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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Sábado, 21 de diciembre de 2024

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Onirobionte (continuación)

Tras el paso de unas semanas confusas, la doctora le cuenta al paciente sobre un nuevo tipo de trasplante.

En laboratorios de distintas partes del mundo se hizo patente que había un organismo que podría ser un excelente candidato para la transferencia de sueños a los humanos.

-Uno de los sistemas oníricos más estables en el reino animal es el de los peces. A pesar de la contaminación del océano los peces siguen soñando sin ningún problema, contrario a nosotros, que no logramos transferir nuestros propios sueños -le explica ella.

Entonces, el paciente revisa sus notas, encuentra la página donde menciona a su compañero y el tema de los sueños y el mar.

-¿Peces, dice usted? -le pregunta el paciente a la doctora mientras le señala la hoja de la libreta.

Ella asiente y se acerca para leer.

-¡Ah, ya veo! -le dice ella-. Sí. Los sueños se originaron en el mar muy probablemente.

-Y eso, ¿cómo lo saben? ¿Cómo llegaron a saber eso?

-Bueno -dice la doctora-, el onirobionte tiene un genoma muy distinto al del ser humano por lo que es posible rastrear en qué animales ha estado. Así, se llegó al hallazgo de que el genoma de los sueños está presente en todos los animales con sistema nervioso. Sabe usted, los primeros animales en existir habitaban los mares.

-Entonces -interrumpe el paciente-, los primeros en soñar lo hicieron en el mar, ¿no?, como los peces.

-Así es.

-¿Por eso van a abrirle la cabeza a un pez? -le pregunta el paciente a la doctora.

-De hecho sí -dice ella-. Tiene que ver con eso. Aunque en realidad los animales con sistema nervioso más antiguo son las hidras, unos invertebrados. Pero son los peces los organismos cuyo sistema de sueño tiene más similitud con todos los vertebrados. No es ni muy sencillo ni tan complejo. Sino que está en un término medio, ideal para experimentar.

-¿En verdad? -exclama sorprendido el paciente.

-Sí -le dijo la doctora.

-Y sobre los sueños, tengo la duda, ¿cómo surgieron? ¿Fueron esas hidras que menciona usted las primeras en soñar?

-¿Las hidras? No. Ellas aparecieron mucho después de la primera criatura que soñaba. De hecho, en un inicio no existían criaturas con la capacidad del sueño.

-A ver si estoy entendiendo -interrumpe el paciente. ¿No existía el sueño? Entonces, si no podían soñar su cerebro se quemaba como el mío y se morían, ¿no?

-Algo así -le responde la doctora- Hace mil millones de años había dos tipos de criaturas. Las primeras tenían un cerebro que colapsaba por la sobrecarga de estímulos, así que no duraba más que un par de semanas, como si fuera una máquina que está encendida todo el tiempo y se quema. Justo lo que dijo sobre que el cerebro se quema. Por eso es importante el sueño. El cerebro se recupera cuando soñamos, la gente se siente descansada. No solo la gente, sino todos los animales que existen -dice ella.

-¿Qué hay de las segundas criaturas? -le pregunta el paciente- Usted mencionó que había dos tipos de criaturas, pero hasta ahora solamente ha mencionado a una.

-Sí, sí, eran dos criaturas. Las segundas eran los onirobiontes. Eran devorados por los primeros animales y se defendían de ellos intoxicando su cerebro al generar estímulos irreales en todas sus neuronas, creando algo similar a una alucinación que los adormece.

-¿Alucinaciones? Eso suena como a una droga. -le dice el paciente, anotando en su libreta lo que acaba de escuchar.

-Se parece mucho el mecanismo del sueño a la intoxicación por drogas, sí, definitivamente. Hay una sustancia, el DMT, que se produce durante los sueños y también por sí misma el DMT es una droga muy potente.

-Esa cosa, ¿esa cosa lo produce el onirobionte? ¿Entonces no se podría usar esa sustancia, el DMT para curar la enfermedad? Simplemente me inyectan DMT y listo, vuelvo a soñar.

