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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Jueves, 21 de noviembre de 2024

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¡¡¡Espada láser!!!

A los buenos viejos amigos.

 

El huracán pegó de verdad a cosa de un minuto antes de medianoche. Las ráfagas de viento restallaban una tras otra, sin descanso, ¡cómo si al mismísimo señor en lo alto le estuviese dando un soberano ataque de tos! Los tres hombres idénticos permanecían dentro del carro de policía parqueado en el callejón. La ciudad estaba sin luz. Solo se podían oír las pesadas gotas volando con el viento.  El oficial Brian observó con inquietud la forma en que se tambaleaban esos transformadores eléctricos, tan macizos en sus enclenques postecillos. Decidió mejor mover la patrulla hasta la otra esquina y ganar una mejor visión de la calzada. Los otros no dijeron nada cuando él apagó los limpiaparabrisas y las luces delanteras, de todas formas, no había mucho que ver en medio de aquella ventolera embetunada.

-...unidades cercanas a la Avenida del Puerto acudir a Venegas y San Ignacio, colapso de residencias, repito... -la voz chirriante se entrecortó.

Brian estuvo un rato sintonizando la radio porque la tormenta no dejaba captar un carajo.

-#2, chequea el GPS a ver, -le dijo a su clon en el asiento de copiloto.

-Estamos muy lejos. Los carros de Habana Vieja van a llegar primero, -dijo #2 después de teclear la tableta de servicio.

Brian asintió. Además, lo suyo no era levitar paredes de mampostería, tampoco podían leer las mentes de la gente enterrada para luego tele-portarlos de entre los escombros. Su estilo encajaba mejor con las maniobras de asalto sincronizado, sí eso sí, cosas más apropiadas para agentes como ellos.

-Ya empezaron a caerse las casas y esto nada más que acaba de empezar. La nochecita que nos espera, ¡tú vas a ver! -se quejó el otro Brian, #3, en el asiento de atrás.

-No es para tanto. ¿Por qué siempre te gusta llamar la mala suerte? -Brian regañó a su otro yo.

-Si no es por una cosa será por otra cosa. Todos los años es lo mismo -respondió #3-. Siempre hay un mentecato que sale a buscar cigarrillos y termina con una teja en la cabeza. ¿Te acuerdas de la familia remando en el contenedor de basura?

-Ni me lo recuerdes -intervino #2 con una sonrisa.

-¿Para qué crees tú que estamos aquí? -se burló el del asiento trasero halando a Brian del cuello del uniforme-. Mi viejo, nosotros tenemos que esperar lo peor, no vaya a ser que te agarren fuera de base. Ya estás viejito, parece que se te olvidan las veces que te hemos salvado.  

-Viejo estarás tú, con esa cara de perro estrujao -Brian forcejeó para quitárselo de encima.

-Pues, entérate porque es la misma que la tuya.

Los irritantes clones se desternillaron de la risa mientras Brian trataba de descansar con la frente al volante. Los otros Brianes iniciaron un acalorado despotrique sobre cada pequeño episodio en el que ellos lo habían sacado de algún lío. El oficial se masajeó la frente con ambas manos y respiró aliviado cuando finalmente terminaron con los reproches.

 Algo se acercaba dando bandazos por allá afuera. Una buena plancha de zinc o aluminio apareció volando sobre la acera y luego planeó como una guillotina hasta la calzada en el cruce enfrente de ellos. Por suerte no había tráfico. La ciudad estaba apagada, sin corriente y a la gente no les quedaba otra que estarse quietos en sus casas, intentando dormir en medio del calor, la oscuridad y los ramalazos del huracán.  

