Magnus irrumpió a la sala de clases evitando la mirada de los presentes. Con una mano se agarraba al maletín y bajo el otro brazo llevaba la gruesa carpeta con las clases del día. Por un segundo mantuvo fija su mirada más allá de la ventana abierta, hacia el horizonte, pero la luna diurna estaba pegada al cielo como un broche de pascuas. Lucía tan nítida y cercana que prefirió cerrar los ojos. No estaba de ánimo para pensar en nada exterior a esta tierra, en especial aquella mañana. Respiró con calma tratando de aislarse de las molestas noticias. De lograrlo, tal vez pudiera impartir una lección decente.
Al voltearse descubrió el salón plagado con caritas sorprendidas. Lo recibieron con una barahúnda de sillas y buenos días arrastrados. Magnus se pellizcó el entrecejo para soportar el taladro de la jaqueca mientras tomaba asiento en su buró. Estaban tan necesitados de profesores que la única solución temporal era reunir tres grados distintos en un mismo salón. Y tres veces a la semana tenía que enfrentarse al circo de bestiecillas y apañárselas para enseñar a los más pequeños junto con los de secundaria.
-Buenos días, clase -comenzó una vez que todos guardaron silencio.
-Buenos días, señor Grímsson.
-Vamos a empezar de inmediato porque se nos ha hecho un poco tarde. Tuve que arreglar unos asuntos en el parlamento antes de salir para acá. Todos, saquen los cuadernos, rápido. Hoy estamos un poco apretados...
-¡Sííí!
-Yo no veo nada...
-¡Aquí atrás apesta!
-Silencio, por favor. No aceptaré excusas por malos comportamientos. Este es un día como cualquier otro y lo vamos a aprovechar exitosamente, ¿estamos claro? Chequeen las tareas mientras elijo los temas que veremos hoy.
Magnus se inclinó sobre su escritorio y notó con sorpresa que aún apretaba el asa del maletín. Por suerte ningún alumno se había dado cuenta. Resopló, lo puso bajo la mesa y comenzó a mover papeles de una forma frenética como queriendo huir de algún pensamiento, pero a cada rato le daba toquecitos con la punta del zapato para comprobar que seguía allí, que la situación era bastante real.
Ese día tocaba cálculo para los pequeños, geografía e historia para los otros. ¡Qué desastre! Como si llevar dos empleos no fuera poco, ahora tendría que hacer malabares con las asignaturas. No le gustaba la forma que comenzaba a tomar aquella jornada y algo le decía que se preparara para lo peor. Magnus se agarró la barba y tiró de ella mientras pensaba como iba a impartir todo aquello. Al demorarse tanto, las vocecillas empezaron a cuchichear en medio de la apretazón.
-Mira lo que me encontré...
-¿Fuiste al pueblo fantasma? ¿Y te dieron permiso?
-No, claro que no, no dejan ir a nadie. Yo soy el único que va. Mira esto, todavía sirve, tiene música y se puede jugar, el mejor que se ha visto.
-¿Me lo prestas?
-No, no puedo. Si te buscas uno te digo cómo anda y eso.
Magnus se alisó el traje y sin darse cuenta soltó la barba para hacer como que peinaba su cabeza calva. El gesto le calmó un poco los nervios, aunque ganó unas cuantas risitas burlonas.
-Atención, la clase va a comenzar. Quiero ver cuadernos sobre la mesa y ojos al frente. ¡Erik, deja de hacer el imbécil!
Toda la clase se burló mientras el chico trigueño de cabellos cortos ponía cara de inocente y ocultaba algo bajo su mesa.
-Todos ustedes ya deben de saber cómo comportarse. Cuando termine la lección habrá preguntas, por supuesto. Así que tomen notas. Si tienen dudas pueden levantar la mano para que yo les autorice a hablar, como siempre, sin excepciones.
Alguna nube debió abrirse en ese momento pues una polvorienta franja de luz circunnavegó la mitad del salón. Los colores en las ropas de los alumnos resaltaron a la vista con una intensidad irreal bajo aquella mala iluminación. Magnus quedó pasmado, absorto frente a la escena del aula atestada de niños afelpados como una tribu de criaturillas del bosque. La fuerza emotiva le removió algo por dentro: los gorros rojos con borlas blancas, las bufandas color corteza y los suéteres peludos. Algunos notaron que el maestro no se movía. Este reaccionó, tosió nervioso y se secó los ojos. Les dio la espalda a los jóvenes y empezó a escribir a toda velocidad en la pizarra.
