El pasado mes de noviembre se celebró en la Universidad Complutense el I Encuentro de Ciencia Ficción de la Facultad de Informática,[1] durante el cual se proyectó, antes de dar lugar a un interesante y edificante debate, la emblemática película Soylent Green (1973) dirigida por Richard Fleischer, y basada en la novela Make Room! Make Room! de Harry Harrison, publicada en 1966. Ambientada en un futuro distópico del año 2022, la historia presenta un mundo devastado por la sobrepoblación, la escasez de recursos y la contaminación ambiental, vehículo que se emplea para alertar sobre los peligros de la degradación ecológica, la explotación de los recursos naturales y la desesperación humana. En la película, una Tierra superpoblada se encuentra en un estado de deterioro irreversible, con una grave escasez de alimentos, lo que ha llevado a la creación de una serie de productos alimenticios fabricados a partir de recursos artificiales y procesados. Uno de estos productos, el llamado "Soylent Green", se presenta como una novedosa fuente nutricional para la población empobrecida. El monopolio alimenticio, controlado por una opaca corporación llamada Soylent, produce diferentes tipos de galletas de soja, mientras que el "Soylent Green", una versión más codiciada y exótica, se postula que está fabricado a partir de mariscos y algas marinas. A raíz del asesinato de un ejecutivo de la corporación, el protagonista, el detective Frank Thorn (interpretado por Charlton Heston) va deshaciendo una compleja madeja que revela la aterradora verdad detrás de la composición del Soylent Green, que resulta estar fabricado a partir de restos humanos. La película es una crítica mordaz sobre la explotación y la deshumanización en tiempos de crisis. A falta de unos recursos suficientes, los monopolios financieros e industriales recurren a soluciones drásticas y moralmente rechazables para mantener el control de la sociedad, mientras las élites siguen disfrutando de sus privilegios (largamente auto-otorgados).
La película aborda temas profundamente relevantes y preocupantes para su época (y la actualidad). La atmósfera está completamente deteriorada debido a la contaminación, el acceso al agua potable es limitado y las grandes ciudades están atestadas de gente. Este panorama refleja una visión (¿exagerada?) de los problemas reales que comenzaban a denunciarse en los años 70, como el aumento incontrolado de la población mundial, el desarrollo insalubre de los centros urbanos, el agotamiento de los recursos naturales y el daño al medio ambiente causado por grandes corporaciones industriales y los gobiernos cómplices.
Cabe reseñar las profundas diferencias entre la novela y el guion de la película, no sólo en lo que se refiere al contenido, sino a la intencionalidad de los autores. Mientras la obra original se centra en la deprimente falta de recursos y una población mundial sobredimensionada, problemas reales que empezaban a preocupar geopolíticamente,[2] la película introduce como elemento original la antropofagia industrializada como medida (económica) para alimentar a las clases bajas de la sociedad.[3] Aunque de forma indirecta, la cuestión que se plantea en la versión cinematográfica es la legitimidad de usar cadáveres humanos para la alimentación.[4] Al margen de la conveniencia logística o la salubridad de una medida tan tajante, la cuestión es que la élites optan por esta solución para garantizarse la exclusividad de los pocos alimentos naturales que quedan (la posesión de un bote de confitura ya supone un lujo inalcanzable para el ciudadano medio). En cierto sentido, puede hacerse una lectura parabólica de este hecho, concerniente al empeño de un grupo de potentados de apropiarse ilegítimamente de los bienes y recursos varios, delegando los restos y desperdicios (alias cadáveres) al resto de la población, a la que se desprecia como un factor molesto en su fastuosa existencia. En este contexto, merece la pena recordar las reflexiones del propio Harrison a propósito del drástico cambio entre su novela y el guion,[5] en las que denuncia la tergiversación y la corrupta opacidad características de los grandes estudios de cine.[6]
Dejando de lado la película, el tema de la degradación medioambiental, entendida tanto en su sentido literal como simbólico, ha sido un tema recurrente en la literatura contemporánea, reflejando no sólo la preocupación que se deriva de la industrialización y automatización, sino también las implicaciones filosóficas, éticas y sociales de la relación entre los seres humanos y su entorno. Desde la Revolución Industrial hasta la actualidad, los escritores han utilizado el concepto de contaminación para explorar las tensiones entre el progreso, la naturaleza y las consecuencias de un mundo cada vez más industrializado y urbanizado. En sus primeras manifestaciones, la polución en la literatura ha sido un reflejo de los cambios radicales que la Revolución Industrial trajo consigo. Los avances tecnológicos y el crecimiento desmedido y poco planificado de las ciudades generaron una nueva realidad en la que el aire sucio, los ríos contaminados y la contaminación acústica permanente se convirtieron en símbolos de un mundo alterado por el hombre.