 Sí, quizás esta vez fuera diferente. Brian estiró las piernas entumecidas y reclinó su asiento. ¡Él era uno de los pocos que podía dormir en su propia guardia! Alguna ventaja tenía que sacarle a estos jodedores. Los ojos ya se le iban cerrando cuando de golpe se percató de lo que había estado viendo. ¿Qué demonios es eso? Su pensamiento fue audible para los clones. La lámina de zinc permanecía quieta en el aire. Brian se incorporó de golpe y los otros respondieron en la sintonía mental. ¿Qué? ¿Qué pasa? Él encendió los faros y limpió la condensación del cristal. Sí, imposible pero ahí estaba, como una maldita pancarta flotando en medio del temporal. Sin previo aviso, la plancha cobró vida y se contrajo como si unos dedos colosales la estrujasen. Los Brianes se movieron para ver mejor. El metal quedó convertido en una giratoria bola irregular que orbitó en lo alto para ganar aceleración y después fue a impactarse contra el semáforo de la calzada. Los vidrios anaranjados saltaron en pedazos, destrozados por el proyectil encajado en su cuenca central. Unas risotadas en lo alto celebraron la puntería. Brian trató de ubicar quién estaba encima de ellos. Un súbito rayo azul eléctrico cayó de lleno sobre el semáforo y los tres policías saltaron golpeándose las cabezas contra el techo del auto.

 Una tras otra, las oscuras ventanas del barrio habanero iluminaron sus bombillas mientras el rayo alimentaba la red municipal. Los ojos verdirrojos del semáforo parpadearon con epilepsia hasta que los gruesos transformadores estallaron como benditas piñatas de chispas y fuegos de artificio. Entonces, sobrevino de nuevo la oscuridad del apagón acompañada por un estruendoso coro de decepción popular.

Quédense aquí, no nos han visto. Brian salió al aguacero y escudriñó las alturas con la mirilla de su rifle. Dos siluetas fugaces montadas en eskatedrones pasaron volando como misiles por el centro de la calzada, apartando de su camino toda el agua de lluvia como la quilla de una lancha rápida. La oleada churrosa se le vino encima al oficial y lo estampó de vuelta al coche.

-No vayan a abrir la boca -les espetó a los otros dos antes de que tuvieran tiempo de decir algo. Sin limpiarse la cara, encendió el radar calórico para seguir la estela. Las púas ventosas de los neumáticos se agarraron bien a los históricos baches de la Habana mientras el vehículo se convertía en un borrón grisáceo para los desdichados que observaban desde las penumbras de sus hogares.

 

 

La estación estaba casi desierta con tantos oficiales afuera en la tormenta. Solo quedaban las operadoras, hombres de guardia y los oficinistas. Brian y sus Brianes atravesaron impecables pasillos blancos con aroma a desinfectante. La expresión en las caras de los dos vándalos tomaba matices lastimosos a medida que se adentraban más y más, bajando escaleras, traspasando puertas de seguridad. Las cámaras en el techo se volteaban siguiendo su procesión con leves chirridos de insectos metálicos.

Los Brianes entraron a un cuarto de interrogación y engancharon las esposas extwings de los chicos a unas anillas en la mesa metálica. El combustible de sus dones era bloqueado por las extwings. Los dos chavales inspeccionaron el cuarto mientras los tres indistinguibles policías se quitaban idénticas chaquetas mojadas y se ponían cómodos. No había mucho que ver allí excepto la mesa pesada de hierro descascarado, sillas plásticas de color negro, archiveros anticuados y uno de esos nuevos televisores de pantalla-lienzo con ranuras para pesedrives.

Brian hizo un gesto con las manos; los chicos no podían escuchar su canal telepático. Sillas plegables fueron dispuestas para ellos. Las ropas aún goteaban agua de tormenta.

-De verdad, que por poco me joden la noche -comentó el capitán luego de unos segundos de silencio-, ¡este par de comemierdas! -escupió Brian aún con las facciones algo deformadas debido a la captura bajo el huracán.

-Calma -habló #2 alargando la palabra.

-¿Cómo quieres que me calme?, si de milagro no estamos achicharrados. -El capitán se inclinó sobre la mesa y los adolescentes se apartaron todo lo que pudieron-. Ven acá, papito, ¿a ti no te enseñaron en la escuela que no se puede usar electrovara cuando hay mal tiempo? Es el colmo que uno sea vago y estúpido también. -Brian era vieja escuela. No le agradaba la gente que usaba tecnología para mejorar sus poderes.

 Los acusados se encogieron de hombros. El que parecía mayor resopló como para apartarse un cerquillo de pelo mojado rojinegro que le llegaba hasta los labios ensartados de piercings. El otro, era más bajito, corpulento y de piel negra. Ni se atrevía a despegar la vista de la mesa.

-¡Claro que no saben un carajo! -exclamó el interrogador principal-. Y cuando yo los llamé para que apagaran las eskates, ¿qué fue lo que ustedes hicieron? ¿Eh?