Increíble que aún le quedaran secuelas. Ah, ¡qué tontería!, se amonestó. No era momento para sentimentalismos innecesarios. Recuperó la compostura y tomó nota mental para no dejar que volviera a pasarle, aunque estaba consciente de lo difícil que era bloquear treinta años viviendo en la oscuridad ártica, sin colores y abandonados. Su caligrafía tembló, borró la palabra y terminó de anotar todo el sumario con una tiza que se gastaba demasiado rápido.
-He dicho silencio...
-Hoy voy a ir de nuevo, hay montones de cosas tiradas y todas las casas vacías. Ese va a ser mi escondite a partir de ahora -volvió a susurrar Erik.
-¡Callados! -Magnus apuntó con el dedo a la primera frase en el pizarrón-. Hoy tenemos que tocar varios puntos. En primer lugar, repasar aritmética con las operaciones de adición y sustracción. Sí, sí, sí, ya lo sé. No quiero protestas. Para algunos de ustedes es cosa conocida pero los pequeños aún lo están aprendiendo. Así que muérdanse las lenguas los de atrás. Luego hablaremos sobre la geografía de los recursos naturales y por último los mayores me contarán un poco sobre la historia del evento Fismeifum. Espero que hayan estudiado los documentos pendientes, ¿eh? -Magnus ojeó a Erik y el chico pareció entrar en shock como pez que acababan de sacar de agua.
-Entonces, todo perfecto. Veamos, los del frente presten atención. Vamos a empezar bien fácil con una operación para recordar lo que vimos anteriormente, ¿recuerdan? Teníamos diecisiete ovejas en el corral y sacamos seis de ellas a pastar. ¿Quién me puede decir cuántas quedarían en el interior?
Magnus escribió los números en la pizarra y dejó en blanco el espacio de la respuesta. Ninguno de los pequeños sentados al frente movió un músculo. Pero del fondo y de las esquinas salieron murmullos y risas contenidas.
-No estoy hablando con ustedes. Es solo para ellos -regañó a los adolescentes-. Vean, es fácil, diecisiete ovejas en el corral y dejo salir seis. Entonces, nos quedarían...
-Once -respondió un niño rollizo, aún con todos los dedos estirados frente a la cara.
-Muy bien, Ingi. Ven acá y escríbelo en la pizarra.
Ingi puso cara de contrariado. Con algo de trabajo logró zafarse de la masa apiñada de sillas y fue lentamente hacia el pizarrón bajo docenas de miradas escrutadoras.
-¿Jonas, tú hiciste la tarea? Jonas, no te hagas el sordo, ¡oye, imbécil! -llamó Erik por lo bajo a su compañero de al lado.
-¿Qué fue lo que me dijiste antes? -le preguntó Jonas.
-Está bien, te lo presto un rato. Ahora pasa los papeles antes de que nos pillen.
-Muy bien, gracias, Ingi -lo felicitó Magnus-. Hagan sitio para que pase. ¡Máxima puntuación! Vieron que sencillo. Ahora pongamos otro ejemplo. ¿Qué tal si ahora yo dejo entrar cuatro ovejas, más las once que ya estaban? ¿Eh?
De nuevo reinó el tenso silencio, a excepción de un ruido de papeles deslizándose.
-Venga, es fácil. Igual que hicieron antes pero ahora tienen que sumar.
-¿Qué cosa es una oveja? -preguntó una niñita abrigada con bufanda rosa.
Magnus aguardó el inevitable estallido de risas tras la inocente pregunta, pero sorprendentemente todos se quedaron atendiendo expectantes. A veces olvidaba lo mucho que había cambiado el mundo en el transcurso de una sola generación. Se podría decir que estos niños estaban creciendo en otro planeta. Se rascó la coronilla buscando la forma apropiada para tratar el asunto.