-Ya lo hemos intentado y no funciona. Lo hicimos en peces, en ratas, en hidras, en gusanos, en pájaros y en personas. Nada de nada -le contesta la doctora-. Los sueños son un proceso muy difícil de replicar, no es solo una sustancia y ya. Son muchas, pero muchas cosas que no hemos logrado entender del todo. Para soñar se requiere obligadamente un onirobionte.

-Me estaba contando sobre esas criaturas, los onirobiontes y cómo intoxicaban el cerebro de sus depredadores. ¿Así se originaron los sueños? ¿Por eso esas cosas viven dentro de los cerebros de los animales?

-Básicamente sí -le responde la doctora-. Los depredadores que en un inicio se comían al onirobionte se volvieron dependientes de las alucinaciones sensoriales que producían y se entabló una relación simbiótica.

-Dice usted que se volvieron dependientes, es decir, que se volvieron adictos a los efectos de las toxinas del onirobionte. Es como el chile, que se defiende de ser comido, pero a los humanos nos gusta su sabor y nos hemos vuelto aficionados a comerlo.

-Sí, sí, algo así, algo así -contesta la doctora, emitiendo una leve sonrisa por la mención del chile y cómo a pesar de defenderse con su sabor picoso es devorado por los humanos.

-Entonces. A ver, si lo he comprendido, descendemos de unos animales que hace millones de años se volvieron adictos a los sueños, ¿no? ¿Se podría decir que eran adictos o es una palabra muy grave?

-Dependientes es la palabra adecuada -contesta la doctora, seria-. El sueño no es una adicción, sino una necesidad vital, como respirar. ¿Se imagina que no pudiera respirar? Lo mismo con soñar. Es un proceso fundamental. Bueno, como le decía, cuando el onirobionte se integró en el sistema nervioso los animales empezaron a soñar y su cerebro encontró la forma de descansar, restaurarse, hacerse más complejo, más grande, captar mayor información sin desestabilizarse y evolucionar hasta el sistema nervioso de las especies modernas.

-Eso es como un parásito, ¿no? Esa cosa vive dentro de uno.

-Más bien es un simbionte. No un parásito. Los parásitos se alimentan de su huésped hasta matarlo. Pero el onirobionte no. Al evolucionar dentro del cerebro de los animales el onirobionte ya no tenía que exponerse a la intemperie ni buscar comida ni ser presa fácil de los depredadores. Esta criatura le daba a los animales el don de los sueños y el descanso. Como resultado se formó una relación benéfica entre ambos en donde las dos especies involucradas dependen una de otra; si alguna desaparece, la otra muere.

-Es lo que me está pasando. No poder soñar, no tener al onirobionte, mata... -dice el paciente.

La doctora asiente, mientras lo ve escribir en la libreta y hacer dibujos de peces y unos garabatos parecidos a telarañas que, según pudo deducir, se trataba de un burdo intento por dibujar a un onirobionte siendo engullido por un pez prehistórico.

-Sin el onirobionte no podemos soñar, ¿no? -dice el paciente- Y sin el sueño nuestro cerebro se quema, colapsa y morimos...

-Veo que ha captado muy bien la idea -dice la doctora, felicitándolo por haber recordado la conversación.

-Sin el onirobionte los animales se mueren. Su cerebro se destruye -murmura para sí.

Luego escribe esas palabras en la libreta.

-Doctora, ¿todos los animales sueñan? -le pregunta el paciente.

-Así es -le responde la doctora, a pesar de que hace unos instantes le acababa de decir que todos los animales sueñan-. Todos los animales lo hacen, desde las hidras, pasando por las moscas, cucarachas, libélulas, reptiles hasta los humanos.

Sobre la libreta el paciente escribe:


            TODOS LOS ANIMALES SUEÑAN.

 

-¿Con qué sueñan los animales, doctora? -le pregunta el paciente.