Ninguno movió un músculo. Apenas si se atrevían a parpadear o tragar saliva. El tono de Brian iba ganando más y más agresividad como a punto de estallar. Bájale a los insultos, deja ver si hablan. #2 aconsejó sin mover los labios

-#2, refréscame la memoria para ver si es que soy yo el equivocado, por favor -pidió el capitán.

-Sí, hoy 23 de julio del 2047 -#2 leyó de su tableta de servicio-, aproximadamente a las doce de la noche, los ciudadanos menores de edad superdotados: Lázaro Carbonell y Alfredo Suárez, fueron avistados destruyendo propiedad pública y circulando por la Calzada de Diez de Octubre con eskatedrones alterados a más de 120 km/h en una zona residencial durante el paso del huracán Matías. Al ser avistados, estos se resistieron al arresto y respondieron atacando con intención de incapacitar a un agente de la ley.

-¡No, mentira! -Brian se llevó las manos a la cabeza con drama-. Eso no puede ser, porque al que haga eso lo cogen diez añitos en el tanque. ¿Ustedes me están oyendo? Si a mí me da la gana ahora mismo los tranco y pa´l carajo. Ya tengo los testigos, la patrulla lo grabó todo, ¿qué más hace falta?, ¡nada! Chirrín chirrán, caso cerrado.

Alfredo, el más pequeño, se sorbió los mocos. Fue a limpiarse, pero las manos esposadas no le llegaban al rostro. Se le escapó un sollozo al inclinarse.

-Llévalos suave, viejo -aconsejó #3 palmeando al pobre de Alfredo.

-¡Vamos, #3! ¿Suave?, ¿para qué? Ahora que están cogíos se les sale el llantén a los bebés; pero hace un rato estaban bien fieros listos pa' cualquier cosa.

 

 

Vamos a calmarnos. Hazlos hablar de lo que pasó en el parque, aconsejó #2 en la triple conexión.

-Está bien. Yo quiero pensar que todo lo que pasó fue producto de su ignorancia y la emoción del momento, ¿verdad?

Brian esperó a que respondieran, pero como las bocas seguían cerradas los tuvo que presionar un poco más.

-Ustedes no tienen idea de lo cerquita que estuvieron no hacer el cuento. Por poco se matan y para qué. ¿Por unos likes de los metamigos? ¿Tú viste la cantidad de corriente que se te estaba pegando?, ¿eh? Te estoy hablando a ti, Lázaro.

El chico se rascó los nudillos y miró a otro lado. Brian temblaba por dentro. Su presión arterial andaba por las nubes nada más de mencionar el incidente.

La experiencia combinada de los tres formó una memoria casi perfecta del evento. Las baterías de los eskatedrones estaba a punto de acabarse. Brian metió la patrulla en medio de un parque infantil medio inundado. Sus dos copias proyectaron escudos-sombrillas de los rifles tratando de bloquear cualquier rayo. La luz fue muy rápida. Brian no pudo esquivarla, pero una fuerza invisible lo quitó de en medio. Él estaba a punto de usar municiones reales cuando notó el monstruoso racimo de plasma que se estaba enroscando alrededor de los chicos en el aire. Lázaro era incapaz de redirigir semejante cantidad de energía. La electrovara se le puso al rojo ¡Enciérralos en bolas! Fue la orden mental, así que los otros dispararon generadores a los vándalos volares y los cubrieron en esferas con campos aislantes. Solo así se cortaron las cargas de la tormenta eléctrica. 

-No me llamo Lázaro. Es Lachi -bufó este.

-¿Ustedes saben lo que les iba a pasar si no llego a ponerles los escudos? -prosiguió Brian indignado-. Iban a terminar asaditos los dos, para la funeraria y las mamás a llorar. Tienes suerte que tu amigo me quitó de la trayectoria del rayo que tú iniciaste, porque si esa electricidad me llega a tocar...

-¿Pa' qué tú lo salvaste? -Lachi miró con asco a su compañero.

Brian quedó genuinamente sorprendido ante esos ojos enrojecidos de odio. Algo anda mal este chamaco. Averigüen quién es. #2 se puso a teclear su tableta.

Brian se masajeó la nuca. Tomó un poco de aire y de pronto empezó a reírse solo.