-Venga, Johanna, seguro que las has visto en imágenes. La oveja es un animal de cuatro patas, un mamífero como el perro, ¿sí? pero más grande y peludo. Además, es herbívoro, así que solo come yerba.
-¡Yo las he visto en videos viejos! Son blancas y lanudas, hacen así: ¡beeeeee! -soltó emocionado otro pequeño.
Todos rieron y Magnus, esta vez, agradeció que la broma pusiera fin a la digresión.
-Muy bien, suficiente, ¡ya basta!, dejen de berrear. ¿Dónde nos quedamos?
-Pero, y ¿dónde están las ovejas? ¿Se salieron todas del corral? -volvió a preguntar Johanna.
Esta vez, sí que se alborotó el gallinero. A Magnus le regresó la jaqueca reforzada y multiplicada con lo que parecían picotazos sobre las orejas. La pequeña de bufanda rosa, apenada, se encogía con el griterío que arreciaba a su alrededor hasta que Magnus finalmente recobró el control. ¿Dónde estaban las ovejas? Ese era un tema delicado. ¿Cómo podría hablarle a una niña de siete años sobre hambrunas, granjas congeladas o ciudades muertas?
-¡Paren ya las risas! Bueno, Johanna, tu pregunta no tiene nada de malo, lo tonto es quedarse con las dudas y además este tema nos lleva al segundo punto de la clase de hoy. Así que aprovecharé para saltar a ese tópico y luego podemos regresar a las matemáticas. ¿Puede alguien decirme por qué... cuál es la importancia de la protección de animales, plantas y la naturaleza en general?
Otra niña, algo mayor y con cintas verdes fosforescentes entrelazadas en sus trenzas pelirrojas levantó la mano como una flecha y la agitó sin parar para que Magnus la viera.
-Maestro, el medio ambiente es muy importante -comenzó tan pronto como Magnus la hubo señalado-. Nosotros, los seres humanos somos parte de la naturaleza y dependemos de los animales y de los vegetales para vivir. Y si no cuidamos los bosques y los mares podemos dañar al planeta y a nosotros mismos. Soy Lucy, número quince de la clase 1-B -concluyó con una sonrisa fija.
Magnus buscó su listado y mientras anotaba la puntuación se dio cuenta que la mayoría de sus estudiantes eran demasiado jóvenes para llegar a comprender la magnitud de lo que había pasado.
-Muy bien, Lucy. ¡Máxima puntuación! Así es, los hombres, las mujeres y los niños no podemos vivir solos en el mundo. Nuestro planeta es como una casa gigante en la que cada quien tiene un trabajo que hacer, ¿entienden?, y si faltan parientes, entonces todo se puede echar a perder. Los insectos, las aves, las flores y hasta los peces en las profundidades son cruciales para nuestra supervivencia. -Magnus perdió el hilo de pensamientos así que decidió entrar de lleno en el asunto-. Hace ya un buen tiempo atrás, cuando yo tenía la edad de ustedes, el cielo se puso oscuro y el sol no salió por mucho tiempo. Las plantas empezaron a morir y luego fueron desapareciendo los animales que comen pasto, los renos, los caballos y las ovejas. Por eso, hoy ya no las vemos.
-Mi abuela dice que los dioses fueron los que se comieron el sol -comentó la pequeña Johanna con su vocecilla asustada.
Magnus advirtió que algunos muchachos aguantaban la risa en el fondo, pero ninguno se atrevió a chistar. Se contuvieron ante la seriedad impresa en el rostro del profesor. Aquellos tiempos no fueron agradables para la humanidad. La niña decía la verdad, mucha gente, que él mismo conocía, creían en verdad que se acercaba el Ragnarok y el fin de los tiempos. ¡Y no sin razón!, porque cuando un día, sin previo aviso y así de la nada, aparece un maldito planeta y se planta frente al sol, es normal que las creencias se vuelvan locas y todos imaginen ver al mismísimo lobo Sköll devorando las estrellas.
-Bueno, Johanna, todavía no sabemos en realidad quién fue el culpable o la causa del evento Fismeifum, pero sí conocemos la historia de lo que pasó en aquel entonces. Tal vez, alguien de secundaria podría hablarnos de este tema, por favor, ¿Erik? Sí, tú.