La ciencia ficción, como género literario y cinematográfico, ha abordado de manera única y profunda el tema de la polución, tanto como una amenaza directa para la supervivencia humana como a través de metáforas sobre los efectos destructivos de la intervención humana en la naturaleza. Bien con futuros distópicos, mundos apocalípticos o tecnologías descontroladas como telón de fondo, los escritores de ciencia ficción han explorado las consecuencias de la contaminación ambiental y la degradación de los ecosistemas, anticipando o exagerando los peligros que pueden presentarse en nuestro futuro. Mientras que en las utopías la naturaleza se presenta como un refugio de pureza y equilibrio (véase la bucólica Ecotopia de Ernest Callenbach), en las distopías la polución aparece generalmente como un indicador de la perdición y la decadencia humana, en contraste con la fragilidad (desde la perspectiva antropocéntrica) del mundo natural y la responsabilidad de la especie humana. La novela de Harrison es una de tantas que, de una forma u otra, denuncian la degeneración social debida a una mala praxis tanto política como financiera, con la que se condiciona negativamente la supervivencia de la sociedad.
Uno de los primeros ejemplos de la ciencia ficción que aborda la polución de manera explícita se encuentra en The Machine Stops, novela de E. M. Forster publicada en 1909, en la que se describe una sociedad futura donde la humanidad vive bajo tierra, aislada en cubículos individuales, dependiente de una tecnología invasiva y destructiva hasta tal punto que la polución y la ausencia de aire limpio son parte de la existencia cotidiana. La obra anticipa la alienación del individuo en un mundo artificial, aunque también señala la contaminación del entorno como el resultado de un avance sin control, que ha llevado a la civilización a vivir en una burbuja de decadencia ecológica.
Como ejemplo temprano adicional mencionamos el relato The Man Who Hated Flies (1929) de J. D. Beresford. Se trata de una parábola ecológica que trata sobre el inventor de un insecticida tan efectivo que acaba con todo, deteniendo los procesos de polinización y ocasionando la ruina de la agricultura, poniendo en peligro la supervivencia humana.[7] Sin llegar a tales extremos, cabe observar que el uso indiscriminado de pesticidas ya ha ocasionado, en ocasiones contra todo pronóstico, graves disrupciones en la cadena alimentaria.
A partir de 1960, diversas catástrofes medioambientales e industriales, cuyos efectos nocivos fueron generalmente desdeñados o negados por los gobiernos o las empresas causantes, dieron lugar a una creciente conciencia ambiental, así como a una exploración más exhaustiva de las causas y efectos por parte de los autores de ciencia ficción. Dejando de lado la saga de Dune de Frank Herbert o las novelas post-apocalípticas de J. G. Ballard, de sobra conocidas, mencionamos brevemente otras obras con un nexo común con el argumento de Soylent Green.[8]
No cabe duda de que la discusión acerca del medioambiente y la polución están estrechamente relacionados con una industria multimillonaria, que explota la sociedad a través de la promoción y venta de todo tipo de artículos y medicamentos para combatir las enfermedades generadas por la inmundicia y residuos que estas mismas corporaciones industriales generan.[9] En esta línea, muy cercana a la de la novela de Harrison, se sitúa El rebaño ciego (1972) de John Brunner, donde se describe una triste visión de la evolución social, caracterizada por una contaminación extendida, desempleo general, criminalidad creciente, disturbios sociales e inestabilidad política en países en desarrollo, conforme a los intereses de las naciones dominantes y sus monopolios comerciales. En esta provocadora novela, la destrucción de los EEUU corresponde a la "salvación del planeta". Se trata, obviamente, de una visión extremista y equívoca que, no obstante, goza de muchos adeptos en los tiempos que nos ocupan.
Arthur Herzog, por su parte, nos describe en Heat (1977) como el gobierno trata de ocultar un descubrimiento científico concerniente a las catastróficas consecuencias ambientales de la liberación del dióxido de carbono oceánico, con el fin de evitar un resultado adverso en los próximos comicios. Otra muestra de cómo, en lugar de aunar esfuerzos para minimizar los daños, los recursos se malgastan en negar evidencias y ocultar responsabilidades.
Dentro del pesimismo general, Octavia Butler nos ofrece en la Parábola del sembrador (1993) una visión de esperanza a través de la adaptación y la reconstrucción comunitaria, a través de una joven que predica una filosofía espiritual y ecológica en un mundo arruinado por la corrupción ambiental y política.