-Se sabe por ejemplo, que los gatos sueñan que cazan, las aves sueñan que cantan y los peces sueñan que nadan. Todo eso se sabe al estudiar las ondas cerebrales de todas esas criaturas. Los humanos, sueñan con que van al trabajo, que ven una película, que salen a caminar, que ven a alguien, o incluso que están en el baño. Otros sueños son más fantasiosos.

El paciente mientras anota lo que le dice la doctora logra comprender que todas las criaturas sueñan con sus vidas, con situaciones que podrían ocurrir en la vigilia.

-Los onirobiontes, además de evitar el colapso de la mente por medio de los sueños, entrenan a sus huéspedes para la vida. Así ha sido durante miles de millones de años. Los sueños son como un simulador de la realidad -le dice la doctora.

-¿Un simulador?

-Sí, un simulador. Si no fuera por el onirobionte y por los sueños que produce en el cerebro de los animales, me temo que la evolución hubiera tomado caminos muy distintos. Quizás no existiríamos -le dice la doctora.

El paciente escucha, anota y se queda en silencio leyendo todas las notas que ha escrito.

 

            ¿PODRÉ VOLVER A SOÑAR?, escribe, mientras dibuja un pequeño pez revoloteando entre esa pregunta. 

Se queda como hipnotizado al ver el dibujo de un pez. Ve sus escamas, aletas, ojos y burbujas saliendo de sus bocas.

Escribe en letras grandes:

 

SOÑAR LO QUE SUEÑA UN PEZ.

SOÑAR CON EL OCÉANO.

 

Después, su mirada se pierde y en su mente se forma un omnipresente blanco.

Ausente, otra vez.

Después de ese lapso, recobra su concentración y su mirada se dirige al cuaderno. Lee lo que acaba de anotar y lo repasa.

-Que no se me olvide, que no se me olvide, que no se me olvide... -dice en trance, en voz baja.

-¿Sabe algo? -le interrumpe la doctora-. Hay algo que podría serle de ayuda durante su estancia aquí.

La doctora lo escucha y lo observa con atención. Se levanta de su asiento y va a uno de los libreros que hay dentro de su oficina y toma dos libros y se los da al paciente.

Él los recibe y los mira perplejo.

En uno distingue en su portada a un cardumen de peces.

Lee el título lentamente:

 

            PECES DEL MUNDO

 

Abre el volumen y encuentra en sus páginas un sinnúmero de fotografías de peces de muchas variedades.

El paciente se siente emocionado, toma una página tras otra y las ojea rápidamente, mirando con atención cada pez que se encuentra.

-¡Es un libro de peces! ¡Peces! ¡Me gustan mucho los peces!

Mira también el otro libro.

-Ese otro es sobre lo que se sabe de los sueños. Ahí se habla de una forma más sencilla sobre el onirobionte -le dice la doctora.

Al abrir ese libro también encontró peces rodeados de una extraña aurora azul, como un espectro fantasmal rodeando su cabeza.

-¡Aquí también hay peces, doctora! ¡Hay más peces! -le dice, gritando eufórico.

-Me imaginé que le gustaría hojearlos para cuando tenga alguna duda. Está bien anotar en la libreta, pero a veces uno no entiende su propia letra y estos libros tienen unas ilustraciones que seguro le gustarán. Así cuando tenga sus lapsos de ausencia podrá mirar a los peces.

-¿Cómo dice?, ¿me está dando estos libros para que me los quede en la cama de la sala?

-Sí, sí -le responde la doctora-. Son para usted. No solo para su estancia aquí, sino para que se los quede. Son un regalo de mi parte.

-¿En serio, doctora? ¡Peces! ¡Un libro con peces! ¡Muchos peces, doctora, aquí hay muchos peces! -le dijo, emocionado.

Por un momento, entre aquella estancia tan lúgubre, el paciente pudo olvidar por un momento el fantasma de su enfermedad.

-No lo agradezca, por favor -dice ella-. Por todo lo que usted pasa algo como esto le hará bien -añadió la doctora-. También estaba pensando en una excursión que a usted seguro le hará mucho bien.