-No puedo con ellos. La verdad es que no puedo. Este cabrón no tiene percepción del peligro. Les digo que están jodidos por agredir a un policía y el muy tonto viene y me lo reconoce en la cara. Ya está grabado. Tiene que estar fumao o algo. Vamos a hacerle un análisis a ver qué coño se metió.

-A mí no me importa si grabaron -alardeó Lachi, ladeando la cara-. Yo doy corriente pa' la mitad de mi zona. Todo el mundo me conoce. Pregunten por el Lachi pa' que ustedes vean. Nosotros somos familia del Yema, no se confundan.

El adolescente abrió la boca para que pudieran verle el piercing que le atravesaba la lengua. Incluso bajo la restricción de las extwings, un pequeño arco eléctrico se ramificó por toda su colección de dientes de oro y argollas. Debe ser uno de esos pobres niños que entrenan para producir electricidad. Les dan drogas y los explotan hasta que no dan. #2 se estaba refiriendo a la vida en los barrios marginales donde no llegaban los servicios de la ciudad.

 Brian levantó la mirada al techo y, como agotado, se limpió con paciencia las comisuras de la boca.

-¡Ah, ya sabía yo, por eso te haces el gallito! -se burló y a Lachi se le apagaron las chispas bucales-. Tú piensas que tus amiguitos los pandilleros van a venir a buscarte. ¡Mira tú qué cosa más linda esa! Pues, óyeme bien, mi hermanito, y déjame decirte que si es por esos pata de puercos te vas a podrir aquí adentro. Anda a la viva.

Lázaro escupió a un lado y frunció los labios sin amedrentarse. El otro chico parecía querer hundirse en su asiento y que se lo tragara la tierra.

-Verdad que en este país siempre la cagamos. Ojalá yo tuviera la edad de ustedes. Aquí donde me ven yo tengo más de sesenta años. En mi época nosotros no teníamos nada de esta chatarra. ¿Tú sabes lo que es nada? Ni maestros de talento, ni academias para practicar los dotes, ni aparatos de esos que potencian. ¡Nada! -Brian observó a sus dobles y les señaló a los delincuentes-. ¿Ustedes se imaginan a estos dos viviendo en el barrio de nosotros?

-Los iban a hacer leña -le respondió #3 negando con una sonrisa.

Lachi chasqueó la lengua y miró para otro lado enarcando las cejas afeitadas.

-¡Ah!, ¡no te lo crees! Mira pendejo, escúchame para que aprendas algo en tu puta vida. En los tiempos de la Unión Soviética, en este país no se podía andar volando por ahí con el peinadito ese, alardeando para que todo el mundo viera los jugueticos que te compró mamá.

Viejo, no los presiones tanto. Mejor cambiemos el tema. -Oye, espera, yo creo que ellos no saben lo que era la Unión Soviética -intervino #2.

-¡Yo sí sé! Era el país donde están ahora los rusos -saltó el pequeño Alfredo contento de poder ayudar.

-Coño, ¿cómo tú te llamas? Alfredo, ¿verdad? Por lo menos este sí fue a la escuela. A ver, dime una cosa: ¿tú sabes lo que les hacían a niños que tenían dones en aquel entonces?

Los dos se quedaron mudos y las expresiones en blanco.

-¿No saben lo que les hacían? -Brian actuó sorprendido-. Ah, entonces, déjenme enseñarles, mis queridos amiguitos.

#2 sabía qué hacer. Fue hasta un archivero en una esquina, abrió el cerrojo oxidado, extrajo algo y lo dejó frente a Brian original. Este giró su silla y apoyó los codos sobre el espaldar. Ojeó las caras nerviosas de los bribones y con parsimonia destrabó una a una las hebillas de una cajita metálica que parecía una diminuta caja fuerte. La luz blanca de la habitación cayó sobre el terciopelo rojo y sobre la perfecta réplica de un insecto entre los dedos del policía. El bicho tenía el tamaño de un colibrí con alas translúcidas, patitas finas de alambre blanquinegro rayado y de la cabeza le brotaba una notable aguja de acero con sus buenas dos pulgadas.