Como caso extremo de la cultura del derroche mencionamos el curioso relato A Habit of Waste (1996), de la escritora jamaicana Nalo Hopkinson, en la que la actitud antiecológica ha llegado a tal extremo que la gente puede descartar su propio cuerpo para seleccionar otro más acorde a su gusto. Queda abierta la cuestión sobre si los cuerpos desechados son reciclados o sometidos a algún tratamiento de mejora y recuperación.[10]
Un nexo interesante entre la manipulación genética y la degradación del medio ambiente se encuentra en La chica mecánica (2009) de Paolo Bacigalupi, donde la polución y el colapso ecológico se presentan como consecuencia directa de los abusos perpetrados por los genetistas y la mala administración de los recursos naturales. La biotecnología muestra sus dos facetas, y es utilizada tanto para salvar o mejorar las especies como para destruir. En combinación con unas energías renovables manifiestamente insuficientes para contrarrestar los efectos contaminantes y la bioingeniería descontrolada, el sombrío futuro que esboza el autor es preocupantemente análogo a nuestro presente.
En definitiva, la temática de Soylent Green, pese a las considerables divergencias con la novela original, mantiene el espíritu crítico de la misma, añadiendo nuevas e intrigantes variantes (léase la antropofagia como industria) a la crítica social y política, así como la advertencia sobre los peligros de un progreso desenfrenado, sin una reflexión ética sobre sus consecuencias, debidos a la negligencia humana y, cómo no, a su inflexible filosofía antropocéntrica. No nos cabe sino desear que el Encuentro de Ciencia Ficción de la Facultad de Informática sea el primero de una larga serie, antes de que la ausencia de energía nos impida disfrutar de más largometrajes clásicos del género y las hordas hambrientas hayan canibalizado a la audiencia y los ponentes (se advierte de los serios peligros para la salud de consumir a éstos).
REFERENCIAS
BACIGALUPI, P. 2011 La chica mecánica (Barcelona, Plaza & Janés)
BERESFORD, J. D. 1929 The Meeting Place and Other Stories (London, Faber and Faber)
BRUNNER, J. 1982 El rebaño ciego (Barcelona, Editorial Acervo)
BUTLER, O. E. 2021 La parábola del sembrador (Madrid, Capintán Swing)
CAMPOAMOR STURSBERG, R 2022, Tecnología, naturismo y maltusianismo: la angustia ecológica en la ciencia ficción, Sci-FdI 28 28-38
EHRLICH, P. R. 1968 The Population Bomb (New York, Ballantine Books)
FORSTER, E. M. 1909 The Machine Stops (Edinburgh, Archibald Constable)
GRIMAUD, M. 1974 La ciudad sin Sol (Bilbao, Editorial Mensajero)
HARRISON, H. 1976 ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! (Barcelona, Editorial Acervo)
HARRISON, H. 1984 A Cannibalized Novel Becomes Soylent Green, in Danny Peary (Ed.) Omni's Screen Flights/Screen Fantasies (New York, Doubleday)
HERZOG, A. 1977 Heat (New York, Simon & Schuster)
HOPKINSON, H. 1996 A Habit of Waste, Fireweed 53 28-43
MOORE, B. L. 2017 Ecological Literature and the Critique of Anthropocentrism (New York, Springer)
WORSTER. D. 2004 Dust Bowl: The Southern Plains in the 1930s (Cambridge, Cambridge University Press)
[1] Agradecemos desde estas líneas a Javier Muñoz Pérez, uno de los organizadores, por las suculentas muestras de "Soylent Green" proporcionadas a los participantes del debate.
[2] La superpoblación y los problemas que se derivan de ella se analizan, aunque no exenta de soluciones de tipo eugenésico, en el amplio estudio del entomólogo y biólogo Paul R. Ehrlich, aparecido en 1968.
[3] No puede hablarse de una clase trabajadora, puesto que, en la película, la práctica totalidad de la población carece de empleo, y subsiste de forma precaria y miserable.
[4] A este respecto, cabe destacar la magnífica (e inquietantemente convincente) presentación de Edgar Gonzalo Fernández Malave sobre los aspectos nutricionales asociados a la antropofagia.
[5] Las diferencias fueron largamente detalladas por Fernando Rubio Diez durante el debate.
[6] El autor agradece a Narciso Martí Oliet el haber indicado la existencia de esta interesante referencia.
[7] Aunque de forma distinta, esta obra anticipa la famosa "Dust Bowl" que asoló las grandes praderas estadounidenses y canadienses en la década de 1930.
[8] Con el fin de no resultar repetitivos, no mencionamos tampoco las obras analizadas en un ensayo ya publicado en esta revista (véase la bibliografía).
[9] Los ejemplos de esta praxis en nuestra historia reciente son tan obvios, que el autor declina comentar más particularidades sobre la misma.
[10] Nos permitimos sugerir que un "plan de renovación" de dichos cuerpos, similar al de la industria automovilística, supondría un fabuloso negocio, con industrias subsidiarias dedicadas al suministro de "recambios" e incentivos estatales.