para ser libres por fin. Así, Porculo S.A. abandonó el método Porculo.
Por supuesto, esto no hizo más que corroborar que el método Porculo funcionaba: el año en que Porculo S.A. abandonó su propio método fue, de hecho, el año en que sus beneficios empresariales se hundieron. Esto demostraba a toda la clase empresarial mundial que abandonar el método Porculo era mala idea.
Las normas absurdas evolucionan para sobrevivir
Unos pocos críticos alertaron de lo absurdo que era el método Porculo y de sus peligros. Como respuesta, muchos partidarios acérrimos del método respondieron enérgicamente. Algunos de ellos compararon a los detractores del método Porculo con los estúpidos críticos de la autorregulación eficiente del mercado, aquellos arrogantes que se atrevían a decir que los mercados libres no tienden a poner el justo precio a las cosas y que, por su propia naturaleza, alimentaban la formación de peligrosísimas burbujas de precios que dejaban una enorme pobreza al estallar. ¡Qué sabrán ellos!
Los teóricos del Porculo propusieron que, si algunas empresas que habían aplicado el Porculo se hundían, no era por haberlo aplicado, sino por haberlo abandonado. De hecho, como mencionamos antes, la correlación era indudable: las empresas se hundían cuando lo abandonaban. Razonando en dirección contraria, los teóricos del Porculo propusieron que lo que hacía falta era aumentar la duración de las reuniones de consejos de administración, secciones y departamentos: primero las extendieron a tres días, después a cinco días, y finalmente propusieron que las reuniones fueran para siempre. Entusiasmadas ante la idea, muchas empresas recluyeron a sus consejos de administración en su sala de reuniones para siempre, con la esperanza de que así lograrían la perfecta eficiencia empresarial.
Hoy en día, los empleados de estas empresas se estremecen al pasar junto a las puertas de las salas de reuniones. Oyen quejidos, lamentos, y llamadas desesperadas de socorro. Pero los empleados saben que no deben intervenir.
Todo sea por la empresa.
La vida de las normas absurdas sigue su curso.