-¿Nunca habían visto uno de estos?, ¿verdad? Claro que no. No saben nada. Pues, déjenme presentarles a nuestro querido Aedes herófago, este es una copia del soviético, pura fabricación nacional. ¿Está lindo?, ¿eh? Quedan pocos en existencia. Nos volvimos unos especialistas haciendo estos bichejos, y hasta los mejoramos; pero cuando el comunismo se fue al carajo hubo que eliminarlos. Yo guardé este. En mis tiempos les decían el chupacabra, porque si te cogía te dejaba loco como un chivo. -Se carcajeó de su propio chiste-. Pero no tengan miedo, si no es más que una jeringuilla, pero que en vez de sacar sangre te chupa la energía de los dones. ¡Ah, ya veo que sí saben lo que es eso! Tan brutos no son -se divirtió ojeando a sus gemelos y luego bajó el tono-. Da miedo, ¿verdad? En aquella época estaba prohibido todo esto de hacerse el héroe y acumular demasiada energía, ¡nada de eso, camarada! Los poderes le pertenecían al pueblo.

-A mi no me importa na' de eso -replicó Lázaro con la voz algo tomada.  

 -Escucha -Brian se señaló el oído y respiró con paciencia-. Pregúntenles a sus abuelos a ver si esto es mentira. En esa época nosotros estábamos fajaos con los americanos y aquí se hacía mucha propaganda contra esos superhéroes de ellos. Imagínense que los yanquis tenían unos tipos ahí con el poder de volar hasta la Luna o reventar ciudades de un golpe. ¿Ustedes no han visto fotos del super hombre que destruyó las dos ciudades esas en Japón?

 

Los chicos permanecieron con las miradas en blanco y #2 hizo seña para que continuara con la historia.

 -Pero aquí la cosa era muy diferente a los Estados Unidos. Aquí toda la gente con dones tenía que declararlo en el Comité de Dones Revolucionarios, y después ir una vez al mes, todos los meses, con el médico de la familia para que este bichito te chupara la vida misma. Luego, esa energía se repartía por cuotas para que todo el mundo pudiera hacer alguito. ¿Qué les parece? Ya que a ustedes les gusta malgastar sus poderes, lo mejor es dárselos a alguien más. ¡Aguántenmelos ahí! -Brian movió los dedos con rapidez, enroscó un bulbo de cristal al abdomen del insecto y el mecanismo de cuerda lo trajo de vuelta a la vida agitando sus alitas como loco. Los prisioneros tiraron las sillas al suelo, pero los Brianes les inmovilizaron.

-¡¿Qué pasó?! ¡¿Se acojonaron?! Yo pensé que ustedes eran gallitos. ¡Yo sí tuve que aguantar esta mierda! -gritó Brian a todo pulmón halando las cadenas sin lograr que los chicos se acercaran-. ¡Yo sí sé lo que es vivir en la miseria, sin nada, sin poder defenderte porque te han dejado seco! Al final, el Partido Comunista no distribuía la energía de los dones. Todo era para evitar que nadie se volviera demasiado poderoso, excepto ellos claro. Ustedes ahora lo tienen todo de regalo.

-¡Mentira! ¡Suéltame! -lloriqueó Lachi tratando de soltarse.

Brian inspeccionó de cerca al mosquito de cuerda que trataba, frenético, de escapar de sus dedos al detectar el exceso de energía corriendo por las venas en aquel recinto.

-¿Mentira? -el capitán Brian pronunció las sílabas con una mirada que pareció preocupar a los otros dos Brianes-. No, chico, espérate, si ahora mismo yo te voy a enseñar lo que son poderes de verdad.

Sin una palabra, los policías vinculados se pasearon por la habitación.  Los jovencitos aguardaron con recelo a que el herófago regresara a su caja. Al poco rato levantaron sus sillas con cautela para volver a sentarse sin saber qué iba a pasar. #2 encendió la pantalla, tecleó la contraseña y sacó una pesedrive que #3 le había entregado. La moneda color ocre encajó perfecta en su ranura del lienzo TV. La pantalla mostró una ventana con un solo archivo de video llamado: "calle Matanzas".

 Vieron la imagen congelada de lo que parecía ser una ordinara calle de suburbio. Era de día y la perspectiva del video partía desde un ángulo elevado, tal vez desde un segundo piso.

