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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Miércoles, 18 de diciembre de 2024

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Chakala

Chakala se encontraba parada en un extremo de la plataforma de la ciudad flotante NeoHabana. El viento marino ondeaba su largo cabello rubio. Su mirada se perdía en la inmensidad de las aguas oscuras, que se agitaban tumultuosas bajo el campo antigravedad que mantenía levitando la urbe. 

La noche envolvía el lugar en su manto oscuro y silencioso, apenas disperso por la tenue luz de la luna que se filtraba entre las nubes. La bruma se extendía a su alrededor, difuminando los contornos, y sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, buscaban traspasar la niebla que limitaba su campo de visión.

Hacía semanas que no se sumergía. Los rumores de un nuevo monstruo submarino conocido como El Magüi, tenían a todos los raqueros en alerta. No era la primera vez que las autoridades, en un intento por detener el contrabando, soltaran en las aguas aledañas sus engendros transgénicos creados en laboratorio. Desde monstruosas clareas mutantes hasta manatíes devora-hombres.

El Magüi, inspirado en una antigua leyenda aborigen cubana, se había convertido en la nueva pesadilla de turno de los buscadores de tesoros en el Archipiélago Hundido. Algunos decían haberlo divisado entre las olas, nadando en la bruma, con sus ojos brillantes de leviatán. Chakala nunca lo había visto, pero el solo pensamiento de enfrentarse a semejante criatura era suficiente para hacerle dudar.

Sin embargo, las circunstancias la obligaban a superar sus miedos. Un hombre de mirada apremiante le había encomendado una misión, urgente y lucrativa. Debía recuperar un objeto de las profundidades del Archipiélago Hundido y llevarlo a Próxima Centauri, sin importar los peligros que pudieran acechar bajo las aguas.

Chakala no podía permitirse rechazar la oferta, incluso si eso significaba enfrentarse al Magüi. El dinero era su principal motivación, pero también sentía la necesidad de desafiar sus propios límites.

Se preparó para sumergirse una vez más en las aguas turbulentas. NeoHabana levitaba sobre las aguas gracias a un campo antigravedad. Descender sin resultar atraído de vuelta era un asunto complicado...

...para alguien que no fuera un raquero. Dicho campo tenía una influencia constante sobre los objetos dentro de la ciudad, y resultaba difícil escapar de su efecto. Sin embargo, los raqueros habían desarrollado trajes especiales que generaban un campo de protección individual para aislar al usuario de su influencia.

Chakala revisó su traje por última vez. Ajustó las correas del tanque de oxígeno y tomó el arpón con destreza, sintiendo su peso familiar en sus manos callosas. Con un ágil salto propio de una clavadista experimentada, se lanzó desde el borde de la plataforma, a varios kilómetros de altura, y se sumergió en las aguas turbias, que pronto la envolvieron en su frío abrazo.

 El campo antigravedad se desvaneció en un arcoíris luminoso por encima de ella, dejando solo la inmensidad del océano extendiéndose a su alrededor. Con cada movimiento, se adentraba más y más en las profundidades.

Finalmente, divisó los restos arquitectónicos del Archipiélago Hundido, y de la urbe que fuera la capital de Cuba tres siglos atrás. Recordaba las historias de sus antepasados sobre La Habana, una ciudad bulliciosa, llena de vida y color bajo el intenso sol del trópico y el cielo azul.

Pero ahora, lo que quedaba de aquella grandiosa urbe era solo un fantasma sumergido en las aguas turbias del Caribe. Los eventos climatológicos y el inexorable avance del tiempo habían hecho que La Habana quedara a merced de las aguas, compartiendo el destino de otras tantas  islas caribeñas, que habían sucumbido ante la furia de la naturaleza.

A medida que se adentraba en las profundidades, Chakala podía ver los restos de edificios, calles y monumentos que yacían sepultados bajo toneladas de agua. La raquera sabía que entre los escombros y ruinas de la Ciudad Hundida aún podía encontrar artefactos perdidos y tesoros enterrados de gran valor.

Chakala se desplazó en horizontal a través del agua turbia. Avanzaba por las calles inundadas, con las luces de su traje iluminando el camino a través de las ruinas. Los restos de edificios se erguían como fantasmas entre las algas y los peces que nadaban a su alrededor. Chakala se movía con cautela, sorteando obstáculos a medida que avanzaba.

Finalmente, llegó al Capitolio, el edificio más grande. Aunque había sido dañado por el paso del tiempo y la acción del mar, aún conservaba algo de su esplendor original. Chakala se acercó evitando los restos de columnas y arcos que se habían derrumbado. Entró en el edificio a través de una ventana rota, y se encontró en una gran sala. El agua estaba turbia, pero Chakala podía ver las ruinas de la sala de audiencias y la tribuna del presidente. Se movió hacia adelante, explorando cada habitación y pasillo hasta llegar a un corredor.

Se adentró en un gran salón de paredes de titanio y cerámica. En el centro, empotrada en una estructura con forma de arco, había una caja fuerte metálica, que Chakala abrió utilizando una de sus ganzúas, para revelar un objeto pequeño hecho de un material desconocido. Era el cilindro de datos criptográficos que quería el hacker de Próxima Centauri.