El chico de pelo corto levantó la vista, aterrado, y pasó frenético las páginas de la libreta. Agarró un lápiz y se puso a jugar con él, nervioso, mientras miraba a todos lados.
-Bueno, esto, lo que pasó fue que en el año... 2103 este otro planeta apareció y se puso como tapando la luz, ¿entiende? Por eso se hizo de noche. Entonces, las gentes de los países se fueron en las naves a este otro planeta, pero hubo gente que se quedaron aquí porque no cabían. O sea...
-Creo que es suficiente, Erik, muchas gracias. Se nota la cantidad de tiempo y esfuerzo que le has dedicado al estudio. ¡Mínima puntuación y desaprobado!
-Yo me lo quería estudiar, pero Jonas se llevó el libro y no me dejó leer. Fue por eso.
-¡¿Qué?! -el muchacho rubio de al lado se levantó como un resorte y Erik se le alejó cargando su pupitre como si fuera una tortuga.
-¡Quietos los dos! En ese caso, señor Hallgrimson, seguro que usted puede mejorar las barbaridades de Erik el tonto.
Nadie reaccionó a su comentario y Magnus tomó nota de repasar las clases de historia medieval. Jonas, metió su camisa por dentro del pantalón y recogió un fajo de hojas sueltas que había caído en el espacio dejado por Erik. Después se escurrió como pudo hasta el frente de la atestada clase.
-La historia del evento Fismeifum se divide en dos etapas -recitó echando ojeadas a sus escritos-. Primero viene la fase astronómica con las consecuencias sociales y luego, como etapa número dos están las catástrofes naturales hasta la desaparición final.
-Jonas, no tienes que repetirlo todo de memoria. Solo explica con tus palabras -le sugirió Magnus.
Jonas asintió nervioso y tomó un pedazo de tiza. Con ella dibujó dos grandes óvalos en la pizarra, similares en tamaño, uno dentro del otro.
-Este sería el sol -puntualizó dibujando una estrellita en el mismo centro de los óvalos-. Y estas son las órbitas de la Tierra y de Fismeifum, el planeta invasor.
Jonas coloreó dos planetas diminutos y paralelos en el contorno de cada óvalo, de forma tal que el punto correspondiente a Fismeifum se interpusiera entre el sol y la Tierra.
-El planeta Fismeifum apareció en el cielo el día 4 de mayo del 2103. A partir de ese momento se mantuvo en permanente posición de eclipse solar a un millón y medio de kilómetros de nuestro planeta. O sea, que al posicionarse en ese punto creaba un arco de sombra de ... -Jonas se puso a rebuscar algo en sus apuntes.
-Vas bien, pero no te preocupes por las cifras exactas por ahora.
-Me las había aprendido...-continuó chasqueando la lengua y negando con la cabeza-. Bueno, debido al interminable eclipse solar hubo disturbios en todos los países por la falta de comida, electricidad y la violencia en las calles. Entonces, varios países: China, Europa, creo que Japón y América se unieron para la exploración de Fismeifum.
-Los rusos fueron los primeros en llegar y descubrieron que tenía agua, bosques y aire -intervino un muchacho de ojos achinados y orejeras púrpuras.
-Por eso todos los países decidieron emigrar poco a poco para ir a vivir en Fismeifum -retomó Jonas enojado por la interrupción-. Porque aquí no se podía estar sin el sol.
El profesor Magnus asintió complacido, pero su cabeza le seguía martillando, ahora motivado por el revivir de esos recuerdos. Aquella época fue... dura y él era solo un adolescente. Recordaba esa mañana en la que no hubo amanecer y ¡él había festejado por no tener que ir al cole! Por suerte, sus padres vivían al este de la isla, lejos de Reikiavik, en las afueras de Höfn. Así se pudieron mantener a salvo cuando las ciudades se volvieron demasiado peligrosas. Con sus propios ojos había visto con odio y envidia a los cientos de transbordadores, día tras día, con sus luminosas llamas elevándose y abandonándolos en la larga noche del eclipse. Había sido imposible llegar al continente. Todas las naciones cerraron sus fronteras y el gobierno tomó medidas severas contra el vandalismo porque el dinero no valía nada. Su familia sobrevivió solo gracias a la pesca. Había rumores de que los políticos se estaban marchando junto con los militares, doctores e ingenieros. La ONU otorgó unos pocos pasajes especiales en los transbordadores, pero la familia de Magnus era humilde. En aquel entonces, lo que notó después, al cabo de un par de años en la oscuridad, fue que no hubo más despegues hacia Fismeifum. Los canales de televisión, la radio, el internet, todo se fue apagando a pesar de que ellos tenían electricidad gracias a las plantas geotérmicas. Todos los transportes habían partido para no regresar. Nada perturbó los cielos, excepto aquel maldito tapón opaco bordeado por el halo anaranjado del sol.