-Vamos a ver si lo que les estoy diciendo es mentira. Fíjense que esta grabación se ve borrosa porque es de hace como cuarenta años. En esa época cuando llegabas a los dieciséis te venían a buscar para ponerte el chupacabra por primera vez. En mi calle éramos cinco socios y todos nacimos con dones, pero no había instructores, ni nadie sabía cómo sacar los poderes. Pero entonces, conseguimos una de esas antenas ilegales para agarrar canales de los EU. Nos reuníamos por la madrugada para que nadie nos atrapara. Y así fue como descubrimos el secreto. La clave para despertar los dones es la inspiración. Tienes que ver películas de superhéroes, leer los comics, jugar con las figuras de acción y los videojuegos hasta que te nazca el poder. Nosotros ahorrábamos un dinerito para rentar casetes VHS en unos bancos ilegales que había escondidos en los barrios.

-Hombre, yo creo que ellos no han visto un casete VHS en su vida -le interrumpió #3.

-Eso es una enfermedad sexual -soltó Alfredo de sopetón.

-Cállense y miren, hagan el favor -les dijo Brian y oprimió el botón del mando.

La calidad de la grabación era bastante pobre en comparación con las usuales hiper resoluciones de 32K a las que estaban acostumbrados. Al parecer el camarógrafo se había tirado en el suelo de un balcón, se le notaba asustado por lo mucho que temblaba y además estaba el hecho de que filmaba con una vieja cámara japonesa de los 80. A mitad de calle se entreveía un jeep militar parqueado. Algunos vecinos chismeaban desde los portales de sus casas sin atreverse a salir. De pronto entró en escena una tropa apresurada de hombres vestidos de verde olivo. La imagen se concentró en ellos. Las ropas en las tendederas bloqueaban la vista. Luego salieron por el costado de una humilde casa de madera con tejado triangular. Las figuras se divisaban a lo lejos, los soldados arrastraban a un muchacho con la cara manchada. Nadie hizo nada. ¿Qué podían hacer?

-Ese fue el día que cogieron a Henry. Lo habían citado, pero como no quiso cumplir el servicio militar le engancharon los bichos -narró Brian con la voz cargada de indignación.

Los padres de Henry se quedaron abrazados en la acera mirando como se llevaban a su hijo. Los guardias se acercaron un poco a la casa desde donde se tomaba el video. Gracias a eso pudieron distinguir los mosquitos prendidos al cuello y la cara desorientada de Henry. Ya estaban cruzando la calle hacia el jeep cuando un retrovisor saltó en pedazos como si hubiera recibido un disparo. La toma se volvió confusa por los bandazos del lente que intentaba capturar la acción.  Gente corriendo y gritando fue lo que les llegó a través del audio.

-Ese fue Kevin. Tenía tremenda puntería con las canicas y las soltaba como si fueran balazos con los dedos -aclaró Brian riéndose por lo bajo.

La imagen se calmó, pero ahora solo mostraba la calle desierta. A cada rato el jeep perdía otro pedazo. Se le poncharon las gomas y el parabrisas se agrietó. Alguien junto a la cámara habló en voz baja y el lente se trasladó hacia el tejado de una casa frente a la de Henry. En un garaje se apreciaba un viejo Chevrolet de 1940 y sobre las tejas de fibrocemento estaban tres niños idénticos, todos disfrazados con capas y calzoncillos rojos sobre pijamas azules. Yo quería el poder de volar, pero me tuve que conformar con este par. Nosotros también te queremos, viejo. Las capas rojas ondearon a sus espaldas cuando saltaron a la acera con los puños en alto. Palabras emocionadas se colaban por el audio. Los tres niños se movieron en perfecta sincronía como reflejos de espejo y con los puños en las caderas gritaron algo que no se pudo escuchar.

-Los militares se habían escondido en un portal frente a mi casa. Les dije que si me devolvían a Henry les perdonaría la vida.

Lachi y Alfre se quedaron pasmados frente al viejo capitán, pero este no les prestaba atención a ellos. Solo observaba la escena, henchido de orgullo.   

El trío de superniños en la pantalla gesticulaba con codos y brazos con cada sílaba como en una coreografía. La cámara alejaba y acercaba la escena tratando de ganar nitidez sin demasiado éxito. En la esquina inferior derecha de la toma se llegó a captar como una figura corría a ocultarse tras el jeep maltrecho. Era difícil asegurarlo, pero aparentaba ser otro niño disfrazado. Llevaba puesto algo así como un traje rojinegro de piloto de motocrós con casco incluido. Sin dudas, portaba un arma llamativa en las manos. Al parecer, la martilló y le hizo señas a alguien de que se acercara.