-¿Una excursión? -le contesta el paciente. Se nota ansioso y a la vez emocionado. Muchas cosas han pasado en poco tiempo, así que la idea de una excursión le parece algo intrigante-. ¿Una excursión de qué?

-A usted le gustan los peces y mirarlos realmente es algo relajante. Así que he planeado una visita al acuario de la ciudad, antes de que sea la operación y todos los procesos que le siguen. Visitar el acuario, creo, será beneficioso.

El paciente no responde. Se muestra incrédulo por la declaración de la doctora.

-¡¿Acuario?! -contesta el paciente, emocionado-. Significa que veré peces... ¡voy a ver peces!

 

 

 

 

 

Está recostado en su cama. Alrededor todo sigue siendo igual de monótono. Los médicos traen sus instrumentales y las enfermeras hacen las revisiones diarias de todos los pacientes. 

-Amigo -dice la voz de su compañero desde el otro lado de la cama.

Él vuelve a las notas de semanas atrás para recordar que aquel sujeto es compañero suyo y que han tenido varias conversaciones.

Se da cuenta de que su compañero también tiene una libreta como la de él, en donde ha anotado varias cosas.

-Nos conocemos, ¿no es así? -le dice su compañero a él-. Por lo que veo en mis notas ya ha pasado algo de tiempo desde que nos conocimos. Creo que mi memoria empieza a fallar más y más -le dice su compañero, mientras lee la libreta.

-Sí -contesta él-. Nos conocemos desde hace tiempo.

En ese momento, el paciente toma los esbozos de la conversación que tuvo con la doctora donde le explicó el origen de los sueños y el mar.

Él le comenta eso a su compañero y este responde con sorpresa, pues ha olvidado de nuevo preguntarle a su doctor la historia de los sueños.

-¡Siempre olvido preguntarle! -le dice su compañero-. Él no es como su doctora que me permite anotar las cosas con tranquilidad. Simplemente me sermonea con las cosas médicas y no me da tiempo de anotar todo lo que dice. Y encima cuando quiero buscar en mis notas él me sale con otra pregunta y olvido lo que estaba buscando -le explica su compañero.

-Bueno, ya no tendrá que buscar en sus memorias cuando venga su doctor, la mía me ha contado la historia completa del origen de los sueños y ¡además me dio esto! -le dice a su compañero mostrándole los libros que le dio la doctora.

-¡Vaya, pero si son dos libros muy bonitos! ¡Ese de ahí tiene un cardumen muy bonito y el otro un pez con una cosa como no sé! ¿Qué es eso?

-Ese es un pez y su onirobionte. La doctora me dio este libro porque habla de la historia de los sueños y el onirobionte. Ya no tengo que anotarlo todo. Ahora puedo abrir el libro y como tiene imágenes de peces me hace sentir bien y de paso aprendo sobre los sueños en sus muy lejanos inicios.

-Me gustaría oír su origen, si le soy sincero. Pienso que nunca me acordaré de preguntarle a mi doctor -dice, riendo.

Así, el paciente le contó a su compañero la historia de los sueños y el mar. Leía las palabras del libro de la historia de los sueños y sobre el onirobionte y su compañero, entusiasmado por la información, empezó a anotar también en su libreta las principales ideas claves del relato...

-No, no. Deja de anotar -le dice el paciente a su compañero-. Toma el libro -le dice.

-Pero, es tu libro, ¿y si se me olvida regresarlo?

-Anotas que te lo he dado. Y además quiero que sea nuestro libro. De los dos. Así podremos leer sobre el onirobionte cuando queramos.

-¿Compartir el libro?

-Sí, ¿por qué no? Cuando leas el de los sueños yo leeré el de los peces y cuando tú leas el de los peces yo tendré el de los sueños. Aparte, ¿no te parece aburrido todo esto? Camas, sábanas, medicinas, sedantes. Un poco de color y de mar, aunque sea impreso, no hará mal.

