Ballard escritor, futurólogo y, a día de hoy, cadáver exquisito, escribió en la primera línea de Crash: “Vaughan murió ayer en el último choque.” Vaughan, uno de sus alter-egos, tiene un nuevo proyecto, un gran proyecto que pretende cambiar el devenir del ser humano: la reconfiguración del cuerpo humano por medio de la tecnología. Vaughan es el Mesías de la nueva carne y, en Crash, se sacrificó para mostrarnos el camino.
La tecnología siempre ha sido vista como una extensión de las capacidades del hombre. El martillo hacía más fuerte al puño, el hombre es más letal con el fusil que con el arco, el coche es más veloz que a caballo o a pie... Los estudiosos nos dicen que la mejora de alguna de nuestras capacidades conlleva irremisiblemente la atrofia de otra, por ejemplo, el martillo ablanda nuestras manos y el coche nos hace incapaces de caminar largas distancias. La cibernética clásica planteaba la posibilidad de existencia de cuerpos aumentados gracias a la adaptación de gadgets tecnológicos. El cuerpo físico actúa como sustrato moldeable para la nueva realidad humana, en la que las potencias del hombre rompen sus propios límites biológicos. La tecnologización del hombre tiene un proceso simétrico, la humanización de las máquinas. Las máquinas son cada vez más fuertes y más rápidas, y lo que es más turbador, más independientes. En este doble proceso se conjura el amor y el odio, el hombre-creador es seducido por su máquina-creación; pero a su vez se ve irremediablemente abocado a medir sus fuerzas contra ella para sentirse el dominador último de la realidad. La fervorosa actualidad de la novela de Ballard se basa precisamente en la distancia que toman sus escritos con estos pensamientos clásicos.
La visión, que muestra a través de su enviado Vaughan, va mucho más allá de la concepción instrumentalista de la tecnología. El nuevo hombre no es el hombre aumentado; no es, ni mucho menos, el hombre que participa en la dialéctica del enfrentamiento con la tecnología, sino que el nuevo hombre danza al compás de la embriaguez maquínica. La reconfiguración que nos propone se fundamenta en la destrucción de la unidad última de la individualidad: la muerte del sujeto y de sus límites simbólicos. El hombre debe romper su carcasa y dejar que la tecnología se instale en su propia sustancia. Vaughan nos guía hacia el nuevo hombre, pero antes debe acontecer el primer impulso salvífico: el bautismo del metal.
“El accidente había sido la única experiencia auténtica de los últimos años. Por primera vez me enfrentaba con mi propio cuerpo, inagotable enciclopedia de dolores y excreciones...” Ballard protagonista de la novela, que no por casualidad, comparte el mismo nombre con nuestro escritor, es el iniciado. Es uno de los elegidos por el azar, el destino o por una voluntad oscura; la colisión, el crash, es el momento sublime en el que la vida y la muerte se entrelazan en un abrazo obsceno lubricado por un amasijo de hierros. Crash no es un momento de destrucción sino un instante de fertilidad, el cuerpo y el metal se unen rompiendo los límites entre lo orgánico y lo inorgánico. Un instante privilegiado que sirve de metáfora para la nueva existencia. Ballard se convierte en seguidor de Vaughan, adorador de sus cicatrices, discípulo entregado a la exploración de los nuevos cuerpos.
(a) La incredulidad de Santo Tomás por Caravaggio (b) Fotograma de Crash de David Cronenberg |
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“Titubeé al verme abrazado a esta criatura dorada y abominable, embellecida por cicatrices y heridas. Moví mi boca sobre las cicatrices de los labios, buscando con la lengua las huellas de tableros y parabrisas desaparecidos”. Cuando Ballard, o su esposa, acaricia las heridas de Vaughan se viene a la mente un acto parejo entre un discípulo y su Mesías: la bíblica incredulidad de Tomás. El discípulo no cree que lo que está viendo es Cristo resucitado, necesita palpar las heridas para ver que efectivamente él está ahí. Ballard, sin embargo, no busca nada más allá de las heridas, ya que los nuevos cuerpos no tienen profundidad. Están hechos de fragmentos de piel, carne y prótesis cosidas. Un trabajo de composición, en el que cada una de las piezas es intercambiable. Los cuerpos de Crash no son una entidad orgánica; no existe un ser transcendente detrás de las cicatrices. Si Santo Tomás introdujera su dedo a través de las heridas de Vaughan no encontraría más que carne y fluidos corporales, nunca encontraría la esencia del Mesías.