Justo cuando se disponía a sacarlo de la caja fuerte, escuchó un ruido detrás de ella. Se dio vuelta para divisar una silueta gigantesca que se acercaba. Era El Magüi: una descomunal serpiente acuática con cueros negros. Tan grande como un barco, con ojos brillantes llenos de malicia.

La raquera sintió un miedo visceral mientras la criatura avanzaba hacia ella, agitando su cabeza de cuernos ondulados. Debía actuar rápido si quería sobrevivir. Chakala estaba armada con su arpón, así que se preparó para enfrentar al monstruo, con el corazón latiendo con fuerza contra su pecho.

-¡Vamos! -gritó Chakala mientras avanzaba hacia El Magüi con el arma en mano.

El leviatán respondió abriendo las fauces para lanzar su rugido: una serie de ondas infrasónicas que hicieron vibrar el cuerpo de la raquera. Chakala lanzó el arpón hacia El Magüi, que ya nadaba hacia ella hecho una furia, pero el monstruo lo esquivó con facilidad.

Mientras El Magüi atacaba con sus cuernos ondulados, Chakala se movía a izquierda y derecha, evitando los golpes y las enormes fauces, hasta que logró recuperar el arma, que se había incrustado en un arrecife unos metros más abajo.  El Magüi estaba cerca. Chakala nadó impulsándose hacia atrás y lanzó el arpón con todas sus fuerzas, golpeando el cuerpo negro del monstruo justo cuando estaba a punto de darle un golpe.

El Magüi rugió de dolor lanzando un torrente de ondas infrasónicas, que desestabilizaron por un instante a la cazatesoros, y se abalanzó con mayor furia contra ella. Chakala tenía que seguir adelante y sacar el cilindro de datos criptográficos antes de que fuera demasiado tarde. Mientras El Magüi nadaba hacia ella, Chakala accionó sus propulsores acuáticos y salió despedida hacia delante a gran velocidad. El Magüi se lanzó tras ella, con su cuerpo gigantesco cortando el agua. Chakala tenía que dejarlo atrás, y pronto.

De repente, vio la oportunidad perfecta.

Un recodo entre las ruinas de un edificio derrumbado conectaba con el otro extremo del Capitolio. Chakala accionó sus propulsores para acelerarse aún más, y se dirigió hacia el pasadizo estrecho. El Magüi estaba a poca distancia detrás de ella, y cuando parecía que finalmente iba a atraparla... al introducirse en el recodo, su enorme corpachón se quedó trabado entre ambas estructuras.

El monstruo rugió mientras golpeaba las paredes del pasadizo con sus cuernos, tratando de escapar. Pero era inútil: estaba atrapado. Chakala sonrió satisfecha: ahora podía sacar el cilindro de datos criptográficos sin preocupaciones.

Este era un objeto  metálico-brillante con una capa de seguridad que lo rodeaba, diseñada para proteger el contenido del cilindro de ser accedido por cualquier persona o entidad que no tuviera la clave correcta. Su superficie estaba cubierta de pequeños engranajes y hélices que se movían al ser manipulado, lo que hacía que el cilindro pareciera vivo. Los engranajes y hélices emitían un sonido suave y constante, como si estuvieran transmitiendo una comunicación codificada.

En su interior, había un disco circular transparente que contenía una gran cantidad de datos criptográficos. El disco estaba dividido en diferentes secciones, cada una de las cuales contenía información codificada con algoritmos avanzados de criptografía. La información incluía códigos de acceso a sistemas del antiguo gobierno de La Habana, contraseñas de alta seguridad y archivos confidenciales. El cilindro también tenía un sistema de autenticación avanzado que requería una clave secreta para acceder a sus contenidos.

Chakala no sabía para qué lo iba a utilizar el hacker criollo que la había contratado. Pero de lo que sí estaba segura era que, con el dinero de la recompensa obtenido, sus días de arriesgarse en las oscuras aguas del Mar Caribe estaban por terminar.

Se dirigió hacia el objeto, desprendiéndolo de la estructura con un certero arponazo, lo agarró y lo sostuvo en alto. Mientras lo llevaba hacia afuera escuchó los rugidos furiosos del Magüi detrás de ella. Era consciente de que no podría mantenerlo atrapado por mucho tiempo. Entonces activó sus propulsores acuáticos y comenzó a ascender.

Un rato después, Chakala podía ver el cielo estrellado sobre su cabeza y el mar abierto. Se dirigió hacia la nave espacial que la aguardaba en la orilla y subió a bordo con el cilindro en mano. Estaba lista para escapar.

Divisó al Magüi a través de los amplios ventanales de cristal del vehículo, mientras se encendían los motores. Había escapado del pasadizo y ahora nadaba en pos de la nave, dando saltos y volteretas fuera del agua. Era demasiado tarde.

-¡Adiós, Magüi! -gritó entonces la cazatesoros con una sonrisa, para perderse entre las nubes, rumbo al espacio exterior.

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