-¿Quién es ese? -se interesó Alfredo señalando al de la engomada indumentaria roja.

-¿Quién?

-El de la esquina, tras el carro.

-Ese es Nico, con su traje de Power Ranger rojo...

 Brian dejó de hablar pues la película casera empezó a saltar de un sitio a otro. Algo ocurría. El anónimo camarógrafo se arrastró por el piso y apoyó el dispositivo entre unas macetas de malanga. Sacando el lente entre los barrotes del balcón grabó a una nube de mosquitos herófagos persiguiendo a los jóvenes Brianes. Un pequeño Superman gordito corrió como una flecha mientras los otros dos se quedaban atrás para interponerse delante del enjambre.

-¿Te echaron los mosquitos para arriba? -le preguntó Alfredo y Brian puso pausa para mirarlos sin pestañear.

-¿Ustedes pensaron que yo estaba bromeando?, ¿eh? Aquello no era chiste.  De no ser por estos dos que ven aquí me habrían chupado la vida en medio de la calle -les contó Brian señalando a sus gemelos y luego puso play.

Los dos pequeños Brianes copia se desvanecieron bajo el ataque de los chupacabras. El hervidero de aguijones retomó la persecución. El niño de la capa roja se demoraba tratando de abrir la reja de otra casa. Tocaba y llamaba con desesperación. Los gritos eran tales que se oyeron incluso a través de la mala grabación.

-¿Polifemo? -repitió Alfre

-Sí, Polifemo -le confirmó el viejo policía.

Poli siempre llegaba tarde a todo. Ya tenían a Brian acorralado contra el portón cuando un cuerpo creció de altura al otro lado de la cerca y dos manos gigantescas machacaron la colmena de un manotazo. El gigante pelirrojo tan alto como los postes de corriente levantó un pie para cruzar la verja de su casa y luego se agachó para pasar por debajo de los cables eléctricos. El ensordecedor grito de guerra que soltó después hizo temblar la mismísima reproducción.

-¿Qué coño es eso? -preguntó el Lachi inclinándose para ver mejor al niño de diez metros y cabello rojizo que daba alaridos como un demente.

-Ese es el Poli, un viejo amigo. ¿Qué pasa? ¿Nunca habían visto un Hulk de verdad? -se divirtió el policía.

 El lente se movió a las pantorrillas del gigante y reveló que otro niño se había parapetado tras el jeep. Nico, el del traje rojo, hizo algo con el colorido rifle que traía y el recién llegado se cubrió con otro de aquellos trajes espaciales, pero este de color blanco.

-¡Oye! ¿Y ese cómo fue que se puso el disfraz? -Alfredo abría los ojos de sorpresa.

-¿No están mirando? Fue este de detrás del jeep. Nico podía crear ilusiones con su pistolón de agua. Ya nadie tiene poderes de ese tipo. Teníamos que sacarlos de debajo de la manga porque aquí no se conocía mucho de Marvel, ni nada de eso.

El nuevo Ranger blanco cargaba una bolsa de tela al cinturón y de ella sacaba perfectas bolitas de cristal. Las ponía entre sus dedos y las disparaba como balas contra algo fuera de la pantalla. Nico bombeó más presión a su pistolón y liberó un buen chorro multicolor hacia el gigante en medio de la calle. La cámara casi no pudo captar la rapidez con la que el líquido se solidificó y serpenteó formando piezas de la más increíble armadura alrededor del ciclópeo cuerpo: guanteletes y botas azules, peto con una M roja incrustada, cinturón dorado y sobre la cabeza, un yelmo de ojos encendidos con corona en forma de V. Lucía como un titánico robot por los ángulos rectos de sus articulaciones.

-¿Ese no es...? ¿Cómo se llamaba? -preguntó emocionado el pequeño Alfre.

