28 segundos: es el tiempo que me resta antes de la inminente colisión. Supone una ironía del destino ser el primer explorador espacial en haber localizado un planeta habitable, y que dicho descubrimiento sea la consecuencia de un error, el mismo que en breves instantes me destruirá. Me debato entre la satisfacción de ser un pionero que ha logrado lo que a las grandes expediciones le fue negado, y la tristeza de que no podré disfrutar del triunfo.
Sí, me he saltado las rígidas instrucciones de la Comisión Interestelar, adentrándome en un sector considerado inhabitable, y he manipulado, fatalmente, el sistema de navegación, pero he franqueado los límites del conocimiento, encontrando un potencial nuevo hogar en Lalande 21185, descartado por nuestros expertos. He demostrado que las antiguas predicciones probabilísticas son erróneas, y que las condiciones de habitabilidad son más amplias de lo que creíamos posible. Estoy sorprendido de comprobar cómo, en un sistema aparentemente hostil, las leyes naturales han permitido la creación de un oasis que puede ser la salvación de nuestra especie, un hogar en el que empezar de nuevo y corregir los errores del pasado. Los restos de mi nave, que algún día serán descubiertos, constituirán un monumento a la tenacidad de nuestra especie.
26 segundos: he estabilizado la trayectoria para que la colisión no destruya del todo la nave, y los módulos de memoria puedan ser recuperados en su momento.
24 segundos: es hora de transmitir las coordenadas a la Flota, y despedirme con dignidad.
22 segundos: Mis constructores estarán orgullosos de mí...