La historia del hombre es la historia de la dualidad alma y cuerpo; el cuerpo encierra el alma, la cual da forma al cuerpo. El alma es el verdadero ser, el Yo con mayúsculas. Sólo al alma le es prometida la inmortalidad, el cuerpo es una rémora material que nos condena en el mundo de las cosas perecederas. Ballard nos plantea una realidad sin sustancias últimas, ofreciéndonos una suerte de solución a la paradoja de Teseo. Nos cuenta Plutarco que tras el viaje de Teseo a Atenas, muchas de las piezas de su barco fueron reemplazadas, lo que llevo a cuestionar la identidad del barco. La pregunta que nos plantea Plutarco es si estaríamos ante la presencia del mismo barco si se hubieran reemplazado todas sus partes una a una. Vaughan le da un giro de tuerca a la paradoja; no importa qué demonios es en realidad el barco. El barco-en-sí no existe lo que importa es la yuxtaposición de las partes, o más concretamente los lugares donde se unen los distintos fragmentos. Cada una de las junturas es un espacio de apertura hacia nuevas posibilidades de existencia. Las cicatrices se convierten en lugares de culto porque representan el espacio reservado para el nuevo avenir, el lugar donde acontece la inmortalidad.
Crash es la muerte de la transcendencia física, pero a su vez es un acto de fertilidad. A partir de la colisión el acto sexual se multiplica: Ballard fornica con su mujer, Ballard fornica con Helen Remmington, después de que su marido muriera en el mismo accidente en que ella se quedó coja. Vaughan masturba a prostitutas mientras que Ballard conduce el viejo Lincoln. Vaughan fornica con la mujer de Ballard, mientras que éste observa desde el asiento del conductor. Ballard sodomiza a Vaughan, estimulados por la estilizada morfología del interior de su coche... Sin embargo, la proliferación de los actos sexuales está divorciada de cualquier función reproductiva. De hecho, el escritor elimina cualquier connotación erótica de sus descripciones de los actos sexuales. Vaughan no “follaba salvajemente o daba por el culo a una prostituta” sino que “alzaba bruscamente las caderas, introduciendo el pene en la vagina, y abriendo con las manos las nalgas de la muchacha, exponía el ano a la luz amarilla que inundaba el coche. [...] Le tomó con la boca el pezón izquierdo, luego el derecho, moviendo el dedo metido en el recto cada vez que pasaba un coche... ” Los actos se convierten en bailes maquínicos al compás de los vaivenes de la electrónica y la velocidad. Los contactos no son entre dos cuerpos puramente físicos, sino que precisan de un medio metálico entre ellos. Los protagonistas de la novela se penetran e intercambian fluidos siempre subidos en sus coches. Los orificios de sus cuerpos: boca, ano, vagina... y sus penes y sus dedos no funcionan como órganos sexuales, ya que un cuerpo sin profundidad carece de órganos, sino que actúan como engranajes; metáfora última de las posibilidades extensionales de la nueva carne.
“Pechos de muchachas adolescentes deformados por los mandos del tablero, mamasectomías parciales de maduras amas de casa practicadas por el borde cromado de una ventanilla, pezones seccionados por el emblema de fábrica de un tablero; heridas en los genitales de ambos sexos abiertas por columnas de dirección...”
Fotograma de Crash de David Cronenberg |
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Llama la atención la regularidad con la que aparecen noticias en la prensa generalista sobre avances científicos en el terreno de la comunicación hombre-máquina, sobre las prótesis cibernéticas o los transplantes milagrosos de corazones o rostros. A veces muestran a un macaco conectado a unos electrodos moviendo un brazo biónico por medio de las pulsiones electrónicas de su cerebro, otras veces son unos científicos de Londres los que tienen la cabeza llena de cables y consiguen comunicarse con otros científicos coreanos sin necesidad de accionar ningún teclado. Lo paradójico de estas noticias es que siempre culminan con una reflexión sobre la aplicación de los nuevos desarrollos a la mejora de las condiciones de vida de los minusválidos físicos, la posibilidades de comunicación de los niños autistas, o de la reinserción de grandes quemados.