-Pero los más pobres no tenían dinero para comprarse una nave, así que se fastidiaron.
-¡Erik, cállate! ¡¿No te das cuentas que tú eres uno de esos pobres!? Haz silencio o te expulso -todo el salón se calló de inmediato. Magnus respiró para calmarse-. Terminemos con este tema. ¿Alguien más puede hablarnos sobre las consecuencias del eclipse? -En el grupo de jóvenes nadie se movió. -Bueno, Jonas, danos un corto resumen de lo que ocurrió con el ambiente de la Tierra producto de Fismeifum. -Magnus tomó nota mental de mantener a raya esos exabruptos suyos. Los chavales no tenían culpa de su mal día.
-Bueno, profesor, el hecho fue que subió la temperatura, digo disminuyó, perdón -se detuvo, chequeó su papel y levantó rápido la cabeza-. Aumentó el frío en todas partes porque la energía del sol no llegaba a nosotros. Luego, las plantas y los animales se fueron extinguiendo y la mayoría de las personas también... se extinguieron.
Jonas leyó las últimas palabras sin percatarse de lo que estaba escrito. Los más pequeños atendieron a Magnus quien les sonrió para que no se asustaran, pero por dentro estaba soportando con dolorosa claridad las escenas de hacía tantos años. ¿Por qué diantres había tocado este tema precisamente en un día como aquel? Tres décadas estuvieron viviendo en la condenada era de hielo. El frío nunca fue un problema, pero aquello era demasiado. Sobrevivieron gracias a que la energía geotérmica seguía dando corriente y los peces de las profundidades no desaparecieron tan rápido como los otros animales. No podía ni siquiera imaginar lo que debió ocurrir en las ciudades superpobladas del resto del mundo. Todavía seguían mudas y las comunicaciones cercenadas, pero se oían rumores...
-Quiten esas caras de preocupación. Eso pasó ya hace mucho tiempo. Ahora todo está bien, gracias a los dioses. Dinos, ¿en qué año desapareció Fismeifum, Jonas?
Jonas, que ya se encaminaba airoso a su asiento, se volteó y leyó en sus papeles:
-En el año 2133, el planeta conocido como Fismeifum se desvaneció del espacio visible terrestre, permitiendo que la radiación solar calentara nuevamente la oscura y helada superficie de su hermana gemela, la Tierra. Con la partida de Fismeifum también desaparecieron aproximadamente tres mil millones de vidas junto con todos los animales, provisiones y equipamientos que fueron transportados con el propósito de asentarse en el nuevo planeta.
-Está bien. No eran necesarios esos datos tan específicos, pero gracias. Como pueden ver al final todo terminó bien. Fismeifum se fue de la misma forma en que llegó y ahora todo vuelve a la normalidad. Han pasado casi veinte años y nada malo ha vuelto a ocurrir. Final feliz, ¡máxima puntuación, Jonas!
Las palabras sonaban falsas hasta en su propia cabeza. El súbito dolor punzante le hizo cerrar los ojos. Los alumnos se entretuvieron charlando y él se inclinó tras el buró como si buscara algo. Era de noche, y temblaba con una linterna en las manos mientras su padre taladraba un agujero en el hielo. Sin previo aviso, todo a su alrededor se encendió como si bajo las aguas se ocultara una gigantesca bombilla. Cuando sus ojos se adaptaron al resplandor, pudo comprobar que la luz no provenía del mar congelado, sino que el sol volvía a brillar en lo alto. En minutos pudo sentir el cosquilleo del calor en la piel, sonrió y abrazó a su padre, pero luego se preguntaron qué habría pasado con los traidores que los habían abandonado. Desaparecidos para siempre, perdidos junto con el maldito Fismeifum. Nadie sabría jamás su destino. O eso había pensado hasta aquella mañana. El informe estaba dentro del maletín. Era real. Magnus abrió los ojos y se sentó tras la mesa para no caer.