-¡Vaya, en verdad que es una buena idea! -le dice su compañero.

El paciente le acerca el libro a su compañero.

-Ahora te toca continuar a ti.

Entonces su compañero continuó con la lectura sobre los sueños y su origen hace miles de millones de años en el mar prehistórico.

-¡Es una historia increíble! -dice él-. Ahora que lo tengo aquí en el libro no lo olvidaremos nunca -agrega-. Espero puedan dar con la cura de esto -le dice.

-Por eso quieren hacerlo ahora con peces -le dice el paciente a su compañero-como el que está en la portada. Esa cosa azul que parece como una aurora brillante, es el onirobionte de los peces viviendo en su cerebro. Esa cosa de los peces la quieren pasar a los humanos.

-¿De los peces? ¡Ah, ya entiendo! Como los peces son del mar y hay peces desde el inicio de los tiempos deben ser los animales que más años han convivido con las criaturas de los sueños -reflexiona su compañero-. Tiene bastante sentido. Lo único malo, para mí, es que a los pobres peces les van a quitar la capacidad de soñar y van a estar tan locos como usted y yo -agrega-. Ciertamente es algo desolador. Quitarle los sueños a los peces para darlos a la humanidad. Ahora yo me pregunto, ¿quién le dará de vuelta los sueños a los peces?

Los dos asintieron en silencio, mientras anotaban las respuestas de su conversación en las libretas.

-¿Cree usted que resulte este tratamiento, que los peces sean nuestra salvación? -le pregunta a su compañero.

-Eso  nadie lo sabe -le dice su compañero-. Ya ve lo de las ratas. Funcionaba, eso sí, en ratas, pero en humanos no. Ahora esto, es cosa de suerte creo yo.

-Será algo que sabremos en breve, cuando sea nuestro turno -le dice él a su compañero.

-Espero que funcione. De lo contrario voy a tener que usar otra libreta, la mía ya se está llenando. Imagine usted, usar dos libretas para recordar lo que hablamos hace un par de días; capaz que me equivoco de libreta y lo olvido a usted y a todas las cosas, o peor, ¡quizás se me olvide que tengo más libretas! -le dice su compañero, riendo.

-Me olvidé de comentarte algo -interrumpe el paciente, entre risas.

-¿Que se le ha olvidado decirme algo? Vaya, eso aquí ya no es ninguna sorpresa la verdad -responde, burlón.

El paciente tenía su vista en una de sus páginas, del día en que habló con la doctora y le dio los libros de los peces.

-Mi doctora ha organizado una visita al acuario -le dice el paciente a su compañero.

-¡Al acuario! -exclama su compañero -. Eso sí que es una buena noticia. ¿Quién irá? ¿Usted solo?

-Eso no lo había pensado. Imagino que los pacientes que están inconscientes, por claras razones, no podrán trasladarse -le responde.

-Quiero imaginar también. Será cosa de esperar a que llegue el día y ver qué ocurre -le dice su compañero.

-Llevaré mi libreta, me gustaría dibujar algunas de las criaturas que hay en ese lugar -le dice el paciente.

-Yo hace mucho que no voy a un acuario. Bueno, decir eso es ambiguo, pero sé lo que es un acuario y lo que alberga. Pero sé que no he ido en mucho tiempo. No sé cuándo fue la última vez. Lo he olvidado -se ríe-. Pero sin duda es uno de esos sitios que me gustaría visitar antes de que mi mente se convierta en un pedazo de carne carbonizado.

-A mi también -le responde el paciente a su compañero-. Yo tampoco recuerdo cuándo fue la última vez que fui a un acuario.

-Bueno -le dice su compañero-, pues ya podrá escribirlo en la libreta y no olvidarlo ¡Sobre todo los dibujos!