Me alegra que al menos reconozca a Voltus V. Al parecer, el camarógrafo había perdido toda su timidez. Grababa en pie con toda comodidad y sin recato. El gigantesco robot se había colocado a sus amigos sobre los hombros. Super Brian, el Ranger Rojo y el Blanco posaban listos para la batalla en lo alto. Entonces, Poli arrancó de raíz una palmera de su jardín y la sostuvo para que Nico pudiera pintarla. El tronco y las raíces se alisaron hasta formar la hoja de una enorme espada de acero y las ramas verdes fueron uniéndose para convertirse en una llamativa empuñadura rojísima en forma de M.

Lachi trató de sujetar a su amigo, pero Alfredo lo pegó al espaldar de la silla solo con una mirada telequinética. Estas esposas son una mierda. El tubo de luz fría parpadeó. A pesar de su corpulencia, Alfredo flotó unas pulgadas del suelo con los nudillos apretados como si empuñara algo invisible entre las esposas y, entonces, se unió al grito de batalla de los chicos de la calle Matanzas. La frase atronadora hizo temblar el cuarto de interrogación a pesar de que las palabras habían sido coreadas cuarenta años atrás cuando el Voltus Cinco se preparaba para atacar.

-¡¡¡ESPADA LÁSER!!!

Como el espadón no tenía filo en verdad, lo que hizo fue machacar el jeep cual bate de aluminio a una lata de Coca-Cola. Acto seguido, varios vehículos blindados doblaron por las esquinas de la calle y el autor del filme volvió a tirar pecho en tierra. Sin embargo, el gigante acorazado extendió sus brazos en bienvenida y Nico trazó una masiva V fulgurante que iba desde las manos hasta los pies ardiendo en el aire.  

En ese momento, Brian se apresuró a apagar la imagen, justo cuando los carros artillados rodearon al Voltus. Las voces de sus amigos aún reverberaban en alguna parte. El viejo Brian se restregó los ojos, tomó una bocanada de aire y encaró a los vándalos frente a él.

-Ahora, díganme quién es el que merece más likes.

El Lachi ya no estaba bajo el efecto de la telequinesis. Alfre aterrizó de nalgas a la silla y mantuvo los ojos fijos y acuosos en la pantalla negra del televisor. Ninguno habló.

-¿Vieron cómo era la cosa cuando yo tenía la edad de ustedes? Entonces, háganme el favor de dejar las payasadas y den gracias por lo que tienen ahora. Nosotros tuvimos que pasar mucho trabajo para que ustedes vengan ahora a malgastar los dones en estupideces. ¿Ustedes se creen que después de eso nos dejaron tranquilos? ¡Hombre, no! Nos inyectaron mosquitos hasta en el culo por esa gracia y después, ¡nada de podercitos y chispitas voladoras! A estos dos yo no los pude volver a sacar por mucho tiempo. No me dejaron ni una gota de energía.

Los tres Brianes hicieron una reverencia y chasquearon los dedos. Frente a sus ojos #2 y #3 se desvanecieron con un parpadeo. 

-Lázaro, tú atacaste a un policía esta noche. -El joven dejó de respirar. Las paredes se le venían encima. La voz de Brian sonaba diferente, calmada y amenazante-. Yo te podría enviar un lugar bien feo por mucho tiempo. Ahí sí vas a estar condenado a ser un delincuente toda tu vida o morir joven si tienes suerte. Te voy a dar la oportunidad que a mí nadie me dio. Piénsatelo bien porque la próxima vez va a ser peor que si te chuparan con un millón de chupacabras.

Alfredo miró a Brian con determinación, pero Lachi solo se quedó allí, torcido como en un plano diferente.

-Hagan lo que quieran, pero si quieren mejorar tienen que trabajar duro para encontrar inspiración. Esa es la clave. No hagan caso a los otros en las calles. Tienen que sacar el potencial que tienen dentro -les habló como un padre en voz baja, pero de repente gritó- Y estense quietos ahí hasta que pase el ciclón.

Bien hecho. Vamos a ver cómo les va. No es fácil salir de la calle. Solo Brian escuchaba las voces. Se levantó con esfuerzo y puso el control del TV en su bolsillo trasero. El viejo capitán salió de la habitación sin mirar atrás. Entonces, sintió la fuerza telequinética sacando el control remoto de su bolsillo. Sin darse por enterado cerró la puerta y sonrió al escuchar como recomenzaba la antigua grabación.

 

 

 

FIN

 

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