-Creo que podemos detener las lecciones aquí para ir a almorzar. ¿Alguna pregunta?
Johanna llamó la atención agitando su bufanda rosada.
-¿Y en dónde están ahora las gentes que se fueron? ¿En el cielo?
Por un segundo, Magnus no entendió a la niña por estar sumido en sus propias preocupaciones. Era tanta la curiosidad y la ingenuidad de la pregunta que Magnus lamentó no poder darle una respuesta. Bueno, en realidad sí que podría, pero aún se resistía a aceptar la noticia.
-¿Se fueron al cielo? -volvió a preguntar la pequeña.
-Pues, creemos que se encuentran a salvo en alguna parte del universo, deseando estar aquí con nosotros. Deben estar buscando la forma de volver, pero como están muy muy lejos, todavía no pueden venir a visitarnos, es solo eso.
-Mis otros abuelos se fueron con ellos y yo quiero que un día vengan.
-Todos queremos que regresen y estoy seguro de que ellos también tienen muchas ganas de verte, pero todavía no pueden llegar hasta aquí. Pronto, si los dioses quieren.
Y al decir eso, sintió como si algo le mordiera la pierna debajo de la mesa.
-Bueno, recuerden recoger sus tareas y nos vemos en la tarde -dijo apresurado.
El salón se tornó un hormiguero de ruidosos colores. Magnus enterró la mirada en el reguero de papeles que tenía frente a sí. Cotejó todo con gran lentitud, aguardando a que todos salieran de una vez, pero cuando pensó que estaba al fin solo, advirtió que Johanna se demoraba indecisa en la puerta. Allí estaba, catándolo como queriendo preguntarle algo más. Unos ojos tristes de color ámbar con brillos de reproche. El dolor de las pérdidas humanas había sido tan vasto que aún se sentían las consecuencias hasta en los niños. La mente de Magnus se dirigió al maletín oscuro, que le escocía bajo la mesa. El maestro trató de alejar el recuerdo de la reunión matutina, pero los ojos soñadores de la pequeña seguían fijos en él, como si ella también supiera lo de aquella mañana cuando el joven oficial de radares le entregó el informe clasificado. Tal vez la niña solo quería preguntar otra duda, pero el atormentado Magnus no podía dejar de pensar en el mensaje encriptado recibido por los astrónomos la noche anterior.
-¿Cómo quiere proceder, señor presidente? Son ellos. Eso está claro. Y están pidiendo auxilio en todos los idiomas conocidos. Vea el código -señaló el joven científico.
-Ahora no tengo tiempo para esto, David. Seguramente que resulta ser un error de las antenas y es alguien gastando una broma. ¿Qué edad tienen esos aparatos? Lo mejor será esperar otra señal para estar seguros. No necesitamos desatar un caos justo ahora cuando estamos hasta las cejas de problemas.
-Presidente Magnus, si nos basamos en el contenido del mensaje está claro que no podrán mandar otra señal. Que hayan podido alcanzarnos es todo un milagro. Los tienen prisioneros y...
-¡Entonces no debieron habernos abandonado! -le gritó Magnus fuera de sí y esperó unos segundos antes de volver a hablar-. Usted y su equipo tienen prohibido tocar este tema fuera de esta oficina bajo cargos de amenaza a la seguridad nacional. ¿Entiende lo que le estoy diciendo, doctor, o tengo que ser más claro con usted?
El astrónomo quedó desconcertado cuando el presidente Magnus le arrancó el informe de las manos y salió apresurado de la oficina dejándolo a media palabra. Magnus abandonó el parlamento a toda velocidad y se dirigió al edificio de la escuela. Las personas por la calle se le quedaban mirando, extrañadas, y este les saludaba cortésmente mientras escondía con torpeza el documento en el fondo de su maletín.
"FIN"