 

 

 

 

De entre todas las criaturas que hay nadando en las enormes peceras del acuario, los tiburones gato son lo que más le han llamado la atención. Nadan tranquilos, mientras su cuerpo oscila y la luz que atravesaba la densidad del agua es reflejada en sus escamas y se deforma con un resplandor similar al metal. Los tiburones gato se dividen en varios grupos. Unos de ellos se dedican a nadar por lo largo de la pecera y otros se encuentran descansando en el suelo junto a otras pequeñas criaturas que flotan junto a las partículas de arena marina. El gran vidrio permite a todos los visitantes observar a las criaturas con el mayor de los detalles. Es como estar en el mar y al mismo tiempo no estar.

La visita ha durado varias horas y junto a él están la doctora, acompañada de varias enfermeras,  un pequeño grupo de pacientes cuyas mentes no se habían vuelto una tabla en blanco y sus familiares. La visita ha sido algo así como un día de convivencia, idea para despejar la mente y meterse en otros ambientes. 

Mientras tanto, él escribe todo lo que puede, mientras el guía le indica las características y particularidades de cada especie marina.

Conoce al ajolote y su manía por comerse a sus hijos. También ve algunas anémonas de mar encerradas en una pequeña vitrina con agua salina; su forma es de pólipo y recuerda a un pasto multicolor y se sorprende que esa criatura en apariencia tan sencilla posea un fuerte veneno. En otra sala hay una pareja de morenas, enormes, mostrando sus afilados dientes mientras descansan en un improvisado ambiente con rocas y algas que recuerda a su hábitat en las profundidades de los arrecifes. Ve también unos pequeños peces cebra que brillan gracias a una modificación genética que las hace resplandecer como focos. Otras de las criaturas que ha conocido en el recorrido es un grupo de esponjas marinas. Inmóviles, coloridas, algunas de formas ameboides y otras parecidas a los tubos de un órgano musical. Hasta ese momento él había asumido que aquello era una planta o simplemente un mineral, pero su sorpresa es  grande cuando el guía les explica a todos que las esponjas son animales como él y como los peces.

-Son de los animales más antiguos de todo el mundo -dice el guía.

En ese momento el paciente se acerca a la doctora y susurrando le pregunta:

-¿Las esponjas también sueñan?

-Creo que no -le responde- Dudo mucho que sueñen. No poseen cerebro ni nervios; nada de sistema nervioso.

Entonces el paciente, dominado bajo un trance, se ve a sí mismo sobre el reflejo de la pecera donde se están  las esponjas. Se siente como ellas, sin poder soñar. Por un momento la idea de ser una esponja le parece extraña y hasta cierto punto aterradora.

-¿Tienen órganos, como nosotros? -le vuelve a preguntar-. ¿Pueden trasplantar sus órganos?

El guía se acerca al paciente y la doctora, ya que escuchó la pregunta y le ha parecido intrigante.

-Interesante -dice el guía- realmente interesante. Aunque son animales, las esponjas no tienen tejidos ni órganos. Pero hay algo en ellas que recuerda mucho al trasplante de órganos.

El paciente escucha y anota; a veces la sensación de irrealidad se hace presente y lo hace perder el hilo de las cosas que dice el guía. Los objetos alrededor suyo se difuminan y los sonidos se convierten en ruidos distorsionados. Sin embargo, como si de una especie de oleaje, las malas aguas paran y al terminar ese trance, mira su cuaderno y se da cuenta de que ha anotado algunas ideas:

 

            SI SE JUNTAN DOS ESPONJAS DIFERENTES, SE MATAN ENTRE SÍ. PASA LO MISMO CON EL RECHAZO DE LOS ÓRGANOS.

 

El paciente lee en voz alta esas palabras. El guía nuevamente escucha lo que dice.

-¡Sí, así es! -dice-. Por eso se piensa que el sistema inmune y las esponjas en realidad tienen mucho en común. ¿No es curioso?

-Aquí escribí que... se aniquilan entre sí cuando son diferentes... ¿no? -pregunta el paciente, tartamudeando.

-Como todo un cataclismo -le responde el guía.

El paciente se queda callado. La doctora nota esto y tras preguntarle qué le pasa él le dice que tiene miedo que le suceda algo similar a cuando dos esponjas diferentes se juntan..