La sociedad no tiene ningún reparo en investigar en las relaciones entre el hombre y las máquinas o en la modificación del hombre por medio de prótesis; sin embargo hay una silenciosa oposición de la moral pública a la aplicación de los avances en gran escala. La omnipresente coletilla de los noticiarios denota claramente el campo de aplicación de las mutaciones tecnológicas. Sólo los “freaks”, siempre considerados de una naturaleza aparte, tienen el beneplácito para probar las delicias de los nuevos ingenios cibernéticos. Las mieles de la nueva carne están reservadas a aquellos que ya se hayan desprendido de la antigua, a los no humanos. Muy pocos son los elegidos. Vaughan construye su rebaño recolectando a iniciados; sólo una colisión es necesaria para ver la luz; para ver el interior de su propio cuerpo proyectado contra el parabrisas y sentir la fragilidad de los límites entre el interior y el exterior.
El escritor, reflexionando sobre su propio libro, nos dice: “A lo largo de Crash he tratado el automóvil no sólo como metáfora sexual sino también como metáfora total de la vida del hombre en la sociedad contemporánea.” Yo le pregunto, ¿por qué el coche? El coche es uno de los símbolos de la revolución industrial y de la producción en cadena. Es uno de los sueños de los inventores del siglo XIX. ¿Por qué Ballard elige un símbolo de otra época, una “antigualla” tecnológica, para sublimar la nueva carne? ¿Por qué no habla de robots o de replicantes como el resto de los futurólogos de su tiempo? El coche es el último reducto industrial del cual el hombre no consigue desprenderse, quizás esa sea la razón de dicha elección. En pleno siglo XXI, seguimos embriagados de automóviles. Mientras que los demás adelantos tecnológicos se suceden unos a otros, el coche sigue entre nosotros, imperturbable ante el paso del tiempo. Los escritores de ciencia ficción imaginaron que en el futuro volaríamos o nos teletransportaríamos de un lado a otro, que viajaríamos en cápsulas a la velocidad de la luz. A nadie se le ocurrió pensar que seguiríamos dando vueltas a las carreteras de circunvalación de nuestras ciudades subiendo en los coches de toda la vida.
Ballard, en los años 70, podría haber elegido los ordenadores como metáfora de la sociedad. Podría haber imaginado los nuevos cuerpos como cyborgs, hombres con periféricos o máquinas con cerebros humanos. Pero su libro es mucho más actual al haber elegido el automóvil. Sin ir más lejos, el concepto de ordenador ha caducado; la imagen de una suerte de televisor conectado a una máquina de escribir por medio de un cable, forma parte del pasado. El ordenador ya no se aporrea sino que se acaricia y se le habla al oído, el coche, por el contrario, sigue siendo una carcasa de metal, con cuatro ruedas, tirado por un motor de combustión. Es sintomático ver como los ordenadores han abandonado los hertzios en favor de los flops creando una terminología propia de su medio, mientras que los automóviles siguen midiendo su potencia en caballos de vapor.
No es casual que el escritor haya elegido el automóvil como metáfora de nuestro tiempo precisamente por esa conexión con lo primitivo. La poderosa apuesta de Ballard es construir su ciencia ficción con elementos del pasado y no proyecciones imaginarias del futuro. Ballard se da cuenta de que le hombre no puede imaginar nuevos universos; cualquier tentativa de pensar el futuro es caduca. Sin embargo, sí que puede crear nuevos mitos fundacionales de nuestro presente. Reconfigurar la historia para conseguir que el presente se adecúe a las nuevas imágenes del mismo. Vaughan recrea los accidentes más famosos con la precisión de un ritual religioso. Documenta cada una de las cicatrices de los accidentados, repasa con esmero las secuencias de las colisiones. Quiere sacar los accidentes del tiempo histórico para llevarlos al tiempo mitológico. Vaughan es un Mesías no es un dios en la tierra. Él busca que el hombre pierda el contacto con su naturaleza heredada, que sea su propio Demiurgo, creándose a su propia imagen y semejanza, para ello nos brinda unos nuevos mitos fundacionales; accidentes catárticos que actúen como cimientos simbólicos de la nueva realidad. Ballard, Vaughan y Ballard, tríada salvífica. Quizás sean todos la misma persona o, tal vez una mezcla entre fantasías y obsesiones, a caballo entre lo real y la realidad. Quizás Ballard en lugar de morir de un cáncer de próstata se inmoló en un coche para, después de muerto, sentirse más vivo que nunca.