-¿Eso? -pregunta la doctora.

-¡Sí! ¡Justo eso! ¡Como las esponjas! ¡Si mi cerebro rechaza el onirobionte entre los dos se destruirán! -le confiesa, sollozando.

La doctora trata de calmarlo.

Él ya no recuerda los siguientes minutos ni lo que le dice. No lo anota y por lo tanto le es imposible saber la sucesión de hechos.

Lo que recuerda es que después de eso está sentado en la última parada, frente al gran tanque de los tiburones gato.

Su mirada está fija ante estos animales.

El tiempo ahí es como si no existiese.

Mirar a los grandes peces recorrer el agua, en silencio, se convierte por un momento en toda la existencia.

Ve a través del cristal y sobre este también puede verse reflejado.

Él piensa en el cuerpo de esos animales, tratando de imaginar cómo sería ver a través de sus ojos, respirar por sus branquias y sentir la temperatura del agua rodeando todo su cuerpo.

También se pregunta si los tiburones gato de hasta abajo, los que descansan, no estarán soñando.

¿Sería de estos peces donde sacarían el próximo onirobionte?

La doctora, a unos metros, vigila a los pacientes en conjunto con las enfermeras. El murmullo de los familiares al hablar le parece un ruido blanco y por momentos ella se siente tranquila; no ha ocurrido ningún incidente del cual preocuparte.

Mientras tanto, ella mira al paciente. Ve cómo él se acerca al cristal del enorme tanque para tocarlo y ver desde todas las perspectivas a los tiburones gato.

Ella se acerca a la libreta de él, en uno de los asientos y puede ver, al estar abierta, algunos de los dibujos de los peces que ha hecho. Hay unos que se parecen mucho a lo que está viendo.

Tiburones gato por toda la hoja y él entre ellos, nadando.

De alguna forma ocurría eso.

Él a escasos centímetros del agua, solo por la división de un enorme cristal, y del otro lado un hábitat donde los sueños todavía existen.    

 

 

 

 

A primera hora el paciente es llevado de nuevo a la sala de operaciones.

La anestesia entra en su cuerpo, la máscara de respiración se posa sobre su boca y nariz, la luz del quirófano aluza su cara y ojos; lo observan las máscaras y los lentes de los neurocirujanos; los guantes sostienen los bisturís, el taladro emite su maquinal sonido y su broca gira veloz en dirección a su cabeza.

Él no puede verlo, pero del otro lado de la habitación, contenido en un tanque con un líquido espeso y viscoso, se encuentra el onirobionte. Los médicos trasladan con cuidado el tanque y su intenso resplandor celeste cuyo núcleo es una criatura, o más bien, una entidad informe suspendida en el líquido. Quien la viera podría pensar que aquello se trata de un manto de energía o quizás el aliento de una nebulosa contenido en la pecera.

Mientras tanto, en el quirófano la vista del paciente se apaga y sus oídos se van quedando sordos.

Deja de sentir su cuerpo y se percibe suspendido en ninguna parte.

Luego una oscuridad silenciosa surge sigilosa hasta engullirlo.

Tras la penumbra surge un tímido punto de luz que va expandiéndose poco a poco hasta inundarlo todo de claridad.

Reconoce que esa luz no es la del quirófano.

Siente que algo lo envuelve y que flota.

¿Sobre qué flota?

Mira hacia arriba y distingue la luz del sol deformada por el cristal del agua y las olas.

Hay un profundo azul, una atmósfera completamente líquida y densa, el atronador ruido de las corrientes oceánicas entrechocando unas tras otras y arrastrando su cuerpo junto a la marea.

Ve pasar a los cardúmenes de peces plateados nadando frente a él y las algas balanceándose tranquilamente en todas direcciones.

Está en el océano y su vista es la de un pez.

Por primera vez, después de tanto tiempo con aquella enfermedad, ha vuelto a soñar. 

 

 

a Mario Bellatin 

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